viernes, 26 de noviembre de 2010

Los reales memos de la real academia

Memo es un adjetivo que significa simple, tonto, mentecato. Y sólo a un grupo de memos se le pudo ocurrir, por ejemplo, que omitir el acento en el adverbio sólo y hacerlo igual al adjetivo solo, contribuye a enriquecer la lengua española.

Como escribió el enigmático colega Gil Gamés, en el diario La Razón: “En lo personal, y en lo colectivo, Gamés seguirá acentuando como le enseñó su maestra Eustolia en cuarto y quinto de primaria. Agarrarse a bofetadas con las tildes es el trabajo más ocioso e inútil a que se han entregado las academias”.

En realidad, la propuesta de los académicos consiste en un proceso de igualación hacia lo más bajo. La lógica – si a eso puede llamársele lógica- detrás de las ocurrencias de “renovación” ortográfica es la siguiente: “Dado que son numerosos quienes escriben con las patas, al grado que algunos de ellos ocupan, orondos, asientos en varias de las 22 academias de la lengua española dispersas por la geografía del orbe (esta última frase es una memez revestida de falsa solemnidad digna de un académico advenedizo), lo que procede es facilitarles la vida. Como la generalidad de los hispanohablantes no distingue entre un adverbio y un adjetivo y fue instruido – es un decir- por las huestes del SNTE o de la CNTE o sus equivalentes, complazcamos a la chusma ignorante y vociferante”.

Hablar de académicos advenedizos que suelen escribir con el donaire de un guajolote en víspera de Navidad (aunque se vean a sí mismos cual si fuesen pavos reales) no es una exageración. Considérese, por poner un par de ejemplos aleccionadores, que el señor Miguel A. Granados Chapa es miembro de la academia de la lengua en México, o que el también emborronador de papel Juan Luis Cebrían ocupa un sitio similar en la academia española.

Debe aclararse que estas nuevas “normas” ortográficas no son tales, los memos de la academia han advertido – y lo volverán a reiterar, sospecho, en su inminente aquelarre a celebrarse en Guadalajara, durante la Feria Internacional del Libro- que cada cual podrá seguir escribiendo, si eso le complace, la palabra “guión” con tilde y acentuar los pronombres ése y éste cuando considere que ello permite precisar, sin dejar lugar a equívocos, la función sintáctica que cumplen dentro de un texto.

Cada cual, si tuvo una maestra Eustolia que le enseñó a escribir con decoro, podrá seguir haciéndolo. ¡Qué alivio! Esto es: los memos de la academia sólo (nótese el acento, que es adverbio) están dando permiso a quienes escriben con las patas para que lo sigan haciendo así sin sentirse abochornados. Son memos, pero también progresistas retro de izquierda.

Ahora bien, los memos de la academia, en especial los que llegaron a su sitio merced no a su conocimiento de la lengua, sino a las ínfulas adquiridas en el emborronamiento de editoriales y columnas, harían mejor en desasnar a otros de sus colegas redactores de periódicos, por ejemplo al que escribió esta barbaridad en el periódico El Economista: “Pacheco discrepa con cambios en nueva Ortografía Española” (así, como lo leen). Ese redactor anónimo usa las preposiciones con el mismo extravío verbal del que hacía gala el nefasto presidente mexicano Luis Echeverría en sus fatigosas peroratas. No, improvisado redactor, jamás se discrepa “con”, se discrepa siempre “de”. El pobre José Emilio Pacheco, si acaso leyó el engrudo que armaron con sus declaraciones, debe haber caído enfermo a causa de la aflicción.

sábado, 20 de noviembre de 2010

La revolución, una metáfora fallida

Hace unos días estuvo Paul Krugman en México y, en recuerdo de los tiempos en los que solía hablar como economista y no como un aguerrido militante del ala radical del Partido Demócrata, descubrió el agua tibia: México, dijo, no encaja en el actual patrón de las economías emergentes más destacadas hoy. Totalmente cierto.

Los seguidores locales de Krugman consignaron en grandes titulares la observación de su maestro, aunque no la entendieron en absoluto. No advirtieron – seguramente porque minutos después alguna centenaria y polvosa “novedad revolucionaria” los distrajo- que detrás del hecho señalado por Krugman está la crítica más demoledora que se puede hacer a esa metáfora fallida de la historia oficial que llamamos “revolución mexicana”.

Digámoslo de una vez: Si se desea culpar o agradecer a alguien por el hecho de que a México le sea imposible pertenecer al glamoroso grupo de los países BRIC (Brasil, Rusia, India y China) es a la dichosa “revolución mexicana”, en especial en su vertiente campesino-justiciera plasmada en esa receta infalible para el atraso y la pobreza que se llamó “reforma agraria”.

Recuérdenlo: Brasil jamás hizo una reforma agraria. Y esa ha sido, con el tiempo, una de sus grandes ventajas en la competencia mundial.

Dicho de manera positiva: México adquirió una vocación de productor de manufacturas de exportación, volcada de forma dominante hacia los Estados Unidos, y no una vocación de país exportador de materias primas o “commodities” como Brasil, gracias a Emiliano Zapata (el mito), a Lázaro Cárdenas, que no sólo expropió el petróleo sino que llevó el reparto agrario a la friolera de 25 millones de hectáreas, y a otros personajes como Andrés Molina Enríquez quien estructuró teóricamente la embestida “revolucionaria” contra la propiedad privada en el campo.

Se atribuye a Zapata el haber dicho que “la tierra es para quien la trabaja”, pero resultó más cierto, en este caso, el dicho popular de que “nadie sabe para quién o para qué trabaja”. Los héroes históricos de la trasnochada progresía mexicana (el propio Zapata, Cárdenas y demás) resultaron involuntarios promotores de la estrecha integración económica de México con la industria manufacturera de los Estados Unidos. Por supuesto, ese jamás fue su deseo. Por fortuna México supo hacer de la necesidad virtud y tomó, a regañadientes, el único camino de crecimiento que le había dejado disponible la destructiva “revolución mexicana”: ensamblar bienes manufacturados – autos, computadoras, productos electrónicos - para el mercado más ávido que es el de los consumidores estadounidenses. Nos hicimos “asiáticos” por necesidad.

Esta “vocación” no ha resultado mala. De hecho, le da a México varias ventajas de largo plazo que no tienen los modelos que siguen Brasil o China; por ejemplo: permite tener una política de auténtica libre flotación del tipo de cambio lo que, a su vez, evita que la política monetaria se contamine con objetivos mercantilistas, como el de buscar una cotización cambiaria deliberadamente subvaluada para favorecer a los exportadores de bienes primarios y, de paso, mantener fuertemente castigados los salarios reales.

Está de moda, entre los sesudos analistas mexicanos, elogiar sin medida a Brasil y asegurar que, en contraste, a México “otra vez se le fue una oportunidad de despegue”. Los que así quieran verlo deben agradecérselo a la “revolución mexicana”.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Quantitative Easing Explained

viernes, 12 de noviembre de 2010

El expedito Ebrard

El centro histórico de la ciudad de México reserva un rico inventario de emociones y riesgos. Un día el caminante se puede topar de manos a boca con una algarada de vehementes y enojados protestantes del SME, aquél negocio tan apetitoso que le quitaron al señor Martín Esparza. Si el viandante tiene la desdicha de parecer “infiltrado” en la lucha social -así se dice, porque los supervivientes del “es-me” se han bautizado a sí mismos como “luchadores sociales”- se arriesga a que le rompan la boca por ser un osado enemigo de la causa de don Martín.

Otro día, el peatón descuidado camina por alguna de las calles del México antiguo y vuela por los aires una aparatosa placa metálica por causa de una explosión de cables o de transformadores eléctricos escondidos en los umbríos subterráneos del centro de la ciudad; el peatón recibe el proyectil sobre su cabeza; es algo incómodo, según cuentan. Pero es algo que pasa “muy seguido”, como dicen los clásicos recurriendo a una estadística tan popular como subjetiva.

El jueves pasado, sin ir más lejos en el tiempo, una de esas explosiones de origen eléctrico (no de las explosiones de ira de los compañeros del “es-me” que terminan a trompadas contra los “infiltrados”) lesionó a más de media docena de personas, al parecer bomberos y electricistas que habían acudido a reparar algún desperfecto. Así que nadie reproche al centro capitalino el ser insípido en materia de emociones.

Lo que sí hay que reprochar es la frecuencia con la que se suscitan los temibles estallidos con el consecuente voladero de objetos metálicos (tapas, rejas, registros, como quiera que se llamen) cual misiles dirigidos por el impredecible capricho de algún demente. De las manifestaciones de protestantes, de la deplorable sintaxis de sus gritos, de las majaderías de los “luchadores sociales” y del cierre de calles facilitado por las autoridades, mejor es no quejarse: se trata de “causas” que despiertan la simpatía de la progresía nacional y que son bien vistas, ni duda cabe, por las muy progresistas autoridades de la ciudad.

Volvamos, entonces, a las misteriosas explosiones que acechan en cualquier esquina del centro histórico. Con justa razón, tras la conflagración del jueves, el jefe de gobierno Marcelo Ebrard mostró la magnitud de su enojo: “…el grave peligro para los transeúntes, para las instalaciones, sólo comentarle que contiguo al lugar está una de las bibliotecas más valiosas de México…ahí tienen documentos que tienen siglos.”

Y sentenció: “…estamos demandándole a la CFE, de manera respetuosa pero enérgica…que se pongan inmediatamente a trabajar en el programa que asumieron, que es su responsabilidad, si no pueden que nos lo digan, ya veremos qué hacemos, ¿verdad?”

Pues sí, licenciado, es verdad. Si no pueden, que le avisen.

Entonces, si la CFE no atiende el “respetuoso pero enérgico” llamado de don Marcelo, o lo atiende y le dice: “no podemos, mi estimado”, ¿qué pasará?, ¿veremos al jefe de gobierno de la ciudad con overol y casco sumergirse en las profundidades del centro histórico (profundidades “que tienen siglos” como diría el mismo licenciado) armado de su cajita de herramientas ‘Mi Alegría’ presto a deshacer entuertos de conexiones y a sacarle brillo a las instalaciones eléctricas en el subsuelo?

Expedito el licenciado. ¿Será tan bueno para las reparaciones eléctricas como lo es para los desplantes fanfarrones?

viernes, 5 de noviembre de 2010

¿Unos vecinos o unos prejuicios?

Se diría que México hace frontera, al norte, no con un país sino con una inmensa, irritante y temible colección de prejuicios.

Prejuicios nuestros, vale aclarar, acerca de un personaje mítico, fantasma surgido de una estadística chapucera: el estadounidense medio, el “gringo típico”.

Cada cual viste al espectro con los colores que mejor sirven a sus prejuicios, a sus miedos inconfesables, a sus antipatías o a su ideología que es el peor de los casos. Para unos, el fantasma es irremediablemente tonto, aldeano, ignorante y presuntuoso. Para otros ha sido la encarnación del villano que avala nuestra vocación de sufridas víctimas perpetuas. Unos más, ponen al día el mito del “gringo típico” imaginándolo no sólo ignorante sino narcisista: un cretino que sólo se escucha a sí mismo y que ha caído en las garras de un primitivismo mental atroz, aupado en los avances tecnológicos.

Por ejemplo, el pasado 25 de octubre Jesús Silva Herzog Márquez, quien suele ser un observador objetivo y agudo, publicó unos juicios sumarios que son para dejar pasmado a cualquiera. Cito:

“Piénsese que la mayor parte de los republicanos cree que Barack Obama simpatiza con el fundamentalismo islámico y estaría de acuerdo con que impusieran su ley en todo el mundo. No es que piensen que es débil ante los terroristas, indeciso o incompetente sino que creen que es un aliado de los terroristas”.
¿De veras?

Si algún despistado lector de dicho artículo de Silva Herzog dio por bueno tal juicio producto de una estadística chapucera o fantástica (¿cómo supo que se trata de “la mayor parte de los republicanos”?) debe estar en estos momentos aterrorizado: esos fanáticos irracionales, dispuestos a creer la conseja más descabellada, serán ahora mayoría en la Cámara de Representantes. Ésa sería la conclusión inevitable si hemos “comprado” la versión de Silva Herzog. Pero en realidad más que alarmarnos respecto de tal extremo (por demás equivocado) debiéramos estar hondamente preocupados ante la facilidad con la que uno de los más serios comentaristas mexicanos descalifica de un plumazo la inteligencia de millones de votantes estadounidenses.

En este caso Silva Herzog Márquez parece haber sucumbido sin espíritu crítico ante una gigantesca mentira. El partido republicano y la mayoría de quienes en esta ocasión han votado por dicho partido no son lo mismo que algún provocador y deschavetado comentarista de noticias de la cadena Fox, ni tal irresponsable con micrófono les representa con mediana fidelidad.

Entre los candidatos republicanos victoriosos el martes pasado, y entre sus electores, hay literalmente de todo: populistas lamentables y de dar miedo, pero también valientes defensores – contra viento y marea- de la responsabilidad fiscal; politiquillos mercantilistas más o menos palurdos y personas con el suficiente herramental analítico para promover la auténtica libertad comercial en el planeta y aborrecer las prácticas proteccionistas.

Cuidado con los análisis instantáneos basados en los atajos chapuceros del estereotipo y de la generalización gratuita. Los electores y los políticos estadounidenses, en ambos partidos, no se reducen a una legión de analfabetos.