Se necesita ser muy arrogante, amén de muy bruto, para condenar o absolver de un plumazo a Alan Greenspan respecto de la gestación de la calamidad financiera y económica mundial que padecimos de forma particularmente aguda en 2008 y 2009.
Una de las novedades de esta semana – esos alaridos con los que los medios de comunicación y el entramado político tratan de llamar nuestra atención – fue que los legisladores estadounidenses sentaron en el banquillo a Greenspan. Éste, fiel a su talante, tuvo el talento para elaborar argumentos plausibles en su descargo y en el de la Reserva Federal de los Estados Unidos y para reconocer algunos errores de apreciación. Hay que decir, aunque Greenspan no tuvo el instinto suicida para hacerlo, que dichos errores de apreciación en todo caso tuvieron consecuencias desastrosas para la economía mundial.
Lo que nos debiera importar del episodio, sin embargo, es desentrañar la verdad detrás de la crisis. No estamos, a pesar del afán de muchos colegas por reivindicar la llamada “nota roja”, ante la escena de un crimen jugando a los detectives geniales que descubren súbitamente al criminal, desenmascaran sus perversos móviles, lo juzgan sumariamente y lo procesan en el patíbulo “mediático” (uno de los más crueles e injustos) mediante una “exclusiva”. Mucho menos estamos ante esa degradación del periodismo a mera notoriedad narcisista (“y aquí está el inmarcesible don Julio abrazando al famoso narcotraficante como muestra máxima del periodismo progre”), en el que algunas vacas sagradas del oficio fatigan sus días postreros.
Alguna vez, André Frossard escribió que un intelectual es aquél cuya profesión es la verdad. Algo así debiera ser el periodismo, pero dista de serlo evidentemente.
Volvamos a Greenspan y a la peor calamidad económica global de los últimos tiempos: ¿Por qué fue posible tal desastre?, ¿qué falló?, ¿qué faltó?, ¿qué sobró?
Respuestas provisionales: 1. Por lo que hace a Greenspan, a la Fed y a otros grandes bancos centrales debe decirse que sobró autoconfianza respecto de su capacidad para detener a tiempo una expansión insólita del crédito en el mundo que, hay que decirlo, sólo podía tener una conclusión fatal. Faltó humildad para no repetir errores más que conocidos por personas brillantes, como sin duda lo es Greenspan.
2. Por lo que hace a los reguladores en general, en los países desarrollados no sólo en Estados Unidos, faltó previsión al tiempo que sobró ese pernicioso afán del burócrata que cree “controlar” todas las variables desde su escritorio.
3. Las agencias calificadoras tuvieron, en los prolegómenos de esta crisis, un papel tan desastroso como falto de ética. Así, con todas sus letras.
3. Pero sobre todo uno de los principales orígenes de la crisis, tal vez el más grave y condenable – y Greenspan tuvo el tino de mencionarlo-, fue la presunción de los políticos, todos los presidentes de los Estados Unidos de James Carter a la fecha entre otros, de que, al influjo de su sola palabra encendida pueden hacer que tenga casa quien carece de los ingresos para tenerla o pagarla. Y quien dice “casa”, dice “salud”, “enseñanza”, “empleo” y decenas de bienes más. Esos deliciosos pasteles imaginarios – que nadie ha horneado- y que los políticos reparten con singular desparpajo.
A ver si aprendemos, pero lo dudo: nuestra capacidad de autoengaño cuando los tiempos son bonancibles parece inagotable.
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