viernes, 23 de abril de 2010

Del circo a la prevaricación

Durante mucho tiempo, tal vez dos o hasta tres décadas, España se nos ofreció como modelo. Ya no más.

Primero, fue la límpida transición: ir de la patética agonía y muerte de un dictador vetusto a la construcción generosa de una democracia en el marco de una moderna monarquía parlamentaria. La clave del tránsito terso fue la voluntad de ir de la ley a la ley sin apelar a las rupturas brutales, así como la generosa disposición de un joven monarca, Juan Carlos, para trabajar sin descanso en la domesticación de voluntades que se antojaban indómitas e irredentas, a derecha e izquierda.

Después, fue el éxito de la economía española enmarcado por su inserción plena en Europa, sustentado en su apuesta por la ley y la libertad. España llegó a crecer más que el resto de la Unión Europea. Las grandes corporaciones españolas conquistaron los mercados de Hispanoamérica en las telecomunicaciones, en las finanzas, en los energéticos, en la construcción y hasta en el terreno de las tecnologías verdes o limpias.

Pero el tiempo todo lo muda. Hoy España difícilmente es modelo. Ojalá España logre salir del lastimoso trance en que la deshonestidad intelectual, la mucha ambición de políticos y negociantes (servida frecuentemente por una desparpajada falta de escrúpulos), las necedades aldeanas y otros males, como el progresismo bobalicón, la han metido.

Un ejemplo, tal vez paradigmático, de la profunda crisis económica, social y moral en la que hoy naufraga España, son las tribulaciones en que se ha metido el famoso juez Baltasar Garzón. Famoso en el orbe a fuerza de golpes mediáticos diseñados para cosechar la admiración candorosa de los progres. Juzgar y condenar (porque se trataba de un juicio con la sentencia cargada de antemano) al dictador chileno Augusto Pinochet fue una gran lanzada mediática. Y ahí se siguió la carrera meteórica de un extraño juez amante de los reflectores, parcializado por la toma de posturas partidistas, aupado por amigos negociantes tanto más poderosos cuanto más cercanos han sido a los gobiernos de la progresía española (socialista de apellido); progresía que abandonó el dogmatismo de la lucha de clases para encaramarse en el más burdo capitalismo de los compadres.

Hoy Garzón enfrenta, entre otras, acusaciones de prevaricación (durísima palabra) con las armas que conoce: Sus contactos entre la progresía multinacional de habla hispana -hasta en México le han salido un par de compadres defensores en la prensa-, sus amigos del poderoso grupo mediático que forjó Jesús Polanco, sus enchufes con los gobiernos de apellido socialista. Con algaradas, carteles, gritos y consignas. Curioso juez que prefiere tales recursos frívolos para defenderse, en lugar de aquellos que debiera conocer al dedillo: el alegato jurídico y ponderado en cortes y juzgados. Cada cual es lo que es y cada cual hace lo que sabe y puede.

Otro capítulo de la picaresca española puesto al día, salpicado de invocaciones trasnochadas y tremendistas a los fantasmas de la guerra civil y del franquismo, cuando Francisco Franco murió hace mucho, 34 años y muchos meses para ser casi exactos, y sus despojos ya ni a los gusanos atraen.

Lo aleccionador, detrás de la anécdota de Garzón, es constatar que quien hace de la justicia un circo, un negocio para los traficantes de ruido, con frecuencia termina recibiendo como pago la misma moneda falsa que puso en circulación.

sábado, 17 de abril de 2010

Las alarmas que nunca sonaron

Hay episodios de crisis económicas que son como chaparrones de verano: Gordas gotas de agua que caen intensas y despiadadas, pero pronto el cielo se abre, la luz regresa y cada cual a lo suyo tras la tormenta efímera.

La calamidad mundial de la que estamos saliendo no fue de esa clase. Ha sido una crisis de la que el mundo surgirá diferente de lo que fue, para bien o para mal. No será, por supuesto, la última gran crisis mundial, porque la capacidad de autoengaño que tenemos los seres humanos parece inagotable. Pero tal vez esta crisis, como conjetura Dario Valcárcel en un recomendable análisis publicado por ABC en España, alumbre monstruos y soluciones originales a la vista de algunas peculiaridades que ha tenido y que cuando menos deberían despertar esa dormida capacidad de asombro que precede a los descubrimientos cruciales.

Al escudriñar los orígenes de esta crisis – una disfunción severa e inesperada en el sistema circulatorio de las finanzas globales- descubrimos novedades más o menos asombrosas.

Me refiero, para ser específico, a la inesperada y perniciosa capacidad que mostró el excesivo apalancamiento (crédito, deuda) para generar, en el otro lado de los balances, un conjunto de activos financieros que tuvieron toda la pinta, todo el aroma y hasta el modo de comportarse que tiene la riqueza real, sin que fuesen cabalmente riqueza. De pronto, mientras más debes más rico pareces. Contra la lógica tradicional de la tienda de abarrotes las deudas se mutan en riqueza. Obtienes una hipoteca, que se se supone es para adquirir una casa pero en realidad esa nueva deuda se transmuta – por obra y gracia del empaquetamiento financiero- en riqueza, es tu banco personal con fondos que parecen inagotables y contra los cuales puedes girar para hacerte de otra casa más, de un auto y hasta de unas vacaciones rumbosas como de político botarete visitando la finca de los hermanitos Castro en el Caribe.

Del otro lado del mostrador tienes, digamos, a los exportadores de alguna economía emergente o a un pensionado europeo buscando dónde invertir sus ahorros y esos excedentes van, de forma insospechada, a ser la contraparte de tus dos o tres casas, de tu auto y hasta de tus vacaciones inolvidables. A nadie conviene que este amago de máquina de movimiento perpetuo termine; mucho menos que termine de forma abrupta. Pero se acabó. Contra la lógica no hay fuero.

El problema es que esta orgía de crédito pasó el retén de los indicadores de alarma sin que se encendiera una sola luz roja. La orgía de crédito no se volvió inflación detectable sino que halló acomodo en esos activos financieros novedosos y cautivadores: por ejemplo, los “vehículos estructurados de inversión”. Que fueron, en muchos casos, como esas pócimas energéticas que, dicen, te permiten “reventarte” toda la noche sin percibir ni un asomo de fatiga.

Habrá que entender y aprender para inventarnos detectores de alerta, en los mercados financieros, que no nos engañen. No es tarea sencilla porque con facilidad, y dado que se trata de asuntos en los que los políticos siempre meten las manos y hasta los píes, puede concluir con normas y prohibiciones tan simplistas como absurdas, reglas condenadas al incumplimiento o a la simulación (como esa de cambiar datos personales por el permiso burocrático de tener una línea telefónica) que inhiban y encarezcan la creatividad financiera. Ese sí sería un pésimo negocio. Cuidado.

viernes, 9 de abril de 2010

Greenspan y el reparto de culpas

Se necesita ser muy arrogante, amén de muy bruto, para condenar o absolver de un plumazo a Alan Greenspan respecto de la gestación de la calamidad financiera y económica mundial que padecimos de forma particularmente aguda en 2008 y 2009.

Una de las novedades de esta semana – esos alaridos con los que los medios de comunicación y el entramado político tratan de llamar nuestra atención – fue que los legisladores estadounidenses sentaron en el banquillo a Greenspan. Éste, fiel a su talante, tuvo el talento para elaborar argumentos plausibles en su descargo y en el de la Reserva Federal de los Estados Unidos y para reconocer algunos errores de apreciación. Hay que decir, aunque Greenspan no tuvo el instinto suicida para hacerlo, que dichos errores de apreciación en todo caso tuvieron consecuencias desastrosas para la economía mundial.

Lo que nos debiera importar del episodio, sin embargo, es desentrañar la verdad detrás de la crisis. No estamos, a pesar del afán de muchos colegas por reivindicar la llamada “nota roja”, ante la escena de un crimen jugando a los detectives geniales que descubren súbitamente al criminal, desenmascaran sus perversos móviles, lo juzgan sumariamente y lo procesan en el patíbulo “mediático” (uno de los más crueles e injustos) mediante una “exclusiva”. Mucho menos estamos ante esa degradación del periodismo a mera notoriedad narcisista (“y aquí está el inmarcesible don Julio abrazando al famoso narcotraficante como muestra máxima del periodismo progre”), en el que algunas vacas sagradas del oficio fatigan sus días postreros.

Alguna vez, André Frossard escribió que un intelectual es aquél cuya profesión es la verdad. Algo así debiera ser el periodismo, pero dista de serlo evidentemente.

Volvamos a Greenspan y a la peor calamidad económica global de los últimos tiempos: ¿Por qué fue posible tal desastre?, ¿qué falló?, ¿qué faltó?, ¿qué sobró?

Respuestas provisionales: 1. Por lo que hace a Greenspan, a la Fed y a otros grandes bancos centrales debe decirse que sobró autoconfianza respecto de su capacidad para detener a tiempo una expansión insólita del crédito en el mundo que, hay que decirlo, sólo podía tener una conclusión fatal. Faltó humildad para no repetir errores más que conocidos por personas brillantes, como sin duda lo es Greenspan.

2. Por lo que hace a los reguladores en general, en los países desarrollados no sólo en Estados Unidos, faltó previsión al tiempo que sobró ese pernicioso afán del burócrata que cree “controlar” todas las variables desde su escritorio.

3. Las agencias calificadoras tuvieron, en los prolegómenos de esta crisis, un papel tan desastroso como falto de ética. Así, con todas sus letras.

3. Pero sobre todo uno de los principales orígenes de la crisis, tal vez el más grave y condenable – y Greenspan tuvo el tino de mencionarlo-, fue la presunción de los políticos, todos los presidentes de los Estados Unidos de James Carter a la fecha entre otros, de que, al influjo de su sola palabra encendida pueden hacer que tenga casa quien carece de los ingresos para tenerla o pagarla. Y quien dice “casa”, dice “salud”, “enseñanza”, “empleo” y decenas de bienes más. Esos deliciosos pasteles imaginarios – que nadie ha horneado- y que los políticos reparten con singular desparpajo.

A ver si aprendemos, pero lo dudo: nuestra capacidad de autoengaño cuando los tiempos son bonancibles parece inagotable.

sábado, 3 de abril de 2010

Elogio de la holganza legislativa

No entiendo qué beneficio se derivaría del hecho de que diputados y senadores celebrasen sesiones en lugar de decretar largos recesos legislativos, como sucede ahora con motivo de la semana santa y de la semana de pascua.
Un cínico, como yo, diría recurriendo a la jerga de los economistas que la holganza legislativa tiene un costo de oportunidad menor para la sociedad que el “trabajo” legislativo. Basta analizar los resultados efectivos de la mayor parte del “trabajo” legislativo. Pensemos, por ejemplo, en la brillante legislación que, so pretexto de reducir las extorsiones criminales, nos obliga a todos los propietarios de una línea de teléfono a registrar nuestros datos más personales (y susceptibles de ser usados por un criminal precisamente para extorsionarnos) ante quién sabe qué autoridades. Me queda claro que los perjuicios derivados de esa ocurrencia superan con creces los presuntos beneficios que en teoría generaría dicha norma; que además tiene todos los visos de ser impracticable.

En ese, como en muchos otros casos, la abstención legislativa arrojaría más beneficios que los que produce la diligencia de los legisladores. Entonces, ¿a qué viene tanto escándalo y rasgarse las vestiduras porque los tribunos – del género masculino lo mismo que del género femenino, porque no faltará el “genio” cursi que hable de las legisladoras como de “las gentiles damitas tribunas” – se hayan recetado a sí mismos otros días más de holganza?

El del “trabajo” legislativo, en este sentido, es un caso parecido al de los organilleros que pululan en el centro de la ciudad de México, contribuyendo al atroz barullo. Son, se me dirá, “una bonita tradición mexicana”. Pamplinas. En realidad, es una odiosa forma de mendicidad que surgió en algunas ciudades de Europa central hace un par de siglos y que conservamos ridículamente transplantada a México (haciéndole competencia, en la generación de ruido, a los danzantes disfrazados de falsos aztecas, a los policías dizque dirigiendo a silbatazos el tráfico de vehículos y a los gritones ambulantes que ofrecen mercancías tan baratas como sospechosas). Práctica importuna y detestable avalada por el reclamo lastimero: “¡Coopere, joven, para que no muera la tradición!”. Pregunto: ¿Cuánto cuesta que muera tan odiosa costumbre de una vez por todas?

Si de todas formas pagamos, de fuerza que no de grado (como dirían los clásicos), el salario de los legisladores y toda su parafernalia, me parece un mal menor que los beneficiarios de esas generosas becas no hagan nada comparado con el mal mayor de pedirles más ocurrencias nefastas.

El economista Paul Streeten, originalmente apellidado Horning, quien vivía en Austria en las primeras décadas del siglo pasado, describía este fenómeno: “En Viena había músicos y cantores que daban serenatas. La gente les tiraba dinero, a veces para que se fueran y la gente pudiera dormir tranquila. Estos cantantes fueron, con el tiempo, el paradigma que me hizo escéptico del Producto Interno Bruto como medida del bienestar económico. Porque esas personas recibían dinero por producir un mal; mejor dicho: por dejar de producirlo”.

Parece una indignación farisaica lamentar un par de semanas más de holganza de nuestros legisladores. ¿Alguien cree de veras que si hubiésemos tenido a 500 diputados y 128 senadores “trabajando” durante la semana santa y la semana de pascua eso le habría generado al país un gran beneficio?