lunes, 30 de abril de 2018

Trotski, otro revolucionario ridículo y atroz


La soberbia de algunos intelectuales puede producir frutos que, vistos a la distancia y con cierta objetividad, son ridículos. Si además esos intelectuales han decidido ser "revolucionarios" y han llegado al poder, esos frutos ridículos -desde una perspectiva racional- devienen en crímenes atroces.

Trotski parece ser una figura mucho menos execrable que Stalin (pero ser "menos execrable que Stalin" no requiere de un gran esfuerzo) y goza de alguna veneración difusa entre cierta izquierda no estalinista. 

Sin embargo, Trotski fue coautor, con Lenin, Stalin y otros revolucionarios rusos de hace un siglo, de crímenes atroces (de acuerdo: el campeonato de criminalidad, entre ese selecto grupo, se lo lleva Stalin, así como el de ignorancia disfrazada de patética intelectualidad arrogante) y Trotski, también, fue el autor de disparates intelectuales, aberraciones, que uno creería propios de un adolescente atormentado y confundido, que juega a imaginar el mundo perfecto y que cree -candorosamente- que ese mundo perfecto es tan sencillo de fabricar como imaginarlo.

Lo que cito a continuación - rescatado con gran acierto por Richard Pipes para su monumental obra "La Revolución Rusa"- fue escrito por Trotski en 1924, cuando distaba de ser un adolescente confundido, cuando era un adulto maduro que había sido organizador, con Lenin, de la revolución de octubre de 1917 y de la guerra civil que dejó millones de muertos.

Pipes introduce este largo párrafo de Trotski así: Tras desestimar toda la historia humana hasta octubre de 1917 como una era de 'estancamiento', Trotski procedía a describir el ser humano que el nuevo régimen crearía: (y va la larga cita de Trotski)

"El hombre comenzará, por fin, a entrar de veras en armonía consigo mismo (...) Querrá dominar en primer lugar los procesos semiconscientes y luego también los procesos inconscientes de su organismo: la respiración, la circulación de la sangre, la digestión, la reproducción y, dentro de ineludibles límites, los subordinará al control de la razón y la voluntad. Aun la vida puramente fisiológica será objeto de una experimentación colectiva. La especie humana, el indolente Homo sapiens, volverá a sufrir una reconstrucción radical y, en sus propias manos, se convertirá en objeto de los métodos más complejos de selección artificial y de adiestramiento psicofísico (...) El hombre se fijará la meta de dominar sus emociones, elevar sus instintos a la altura de la conciencia, hacerlos transparentes (...), crear un tipo sociobiológico superior, un superhombre, si se quiere. (...)Será incomparablemente más fuerte, más sabio, más sutil. Su cuerpo será más armonioso; sus movimientos, más rítmicos, y su voz, más melodiosa. Las formas de vida adquirirán una teatralidad dramática. El tipo medio se elevará a las alturas de un Aristóteles, un Goethe, un Marx. Y más allá de esta cordillera aparecerán otras cumbres".

Ridículo, sencillamente ridículo. Y atroz, también.