Durante mucho tiempo, tal vez dos o hasta tres décadas, España se nos ofreció como modelo. Ya no más.
Primero, fue la límpida transición: ir de la patética agonía y muerte de un dictador vetusto a la construcción generosa de una democracia en el marco de una moderna monarquía parlamentaria. La clave del tránsito terso fue la voluntad de ir de la ley a la ley sin apelar a las rupturas brutales, así como la generosa disposición de un joven monarca, Juan Carlos, para trabajar sin descanso en la domesticación de voluntades que se antojaban indómitas e irredentas, a derecha e izquierda.
Después, fue el éxito de la economía española enmarcado por su inserción plena en Europa, sustentado en su apuesta por la ley y la libertad. España llegó a crecer más que el resto de la Unión Europea. Las grandes corporaciones españolas conquistaron los mercados de Hispanoamérica en las telecomunicaciones, en las finanzas, en los energéticos, en la construcción y hasta en el terreno de las tecnologías verdes o limpias.
Pero el tiempo todo lo muda. Hoy España difícilmente es modelo. Ojalá España logre salir del lastimoso trance en que la deshonestidad intelectual, la mucha ambición de políticos y negociantes (servida frecuentemente por una desparpajada falta de escrúpulos), las necedades aldeanas y otros males, como el progresismo bobalicón, la han metido.
Un ejemplo, tal vez paradigmático, de la profunda crisis económica, social y moral en la que hoy naufraga España, son las tribulaciones en que se ha metido el famoso juez Baltasar Garzón. Famoso en el orbe a fuerza de golpes mediáticos diseñados para cosechar la admiración candorosa de los progres. Juzgar y condenar (porque se trataba de un juicio con la sentencia cargada de antemano) al dictador chileno Augusto Pinochet fue una gran lanzada mediática. Y ahí se siguió la carrera meteórica de un extraño juez amante de los reflectores, parcializado por la toma de posturas partidistas, aupado por amigos negociantes tanto más poderosos cuanto más cercanos han sido a los gobiernos de la progresía española (socialista de apellido); progresía que abandonó el dogmatismo de la lucha de clases para encaramarse en el más burdo capitalismo de los compadres.
Hoy Garzón enfrenta, entre otras, acusaciones de prevaricación (durísima palabra) con las armas que conoce: Sus contactos entre la progresía multinacional de habla hispana -hasta en México le han salido un par de compadres defensores en la prensa-, sus amigos del poderoso grupo mediático que forjó Jesús Polanco, sus enchufes con los gobiernos de apellido socialista. Con algaradas, carteles, gritos y consignas. Curioso juez que prefiere tales recursos frívolos para defenderse, en lugar de aquellos que debiera conocer al dedillo: el alegato jurídico y ponderado en cortes y juzgados. Cada cual es lo que es y cada cual hace lo que sabe y puede.
Otro capítulo de la picaresca española puesto al día, salpicado de invocaciones trasnochadas y tremendistas a los fantasmas de la guerra civil y del franquismo, cuando Francisco Franco murió hace mucho, 34 años y muchos meses para ser casi exactos, y sus despojos ya ni a los gusanos atraen.
Lo aleccionador, detrás de la anécdota de Garzón, es constatar que quien hace de la justicia un circo, un negocio para los traficantes de ruido, con frecuencia termina recibiendo como pago la misma moneda falsa que puso en circulación.
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