Los amantes de las teorías conspiratorias no sólo creen saber lo que no saben, y lo que muchas veces no pueden saber, sino que creen que han llegado a esa convicción siguiendo un razonamiento lógico y hasta deductivo. Aunque este fenómeno resulte patético desde el punto de vista científico, y desde la perspectiva de la búsqueda y hallazgo de la verdad, resulta también – por desgracia- sumamente común.
Tomemos un caso típico de teoría paranoica de la conspiración. El sujeto A dice: “durante los últimos meses cada vez que he tenido oportunidad he denunciado que B no sólo es incompetente para desempeñar su trabajo, sino que es corrupto; ¡qué casualidad que ahora C difunda que D ha dicho que yo (esto es: A) incurrí en actos de corrupción en mi trabajo!, ¡en estos asuntos no existen las casualidades ni las coincidencias!, la secuencia lógica de los hechos me lleva a deducir que estas acusaciones en mi contra, por demás falsas, forman parte de una campaña orquestada por B en mi contra y en represalia por haberlo denunciado!”
Lo más probable es que no haya razonamiento ni poder persuasivo que logre que “A” se aparte de su teoría conspiratoria. De nada sirve que se le diga que quien lo ha acusado no es “B” sino “D” y que quien difundió tal acusación no fue “B”, sino “C”. Dirá que “B” y “D” y “C” son una y la misma cosa. O acaso que “C” y “D” sólo son marionetas obsecuentes a los deseos del perverso “B”, quien ahora además de incompetente y corrupto resulta ser un maestro en el arte de tirar la piedra y esconder la mano.
Por supuesto, este género de teorías conspiratorias tienden a buscar, precisamente, desviar la atención respecto de la acusación de la que “A”, en el ejemplo de arriba, es objeto. Pero ese no es el asunto que hoy me interesa, sino el abismal desprecio por la lógica que tales teorías conspiratorias delatan. Para los amantes de las teorías conspiratorias el rigor deductivo que enseña la lógica es un territorio ignoto. Ello no obsta, sin embargo, para que invoquen “lo evidente” de sus paranoias y para que aseguren enfáticos que su teoría es producto de la más estricta deducción.
Deducción salpicada por cierto de falsos axiomas (un axioma es una evidencia que no requiere demostración y que, de hecho, no se puede demostrar por su misma naturaleza evidente) como ese de: “en estos asuntos no existen las casualidades”. ¿De veras?, ¿cómo lo sabes?
El incendio del Reichstag en 1933, que marcó una gran victoria propagandista nazi y fue una desgracia para la humanidad, es el mejor ejemplo de cómo estas teorías de la conspiración pueden prescindir de la lógica en la misma medida que están alimentadas por un gran aplomo al momento de mentir y por un uso astuto de los medios de propagación o comunicación; se diría que la suma de aplomo y difusión estentórea y hasta estridente termina por disfrazar todos los saltos mentales acrobáticos (atentados flagrantes contra la lógica) que caracterizan a las teorías de la conspiración.
Detecto que en los tiempos que corren vuelve a proliferar la credulidad de algunos medios de comunicación en teorías de la conspiración. El caso de las filtraciones anónimas catapultadas por internet es un buen ejemplo. Basta con que algún burócrata segundón en algún ministerio de relaciones exteriores haya externado, con total desparpajo y sin ningún rigor, alguna conjetura temeraria para que ello se vuelva noticia. No lo es. Sigue siendo chisme. Basura.
+ Nota importante: Los editores del periódico me dijeron que es contra su política editorial entrometerse en "pleitos" entre medios ajenos al mismo periódico, en este caso serian "Proceso" y "Televisa"; propuse entonces enviarles una versión del artículo que omitiese cualquier referencia a ese presunto pleito, ya que a fin de cuentas eso NO es lo relevante, sino el terrible desprecio a la lógica y al rigor deductivo e inductivo que campea en los medios de comunicación; no se diga en la política.
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