miércoles, 31 de octubre de 2018

La bofetada de la "mano invisible"

"Si desafías a los mercados, perderás". 

En estos días hemos leído o escuchado esa sentencia, formulada de distintas formas, más o menos educadas, más o menos silvestres, con mejor o peor sintaxis. La sentencia es la misma: "No hay forma de ganar si le haces la guerra a los mercados".

Fascinante, porque hemos tenido oportunidad de "ver" actuando a la mano "invisible". Ojo: no he dicho que hayamos visto la mano invisible del mercado, hemos visto, y padecido en muchos casos, su tremenda bofetada, una bofetada en defensa propia -dicho sea de paso- porque la mano invisible no empezó esta guerra absurda.



La mayoría de las personas que suelen referirse a la metáfora de los mercados como una mano invisible que acuñara Adam Smith, ya sea para mofarse de la analogía, para condenarla o para reverenciarla, no conocen la referencia directa, y el contexto, en el cual Adam Smith, el filósofo y economista escocés, recurrió a esta genial metáfora.


Sólo una vez en su más célebre tratado de economía, Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, publicado en Londres en dos volúmenes, en 1776, Smith recurre a la metáfora, es exactamente en el noveno párrafo del segundo capítulo del libro cuarto del tratado. Para el caso de la edición en español del Fondo de Cultura Económica de 1958, que es traducción de la edición de Edwin Cannan con una introducción de Max Lerner, la referencia a la mano invisible está en la página 402 y puede leerse ampliando la foto de abajo. 



Vale la pena citar el párrafo de marras (sigo la edición del FCE) para entender, de veras, el extraordinario valor explicativo de esta metáfora:

"Ninguno se propone, por lo general, promover el interés público, ni sabe hasta qué punto lo promueve. Cuando prefiere la actividad de su país a la extranjera, únicamente considera su seguridad, y cuando dirige la primera de tal forma que su producto represente el mayor valor posible, sólo piensa en su ganancia propia; pero en éste como otros muchos casos, es conducido por una mano invisible a promover un fin que no entraba en sus intenciones. Mas no implica mal alguno para la sociedad que tal fin no entre a formar parte de sus propósitos, pues al perseguir su propio interés, promueve el de la sociedad de una manera más efectiva que si esto entrara en sus designios. No son muchas las cosas buenas que vemos ejecutadas por aquellos que presumen de servir sólo el interés público".


Y ya lo vimos en México desde la noche del domingo, y el lunes, y el martes y hoy, miércoles. Lo que escribió Adam Smith es puntualmente cierto. Sería fascinante, desde un punto de vista académico, si esta victoria de los mercados no significase millones de tragedias, pequeñas, grandes, medianas, para personas de carne y hueso que, paradójicamente, formamos una minúscula parte de esa entidad que llamamos "el mercado" o "los mercados" y que termina siendo invisible e inasible.

No se trata de si "el poder político" puede o no puede más que "el poder económico". No, el asunto es diferente: Se trata de que no hay manera de vencer en una guerra contra un enemigo invisible e inasible, multiforme, cambiante, que adopta decenas de miles, millones, de rostros y condiciones. 

En un momento, parece ser el estereotipo del adinerado magnate que dibujan algunos caricaturistas, pero de inmediato muta y se te aparece con el rostro de un anciano jubilado que recibe su pensión mensual y reniega porque esta vez no le alcanzará para comprar todas las medicinas que necesita, segundos después es el rostro de un joven que discute acalorado con su jefe porque considera que no se le han dado oportunidades de crecimiento en la empresa en la cual aún trabaja, mientras no encuentre otra opción mejor para sus intereses...

El mercado, en fin, es un "nosotros" en el que unos pueden menos y otros más, pero en el que todos buscan su interés: ganar o, en el peor de los casos, no salir perdiendo o perder lo menos posible. Lo cual en sí mismo, desde luego, es absolutamente legítimo. Es moralmente irreprochable.

El mercado es la resultante de una suma de intereses diversos, a veces contrapuestos, a veces parecidos. Los mercados a veces adoptan la forma de un regateo entre unos que quieren subir una colina y otros que quieren bajarla, y a veces, como ahora, parece una estampida que arrolla todo lo que se atraviese en su carrera.

¿Hay manera eficaz y eficiente de "cubrir" semejante frente cuando  alguien desde el poder político le quiere hacer la guerra? No la hay. Quien desafíe al mercado, perderá.

Por eso, no se puede culpar a quien - sea grande, mediano o pequeño, sea socialmente irrelevante o poderoso y célebre, sea joven o viejo-, no quiera poner en riesgo lo poco o mucho que tenga o aspire a tener y se ponga, en esta guerra absurda, del lado que obviamente ganará, del lado del mercado.

Eso es todo. 

Nota no tan casual: No sólo el presidente electo tiene libros que presumir.




martes, 30 de octubre de 2018

Lo que nos enseñan las malas noticias

Lección uno: "El peor escenario también debe considerarse factible",

Unas horas antes de que se confirmara la nefasta decisión de cancelar la obra en curso del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México en Texcoco, escuché una fascinante e inteligente previsión (hipótesis) acerca de lo que sucedería. En breve, el alegato fue: "Esto de la consulta popular será sólo una forma del futuro nuevo gobierno para justificar la decisión racional y conveniente, que es continuar con la construcción en Texcoco, sin pagar un alto costo en términos de popularidad ante su base de apoyo más radical".

La previsión me sonó razonable y hasta racional; solemos creer que los seres humanos, siempre que tenemos oportunidad de hacerlo, tomamos decisiones racionales. De ahí que digamos "no hay locos que coman lumbre", "Fulano no es suicida y sabe que hacer eso no le conviene, por lo tanto: no lo hará". En la vida real no siempre funciona esa premisa de la conducta racional. 

Si siempre todos los seres humanos tomásemos nuestras decisiones "racionalmente", y viendo por nuestro propio bien, no habría suicidios, no habría adicciones terriblemente dañinas para los propios adictos, no habría matrimonios fallidos, no habría crímenes pasionales, no habría personas que destrozan su patrimonio, su familia y a sus seres queridos aparentemente sin querer hacerlo...Y todo eso, desde luego, existe.

Así pues, comprobación ex post facto, "a toro pasado": es un error presuponer que las decisiones ajenas siempre serán racionales o incluso razonables. 

Lo posible es posible, aunque nos parezca poco probable.

Lección dos: "Una persona patológicamente narcisista seleccionará como sus más confiables consejeros a quienes le complazcan, nunca a quien sea sea capaz de contradecirle". 

Lo escribió y describió con gran acierto Jesús Silva Herzog Márquez en la frase final del artículo publicado ayer, lunes 29 de octubre, en el diario "Reforma": "Un fanático de sí mismo prefiere ser engañado a ser contrariado".



Por eso, suponer que un líder aquejado de narcisismo patológico escuchará opiniones, advertencias o análisis que pongan en duda sus prejuicios, contradigan sus deseos, o confronten sus aversiones y resentimientos es una mera ilusión. 

De hecho, desde la conformación del círculo de colaboradores más cercanos del líder narcisista se pone en marcha una suerte de "filtro natural" que excluye del grupo a aquellos que muestren un pensamiento independiente, capacidad de observar y deducir por su cuenta y, obviamente, de expresar sin temor y sin ambages lo que consideran correcto y verdadero, aun cuando ello contradiga los deseos, los estereotipos o los prejuicios del líder. 

Por el contrario, en la tarea de formar parte del círculo de colaboradores "confiables" para el líder destacarán aquellas personas de menor integridad moral y de inexistente o endeble honestidad intelectual, proclives a prodigar adulaciones al jefe, hábiles para ajustar su retórica a los lineamientos de quien preside, incluso dispuestos a torcer y retorcer sus conocimientos técnicos (si los tuviesen) y a pervertir su saber para convertirlo en sofismas que satisfagan al líder adicto a sí mismo.

Este es el caso ante el que estamos y ayer, lunes 29 de octubre, quedó de manifiesto para quienes aún nos empeñábamos en ofrecer "el beneficio de la duda" (una frase tan usada y abusada en estos tiempos en México) a quien durante años y en repetidas ocasiones se mostró como lo que es: una persona aquejada de una profunda dolencia moral y emocional (narcisismo) que le lleva a poner su adicción a sí mismo por encima de todo, de absolutamente todo.

De forma rápida los pocos colaboradores y consejeros capaces y, sobre todo, honestos intelectualmente, serán desplazados o ellos mismos se alejarán porque les repugna la mentira y tienen, aún, una autoestima moral que preservar. Al respecto, es muy aleccionador el capítulo X de "Camino de servidumbre" de Friederich A. Hayek que, significativamente, se titula: "Por qué los peores se colocan a la cabeza".

La última y tercera lección es: "Deja de usar el espejo retrovisor para prever lo que hay adelante". 

Una vez que has aprendido con quién tratas y lo que es capaz e incapaz de hacer, dirige la mirada hacia el futuro y aplica ese aprendizaje de inmediato. No caigas en la ilusión de que el adicto mágicamente dejará de serlo o de que, ante la presencia de la droga, actuará racionalmente. 

Tampoco vale la pena perder tiempo, que podrías usar en prevenir futuros riesgos y peligros, en lamentarse o en curarse las heridas pasadas; esas ya cicatrizarán.

Eso es todo, por hoy.

martes, 16 de octubre de 2018

El día que el peluquero interrumpió su relato...

Hace un par de años, en otro sitio, rescaté esta historia magistralmente relatada por Manuel Rivas en "Las voces bajas". Hoy, en tiempos de enconos alentados desde el poder inminente, en días de confusión e incertidumbre, vale la pena volver a rescatarla.
Va:

Un peluquero gallego. Francisco Barrós, tío del escritor Manuel Rivas, combinaba el arte de cortar el cabello con el de la narrativa. Punteaba sus relatos con un abrir y cerrar de las tijeras en el aire, como puntos y aparte - imagino- o como inicio de un nuevo capítulo si la narración era extensa.
Manuel Rivas en "Las voces bajas" cuenta de la única vez que su tío, el peluquero contador de historias, dejo un relato inconcluso. Vean:
"Sólo una vez Francisco Barrós cerró la boca en medio de una historia y no pudo continuarla. En el relato aparecía un momento de terror, cuando unos falangistas irrumpieron de noche en la casa para llevarse al padre, nuestro abuelo de Corpo Santo, con la intención de matarlo. Y entonces el viejo, un desconocido, al que estaba afeitando, soltó:

-- Tal vez yo era uno de ellos...
Añadió con aire fardón, mirando de reojo: <>.

"Y él, Francisco, mantuvo el pulso. Asentó la navaja en el cuero. Recorrió aquel rostro con el filo hasta ultimar la espuma. Le dio dos palmadas de loción, del derecho y del revés. ¡Plis plas!

-- No vuelva por aquí.
-- ¿Cuánto debo?-- dijo el otro sorprendido.
-- Déjelo para las misas de difunto. Falta le hará para salvar el alma."
Uf.