jueves, 30 de diciembre de 2010

Apuntes escépticos para el 2011

La primera anotación en la agenda de este flamante 2011 es que hay que desconfiar de los pronósticos. Le ofrezco al lector dos ejemplos, entre cientos, de previsiones económicas fallidas.

Ejemplo uno. En México, al final de 2009, los expertos del sector privado que mes a mes responden la encuesta de expectativas del Banco de México esperaban un impacto inflacionario severo en 2010, a causa de los ajustes realizados en algunos impuestos federales, de las alzas graduales en el precio administrado de las gasolinas y el diesel y de los aumentos en las tarifas del transporte público en diversas ciudades, incluida la capital del país. De esta forma, su pronóstico de inflación anual para 2010 era en ese entonces (diciembre de 2009) de 5.04 por ciento. Las cosas no resultaron así: la inflación anual de 2010 sin duda será menor que dicha previsión.

Por lo que hace a las expectativas de crecimiento económico se diría que los expertos también fueron particularmente pesimistas; según este grupo de analistas el PIB de México crecería durante 2010 sólo 3.1 por ciento. Hoy, nadie duda que dicho crecimiento resultará de 5 por ciento o ligeramente mayor.

A lo largo del año los analistas mexicanos tuvieron que ir ajustando, a la baja en el caso de la inflación y a la alza en el caso de los crecimientos de la economía y del empleo, sus previsiones.

Ejemplo dos. Un caso aún más dramático. En enero de 2010 las probabilidades que los mercados de deuda otorgaban a un “default” de la deuda de Irlanda – de acuerdo con los precios de los CDS, “Credit Default Swaps”, de la deuda gubernamental de ese país- eran de sólo 1.6 por ciento. Once meses después, en diciembre de 2010, tales probabilidades, medidas por el mismo indicador indirecto, se han elevado a 6 por ciento. Un brutal incremento de las percepciones de riesgo en ese caso concreto.

En otros frentes las percepciones se mudaron hacia un ánimo que parece optimista.

En días recientes ha vuelto a circular en los medios de comunicación el pronóstico más o menos generalizado de que los precios del petróleo en cualquier momento rebasarán la línea mágica de los $100 dólares el barril. Puede ser, desde luego. Sólo habrá que recordar, para el anecdotario, que similares previsiones de un alza imparable en los precios del petróleo se hicieron justo los días previos a que los precios iniciarán una caída libre en el verano de 2008. Y habrá que anotar, para atemperar a los profetas, que los dólares de enero de 2011 valen significativamente menos que los dólares de julio de 2008.

Otra previsión que debe tomarse con mayor cautela es la que nos asegura que China está en un camino inexorable para ser la primera potencia económica mundial. Augurio que revela una excesiva ligereza de juicio, ya que hay indicios inocultables de que el modelo de crecimiento chino está cerca de su límite: o se hacen reformas a fondo dentro de China (incluidas en primer lugar reformas políticas) o el modelo puede reventar o cuando menos atascarse.

Y aunque pocos incurramos en el atrevimiento de mencionar esa posibilidad, no habría que descartar el escenario de que en 2011, pese a todo, la recuperación económica en los Estados Unidos sea más vigorosa de lo esperado. Contradiciendo, de nueva cuenta, la “sabiduría” convencional o “políticamente correcta”.

jueves, 23 de diciembre de 2010

La Navidad, el consumo y los amargosos

¿Es malo que con motivo de la Navidad aumente el consumo? No. Podrá ser malo que se nos olvide lo que festejamos en la Navidad, pero ¿por qué habría de ser malo que al festejar un hecho tan notable, el nacimiento de Dios, comamos mejor que otros días, bebamos mejor que otros días, regalemos cosas lo mismo nimias que valiosas a quienes queremos y con quienes queremos compartir la dicha de tal noticia?

Los “amargosos” encontrarán siempre alguna razón para detestar estas fiestas. Si se consume mucho, porque a la gente le ha ido bien, lamentarán el tosco materialismo y el desenfreno consumista; por el contrario, si los tiempos han sido malos en lo económico, dirán que no hay nada que festejar. Que la mala economía fastidió la Navidad.

Nada les complace.

La actitud “amargosa” y anti-consumo de la que algunos pedantes hacen gala en la Navidad me recuerda un chiste que, al decir de Arthur Koestler, se contaba en voz baja en 1932 en la Unión Soviética. Para comprender plenamente el significado del chiste hay que advertir que en aquella época Stalin ya había decretado la existencia de dos “desviaciones abominables” que merecían la persecución, la prisión y, al final, el exterminio: a la izquierda existía la desviación de Trotski quien pugnaba que para beneficiar al proletariado industrial debería aplicarse una política severa en contra de los campesinos; la desviación a la derecha era la de Bujarin quien abogaba por dar concesiones a los campesinos a expensas de los obreros.

Hecha la anotación, va el chiste:

“Pregunta: ¿Qué significa el hecho de que haya alimentos en la ciudad, pero no en el campo?
“Respuesta: Una desviación trotskista hacia la izquierda.
“Pregunta: ¿Qué significa el hecho de que haya alimentos en el campo, pero no en la ciudad?
“Respuesta: Una desviación bujaranista hacia la derecha.
“Pregunta: ¿Qué significa el hecho de que no haya alimentos ni en el campo ni en la ciudad?
“Respuesta: La correcta aplicación de las directivas generales del Estado.
“Pregunta: Y, ¿qué significa el hecho de que haya alimentos tanto en el campo como en la ciudad?
“Respuesta: Los horrores del capitalismo”.


Bien, los “amargosos” de la Navidad dicen que una Navidad pletórica de consumo y de intercambios de regalos significa una fiesta abominable, hedonista, superficial, agnóstica, amnésica y quién sabe cuántas cosas más. Todas cosas malas, desde luego. En resumen: una Navidad próspera es una Navidad engullida por el odioso capitalismo de libre mercado.
Pero también sostienen los “amargosos” que una Navidad austera, en la que debamos conformarnos con “regalar afecto” (como se decía en México en los aciagos tiempos de las prédicas “echeverríaco-moralistas” contra el consumo y la prosperidad) debido a que hay desempleo, pobreza e innumerables estrecheces económicas, sólo demuestra que la Navidad, una fiesta tan bella, fue engullida por los horrores que causa el capitalismo de libre mercado.

Total, hacen de la prosperidad un pecado; detestan el progreso; adoran ser víctimas sufridas y dolientes. Puritanos que tienen en los labios la frase perfecta para fastidiar cualquier celebración.

Ni modo, también con ellos, con los amargosos irremediables e irredentos, hay que contar. Y también a ellos, y muy a su pesar, hay que desearles una muy feliz Navidad.

Eso sí, que los amargosos no esperen muchos regalos porque les pueden dañar. ¡Qué horror, podrían volverse un poco optimistas! Nunca cambien.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Las llagas y el dedo

Recibí por correo electrónico la pieza de propaganda de una televisora que anuncia así algunos de sus programas de opiniones:

“El periodista Fulano de Tal pone el dedo en la llaga en el programa Equis sobre el tema sensible de los planes que había para habilitar una refinería en Hidalgo…”

Dos párrafos más adelante encuentra el lector, en la pieza de propaganda de la televisora, esta otra joya:

“El experto analista Perengano López pone el dedo en la llaga que tanto enfrenta a cineastas y escritores: llevar obras escritas a la pantalla grande…”

La primera conclusión que obtuve de esta lectura fue que el anónimo redactor de tales anuncios, además de sostener una guerra sin cuartel contra la sintaxis, tiene serios problemas con los dedos y las llagas. Se le aparecen por doquier dedos entrometiéndose en llagas purulentas.

Si dichos textos buscan entusiasmar a los desprevenidos lectores con los programas de opiniones que ofrece la televisora, sospecho que estamos ante un fracaso rotundo.

No me apetece escuchar la perorata de un “experto analista” que describa al auditorio el doloroso enfrentamiento entre cineastas y escritores por la posesión de una llaga: “Esta llaga es mía, yo la vi primero”, “¡mentira!, la llaga es de quien la trabaja”.

Mucho menos puedo imaginarme trémulo de expectación ante la pantalla de mi televisor para presenciar cómo un sesudo crítico universal mete su dedo índice (gordo y coronado por una uña lúgubre) en una llaga de aspecto nauseabundo: sangre coagulada y otras excrecencias asquerosas. Como la televisión es un medio “muy completo” en materia de sensaciones, que deja poco qué hacer a la imaginación, este dedo que se entromete en las llagas con singular fruición, debe ir acompañado de horrísonos gritos de dolor por parte del llagado.

¿Qué se supone que hace el espectador anhelante ante esta exhibición? Pegar también gritos, pero de entusiasmo: “¡Bravo!, ¡bien hecho!, ¡ya era hora de que alguien mostrase a todo color y sin ahorrarnos detalles repugnantes las llagas!, ¡que se hunda hasta el fondo su dedo acusador en ellas!, ¡duro!, ¡no te detengas!, ¡que el llagado grite hasta exhalar su último suspiro!”

Aquí debo hacer un paréntesis para adelantarme, si es posible, al regaño que me dispensará – no falla – algún avispado lector de esta columna sabatina: “No sea usted idiota, Medina, la frase ‘poner el dedo en la llaga’ es una metáfora; sólo un ignorante como usted la puede interpretar en sentido literal”.

Aclaro que entiendo perfectamente que “poner el dedo en la llaga” es un símil. Lo que digo es que es un símil imbécil y retorcido que refleja el sueño más o menos secreto que abrigamos, desde nuestros primeros pinitos, miles de aspirantes a periodistas.

Desde que estamos en la escuela, aburriéndonos con alguna clase de gramática para principiantes, soñamos que un día seremos los dueños privilegiados de un afilado dedo revelador y escrutador de llagas. “¿Qué quieres ser de grande Ricardito?” – pregunta la tía Hortensia. El niño – futuro periodista renombrado- responde con aplomo: “Lo mío, tía, será poner el dedo en las llagas; no quedará llaga que pueda ocultarse a mis inquisiciones y no habrá llaga que quede sin ser tocada por mi dedo acusador”. La tía Hortensia, caritativa, se ahorra un comentario cáustico sobre la afición de Ricardito a usar su dedo acusador más bien para hurgarse las narices.

En fin, una vocación sublime. ¿No creen?

sábado, 11 de diciembre de 2010

Cultivar el talento, el caso Vargas Llosa

El joven Mario Vargas Llosa quería escribir historias, pero muy pronto descubrió que eso no es nada fácil: “Al volverse palabras, los proyectos se marchitaban en el papel y las ideas e imágenes desfallecían”.

Por fortuna – continúa Vargas Llosa en uno de los pasajes iniciales de su hermoso y memorable discurso de aceptación del premio Nobel- “allí estaban los maestros para aprender de ellos y seguir su ejemplo. Flaubert me enseñó que el talento es una disciplina tenaz y una larga paciencia” y sigue enumerando lo esencial que aprendió de la lectura atenta y esmerada de varios de sus maestros en el arte de narrar: Faulkner, Martorell, Cervantes, Dickens, Balzac, Tolstoi, Conrad, Thomas Mann, Sartre, Camus, Orwell, Malraux…

Pero quedémonos con esta primera lección, la de Flaubert. Es una lección crucial no sólo para jóvenes narradores o para mentes inquietas que desean ser creadoras en cualquiera de las bellas artes. Es una lección del tamaño de una catedral para todos los que habitamos en el continente de las promesas talentosas echadas a perder, ese submundo de los sueños frustrados y de las ilusiones traicionadas que llamamos compasivamente “en vías de desarrollo”.

Y la lección es esta: El talento no es lo que parece. Tal vez el primer verso genial, visto en un relámpago de intuición inmerecida, te lo regalaron los dioses, pero los versos que sigan serán basura si no nacen de una combinación que solemos detestar en estos lares: “disciplina tenaz y larga paciencia”.

Este subcontinente habitado por quienes fueron “jóvenes promesas” y hoy deambulan como viejos marchitos y amargos, prestos a culpar a los demás, a la suerte, al destino, a tal o cual gobierno, a los padres, a los maestros, a los jefes, ¡al sistema!, de su llorado fracaso.

Detestamos que nos prediquen cosas tales como la “tenaz disciplina” o la “larga paciencia”. No queremos la lección de Flaubert que tan puntualmente siguió Vargas Llosa. Reclamamos todos los dones, como hijos del Olimpo, por el solo hecho de nacer. Más tarde, cuando ello no suceda, voltearemos airados buscando quién nos la pague.

Perpetuos devotos de San Judas Tadeo, el de las causas imposibles y desesperadas, cientos de mexicanos cada día 28 de cada mes de cada año peregrinan con la esperanza inútil de que el santo logre contradecir el curso natural y lógico de las cosas. Hay quien desea escribir como Flaubert sin haber abierto un libro, quien desea revolucionar aún más la física moderna sin saber descifrar una ecuación, quien pretende prodigar el humor triste y sublime de Charles Chaplin en un escenario, ahorrándose las fatigas de horas y más horas de aprendizaje y de áridos ensayos. No se diga la legión de quienes sueñan que por los atajos de la política, de la lotería o del compadrazgo afortunado, se podrán incorporar a las filas de los millonarios de postín (por supuesto, hay ejemplos perniciosos de carne y hueso que parecerían avalar la pertinencia de tales estrategias).

Llega Vargas Llosa y destroza sin piedad, con sólo diez palabras, tantas ilusiones: “el talento es una disciplina tenaz y una larga paciencia”. Si Vargas Llosa hubiese dicho, en cambio, que el talento es un regalo que recibiremos cada cual al nacer porque su obligatoriedad se ha plasmado en la Constitución…tal vez no lo hubiese derrotado Alberto Fujimori en 1990.

Por supuesto, tampoco sería en tal caso el gran escritor que llegó a ser.

sábado, 4 de diciembre de 2010

¿Cómo supiste lo que no sabes? (versión modificada a solicitud de Excélsior+)

Los amantes de las teorías conspiratorias no sólo creen saber lo que no saben, y lo que muchas veces no pueden saber, sino que creen que han llegado a esa convicción siguiendo un razonamiento lógico y hasta deductivo. Aunque este fenómeno resulte patético desde el punto de vista científico, y desde la perspectiva de la búsqueda y hallazgo de la verdad, resulta también – por desgracia- sumamente común.

Tomemos un caso típico de teoría paranoica de la conspiración. El sujeto A dice: “durante los últimos meses cada vez que he tenido oportunidad he denunciado que B no sólo es incompetente para desempeñar su trabajo, sino que es corrupto; ¡qué casualidad que ahora C difunda que D ha dicho que yo (esto es: A) incurrí en actos de corrupción en mi trabajo!, ¡en estos asuntos no existen las casualidades ni las coincidencias!, la secuencia lógica de los hechos me lleva a deducir que estas acusaciones en mi contra, por demás falsas, forman parte de una campaña orquestada por B en mi contra y en represalia por haberlo denunciado!”

Lo más probable es que no haya razonamiento ni poder persuasivo que logre que “A” se aparte de su teoría conspiratoria. De nada sirve que se le diga que quien lo ha acusado no es “B” sino “D” y que quien difundió tal acusación no fue “B”, sino “C”. Dirá que “B” y “D” y “C” son una y la misma cosa. O acaso que “C” y “D” sólo son marionetas obsecuentes a los deseos del perverso “B”, quien ahora además de incompetente y corrupto resulta ser un maestro en el arte de tirar la piedra y esconder la mano.

Por supuesto, este género de teorías conspiratorias tienden a buscar, precisamente, desviar la atención respecto de la acusación de la que “A”, en el ejemplo de arriba, es objeto. Pero ese no es el asunto que hoy me interesa, sino el abismal desprecio por la lógica que tales teorías conspiratorias delatan. Para los amantes de las teorías conspiratorias el rigor deductivo que enseña la lógica es un territorio ignoto. Ello no obsta, sin embargo, para que invoquen “lo evidente” de sus paranoias y para que aseguren enfáticos que su teoría es producto de la más estricta deducción.

Deducción salpicada por cierto de falsos axiomas (un axioma es una evidencia que no requiere demostración y que, de hecho, no se puede demostrar por su misma naturaleza evidente) como ese de: “en estos asuntos no existen las casualidades”. ¿De veras?, ¿cómo lo sabes?

El incendio del Reichstag en 1933, que marcó una gran victoria propagandista nazi y fue una desgracia para la humanidad, es el mejor ejemplo de cómo estas teorías de la conspiración pueden prescindir de la lógica en la misma medida que están alimentadas por un gran aplomo al momento de mentir y por un uso astuto de los medios de propagación o comunicación; se diría que la suma de aplomo y difusión estentórea y hasta estridente termina por disfrazar todos los saltos mentales acrobáticos (atentados flagrantes contra la lógica) que caracterizan a las teorías de la conspiración.

Detecto que en los tiempos que corren vuelve a proliferar la credulidad de algunos medios de comunicación en teorías de la conspiración. El caso de las filtraciones anónimas catapultadas por internet es un buen ejemplo. Basta con que algún burócrata segundón en algún ministerio de relaciones exteriores haya externado, con total desparpajo y sin ningún rigor, alguna conjetura temeraria para que ello se vuelva noticia. No lo es. Sigue siendo chisme. Basura.

+ Nota importante: Los editores del periódico me dijeron que es contra su política editorial entrometerse en "pleitos" entre medios ajenos al mismo periódico, en este caso serian "Proceso" y "Televisa"; propuse entonces enviarles una versión del artículo que omitiese cualquier referencia a ese presunto pleito, ya que a fin de cuentas eso NO es lo relevante, sino el terrible desprecio a la lógica y al rigor deductivo e inductivo que campea en los medios de comunicación; no se diga en la política.

¿Cómo supiste lo que no sabes? (versión original)

Fue una excelente pregunta la que le hizo el viernes por la mañana Sergio Sarmiento a Rafael Rodríguez, de la revista “Proceso”, durante una entrevista radiofónica. Palabras más o menos fue esta la pregunta:

- ¿Cuál es la fuente en la qué la revista “Proceso” sustenta su afirmación de que hay una conspiración orquestada por el Gobierno Federal para atacar a esa revista?

Y la respuesta de Rodríguez fue una delicia. Invocó “la lógica de los hechos”. Esto es: más que una fuente o un dato, los editores de la revista, el propio Rodríguez que es su director, “deducen” que así son las cosas. No necesitan más.

Paréntesis indispensable: todo esto proviene de otro más de los episodios de dimes y diretes, dichos y contradichos, en los que está convirtiéndose cierto “periodismo”. En un noticiario de una televisora (Televisa) se difundió la declaración de un presunto narcotraficante actualmente preso quien señalaba que un reportero de la multicitada revista (Proceso) habría sido sobornado para que dejase de mencionar al mismo presunto narcotraficante en sus “investigaciones periodísticas”.

El reportero y la revista reaccionaron indignados asegurando que las imputaciones, que rechazaron como falsas, forman parte de una campaña de persecución del gobierno contra la revista. Termina el paréntesis.

Lo que hoy me ocupa, más que las acusaciones cruzadas, es el “razonamiento” (¿le podemos llamar así?) que esgrime Rodríguez para sustentar su tesis de la conspiración gubernamental en contra de su revista. Y me ocupo del asunto porque refleja con gran elocuencia que la lógica y el rigor deductivo que esa disciplina enseña son territorios ignotos para una gran parte de los mexicanos que opinan (opinamos) en los medios de comunicación.
Rodríguez en este ejemplo invoca “la lógica de los hechos” para darle patente de verdad a una burda paranoia. No tiene forma de demostrar – pese a lo que dice- una relación de causa-efecto entre los hechos que relaciona. Su “razonamiento” es el siguiente:

(1) El sujeto “A” (televisora) difunde que el sujeto “B” (presunto delincuente) dijo que el sujeto “C” (reportero de la revista e indirectamente la propia revista) fue corrompido para que callase lo que sabía y que podía perjudicar a “B”.

(2) El sujeto “C” (reportero y director de la revista) responden que es “evidente” (Rodríguez usó ese adjetivo) que la causa detrás del hecho (1) es que “D” (el gobierno federal) está disgustado porque “C” ha denunciado reiteradamente la mala conducta de “D” en su combate al narcotráfico y, como conjetura, “C” ha insinuado una vinculación de “D” con algunos de los grupos criminales.

En primer lugar, si eso es “evidente” como dice Rodríguez que lo es, habrá que recordar que lo evidente es indemostrable: no se deduce, se muestra y todo mundo ve la verdad que al mostrarse resplandece. Evidentes hay pocas cosas, como los axiomas: “dos es igual a dos”.

En segundo lugar, confundir la suspicacia enfermiza con la perspicacia de un verdadero investigador en busca de la verdad, es uno auténtica idiotez y una gran mentira. Sospechar no es demostrar. Si así fuese, Otelo sería un personaje de Arthur Conan Doyle (Sherlock Holmes) y no el paradigma del enfermo de celos que es el personaje inmortal de Shakespeare.

Por eso la pregunta de Sergio fue tan acertada. Es imposible que alguien sepa algo y que a la vez no sepa explicar cómo lo sabe.