sábado, 12 de noviembre de 2011

Apología de la tecnocracia

La crisis de la euro-zona empieza a cobrar sus primeras víctimas políticas de “alto nivel”. Tanto Grecia como Italia, nos dicen los medios, han optado, para sustituir a sus primeros ministros defenestrados por la crisis y a sus equipos de colaboradores, por llamar a los tecnócratas como solución de recambio.

¿Quiénes son los tecnócratas? Al parecer son unos demonios odiosos. Son insensibles, nos dicen. No es que tengan a la derecha, en lugar de a la izquierda, el corazón. Es que no tienen corazón estos tecnócratas. Prefieren al mercado – entidad digna de ser odiada, si las hay- y desdeñan la solidaridad. Quieren reducir las tareas del Estado a las del policía protector de los intereses, acaso sólo de los intereses de los poderosos. Y no son amigos, para nada, de echarle toda la carne al asador en materia de gasto público y subsidios a los sindicatos, a los grupos de presión, a los redentores.

Pero, y esto aún los más recalcitrantes lo admiten aunque sea de forma tácita, los tecnócratas suelen ser buenos bomberos. Como conocen el funcionamiento de los mercados, como saben “leer” la perversa mente de los inversionistas y de los adinerados que mueven las bolsas de valores y las variables financieras (tasas de interés, tasas de cambio de divisas, indicadores de confianza, valuaciones de las agencias calificadoras) saben también cómo tratarlos y apaciguarlos cuando se ponen escépticos frente a las promesas de los políticos. Saben darles señales aceptables de seguridad y confianza, en lugar de melifluos discursos.

Además, estos tecnócratas suelen valorar la honestidad intelectual y el rigor a la hora de hacer recomendaciones de política pública. Tal vez sea porque le temen al ridículo de ser llamados ignorantes o al escarnio social de ser motejados como chapuceros a la hora de elaborar el entramado racional de sus hipótesis y proposiciones, ¿quién sabe?, pero un genuino tecnócrata huye, como de la peste, de la mera posibilidad de ser acusado de tramposo intelectual. Eso los hace ser rigurosos, eludir los escapismos de la demagogia y proponer opciones duras, pero coherentes y relativamente inexpugnables desde el punto de vista racional (aun cuando en el terreno del discurso emocional, en el que la lógica se suspende y las pulsiones primarias y las hormonas mandan, sean fácilmente atacables).

No se si en verdad los tecnócratas regresan por sus fueros en Grecia, en Italia o incluso en España (habrá que esperar el expediente del 20 de noviembre de las elecciones, cuando todo parece que el PSOE y el rojerío light será reprobado y condenado a estudiar en vacaciones para pasar el examen extraordinario), pero si así es se trata de una grata noticia. Los bomberos siempre son mejor compañía, en caso de incendio, que los pirómanos



domingo, 24 de julio de 2011

En los medios, la ética importa ¡y mucho!

Comparto con mis amigos lectores algunas reflexiones sobre el caso de los delitos que, según todos los indicios, han cometido algunos de los medios de comunicación pertenecientes al potentado de los medios Rupert Murdoch.
Primero, se trata de crímenes abominables. Ningún medio de comunicación, aun cuando esgrima en su descargo una hipócrita “autoridad moral” para escudriñar las intimidades de las personas, tiene derecho a realizar o propiciar la realización de escuchas telefónicas de conversaciones privadas o a interceptar otras comunicaciones personales (por ejemplo, correos electrónicos de familiares de víctimas del terrorismo o de acciones bélicas), y mucho menos (lo que probablemente ha sucedido, por desgracia) a extorsionar o chantajear moralmente a personajes públicos comerciando con la difusión o no del contenido de dichas comunicaciones personales.
Eso es basura y no tiene ninguna calidad periodística. Es un crimen tan abominable, a mi juicio, como el abuso sexual en contra de menores de edad o, para decirlo de forma gráfica y contundente: es tan asqueroso moralmente como la depravación de quien se atreve a satisfacer sus pulsiones enfermizas violando cadáveres.
Segundo, hay una preocupante constante en el caso de varios magnates de los medios de comunicación en todo el mundo, y a lo largo de la historia, que consiste en su arrogante sentimiento de impunidad moral. Esta arrogancia lo mismo se constata en los grandes magnates de medios de comunicación con influencia global, como Murdoch, que en caciquillos locales de los medios en cualquier país, México incluido desde luego.
Poseer el control accionario de una cadena de televisión, o de estaciones de radio o de un influyente periódico, de ninguna manera otorga una patente de impunidad moral para calumniar, destruir reputaciones, o para denigrar a personajes públicos o no tan públicos por sus defectos físicos o morales, hacer befa del prójimo y llevar a cabo un constate acoso sobre personajes públicos por razones baladíes: Fulano es demasiado gordo, Perengana es sospechosamente flaca, Zutano parece tener preferencias sexuales “raras”, Fulanito consume vino importado durante sus comidas. Eso es también basura, aunque pretenda disfrazarse con la vestimenta de “chiste” o humorismo trasnochado.
Tercero, tampoco deben otorgar patente de impunidad las columnas sin firma que difunden rumores, especulaciones, versiones no confirmadas, conjeturas calenturientas disfrazadas de noticias. Más aún: un periódico que se precie a sí mismo debería darle decorosa sepultura a tal género de resúmenes de chismes, ataques cobardes y anónimos, especulaciones apresuradas o dictadas por intereses inconfesables. Por favor, si quieren saber cómo se hace el verdadero periodismo de investigación relean con cuidado “Todos los hombres del Presidente” de Bernstein y Woodward: cualquier conjetura que no haya podido ser comprobada por tres fuentes independientes entre sí, y que no pueda firmarse con nombres y apellidos reales, no merece ser publicada.
Cuarto, de acuerdo con la sentencia clásica del periodismo: los hechos son sagrados, las opiniones son libres. Pero las opiniones libres no incluyen afirmaciones manifiestamente falsas, tergiversación flagrante de los hechos, adivinaciones febriles. Los medios deben exigir también a sus columnistas y editorialistas no confundir la libertad de opinión con la impunidad para difundir falsedades manifiestas, mentir acerca de hechos constatables, denigrar al prójimo, alardear acerca de conocimientos que obviamente no pueden tener (verbigracia: “la única razón por la que el Presidente dijo o hizo tal fue ésta o aquella”).
Quinto, las deficiencias de los medios y de los periodistas de ninguna manera justifican (¡nunca!) la intromisión de los gobiernos a través de la censura y cualquiera de sus formas disfrazadas. Preferibles mil veces los excesos de la libertad de expresión mal entendida que cualquier amago de limitación o coerción a esa libertad sagrada que debemos disfrutar todos los seres humanos, no sólo los periodistas.
Es el público quien debe dar la sentencia definitiva, auxiliado por el sentido común y por las nociones elementales de la ética. La ética cuenta ¡y mucho!


sábado, 30 de abril de 2011

Dos lecturas de primavera

Durante las dos semanas que han terminado releí dos grandes novelas.

La primera, muy extensa, fue “Sombras sobre el Hudson” de Isaac Bashevis Singer. Digo que es muy extensa porque la traducción del yiddish al español que hizo Rhoda Henelde en colaboración con Jacob Abecassis ocupa 800 páginas de apretada letra pequeña en la edición de Byblos (2005); sin embargo, salvo algunos pasajes durante los cuales Singer reseña con excesiva minuciosidad las disquisiciones interiores de algunos de sus atormentados personajes, el interés del lector nunca decae.

La otra novela fue, en tercera o cuarta lectura de aprendizaje, “Madame Bovary” de Gustave Flaubert. En vano trataría de escribir algo valioso que no se haya dicho o escrito ya acerca de esta obra maestra de la narrativa.

Mucho en común tienen ambas novelas. Por supuesto, ambas diseccionan sin eufemismos los terribles dilemas morales que se derivan de la libertad humana. De hecho, parecería que tal es la virtud perenne y la materia prima de las buenas novelas desde Rabelais hasta la fecha.

Apretando el análisis, ambas novelas develan cuán veleidosa es nuestra voluntad en eso que llamamos cotidianamente el amor y que se expresa de forma carnal, voluptuosa; ya sea en el siglo XIX a través de Emma Bovary o en el siglo XX, en Nueva York, entre judíos emigrados de Europa Central. Hay en ambas novelas adulterios, amores furtivos, arrepentimientos e iluminaciones repentinas, ilusiones y desengaños.

A diferencia de Flaubert, que exhibe el desenfado e indiferencia burguesas hacia la religión (en este caso la religión católica en el ambiente rural de Francia en el siglo XIX), Singer escribió una novela en la cual la religión judía tiene un peso decisivo.

Ambos narradores son honestos con el lector, ya que ambos pretenden mostrar, sin afeites, la realidad. Ambos rinden tributo a la verosimilitud: es imposible imaginar a un hijo y nieto de rabinos deleitándose sin escrúpulo alguno en el adulterio; el amante, sea furtivo o se muestre desafiante, goza pero recuerda, junto con el goce, tal vez en el mismo momento del placer extremo, que lo más probable es que exista la gehena, el infierno, y se ve a sí mismo, inevitablemente, como pecador despreciable, como traidor.

Esa mezcla de asco y fascinación ante el pecado de la carne es claramente un terreno en el que Singer es magistral (al respecto, recomiendo leer sus memorias: Amor y Exilio), mientras que tales dilemas terribles parecen ser ajenos para Flaubert y sus personajes: Emma Bovary nunca se le muestra al lector atenazada por la culpa de haber traicionado al bobalicón de Charles Bovary o a Dios, sino en todo caso arrepentida por haber elegido mal a su amante o a su marido.

En cambio, el personaje central de Singer, que termina viviendo en Palestina (Israel) como una especie de monje que da cumplimiento estricto a la ley mosaica y a la Torá, tras una vida de enredos amorosos, amantes y aventuras fallidas, esposa y familia traicionadas, es profundamente religioso. Peca, goza y sufre. Pero sufre por haber traicionado su Fe, por haber desafiado a Dios, más que por el eventual desdén de alguna de sus amantes o por los reproches de su esposa e hijos o de la comunidad judía entendida como grupo en el cual buscase su aceptación social.

Emma se lamenta no haber cumplido sus propósitos de éxito en el amor. Hizo un mal negocio y naufraga en el tedio; su propósito de felicidad-placer sin término quedó frustrado. No más.

Hertz Dovid Grein, por el contrario, aún en los momentos más exultantes del gozo tiene presente – así sea como trasfondo constante o como conciencia de la futilidad y del carácter efímero del deseo carnal- la presencia de Aquél cuyo nombre ni siquiera debe escribirse o pronunciarse íntegro sin incurrir en blasfemia.

Ese contenido profundamente religioso en “Sombras sobre el Hudson”, y que en modo alguno obedece a que Singer haya buscado complacer a sus lectores en yiddish de la comunidad judía de Nueva York sino a sus propias convicciones, adquiere un mayor énfasis por el hecho tremendo del Holocausto que está presente en la conciencia de prácticamente todos los protagonistas. Es un hecho brutal, inconcebible, que lo mismo arroja a unos hacia el descreimiento (¿cómo creer en la bondad de un Dios que contempla impasible el asesinato brutal de miles de niños pequeños?), o hacia la rebeldía suprema (¿cómo rendir culto a un Dios que permite que siga brillando el sol, que canten los pájaros, que la vida siga, después del sacrificio insensato de su propio pueblo elegido?), o que refuerza su Fe (si uno transgrede la Ley Divina, concluyen otros de los personajes, no es diferente a esa abominación que fue Hitler).

Flaubert, en cambio, es plenamente secular y “moderno”. Si acaso existe un Dios no se ocupa mucho de este mundo y lo mejor que pueden hacer los seres humanos es tratar, a veces inútilmente, de tomar en sus manos su destino y desentenderse de misticismos e inútiles prácticas piadosas que naufragan en lo ridículo. El adulterio, cierto, es condenable, porque es malo para la sociedad y para el progreso. No es una buena costumbre. Como tampoco es recomendable que el comerciante time en exceso a sus clientes, ni es bueno para la salud vivir en una atmósfera enviciada por los malos olores. Se diría que para la inmensa mayoría de los personajes de Flaubert el adulterio es condenable sobre todo por razones de higiene social.

Ambos narradores, insisto, son honestos con el lector. Son fieles a la realidad que narran. Son genuinos novelistas.

Dejo aquí, por ahora, estos apuntes acerca de estas dos grandes novelas. La maestría narrativa, especialmente en el caso de Flaubert, merecerá en el futuro otro comentario.

sábado, 23 de abril de 2011

Supersticiones, incertidumbre y ciencias sociales

Se dice que en 1900 el muy respetado Lord Kelvin sentenció ante la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia lo siguiente:
"Ahora la Física no tiene nada nuevo que descubrir. Todo lo que resta es hacer más y más precisa la medición de los fenómenos".


Por supuesto, hoy sabemos que Lord Kelvin estaba equivocado. Tan sólo cinco años después, en el "milagroso" año 1905, Albert Einstein publicaría sus famosos cinco ensayos que trastornaron la Física desde sus cimientos - aun cuando Einstein jamás pretendió iniciar tal revolución - y que sembraron la semilla de multitud de hallazgos científicos y tecnológicos que hoy disfrutamos.

Más aún, parte de lo que provocó Einstein con tales ensayos (especialmente lo relacionado a los cuantos de energía y, por ende, a la física y mecánica cuánticas) conduciría a que en 1927 Werner Heisenberg formulase el principio de indeterminación o incertidumbre. Todo eso metió de lleno a la Física en el incómodo terreno de la probabilidad, algo que, por cierto, siempre pareció disgustar a Einstein quien, no sin razón, admiraba profundamente la grandiosa y eficaz síntesis científica que llevó a cabo Isaac Newton y que complementaron los descubrimientos de Michael Faraday y de James Clerk Maxwell, acerca del electromagnetismo y de los campos electromagnéticos.

Tan deslumbrante y poderosa - en términos explicativos y funcionales- es la física newtoniana que el astrónomo Pierre Simón de Laplace pudo proclamar entusiasmado: "Una inteligencia que conozca todas las fuerzas actuando en la naturaleza en un momento dado así como las posiciones de todas las cosas en el universo en dicho momento, podría resumir en una sola fórmula tanto los movimientos de los cuerpos más grandes como de los más pequeños átomos en el mundo; para él, para dicha inteligencia, nada sería incierto, tanto el futuro como el pasado estarían presentes ante sus ojos". Es decir: la omnisciencia divina al alcance de la mano...o casi.

No es extraño que en medio de este exaltado optimismo acerca del poder de la ciencia un personaje tan serio, y seguramente poco dado a fantasear o a guiarse por meras creencias o supersticiones, como Lord Kelvin, se haya sentido confiado y seguro de que sólo le restaba, a la Física, "mejorar más y más los instrumentos de medición" para llegar a esa fórmula única que explicaría todo.

En rigor la frase atribuida a Lord Kelvin nunca fue una afirmación científica, sino una mera creencia, una superstición, una convicción cercana a la que manifiesta quien está "seguro" de que el extracto de veneno de alacrán es eficaz para curar el cáncer de hígado. (Una de las acepciones de superstición que consigna el diccionario es "fe o valoración excesiva respecto de algo").

Fue el mismo rigor científico, ayudado por las matemáticas, el que llevó sin embargo a los grandes físicos del siglo XX a la negación del determinismo justo en el umbral de lo que, se pensaba, podría explicarnos el origen de la energía y del universo: el átomo.

Curiosamente, mientras la física moderna nos regresó a la humildad de la incertidumbre y a la constatación de que hay barreras infranqueables para el conocimiento (no podemos conocer al mismo tiempo la posición y la velocidad de un electrón; en la física atómica la intervención del observador, el solo hecho de "observar", perturba lo observado), las ciencias sociales parecen ancladas en el optimismo científico de los siglos XVIII y XIX, se diría que aspiran a revestirse de carácter científico imitando, por así decirlo, las leyes de la física newtoniana.

Pongo un ejemplo actual y particularmente importante para la vida diaria de todos nosotros: ¿qué evidencia tenemos de que los estímulos monetarios y fiscales de carácter extraordinario que se han aplicado en los Estados Unidos han propiciado la recuperación de la actividad económica, medida por diversos indicadores, como ventas, producción, inventarios, índices de confianza de productores y de consumidores? No la tenemos en rigor. No sabemos.

Tampoco sabemos si dicha recuperación se pondría en riesgo en caso de que tales estímulos cesaran hoy o mañana. Sin embargo, todos los días políticos, funcionarios sumamente ilustrados y encargados de decidir las políticas públicas, comentaristas y una legión de académicos (economistas) formulan sentencias taxativas al respecto.

En realidad, la única forma que tendríamos de saber más al respecto sería experimental: dejando todo lo demás igual (lo cual es de suyo bastante difícil, si es que no imposible tratándose del asunto de que se trata), ¿qué pasaría si se retirasen de una vez y completamente tales estímulos?, ¿alguien está dispuesto a correr el riesgo de provocar una nueva recesión, el famoso "double dip"? o, a la inversa: ¿algún político será tan osado como para demostrar en la práctica que la intervención del Estado, en este caso mediante las políticas fiscal y monetaria, es no sólo innecesaria sino perjudicial? Nunca lo sabremos.

Acaso, estamos ante una auténtica superstición neokeynesiana como aventuran algunos, o acaso estamos ante una prueba genuina de que sin la intervención gubernamental la economía seguiría postrada. No lo sabemos, ni podemos saberlo. Yo creo - y subrayo "creo"- que hay más ingredientes de superstición "científica" acerca de la capacidad del gobierno y del banco central para reanimar la economía, que de relación causa-efecto; al menos, es cierto que no hay quien pueda medir con certeza dicha correlación, ni mucho menos establecer sin dejar lugar a dudas que la dirección de tal causalidad es unívoca. Pero, lo admito, eso es lo que yo "creo" que no es lo mismo que decir: "yo sé".

Empecemos, al menos, por reconocer que no sabemos lo que definitivamente no sabemos.

sábado, 16 de abril de 2011

¿Pedirle perdón a los criminales?

Ayer sábado me apareció sorpresivamente una quinta hija. Sonó el timbre del teléfono móvil, apreté la tecla "contestar", dije "¡bueno!" y empezaron los gemidos y lloriqueos de una voz infantil: "¡Papá, soy tu hija!, ¡tengo un problema muy serio!, ¡ayúdame, soy tu hija!". Atiné a preguntar: "¿Cuál?"...pero la voz chillona y fingida de niña sólo insistía: "¡soy tu hija, estoy en problemas!, ¡ayúdame!"...

El problema en el que se estaba metiendo esta pretendida hija mía era la falta de verosimilitud de la supuesta llamada de auxilio: ninguna de mis hijas tiene voz de niña porque todas son mayores de edad (con la edad suficiente para pedir una copa de vino o una cerveza en un restaurante en Estados Unidos, mostrar su ID y ser puntualmente atendidas), además todas tienen nombre, y suelen decirlo cuando alguien les pide identificarse. Otro pequeño problema es que yo estaba viendo en ese momento a dos de mis cuatro hijas, la tercera estaba en su habitación a menos de diez metros de distancia y con la cuarta estaba intercambiando mensajes vía twitter en ese momento. ¿Una quinta hija surgida de pronto? Imposible. Por eso le pasé el teléfono a mi esposa y le dije: "Que me habla una hija mía que está en problemas, ¿cómo la ves?". Por supuesto, se cortó la llamada.

Supongo que las bandas criminales que se dedican a este repugnante negocio de aterrorizar por teléfono a la gente para sacarle dinero (extorsión telefónica es el nombre oficial del delito) saben que deben calcular un porcentaje de intentos fallidos en su negocio, como les sucedió en mi caso, y no es la primera vez (en alguna ocasión le habló un supuesto hijo en problemas con la policía a una de mis hijas y ella, que tiene un macabro sentido del humor, le dijo: "¡Pues merecido te lo tienes, por mí que te refundan en la cárcel, saliste igualito al inútil de tu padre!" y colgó), pero incluso cuando uno tiene la fortuna de que la llamada terrorista sea evidentemente un timo no deja de sentirse una inquietud incómoda y una justa indignación ante este despliegue de maldad de las bandas criminales.

Indignarse ante los crímenes y condenarlos es de bien nacidos. Me parece que por eso el Presidente Felipe Calderón recordó hace unos días que la indignación, las protestas y las exhibiciones de hartazgo (los famosos: "¡ya basta!") deben dirigirse a los criminales y no a quienes, con todas las limitaciones e imperfecciones que se quieran, se dedican a combatir a los criminales.

Pero no. Resulta que algunos sesudos analistas del acontecer nacional (como diría un cursi locutor) encuentran incorrecto este llamado del Presidente. Incluso alguno, especialmente estúpido, publicó el sábado en un periódico en un larguísimo y repetitivo artículo el alegato de que no, que la indignación no debe encaminarse contra el crimen y los criminales, porque después de todo ellos "no juraron cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes de México". ¡Genial!, me pregunto ¿qué sigue?, ¿pedirles perdón a los criminales?.

sábado, 2 de abril de 2011

Dichos y gestos de un profesor

Los dichos y gestos del belicoso profesor Humberto Moreira han provocado divertidos análisis de parte de sendos especialistas en los usos y los abusos de la lengua española.

Que el presidente de un partido político, como es el caso de Moreira (quien estudió para profesor de educación primaria en la benemérita Escuela Normal de Coahuila), despierte un vivo interés en investigadores de la valía de Guillermo Sheridan y del enigmático Gil Gamés resulta por sí sola una noticia sorprendente.

El primero, Sheridan, confeccionó un hilarante análisis lingüístico acerca de la inopinada alegoría que usó Moreira en días recientes. La alegoría consistió en invocar la perturbadora visión de una sábana blanca con puntos negros que un torpe e hipotético conductor obtendría a través del espejo retrovisor de su automóvil. Tal alegoría, como escribió Sheridan, habría ganado el premio mundial como la más confusa de todas las alegorías confusas que la historia registra. Se supone, a la vez, que tal alegoría indescifrable describe – según el dicho del profesor Moreira- a los gobiernos federales “de derecha” que México ha tenido de diciembre de 2000 a la fecha.

Es tan enrevesada la alegoría que en un diálogo inventado por Sheridan uno de los personajes ficticios, deslumbrado por la retórica del flamante presidente del PRI, conjetura algo así: ¿se tratará acaso de que el conductor ha visto por el espejo retrovisor a un miembro del Kukuxklán cubierto por una sábana blanca que contrasta con los dos puntos negros que podrían ser los ojos del perturbado racista?

Por su parte, el siempre reflexivo Gil Gamés cavila, en su “amplísimo estudio”, acerca de los métodos audiovisuales a los que tan afecto parece el profesor Moreira quien, cuando dice que sostiene algo, de veras lo sostiene en un sentido físico y literal. Es por ello que Moreira, para ilustrar a los desprevenidos mexicanos acerca de las penurias que sufrimos en materia de bienestar, sostiene un cartón de huevos que muestra sonriente a reporteros y fotógrafos.
Moreira pretende que tales penurias, si las hay, son causadas por los gobiernos de Fox y de Calderón. Antes de ello, en los tiempos del PRI, “dichosos tiempos que los antiguos llamaban dorados” (podría haber dicho el profesor copiando, mal, al Quijote) todo era abundancia y jolgorio. Los datos no avalan estas lucubraciones del coahuilense, más aun los datos contradicen tales consejas de propaganda, pero ¿qué importa?, lo del profesor Moreira no son los datos, ni los hechos, sino las imágenes.

“La letra sólo con imágenes entra” dirá para sus adentros este adelantado de los recursos audiovisuales.

Imagino que esto lo habrá aprendido el profesor Moreira durante las horas que dedicó a cursar un diplomado en Sociología Comunitaria Aplicada (así se llama) en la Universidad Iberoamericana, como consigna su currículum.

Gamés no dudó en titular “Sostiene Moreira” su divertida reflexión acerca de la escenificación montada por el profesor en beneficio de chicas y chicos de la prensa y, a través de ellos, para ilustración de los sufridos mexicanos, evocando el título de la muy recomendable novela “Sostiene Pereira” del italiano Antonio Tabucchi. La diferencia es que el Pereira de Tabucchi es sólo un viejo periodista lusitano que sostiene, en el sentido de atestiguar, que tales acontecimientos que son el objeto del relato sucedieron así o asado, en tanto que nuestro mexicanísimo Moreira cuando quiere hablar de los precios de los huevos literalmente los sostiene y eleva (los huevos, por supuesto, no los precios) para educar al pueblo.

Y si Moreira, didáctico el individuo, desea describir cómo elijen a los candidatos en su partido, ¿cuál será el recurso visible y contundente al que recurrirá?, ¿un dedo enhiesto?

viernes, 25 de marzo de 2011

La lengua de la nota roja

A Jorge Ibargüengoitia le gustaba leer y analizar eso que llamamos “la nota roja” en los periódicos. Nos dejó en varios de sus inolvidables artículos publicados en Excélsior (y después reeditados como libros gracias a Guillermo Sheridan) agudas observaciones acerca de dicho género periodístico que bien podrían llamarse: “apuntes para una historia comparada de la nota roja en los años 70”, de los cuales cito uno especialmente divertido:

“En las mañanas compro un periódico inglés y en las tardes un periódico francés y en ambos leo, entre otras cosas, las notas rojas. Son periódicos respetables que nadie podría tachar de amarillistas”.


Se refería a The Guardian y Le Monde. Sigue el apunte de Ibargüengoitia: “Cada periódico tiene su estilo, pero los dos son discretos y hay que aprender ciertos giros de frase para entender lo que está pasando. Por ejemplo nunca ‘cayó el presunto asesino’ o ‘arrestaron al sospechoso’. Cuando tal cosa ocurre en el periódico inglés dice: ‘un hombre está ayudando a la policía en la investigación’, y en el francés, ‘una persona ha sido interpelada’. Esta presentación incolora no se hace por ganas de desinflar el drama, sino para no echar a perder el juicio, dándole al abogado defensor la oportunidad de alegar que el público – y por consiguiente el jurado- ha sido prejuiciado por la información de prensa”.

El comentario de Ibargüengoitia tiene más sustancia de lo que parece en una primera lectura: la lengua de la nota roja está determinada, en gran medida, por el respeto que el medio de comunicación se tiene a sí mismo, a sus lectores y a las instituciones de la sociedad en la que el medio existe. Si el medio – en último término: sus dueños- desprecia el sistema judicial del país le tendrá sin cuidado echar a perder un juicio a cambio de inflar el drama apelando sin rubor al morbo y al escándalo. Llevado ese caso hipotético al extremo tal medio de comunicación no tendrá empacho en cantar aparentes victorias de los delincuentes, si conjetura que con ello desnuda la incompetencia de un gobierno al que detesta.

Esta semana numerosos medios de comunicación y periodistas en México firmaron una especie de declaración de principios y criterios generales acerca de la cobertura de episodios violentos. Uno de los puntos de la festejada declaración de propósitos se refiere al uso del lenguaje, si mal no recuerdo, y específicamente en él se comprometen los firmantes a no utilizar la jerga de la delincuencia, lo que, a la postre, equivaldría a darle carta de naturaleza lingüística a las sandeces expresivas de los criminales quienes, por ejemplo, llaman “levantones” a los secuestros.

No me hago ilusiones acerca de la pureza de intenciones de todos y cada uno de los firmantes de la declaración; tampoco espero que algunos de ellos muten de la noche a la mañana de zafios iletrados a escritores o locutores capaces de valerse de un léxico y de una sintaxis decorosas, ya que sus deficiencias en la materia se antojan insalvables. Pero la propuesta es buena por sí misma.

Es de lamentar, en cambio, que dos o tres medios hayan logrado adquirir efímera notoriedad al abstenerse de firmar el acuerdo de buenos propósitos y es peor aún que se jacten de ello. Se trata, me parece, de una estúpida forma de singularizarse.

Ese es mi parecer, sólo eso. El juicio definitivo acerca de tales presunciones lo harán lectores, oyentes y videntes, con el correr de los días.

viernes, 18 de marzo de 2011

De la causa a la farsa

Un personaje estupendamente logrado de V. S. Naipaul (identificado tan sólo como “el padre de Willie Chandran” en “Media Vida”, en el capítulo inicial: “Una visita de Somerset Maugham”) me llevó a una reflexión perturbadora: la historia está repleta de aspirantes a “grandes hombres” que tuvieron éxito en su empeño y terminaron siendo monstruosos farsantes. Atrapados en su propia cadena de engaños, condenados a repetir hasta el último día de sus vidas el mítico papel que con todo entusiasmo les aplaudimos.

Ah, las grandes causas, como la justicia, la defensa de los más débiles, la resistencia pacífica contra la opresión, la lucha de clases, las reivindicaciones de las mujeres o de los obreros o de los campesinos, la conservación del ambiente y demás.

¡Con qué facilidad culminan las grandes causas en grandes embustes! Farsas a las que “el pueblo bueno”, las muchedumbres candorosas, los rebaños de opinión, siguen otorgando el carácter sagrado e intocable que solemos dar a los clavos ardientes, los cuales, así lo creemos, nos sirven de sostén para no caer en el abismo.

El otrora luchador social, o el filántropo encantador, o el predicador carismático o el rebelde de oficio, con frecuencia son conscientes de que han devenido en farsantes y en instrumento de otros farsantes, pero no pueden escapar al destino que se forjaron a pulso. Soñaron con hacer “algo grande”, lo lograron y quedaron atrapados.

En sus delirios arrastraron y seguirán arrastrando a miles (porque hay farsas que trascienden a los farsantes y son consagradas por los historiadores de ocasión), pero no hay remedio: la turba quería creer en alguien; la turba creyó en ellos gracias a los fabricantes de mitos – los medios - y están condenados a permanecer en el nicho de los santones.

Basta buscar un poco en la memoria y se pueden citar media docena de estos falsos héroes contemporáneos que suscitan fervores y fanatismos: el político que retóricamente desafió al sistema calificándolo de “mafia” explotadora; el filántropo que derrama cada diciembre, ante las cámaras de televisión, unas cuantas lágrimas conmovedoras al hablarnos de sus pobrecitos desharrapados; el sacerdote que provoca fervorosas conversiones en sus feligreses con sus sermones, aquél con fama de santo en vida y que más tarde – desengaño cruel – resultaría ser un abominable corruptor de menores.

Ah, las causas nobles y sus enredos morales. Zutano jura por lo más sagrado que no lo mueve el “obsceno” afán de lucro (a pesar de que se embolsa sin pudor las monedas que las muchedumbres candorosas dan sin reticencia a los admirables de turno), y lo dice con unción beatífica, como si obtener un beneficio material fuese un pecado y no una tendencia natural de los seres humanos que suele arrojar beneficios colectivos.

Farsantes que se dicen legítimos presidentes; farsantes que fuman pipa ocultos tras un pasamontañas; farsantes de lacrimosos discursos que saltan de la sacristía al escenario escudados en los desdichados a los que dicen proteger; farsantes que cedieron a la tentación de la fama y siguen representando hasta el final su papel de víctimas (porque ser víctima es carta de impunidad social y moral); farsantes que, alquilándose al mejor postor, hasta se sueñan futuros “presidentes ciudadanos”, pontífices laicos de la bondad sin límites.

Las grandes causas. Habría que tenerles miedo.

sábado, 12 de marzo de 2011

Pensamiento “progre” y pólvora mojada

El arsenal de soluciones “progresistas” frente a los problemas de la economía mundial empieza a dar claras señales de agotamiento.

Tomemos el caso de la Unión Europea. Nos guste o no, quien está ofreciendo respuesta a los problemas de viabilidad fiscal, y a la postre de crecimiento económico, es Alemania, a través del gobierno de Ángela Merkel. Y la respuesta no es “progresista” sino ortodoxa: saneamiento fiscal y productividad.

Además es una respuesta respaldada en los hechos: la economía más boyante en la Unión Europea es la alemana. Un dato para reflexionar: en diciembre pasado las exportaciones alemanas a China, que crecen a una tasa anual superior al 6.5 por ciento, sobrepasaron por primera vez a las exportaciones alemanas a Estados Unidos, que también crecen a buen ritmo. Detrás hay una causa: productividad.

Esto explica que gobiernos presuntamente “progresistas” como el de José Luis Rodríguez Zapatero en España realicen hilarantes acrobacias: por un lado promete a Merkel que pondrá la casa en orden y hará las reformas indispensables para levantar la famélica productividad de la economía, pero por otro tiene que calmar con mera retórica a sus clientelas partidarias: los líderes sindicales y esa progresía, ayer vociferante, incrustada en el PSOE.

Sin respuestas efectivas, sin reformas para la productividad, los mercados dictarán su veredicto final y arrojarán a la economía española al mismo cesto en el que pusieron hace meses a Grecia. Zapatero no tiene opciones. Es eso, poner la casa en orden, o la catástrofe.

Otro caso perturbador para la progresía ha sido Wisconsin. El flamante gobernador republicano, apoyado por el Congreso local, logró revertir el arreglo político que obligaba a la negociación salarial colectiva, esto es: con las dirigencias sindicales, en el caso de maestros y empleados del gobierno estatal. Es un golpe frontal a una de las “conquistas” más publicitadas durante décadas por el “pensamiento progresista”, pero fue una derrota inevitable ya que, simplemente, la reforma obedecía a un mandato indubitable de los electores.

Tan fuerte ha sido el golpe de Wisconsin, para el “progresismo” mundial, que la agencia propagandística cubana Prensa Latina está llamando a sus menguados seguidores a extender las protestas por todo el mundo. El llamado cae en el vacío porque la dura realidad indica que la decisión del gobierno de Wisconsin va en el camino correcto.

Scott Walker, el gobernador, lo definió así el pasado 23 de febrero: “el futuro de los niños en todo el estado no debe ser ensombrecido por la carga, de la deuda excesiva y del gasto público fuera de control, que la generación pasada heredó a la generación actual”.

Parece que la pólvora se le ha mojado al pensamiento progresista en el terreno que más le importa a la gente común: el de los resultados tangibles en términos de la economía cotidiana.
En la arena política es una batalla que enfrenta a las utopías desgastadas con los compromisos tangibles que se contabilizan sin adjetivos y con poder adquisitivo en los bolsillos.

En el mercado de las ofertas políticas parecen ir a la baja – en el ánimo de los electores – las promesas encendidas de que en un futuro indefinido habrá “comidas gratis”.

Gana terreno, en cambio, la convicción de que cada cual puede y debe tener en sus propias manos, no en las del líder político o sindical, la construcción de su futuro.

jueves, 3 de marzo de 2011

El engañoso “déspota benévolo”

El temperamento de mi amigo Gateau se ha dulcificado ya que contempla varias veces al día el hermoso lago Léman (fonética en francés: lak le ma). Tal vez por eso me compartió, generosamente, una peculiar idea:
“Este mundo estaría mejor si fuese gobernado por un déspota benevolente; a condición, desde luego, de que tal déspota fuese yo”.

No nos engañemos, muchos de los lectores comparten en su fuero interno la primera parte de la tesis de Gateau. Salvo casos raros, todos tenemos una magnífica impresión de nuestra propia benevolencia y de nuestra gran sabiduría (como decía el Gordo Basurto: “solemos estar encantados de habernos conocido”) y pondríamos gustosos tanta virtud al servicio de la humanidad. Cuán diferentes serían las cosas –pensamos- si la gente dejase en nuestras benditas y sabias manos la hechura de las leyes y la autoridad coercitiva para que esas magníficas leyes se cumpliesen siempre.

Al llegar a la segunda parte de la idea las discrepancias brotan y se enredan en millones: ¿por qué Gateau habría de ser el déspota admisible? Cada cual cree que el mejor de los déspotas benevolentes posibles es él mismo, nadie más.

Hasta Iósif Vissarióvich Dzhugashvili, conocido como Stalin, llegó a creer que él era el mejor de los posibles déspotas benevolentes. Supongo que las decenas de millones de seres humanos que fueron directa o indirectamente sus víctimas tuvieron otra opinión. Y les asistieron de veras buenas razones para ello.

El vehemente coronel Gadafi (que semeja, según Guillermo Sheridan, una cruza de Lady Gaga con un perro rottweiller) seguramente tiene una espléndida opinión acerca de sí mismo y de sus actos. Sin embargo, a muchos, a millones tal parece, los actos y palabras de Gadafi nos parecen abominables.

Sí, no me cabe duda que Gateau sería un déspota menos destructivo que Stalin o Gadafi, pero no por ello su ocurrencia del déspota benévolo deja de ser temible y aberrante.

Tal vez porque no nos hemos puesto de acuerdo acerca de quién sería, dentro de los posibles, el más benevolente y el más sabio de los déspotas es que se inventó la democracia. Sí, la democracia que Chesterton describía como el gobierno de la gente ordinaria, que decide sonarse la nariz por sí misma, en lugar de encomendar esa tarea a una niñera; por más hábil que tal niñera resultase para sonar narices ajenas.

Más: el hecho de que cada cual tienda a creer que posee la exorbitante cualidad de ser el mejor, el más bueno y el más sabio de los déspotas posibles, nos previene precisamente contra el peligro de soñar en autocracias virtuosas. No existen.

Reconozcamos que hay grados de tiranía y despotismo (hasta la fecha el campeonato histórico del más abominable déspota parecen disputárselo Hitler, Stalin y Mao) y que, vistos bajo cierta luz y en determinadas circunstancias, déspotas hay que hasta beneficios producen. Admitamos, incluso, que podría haber algún déspota tan políticamente correcto que fuese promotor de la ecología o de las justicieras reivindicaciones de las mujeres, o el principal protector de la salud de la humanidad capaz de borrar de la faz de la tierra el vicio de fumar (hay varios aprendices, que gozan al criminalizarnos a los fumadores).

Pero no; no, gracias. Déspotas no queremos, ni al más benévolo.

Gateau escucha las objeciones y contempla el lago azul. Se acaricia los bigotes y dice: “Tienes razón; olvida mi descabellada idea. Pero ¡apaga ese asqueroso cigarro!”.

jueves, 24 de febrero de 2011

Saber preguntar, saber responder

El reportero anunció: “Serían dos preguntas”. En realidad hizo tres preguntas estructuradas de forma confusa. Ahí empezó la comedia de las equivocaciones alrededor de los seis mil pesos mensuales de ingreso.

Todo esto puede saberse a partir de la lectura de la versión estenográfica de la conferencia de prensa que ofreció el lunes pasado el Secretario de Hacienda, y que está publicada en la página de Internet de la propia Secretaría (aquí).

Textualmente la primera pregunta, precedida de un largo circunloquio acerca de las percepciones de “la gente”, fue: “¿Cómo está la situación del país que con 15 mil pesos uno está en el club de los ricos?”.

A toro pasado (cuando todos somos mejores toreros), queda claro que tal pregunta merecía, a lo sumo, una respuesta como la siguiente: “Los datos que usted menciona son incorrectos. Si ese hipotético club de los ricos existiese sería el del 10 por ciento de los hogares mexicanos cuyos ingresos están en el décimo escalón más alto de la distribución del ingreso nacional (un club muy concurrido, por cierto, con más de diez millones y medio de miembros individuales). Según los datos de la encuesta ingreso-gasto de los hogares levantada en 2008, ese diez por ciento de los hogares más ricos, o menos pobres, empieza a partir de ingresos mensuales de 44 mil 349 pesos de 2008. En todo caso, esta conferencia de prensa es acerca del crecimiento del PIB durante 2010, no acerca de la distribución del ingreso. Respecto de su observación, a partir de comentarios recogidos en los portales de Internet, de que ‘la gente’, así en abstracto, ‘no está muy convencida de que el crecimiento económico se esté reflejando en el nivel de vida en sus bolsillos’ (sic), lo único que puedo decirle es que la percepción de cada cual acerca de su propio bienestar es irrefutable: sólo quien trae los zapatos puestos puede decir cuánto y en dónde le aprietan”.

Repito, esto puede concluirse a toro pasado, que es cuando hasta los más torpes podemos presumir que toreamos con algún decoro.

Una respuesta poco afortunada o confusa podría parecer la consecuencia más probable que se deriva de una pregunta impertinente y enredada; lo sorprendente es que haya quien a veces elabore buenas respuestas, a bote pronto, frente a farragosas disquisiciones, en forma de pregunta, que no tienen pies ni cabeza.
En muchas ocasiones vale la pena pedir a los interrogadores que reformulen o repitan sus preguntas debido a que no nos ha quedado claro qué es lo que desean saber. Claro, si es que acaso desean saber algo, porque en ocasiones se trata de encendidos reclamos disfrazados de preguntas, que sólo admiten tres posibles respuestas para no incriminarse: “sí”, “no”, “no sé”.

Otra observación sobre el enredo de los seis mil pesos: No he escuchado o leído hasta ahora la opinión al respecto de algún jefe de familia que, en efecto, perciba un ingreso mensual de sólo seis mil pesos.

Todos, tirios y troyanos, indignados y apenados, defensores y objetores, hemos pontificado con singular denuedo acerca de lo que sienten, viven y perciben dichas familias. Pero absolutamente todos los que opinamos públicamente obtenemos ingresos que están varios escalones arriba de ese escalón, que es más o menos el cuarto, contando de los menores a los mayores ingresos, del conjunto de diez escalones en los que estadística y convencionalmente se acomoda el ingreso nacional.

La voz pública está peor distribuida que el ingreso.

jueves, 17 de febrero de 2011

Subsidiar la demanda educativa

Tuve oportunidad de escuchar, en sendos noticiarios de la radio el miércoles por la mañana, al líder de la sección 22, Oaxaca, del sindicato de maestros. Concluí: si así es la mayoría de los maestros es una bendición el hecho de que con tanta frecuencia las niñas y los niños oaxaqueños se queden sin escuela.

Me recordó una frase de Mark Twain: “Nunca he permitido que la escolaridad impida mi educación”.

Y no lo digo porque el líder pareciese tonto, por el contrario mostró en sus declaraciones gran habilidad para llevar las aguas agitadas al molino de sus intereses gremiales. Lo digo precisamente porque tales intereses gremiales, los de la sección sindical que encabeza, van en la dirección opuesta al beneficio de los educandos. No podía ser de otra manera: los intereses gremiales van encaminados a la apropiación de más rentas para el gremio, el de los maestros sindicalizados, y colisionan con el interés de alumnos y padres de familia, que es obtener la mejor educación posible, como plataforma de desarrollo pleno.

En México, como en muchos otros países, nos hemos empeñado durante décadas en subsidiar la oferta educativa. Al hacerlo, al otorgar cuantiosos recursos públicos a los maestros y a la burocracia gubernamental que suponemos dedicada a las tareas educativas, hemos alimentado a inmensos elefantes blancos, parasitarios incluso, cuyo principal objetivo es acrecentar sus rentas y consolidar tal estado de cosas, refractario a toda competencia.

Subsidiar la oferta educativa deja a los supuestos beneficiarios finales (que debieran ser los educandos y sus familias) sin libertad para elegir las que consideren las mejores opciones. Mientras tanto, los auténticos beneficiarios del gasto, que son los sindicatos y la burocracia, tienen sus incentivos alineados en la dirección opuesta: ganarán más no en la medida que mejor eduquen sino en la medida que puedan presionar al administrador – el gobierno en sus diferentes niveles- a incrementar la dotación de dinero que reciben. Así, a mayor “problemática” educativa tiende a haber mayores recursos para dichos gremios y grupos. Es lógico que la generación de problemas sea, para ellos, un jugoso negocio.

No es malo que parte del gasto educativo que erogan las familias destinándolo a escuelas privadas sea deducible de impuestos, pero ése es sólo un pequeño paso hacia la verdadera solución que debe ser:

Subsidiar la demanda educativa, reorientar el gasto público corriente destinado a la educación para que lo reciban las familias sin intermediarios y elijan aquella que consideren que es la mejor oferta educativa disponible. Esa es la esencia del llamado “voucher” o cheque educativo que tan buenos resultados ha dado en países como Chile.

No se trata, en lo absoluto, de que el Estado renuncie a invertir en la educación, por el contrario.

Con el cheque educativo – que las familias sólo podrán gastar en pagar una oferta educativa supervisada y autorizada por las autoridades- el caudal de recursos públicos destinados a pagar los sueldos de maestras y maestros será el mismo y previsiblemente seguirá creciendo. Lo que cambia es quién tiene en sus manos la decisión para premiar, mediante el pago, las mejores ofertas educativas.

Los buenos maestros, cuyos incentivos estén alineados con el beneficio de los educandos, ganarán más y podrán desarrollarse. Los incompetentes serán desplazados; nadie o casi nadie querrá pagar sus servicios.

viernes, 11 de febrero de 2011

El “súper cuento” del “súper peso”

Si Gateau, mi amigo filósofo que vive a las orillas de un hermoso lago en Suiza, hubiese accedido a ir a Davos, al Foro Económico Mundial que todos los años se celebra en esa población alpina, tal vez habría escuchado declaraciones como la siguiente que la agencia Notimex le atribuyó el domingo 30 de enero al economista Guillermo Ortiz Martínez:

“Una apreciación excesiva del peso (mexicano) es inconveniente”.

Supongo que a Gateau, filósofo agudo, no le habría pasado inadvertida la burda tautología de la frase citada: ¿Alguien sabe de algo que siendo excesivo no sea inconveniente?, ¿puede algo ser excesivo sin convertirse por ello mismo en inconveniente?

Y supongo, conociendo a Gateau, que mi amigo filósofo se habría encogido de hombros ante la presunta declaración y habría dicho: “Ya ves porque no quise acercarme a ese campamento invernal de celebridades mundiales, ¿para qué?, ¿para escucharles bordar en el vacío?”.

Gateau parecería tener razón, pero debo advertir que tal vez no se dijo ahí lo que dicen que se dijo…No sería la primera vez que alguien reportase de forma equívoca lo que otro dijo y que nos encontrásemos en la penosa situación de estar discutiendo acaloradamente sobre lo que nunca existió.

Por ejemplo, algo que los fríos datos demuestran es que la conseja, tan repetida últimamente por algunos negociantes mexicanos, de que el peso experimenta una peligrosa apreciación frente al dólar – y que ya se ha motejado como el terrible caso del “súper peso” – es tan sólo un “súper cuento” alimentado por la ignorancia, el descuido al hablar y el interés de unos cuantos por aumentar sus ganancias a costa de infligir a los demás una pérdida en el poder adquisitivo de sus salarios.

¿Qué dicen los fríos datos?, que la cotización del peso mexicano frente al dólar es hoy entre 17 y 18 por ciento menor de lo que era en agosto de 2008 (cuenta rápida: un peso compraba casi un décimo de dólar en agosto de 2008, hoy un peso compararía apenas 8 centavos de dólar) justo en vísperas de la terrible crisis global que desató la quiebra de Lehman Brothers al mes siguiente. Los fríos datos nos dicen, también, que el peso es la moneda más depreciada frente al dólar entre un amplio conjunto de monedas de economías emergentes: Chile, Perú, China, Colombia, Brasil, India y Corea; la lista es en orden de las más a las menos apreciadas frente al dólar en el periodo que va de agosto de 2008 a enero de 2011.

Al respecto, le recomiendo al lector buscar en la red la presentación que hizo el subgobernador del Banco de México, Manuel Sánchez González, a economistas del sector privado el pasado miércoles 9 de febrero, titulada “Consideraciones sobre el tipo de cambio en México”. Estudiar y entender lo que ahí se dice es buena vacuna contra muchas tonterías que pululan en el ambiente, como son los torpes exhortos a que el banco central “actúe” para evitar que el peso se fortalezca.

Si, como hemos visto, este asunto del “súper peso” es un “súper cuento” (superlativo por la magnitud de la mentira), me parece prudente dudar de la exacta veracidad de las declaraciones que se atribuyen a economistas tan rodeados de prestigio.

Gateau desdeña noticiarios y periódicos y sentencia: “Cuando quiero deleitarme con ficciones prefiero leer a Flaubert”.

Por supuesto, Gateau es injusto: Las verdades son tan necias que a veces hasta se cuelan en las páginas de los periódicos.

martes, 8 de febrero de 2011

La primera minuta de Banxico en "nube de palabras"

Este programa de visualización ("Wordle") muestra el "peso" de cada palabra con significado autónomo (se eliminaron automáticamente las palabras más comunes en español, como conjunciones, preposiciones y artículos) dentro de un texto. El tamaño de cada palabra y el grosor de la misma en la gráfica está en relación directa al número de veces que se repiten en el texto analizado.
En este caso el texto se refiere al apartado 3 de la minuta número 1: "Análisis y motivación de los votos de los miembros de la Junta de Gobierno".
Wordle: La minuta 1 de Banxico en "nube de palabras" (Wordle)

domingo, 6 de febrero de 2011

Las idiotas carreras a la luna

Para el público que le escuchó, el pasaje más memorable del mensaje de Barack Obama sobre el estado que guarda su país fue la crítica que el presidente de los Estados Unidos hizo a la proliferación de instancias gubernamentales burocráticas, que no sólo son dispendiosas e improductivas sino absurdas.

A pesar de que las cuatro palabras más mencionadas por Obama en su mensaje fueron “gente”, “empleos”, “nuevo” y “trabajo”, la palabra que más recordaron los oyentes – de acuerdo con un sondeo realizado por National Public Radio (NPR) entre cuatro mil estadounidenses que atendieron el discurso-, fue “salmón”. Sí: salmón. Esto es, el pasaje del discurso en el que Obama hizo mofa de la burocracia. Y cito:

“Vivimos y hacemos negocios en la era de la información, pero la última gran reorganización del gobierno sucedió en la era de la televisión en blanco y negro. Hay doce agencias gubernamentales diferentes que tienen que ver con las exportaciones. Hay al menos cinco entidades diversas en el gobierno que atienden asuntos de la vivienda. Y este es mi ejemplo favorito: el Departamento del Interior está a cargo del salmón mientras éste está en agua dulce, pero el Departamento de Comercio es el que está a cargo del salmón cuando está en agua salada y he escuchado que el asunto es aún más complicado cuando los salmones están ahumados”.

El pasaje es cien por ciento el delicioso humor ácido de Mark Twain. Lo cual parece comprobar que Obama no sólo dice excelentes discursos, sino que éstos resultan tanto más empáticos para el pueblo cuanto más se alimentan de la gran tradición literaria de ese país.

La segunda observación es que al estadunidense medio de hoy le sigue gustando, como hace 30 años, que su Presidente sea un crítico despiadado de la burocracia y de la irrefrenable y odiosa afición de los gobiernos a meterse en todo lo divino y humano, incluso con los pretextos más descabellados. Por eso, entre otras cosas, Ronald Reagan era un “gran comunicador”, porque sabía mofarse del intervencionismo gubernamental. Verbigracia: “las palabras más aterrorizantes que uno puede escuchar son ‘soy del gobierno y estoy aquí para ayudarle’”.

El tercer punto: Obama quería emocionar al pueblo estadounidense infundiéndole otra vez el entusiasmo por ocupar el primer lugar en otra de esas artificiosas carreras entre naciones, con ganadores y perdedores. De ahí toda la palabrería sobre “los momentos Sputnik”; la cual, además, resultó un poco enrevesada, ya que se recordará que el “Sputnik” fue un duro revés que le asestó la entonces Unión Soviética a los Estados Unidos en la carrera espacial; revés del que por cierto, lanzados por John F. Kennedy, los Estados Unidos más que se repusieron poniendo al primer hombre en la luna. Fue palabrería de Obama que no hizo mella en el ánimo de sus oyentes.

Esto de las carreras entre países les encanta a políticos y medios de comunicación; ¿en los últimos meses cuántos veces hemos leído o escuchado las más variopintas comparaciones, la mayoría de ellas impertinentes, entre México y Brasil? Pero son competencias que nos dejan fríos a los simples mortales.

Las carreras a la luna o las carreras por ser “el país del momento” nos importan un comino, cuando un puñado de manifestantes idiotas, a quienes políticos y burócratas complacen como si fuesen la niña de sus ojos, nos impide llegar puntuales al trabajo.

Lo primero, diría el maestro Pero Grullo, sigue siendo lo primero.

sábado, 29 de enero de 2011

Atrapados en el dólar

Hace unos días Martin Wolf hacía esta sugerente pregunta en las páginas de Financial Times: ¿Por qué China detesta tener que amar al dólar?

De forma ilustrativa, pero no concluyente, podría responderse: China detesta amar al dólar por las mismas razones por las que sólo había algo que Charles de Gaulle odiaba más que la supremacía del dólar estadounidense como moneda de reserva mundial y eso era tener que resignarse a que así fuesen las cosas.

También hace poco salió a la luz un interesante libro del historiador Barry Eichengreen que desmenuza la historia de cómo llegó el dólar estadounidense a ser la moneda hegemónica. El largo título del libro de Eichengreen describe algo del asunto: “Exorbitante privilegio: El auge y la caída del dólar y el futuro del sistema monetario internacional”.

“Exorbitante privilegio”, como recuerda el mismo historiador, fueron las palabras con las que Valery Giscard D’Estaign, ministro de finanzas de De Gaulle en los años 60, expresaba su profundo disgusto ante dicha situación de dominio del dólar. Es una situación que le otorga a Estados Unidos un cúmulo de ventajas económicas (y también políticas) que, obviamente, irritaban y siguen irritando a muchos, no sólo al soberbio general De Gaulle.
Ante la airada queja, el secretario del Tesoro de Richard Nixon, John Connaly, respondía a los franceses: “Sí, es nuestra moneda; pero es vuestro problema”.

El gobierno chino, directamente o a través de sus emisarios disfrazados de académicos o de estudiosos del sistema financiero, lamenta con frecuencia tener invertida la mayor parte de sus cuantiosas reservas de divisas en valores denominados en dólares que hoy día, amén de producirle sólo una irrisoria y ruinosa tasa de interés, sirven para financiar los déficit gemelos de Estados Unidos: su estratosférico déficit fiscal y su abultado déficit en cuenta corriente. Esto significa, en breve, que millones de chinos trabajan muy arduamente por salarios muy bajos – y sin ninguna seguridad de permanencia laboral como la que estamos acostumbrados a tener en las “odiosas” economías libres- para que millones de consumidores estadounidenses tengan abundantes productos baratos fabricados en China y además tengan, “cortesía” principalmente de China vía sus reservas de divisas, el financiamiento barato para seguir comprando tales productos y poder “vivir por encima de sus medios”.

Lo lamentan de veras los chinos, pero no pueden hacer mucho para cambiar tal estado de cosas. Al menos, no pueden hacerlo en el corto plazo. No es tan sencillo salirse del dólar. Las alternativas para invertir sus reservas (si acaso pueden llamarse, en sentido estricto, alternativas) son peores: ¿yenes?, ¿euros?, ¿derechos especiales de giro?

Tampoco es tan sencillo que alguien – ni siquiera la Unión Europea a través del euro- entre al relevo del dólar estadounidense, como éste, el dólar, relevó a la libra esterlina en las primeras décadas del siglo XX. Europa primero tendría que poner en orden su casa, ardua y larga tarea que sólo Alemania, entre los socios grandes de la UE, parecería estar haciendo.

Moraleja: detrás de la paradoja de que el dólar siga siendo la moneda mundial de reserva y refugio, a pesar del terrorífico endeudamiento del gobierno y de los ciudadanos de Estados Unidos, está la gran fortaleza y flexibilidad que un sistema de libertades auténticas le ha dado a la economía de Estados Unidos a lo largo de su historia.

viernes, 21 de enero de 2011

La inflación y los presagios errados

¿Qué tan buena memoria tiene usted? A ver, hagamos una prueba: ¿Se acuerda cuál fue la inflación en México en el mes de enero del año pasado?
Lo más probable es que la inmensa mayoría de los mexicanos hayamos olvidado el dato, si es que alguna vez lo conocimos y le prestamos atención.

Sin embargo es un dato muy interesante cuando se contempla a un año de distancia. Terminemos con la incógnita: en el mes de enero de 2010 México tuvo una inflación muy elevada, el Índice Nacional de Precios al Consumidor creció en ese mes 1.09 por ciento. Mucho, de veras mucho.

¿Quiere usted hacer hoy el 22 de enero de 2011 una apuesta segura? Apueste que la inflación de este mes será notablemente menor a la que tuvimos hace un año. No tiene riesgo: ganará la apuesta.

No está por demás recordar muchos de los comentarios de alarma y de los pronósticos de sombrío pesimismo que el crecimiento de los precios suscitó por aquellos días entre no pocos políticos y periodistas.

¿Después de conocer el dato de la inflación mensual de enero de 2010, cuántos habrían apostado que la inflación anual en ese año terminaría siendo sólo de 4.4 por ciento? Casi nadie.

Por el contrario, sin rubor alguno sesudos analistas y políticos de voz estentórea y dedo flamígero (nota: el dedo flamígero es hermano gemelo del “dedo-en-la-llaga”), desdeñaron lo que entonces advirtió la Junta de Gobierno del Banco de México en su anuncio de política monetaria del 15 de enero de 2010: “Si bien para 2010 se espera un incremento de la inflación como consecuencia del cambio en las tasas impositivas y en precios y tarifas del sector público, las condiciones de holgura de la economía contribuirán a atenuar el traslado de dichos cambios a los precios al consumidor…Como los impactos directos sobre la inflación de modificaciones tributarias así como de correcciones a los precios y tarifas públicos son típicamente transitorios, los bancos centrales usualmente no los contrarrestan.” Y, en efecto, el Banco de México no pretendió contrarrestar, con decisiones de política monetaria, tales alzas. Y el tiempo le dio sobradamente la razón.

Hoy, en 2011, sorprendentemente algunos analistas (no muchos, por cierto, lo que indica que la mayoría de ellos sí tiene buena memoria), y muchos más políticos (un poquitín más desmemoriados o menos escrupulosos al momento de formular vaticinios), vuelven a levantar el dedo flamígero anticipando, con aire doctoral, que “la realidad (en materia de precios) que se perfila para 2011 es dolorosa para las familias mexicanas, especialmente las de menores ingresos”. Bien, habrá que guardar en el archivo estas tristes admoniciones y desempolvarlas en enero de 2012 para comprobar si se cumplieron tan sombríos presagios. Ya veremos.

Otra vez, echemos para atrás la película hasta enero de 2010 y recordemos que ese mes la tarifa del Metro de la ciudad de México subió 50% de golpe y porrazo y que la tasa del IVA, aplicable a miles de bienes y servicios, subió un punto porcentual. También subieron las tarifas de transporte público en varias ciudades, subieron los impuestos especiales a la cerveza y a ciertos servicios de telecomunicaciones. Fueron “golpes” fuertes, pero de una sola vez como lo advertía desde entonces el Banco Central.

En 2011, les recuerdo a los estimados amigos del dedo flamígero y el presagio sombrío, no hay ni habrá tales ajustes de impuestos y de tarifas. Obtengan sus conclusiones.

sábado, 15 de enero de 2011

Tres espectros que no cuajaron

En las primeras dos semanas de este año flamante detecto que algunos medios en México siguen buscando un asunto que nos conmueva hasta los huesos o que, al menos, nos produzca un escalofrío de horror que recorra nuestra espalda desde la médula espinal hasta la base del cráneo. Intento repetidamente fallido.

El problema para los encargados de conmover al mundo cada 24 horas o antes (eso, conmover al mundo, era lo que yo les pedía a los reporteros del periódico que dirigí en el agitado segundo semestre de 2008), es que no encuentran todavía el espectro capaz de sobrevivir a la intemperie de la opinión popular más de un día. La fabricación de fantasmas en este 2011 no será sencilla o tal vez los colegas periodistas llegaron con el instinto escandalizador un poco entumecido tras las efusiones del fin de año.

Menciono al vuelo, sin importar el orden cronológico, tres espectros que no han cuajado a pesar de los voluntariosos esfuerzos de sus creadores. Primero, se deseó desatar una epidemia de “hemofobia”, terror a la sangre derramada, con el estribillo de “no más sangre”. La consigna buscaba, saltó a la vista, convertir al gobierno federal y específicamente al Presidente en una especie de causa final de los cientos de muertes violentas acaecidas durante el 2010 en el país; pero no ha cuajado. Decir que en México estamos peor, en materia de hechos violentos, que en Afganistán es ya una temeridad improbable, pero es aún más increíble hacer responsable de todas y cada una de dichas tragedias al Presidente, cual si fuese un diosecillo cruel e insensible capaz de tripular a distancia millones de conciencias y de voluntades. Así, la epidemia de “hemofobia” no cuajó.

Después algún periódico capitalino probó suerte con el fantasma de la inflación recurriendo a una grosera falacia de composición: si suben algunos precios de alimentos el azote inflacionario está a la vuelta de la esquina. La estratagema fue desecha en cuestión de horas. Mi amigo el profesor Arturo Damm publicó un didáctico artículo que muestra con claridad que el alza en los precios de ciertos bienes y servicios – por entrañables que algunos de esos bienes parezcan, digamos: la tortilla-, no configura por sí misma la inflación; ello, porque la inflación es un fenómeno monetario. Otro amigo, Joel Martínez, les recordó a los aprendices de espantadores que la apreciación del peso más que neutraliza los efectos que dichas alzas aisladas pudiesen tener sobre la inflación. Y por si fuese poco Rodolfo Campuzano de plano desmintió el alarmista titular de primera plana en sus mismos términos: “La inflación no es una amenaza”, y explicó: la debilidad de la demanda interna impide que los aumentos de precios en los mercados internacionales se trasladen automáticamente a los precios locales. Estas explicaciones sí se conduelen con lo que dicen los números.

Un tercer fantasma diseñado para causar conmoción fue el tratamiento, carente no sólo de ética sino de un elemental decoro, que algún locutorcillo de la televisión le dio, en execrable entrevista, al tristísimo asunto de un cantante acusado de abusar sexualmente de una menor. Esta inmersión a fondo en el fango moral – que parece el medio de vida soñado por algunos – tampoco prosperó.

Será por eso que George Bernard Shaw decía: “Por lo visto, los periódicos no saben distinguir un accidente de bicicleta del hundimiento de la civilización”.

sábado, 8 de enero de 2011

Propuesta disparatada: “usar” las reservas

Con cierta regularidad aparecen en los medios de comunicación declaraciones de algunos políticos proponiendo “usar” parte (o la totalidad, incluso) de las reservas de divisas para fines tan encomiables como construir escuelas, hospitales e infraestructura de transporte o tan demagógicos como subsidiar (aún más) el precio de las gasolinas o la producción de películas mexicanas no comerciales (es decir: tremendamente aburridas). Estas propuestas revelan mucho acerca de la ignorancia, en materia económica, contable y financiera, de quienes las emiten.

Hay, entre otros, dos errores básicos en estas propuestas. El primer error es creer que las reservas de divisas son una especie de “guardadito” que tiene la Nación – esto es: todos los mexicanos – para enfrentar necesidades apremiantes o satisfacer demandas emergentes. No es así. Las reservas de divisas pertenecen al Banco Central, no al gobierno, ni siquiera a la Nación. El Banco Central, de hecho, se endeuda para adquirir las reservas. Las reservas no son un excedente que haya logrado el Banco Central, mucho menos el país, son la contrapartida de la moneda nacional en circulación o depositada por otros en el Banco Central. Lo cual nos lleva al segundo error, que proviene del desconocimiento de un principio contable básico aplicable también a los bancos emisores de moneda.

El principio básico de contabilidad al que me refiero se puede expresar de manera simple así: el activo (aquello que tengo o que me deben) es siempre equivalente a la suma de los pasivos (aquello que debo) más el capital contable.

Para un banco emisor de moneda – que eso es un Banco Central- sus pasivos son los billetes y monedas que emitió más los depósitos que otros agentes económicos, el gobierno y/o intermediarios financieros, le han confiado; en tanto que la mayor parte de su activo son precisamente las reservas de divisas (es decir, valores nominados en monedas distintas a la que emite el propio Banco). Tomemos, como ejemplo, los datos del estado de cuenta del Banco de México al 31 de diciembre de 2010: Su activo fue de 1 millón 518, 485 millones de pesos (esto es: más de un millón de millones de pesos) que es exactamente lo mismo que el valor de sus pasivos más su capital contable. El 92.3 por ciento del activo fue, en dicha fecha, la reserva internacional o las reservas de divisas (1 millón 402, 872 millones de pesos) equivalentes a 113,597 millones de dólares.

Para que ese activo disminuya (a eso equivale “usar” las reservas al tenor de las propuestas de algunos políticos) tendría que disminuir exactamente en la misma cantidad el pasivo (pesos en circulación o depósitos del gobierno federal o de otros agentes económicos en el Banco Central) y/o el capital contable del propio Banco de México. Alguien tendría que pagar en pesos al Banco Central las divisas que se deseen usar y esos pesos sólo podrían salir o del dinero circulante (que obviamente tiene dueños que no son el Banco Central) o del dinero depositado por otros agentes en el Banco Central.

El gobierno federal podría usar sus depósitos en el Banco Central para adquirir divisas de las reservas, volverlas a cambiar a pesos y gastar ese dinero; pero ésa sería una operación absurda por innecesaria: ese dinero, en pesos, ya lo tiene el gobierno.

Así, quien propone “usar” las reservas de divisas para un propósito de gasto público sólo está proponiendo un disparate mayúsculo.