miércoles, 16 de enero de 2019

"¿Dónde está la vida que hemos perdido en vivir?"

En traducción de Jorge Luis Borges he encontrado este poema de T. S. Elliot, hermoso y profundo, que tanto dice hoy:

Se cierne el águila en la cumbre del cielo.
El cazador y la jauría cumplen su círculo.
¡Oh revolución incesante de configuradas estrellas!
¡Oh perpetuo recurso de estaciones determinadas!
¡Oh un mundo del estío y del otoño, de muerte y nacimiento!
El infinito ciclo de las ideas y de los actos.
Infinita invención, experimento infinito,
Trae conocimiento de la movilidad, pero no de la quietud:
Conocimiento del habla, pero no del silencio;
Conocimiento de las palabras e ignorancia de la Palabra
Todo nuestro conocimiento nos acerca a nuestra ignorancia,
Toda nuestra ignorancia nos acerca a la muerte,
Pero la cercanía de la muerte no nos acerca a Dios.
¿Dónde está la vida que hemos perdido en vivir?
¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información?
Los ciclos celestiales en veinte siglos 
Nos apartan de Dios y nos aproximan al polvo.

Citado por Borges en El Hogar, Buenos Aires, 25 de junio de 1937.
Textos cautivos, pp. 142-143

Recopilado por Felipe Garrido en "La máquina de pensar y otros diálogos literarios", Alfonso Reyes/ Jorge Luis Borges, edición especial por el Día Nacional del Libro, 12 de noviembre de 1998, México, SEP, Cámara Nacional de la Industria Editorial y Asociación Nacional del Libro, A.C.  (Edición no comercial, que se distribuyó de forma gratuita).


viernes, 30 de noviembre de 2018

Elogio de la tecnocracia

Tenemos dos grandes tareas en esta vida: descifrar y cifrar. En ese orden: entender y, después, darnos a entender.

La cultura del espectáculo, a la que me he referido como "la maldición del escaparate" , nos lleva con frecuencia a invertir ese orden con consecuencias desastrosas. La prisa por "decir algo" o por encerrar en una fórmula, en una frase o en una simple etiqueta, (eso es "cifrar") la complejidad de lo real, conduce con abrumadora frecuencia a la proliferación de interpretaciones simplistas, que si bien calman de momento nuestro prurito por explicarnos el mundo son, a la postre, disparates. 

La red que arrojamos al mar está tan mal tejida que a lo sumo pescamos dos o tres desechos, restos salitrosos o vestigios de limo de algún alga podrida. ¡Y a eso le llamamos "hallazgo" y nos regodeamos exhibiéndolo como el "no va más" de la sabiduría!

Hoy, 30 de noviembre, en la víspera de que en México se inicie un nuevo periodo presidencial, algunos propagandistas nos ofrecen algunas "fritangas de bajo costo para consumo de intelectos escuálidos", etiquetas, pues, que pretenden cifrar en unas palabras carentes de sentido todo la complejidad y riqueza de lo real. Nos dan "antojitos" para engañar el hambre de saber. Tal es el caso de un par de fórmulas simplonas y tontas que hallé en las "redes sociales", esas redes mal tejidas y peor usadas que bendicen los bisoños pescadores.

Primera fritanga de bajo costo: "Termina la era de 30 años de tecnocracia y empieza la cuarta transformación".

Segunda fritanga, misma basura intelectual y bajo costo, diferente presentación: "Finaliza la larga noche del neoliberalismo".

Patrañas que no merecen atención y dicen más sobre la precariedad intelectual y analítica de sus autores, que sobre los hechos actuales y por venir. Sin embargo, me llamó en particular la atención esa fantasía infantil de que de un día para otro se esfumará eso que llaman "tecnocracia".

En sentido estricto, la tecnocracia sería el predominio de la técnica, que es la forma correcta de hacer las cosas para lograr algo, sobre los meros deseos voluntariosos o fantásticos. 

No es que a quien se atiene a la técnica, para hacer algo, le falte la buena voluntad que parece sobrarle al soñador, se trata simplemente de que quien se ajusta a la técnica (o a la ciencia, de la cual se deriva la técnica) sabe lo que el soñador ignora, ya sea porque nadie ha tenido la bondad de enseñarle al soñador, o porque el soñador se empeña en no saber, será que teme enfrentarse con los límites de la realidad o porque le fatiga la tarea laboriosa e interminable de descifrar y prefiere imaginar, fantasear. Cifrar patrañas sin descifrar realidades...

Lo siento, pero dos más dos seguirán sumando cuatro. Y para tomarnos un buen café seguiremos necesitando, además de buenos granos de café, ajustarnos a la técnica correcta para elaborarlo (hacer un buen café "con amor" es algo maravilloso, pero sin buenos granos de café y sin técnica no tendremos buen café, aunque derrochemos amor o buenos deseos). 

Para levantar un edificio seguirá siendo necesario empezar por unos buenos cimientos...

 y para cuadrar las cuentas fiscales seguirá siendo necesario ir en orden: primero, saber lo que tenemos; después, calcular correctamente lo que debemos; tercero, hacer la resta para saber lo que nos falta (déficit fiscal) y, al final, buscar una forma viable, factible, de allegarnos los recursos que nos faltan para cuadrar lo que tenemos con lo que nos proponemos gastar.  O gastar menos, eliminando, con buena técnica (no con deseos o revanchas dictadas por la pasión o el resentimiento), lo menos indispensable.

¿Tecnocracia? Sí. Y no porque la técnica mande, sino porque la realidad no tiene puerta de escape. Y la realidad, ella sí, manda y sin "realidades alternativas", queramos o no.






sábado, 17 de noviembre de 2018

Lecciones sencillas de Hacienda Pública en el siglo XVI... o en el XXI

Era tan poderoso el imperio de Felipe II, presumía él mismo, que en sus tierras "jamás se ponía el sol", pero era un imperio en quiebra.


En enero de 1574 el propio Felipe II (un rey lleno de tremendos contrastes: piadoso y cruel; meticuloso y desordenado; detallista y tosco; cortés y odioso) tuvo que admitir que o se ponía orden en la Hacienda Pública o su imperio se derrumbaría en breve. 

Entre otras cosas, mantenerse en constante estado de guerra en lugares tan distantes como lo pueden estar los Países Bajos de la Florida o de Túnez costaba una fortuna, por no hablar del sostenimiento de una burocracia pesada, obsesiva con el papeleo (a imagen y semejanza del soberano) y la proliferación de reglas y disposiciones (frecuentemente contradictorias entre sí, también a imagen y semejanza del soberano aficionado como el que más al "disimulo" y a ocultar sus intenciones genuinas) así como de una corte pletórica de ambiciosos y taimados.

Fue así como, después de largas cavilaciones y no sin temor (porque Felipe II rehuía firmemente el otorgar poderes amplios a ningún funcionario), decidió nombrar a Juan de Ovando, hasta entonces presidente de Indias, también como presidente de un flamante Consejo de Hacienda con amplísimos poderes y con la misión imperiosa de supervisar "todas las actividades fiscales de la Corona y él solo (Ovando) se encargaría de informar directamente al rey, dinamizando de este modo tanto la elaboración como la puesta en práctica de las medidas a adoptar" (ver: Felipe II, la biografía definitiva, de Geoffrey Parker actualizada en septiembre de 2009, Grupo Planeta 5a. edición, Cito la edición de Kindle, posición 11183-11186).

Ovando envió un documento al rey en el que "se centraba en los problemas fiscales concretos a los que se enfrentaba la Corona, procurando hacerlo de forma que pudieran ser comprendidos incluso por el rey. Lo escribió todo con una caligrafía inusualmente grande y utilizando sólo términos sencillos, como si se dirigiera a un niño pequeño, bajo el encabezamiento «Para nos entender y podernos valer de la Hazienda Real, es menester, tomándolo de raíz, considerar quatro cossas»..."

Vale la pena citar textual, y en su forma original, "las cuatro cosas" que expone Ovando a Felipe II porque son toda una lección de política fiscal. Aquí van:


«1. Que es lo que tenemos». Ovando calculaba los ingresos anuales de la Corona de Castilla «sobre que se puede hazer y está hecha situación [de juros], según lo que valió el año de 1573»: el total ascendía a poco más de 5,6 millones de ducados. «2. Que es lo que devemos». Aquí Ovando detallaba esta «situación», el valor actual neto de los juros reembolsables a partir de los ingresos anteriormente citados, algunos asignados ya con seis años de antelación, junto con la cantidad debida en los asientos a corto plazo. El total alcanzaba más de 73 millones de ducados, más de trece veces los ingresos anuales de Castilla. «3. Qué nos resta, falta y hemos menester». Ovando apenas necesitaba afirmar lo obvio, pero, para educar a su rey, lo hizo: «Resta qué nos devemos mucho más que tenemos de renta, y que nos falta todo lo qué es menester.» Entre los pagamentos imprescindibles destacó: casi 100.000 ducados al mes para la casa real y la defensa local. 250.000 más cada mes para el interés en juros. un millón de ducados al mes para los «exércitos de mar y tierra que basten para refrenar y sujetar los enemigos turcos y hereges». Ovando calculaba el total de los compromisos de la Hacienda en casi 50 millones de ducados, mientras que sus activos, según le recordaba a su señor, no superaban los 5 millones. «4. De donde y como lo proveeremos». Sorprendentemente, Ovando no sugería una reducción del gasto destinado «para refrenar y sujetar los enemigos turcos y hereges, porque es cierto que sino los sujetamos que nos han de sujetar». En cambio, proponía dos formas de encontrar los fondos para las dos guerras: aumentar los ingresos y reducir los pagos a los asentistas. Para lo primero, se mostraba partidario de más incrementos y ampliaciones en el encabezamiento de las alcabalas (algunos de los nuevos impuestos se utilizarían para amortizar la deuda pública: el desempeño), así como de incautar todo el oro y la plata que llegara en las próximas flotas procedentes de América, tanto si iba destinado a particulares o a pagar a los acreedores de la Corona. Para reducir el pago de la deuda, recomendaba no sólo bajar unilateralmente el tipo de interés sobre los juros existentes, sino también emitir un decreto de suspensión de pagos que confiscaría tanto el capital como los intereses acumulados en todos los asientos firmados con banqueros desde 1560, obligando a los asentistas a aceptar nuevos juros como amortización. Ovando insistía en que estas tres medidas debían entrar en vigor simultáneamente: las Cortes incrementarían el encabezamiento en el mismo momento en que el rey emitiera el decreto y sus funcionarios en Sevilla confiscaran el tesoro."

Hasta aquí la larga cita de la muy pedagógica exposición de Ovando. A mi juicio, es magistral la sencillez con la que resume los cuatro pilares de una política hacendaria o fiscal y el orden en que deben analizarse: 1. Lo que tenemos, 2. Lo que debemos, 3. Lo que necesitamos, esto es: el déficit fiscal y 4. Cómo financiaremos el déficit fiscal.

¿Qué pasó?
Que a Felipe II, quien sin duda era un hombre sagaz y muy inteligente, pero también imbuido de una inamovible convicción mesiánica (nunca dudó de que él estaba destinado por Dios a defender la fe católica, en un mundo lleno de acechanzas de herejes e infieles), le pareció el plan fiscal de Ovando demasiado ambicioso y optó, fiel a su acendrado "mesianismo", por dejar las cosas en manos de la providencia divina. Por supuesto, la mayor parte de sus ministros y consejeros apoyaron ese peligroso abandono "providencialista". 

Parker lo expresa así:

A Felipe le parecía un plan demasiado ambicioso, y lo rechazó en favor de una ofensiva que le ayudase a lograr la intercesión divina. En marzo de 1574, cuando llegaron noticias tanto de la invasión de Luis de Nassau en los Países Bajos como de la venida de una enorme flota turca para vengar la pérdida de Túnez y Bizerta, Felipe instó a los clérigos de Castilla a rezar por un milagro, pues resultaba «tan necesario, como tenéis entendido. Y con esto espero en su [divina] misericordia que la tendrá de nosotros, pues es suya la causa, y serlo, y lo que se pierde de su servicio y religión, es lo que más pena me da en estos negocios y cuydado».

¿Confió Felipe II en demasía en la intervención divina? No lo creo, más bien pareciera que la invocación a Dios y a su providencia (como si Dios desease las guerras de religión y, a la postre estuviese al servicio de Felipe II, en lugar de que éste fuese el humilde siervo de Dios que pretendía ser) era una forma disimulada (ah, el sempiterno disimulo de Felipe II) de alimentar su gran narcisismo y eludir, al fin y al cabo, la responsabilidad que conlleva la libertad.

Que cada cual entienda, aquí y ahora, en México y en vísperas de que conozcamos el primer plan fiscal de un nuevo gobierno, lo que haya menester. 






miércoles, 31 de octubre de 2018

La bofetada de la "mano invisible"

"Si desafías a los mercados, perderás". 

En estos días hemos leído o escuchado esa sentencia, formulada de distintas formas, más o menos educadas, más o menos silvestres, con mejor o peor sintaxis. La sentencia es la misma: "No hay forma de ganar si le haces la guerra a los mercados".

Fascinante, porque hemos tenido oportunidad de "ver" actuando a la mano "invisible". Ojo: no he dicho que hayamos visto la mano invisible del mercado, hemos visto, y padecido en muchos casos, su tremenda bofetada, una bofetada en defensa propia -dicho sea de paso- porque la mano invisible no empezó esta guerra absurda.



La mayoría de las personas que suelen referirse a la metáfora de los mercados como una mano invisible que acuñara Adam Smith, ya sea para mofarse de la analogía, para condenarla o para reverenciarla, no conocen la referencia directa, y el contexto, en el cual Adam Smith, el filósofo y economista escocés, recurrió a esta genial metáfora.


Sólo una vez en su más célebre tratado de economía, Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, publicado en Londres en dos volúmenes, en 1776, Smith recurre a la metáfora, es exactamente en el noveno párrafo del segundo capítulo del libro cuarto del tratado. Para el caso de la edición en español del Fondo de Cultura Económica de 1958, que es traducción de la edición de Edwin Cannan con una introducción de Max Lerner, la referencia a la mano invisible está en la página 402 y puede leerse ampliando la foto de abajo. 



Vale la pena citar el párrafo de marras (sigo la edición del FCE) para entender, de veras, el extraordinario valor explicativo de esta metáfora:

"Ninguno se propone, por lo general, promover el interés público, ni sabe hasta qué punto lo promueve. Cuando prefiere la actividad de su país a la extranjera, únicamente considera su seguridad, y cuando dirige la primera de tal forma que su producto represente el mayor valor posible, sólo piensa en su ganancia propia; pero en éste como otros muchos casos, es conducido por una mano invisible a promover un fin que no entraba en sus intenciones. Mas no implica mal alguno para la sociedad que tal fin no entre a formar parte de sus propósitos, pues al perseguir su propio interés, promueve el de la sociedad de una manera más efectiva que si esto entrara en sus designios. No son muchas las cosas buenas que vemos ejecutadas por aquellos que presumen de servir sólo el interés público".


Y ya lo vimos en México desde la noche del domingo, y el lunes, y el martes y hoy, miércoles. Lo que escribió Adam Smith es puntualmente cierto. Sería fascinante, desde un punto de vista académico, si esta victoria de los mercados no significase millones de tragedias, pequeñas, grandes, medianas, para personas de carne y hueso que, paradójicamente, formamos una minúscula parte de esa entidad que llamamos "el mercado" o "los mercados" y que termina siendo invisible e inasible.

No se trata de si "el poder político" puede o no puede más que "el poder económico". No, el asunto es diferente: Se trata de que no hay manera de vencer en una guerra contra un enemigo invisible e inasible, multiforme, cambiante, que adopta decenas de miles, millones, de rostros y condiciones. 

En un momento, parece ser el estereotipo del adinerado magnate que dibujan algunos caricaturistas, pero de inmediato muta y se te aparece con el rostro de un anciano jubilado que recibe su pensión mensual y reniega porque esta vez no le alcanzará para comprar todas las medicinas que necesita, segundos después es el rostro de un joven que discute acalorado con su jefe porque considera que no se le han dado oportunidades de crecimiento en la empresa en la cual aún trabaja, mientras no encuentre otra opción mejor para sus intereses...

El mercado, en fin, es un "nosotros" en el que unos pueden menos y otros más, pero en el que todos buscan su interés: ganar o, en el peor de los casos, no salir perdiendo o perder lo menos posible. Lo cual en sí mismo, desde luego, es absolutamente legítimo. Es moralmente irreprochable.

El mercado es la resultante de una suma de intereses diversos, a veces contrapuestos, a veces parecidos. Los mercados a veces adoptan la forma de un regateo entre unos que quieren subir una colina y otros que quieren bajarla, y a veces, como ahora, parece una estampida que arrolla todo lo que se atraviese en su carrera.

¿Hay manera eficaz y eficiente de "cubrir" semejante frente cuando  alguien desde el poder político le quiere hacer la guerra? No la hay. Quien desafíe al mercado, perderá.

Por eso, no se puede culpar a quien - sea grande, mediano o pequeño, sea socialmente irrelevante o poderoso y célebre, sea joven o viejo-, no quiera poner en riesgo lo poco o mucho que tenga o aspire a tener y se ponga, en esta guerra absurda, del lado que obviamente ganará, del lado del mercado.

Eso es todo. 

Nota no tan casual: No sólo el presidente electo tiene libros que presumir.




martes, 30 de octubre de 2018

Lo que nos enseñan las malas noticias

Lección uno: "El peor escenario también debe considerarse factible",

Unas horas antes de que se confirmara la nefasta decisión de cancelar la obra en curso del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México en Texcoco, escuché una fascinante e inteligente previsión (hipótesis) acerca de lo que sucedería. En breve, el alegato fue: "Esto de la consulta popular será sólo una forma del futuro nuevo gobierno para justificar la decisión racional y conveniente, que es continuar con la construcción en Texcoco, sin pagar un alto costo en términos de popularidad ante su base de apoyo más radical".

La previsión me sonó razonable y hasta racional; solemos creer que los seres humanos, siempre que tenemos oportunidad de hacerlo, tomamos decisiones racionales. De ahí que digamos "no hay locos que coman lumbre", "Fulano no es suicida y sabe que hacer eso no le conviene, por lo tanto: no lo hará". En la vida real no siempre funciona esa premisa de la conducta racional. 

Si siempre todos los seres humanos tomásemos nuestras decisiones "racionalmente", y viendo por nuestro propio bien, no habría suicidios, no habría adicciones terriblemente dañinas para los propios adictos, no habría matrimonios fallidos, no habría crímenes pasionales, no habría personas que destrozan su patrimonio, su familia y a sus seres queridos aparentemente sin querer hacerlo...Y todo eso, desde luego, existe.

Así pues, comprobación ex post facto, "a toro pasado": es un error presuponer que las decisiones ajenas siempre serán racionales o incluso razonables. 

Lo posible es posible, aunque nos parezca poco probable.

Lección dos: "Una persona patológicamente narcisista seleccionará como sus más confiables consejeros a quienes le complazcan, nunca a quien sea sea capaz de contradecirle". 

Lo escribió y describió con gran acierto Jesús Silva Herzog Márquez en la frase final del artículo publicado ayer, lunes 29 de octubre, en el diario "Reforma": "Un fanático de sí mismo prefiere ser engañado a ser contrariado".



Por eso, suponer que un líder aquejado de narcisismo patológico escuchará opiniones, advertencias o análisis que pongan en duda sus prejuicios, contradigan sus deseos, o confronten sus aversiones y resentimientos es una mera ilusión. 

De hecho, desde la conformación del círculo de colaboradores más cercanos del líder narcisista se pone en marcha una suerte de "filtro natural" que excluye del grupo a aquellos que muestren un pensamiento independiente, capacidad de observar y deducir por su cuenta y, obviamente, de expresar sin temor y sin ambages lo que consideran correcto y verdadero, aun cuando ello contradiga los deseos, los estereotipos o los prejuicios del líder. 

Por el contrario, en la tarea de formar parte del círculo de colaboradores "confiables" para el líder destacarán aquellas personas de menor integridad moral y de inexistente o endeble honestidad intelectual, proclives a prodigar adulaciones al jefe, hábiles para ajustar su retórica a los lineamientos de quien preside, incluso dispuestos a torcer y retorcer sus conocimientos técnicos (si los tuviesen) y a pervertir su saber para convertirlo en sofismas que satisfagan al líder adicto a sí mismo.

Este es el caso ante el que estamos y ayer, lunes 29 de octubre, quedó de manifiesto para quienes aún nos empeñábamos en ofrecer "el beneficio de la duda" (una frase tan usada y abusada en estos tiempos en México) a quien durante años y en repetidas ocasiones se mostró como lo que es: una persona aquejada de una profunda dolencia moral y emocional (narcisismo) que le lleva a poner su adicción a sí mismo por encima de todo, de absolutamente todo.

De forma rápida los pocos colaboradores y consejeros capaces y, sobre todo, honestos intelectualmente, serán desplazados o ellos mismos se alejarán porque les repugna la mentira y tienen, aún, una autoestima moral que preservar. Al respecto, es muy aleccionador el capítulo X de "Camino de servidumbre" de Friederich A. Hayek que, significativamente, se titula: "Por qué los peores se colocan a la cabeza".

La última y tercera lección es: "Deja de usar el espejo retrovisor para prever lo que hay adelante". 

Una vez que has aprendido con quién tratas y lo que es capaz e incapaz de hacer, dirige la mirada hacia el futuro y aplica ese aprendizaje de inmediato. No caigas en la ilusión de que el adicto mágicamente dejará de serlo o de que, ante la presencia de la droga, actuará racionalmente. 

Tampoco vale la pena perder tiempo, que podrías usar en prevenir futuros riesgos y peligros, en lamentarse o en curarse las heridas pasadas; esas ya cicatrizarán.

Eso es todo, por hoy.

martes, 16 de octubre de 2018

El día que el peluquero interrumpió su relato...

Hace un par de años, en otro sitio, rescaté esta historia magistralmente relatada por Manuel Rivas en "Las voces bajas". Hoy, en tiempos de enconos alentados desde el poder inminente, en días de confusión e incertidumbre, vale la pena volver a rescatarla.
Va:

Un peluquero gallego. Francisco Barrós, tío del escritor Manuel Rivas, combinaba el arte de cortar el cabello con el de la narrativa. Punteaba sus relatos con un abrir y cerrar de las tijeras en el aire, como puntos y aparte - imagino- o como inicio de un nuevo capítulo si la narración era extensa.
Manuel Rivas en "Las voces bajas" cuenta de la única vez que su tío, el peluquero contador de historias, dejo un relato inconcluso. Vean:
"Sólo una vez Francisco Barrós cerró la boca en medio de una historia y no pudo continuarla. En el relato aparecía un momento de terror, cuando unos falangistas irrumpieron de noche en la casa para llevarse al padre, nuestro abuelo de Corpo Santo, con la intención de matarlo. Y entonces el viejo, un desconocido, al que estaba afeitando, soltó:

-- Tal vez yo era uno de ellos...
Añadió con aire fardón, mirando de reojo: <>.

"Y él, Francisco, mantuvo el pulso. Asentó la navaja en el cuero. Recorrió aquel rostro con el filo hasta ultimar la espuma. Le dio dos palmadas de loción, del derecho y del revés. ¡Plis plas!

-- No vuelva por aquí.
-- ¿Cuánto debo?-- dijo el otro sorprendido.
-- Déjelo para las misas de difunto. Falta le hará para salvar el alma."
Uf.

jueves, 20 de septiembre de 2018

La maldición del escaparate

Ver y ser vistos. Exhibirnos. 

"¿Ya subiste tus fotos a tu muro de Facebook?". "¿Viste el 'meme' de Putin cazando mariposas?, ¡es genial!". "Mira lo que me mandaron por WhatsApp". "Aspiro a pasar a la historia de mi país como un gran transformador". "Como te ven, te tratan, no lo olvides". "Pondré esta ocurrencia en Twitter, todo mundo le dará RT". "El sábado es la boda de la Chiquis Garmendia, estará todo mundo, tengo que broncearme". "Lo importante es que estemos presentes en las redes todo el tiempo, todos los días, ser trending topic". "Siempre lo he dicho, el secreto de una buena estrategia es lograr la máxima intensidad en medios con la mayor frecuencia"...

Es la cultura del escaparate. La vida del escaparate. La vida como escaparate. En eso estamos. En eso gastamos, invertimos, desperdiciamos, aprovechamos el tiempo: en el escaparate.



Una "genialidad" de nuestros tiempos ha sido cuantificar en dinero o en poder los presuntos beneficios de la exhibición en el escaparate. La moneda de cambio en el mundo de la internet se llama "tráfico", exposición, ser visto.

Nota curiosa: escaparate es una palabra que tiene su origen en el neerlandés o flamenco, es schaprade y significa "armario". En español tiene hasta seis acepciones reconocidas, a cual más interesantes y significativas, desde "espacio exterior de las tiendas, cerrado con cristales, donde se exponen las mercancías" hasta "apariencia ostentosa de alguien o algo", pasando por el particular significado que se reporta en Cuba para escaparate como "persona muy alta y robusta". 

En el escaparate no interesa la verdad. Es totalmente irrelevante. Lo que cuenta es el impacto. 

Y quien dice escaparate dice ruido, estruendo, tumulto.

Los enemigos del escaparate son el silencio y la soledad. También la contemplación está desterrada de los escaparates, porque los escaparates no se contemplan, se comentan, se proclaman, se gritan, se multiplican digitalmente, se desplazan. No hay sosiego posible en el mundo de los escaparates.

El sufrimiento y el gozo también se desvanecen en el mundo de los escaparates, sólo hay una feroz competencia de pulsiones primarias: placer, miedo, asco...Cada vez se necesitan más pixeles, más estruendo, más colores, más atrocidades para destacar en la despiadada lucha.

Y sin embargo, cuánta verdad en estas palabras de Georges Bernanos en su Diario de un cura rural:

«El silencio interior –el que Dios bendice– no me ha aislado jamás de los otros seres. Al contrario: me parece que penetran en mi interior y les recibo como en el umbral de mi casa (…). Por desgracia, no me es posible ofrecer más que un precario refugio, pero imagino el silencio de ciertas almas como inmensos lugares de asilo. Los pobres pecadores, cansados y sin fuerzas, entran a tientas, se duermen y vuelven a marcharse, consolados, sin conservar recuerdo alguno del gran templo invisible donde han descargado un instante su lastre».