viernes, 31 de agosto de 2018

Halcones, palomas y otras etiquetas engañosas

Los bancos centrales no son un aviario. Es decir, nadie debiera verlos como "una colección de aves distintas, vivas o disecadas, ordenada para su exhibición o estudio".

Sin embargo, sucede. Al menos, numerosos analistas y, de su mano, periodistas y comentadores de noticias, suelen recurrir a los símiles del halcón y la paloma para etiquetar con facilidad esquemática las decisiones de política monetaria de tal o cual banquero central. De forma simplista puede decirse que un banquero central (o miembro de la junta de gobierno de un banco central) es halcón porque sus decisiones tienden a ser restrictivas (verbigracia: elevar la tasa de interés de referencia o propiciar por medios directos o indirectos una menor liquidez en la economía), en tanto que otro merece el calificativo de paloma porque sus decisiones suelen ir en sentido contrario y favorecer una mayor expansión del circulante o de lo que, otrora, se llamaba "dinero de alto poder" (vieja metáfora que parecía asociar al dinero con la dinamita, supongo).

La metáfora de los halcones y las palomas es importada, como se sabe. Surgió en la lengua inglesa y, originalmente, no se refería a los banqueros centrales o a la política monetaria, sino a las preferencias de los gobiernos a tomar cursos de acción más o menos agresivos, más o menos conciliadores, ante determinados conflictos con otras naciones; de forma simplista, e irreal porque las cosas no suelen ser tan simples, el halcón (hawk) tenderá a comportarse como un agresivo guerrero en tanto que la paloma (dove) será un estratega que privilegiará los métodos pacíficos de la diplomacia y la negociación no violenta. 

En un interesante artículo publicado en 2013 en The New Republic Alice Robb rastrea los orígenes en la lengua inglesa de esta metáfora perezosa (como le llama acertadamente) y encuentra que el "halcón" aparece por primera vez, con ese significado guerrero, en una carta de Thomas Jefferson a James Madison en 1798 para describir a los federalistas deseosos de ir a la guerra contra Francia. El término "paloma" asociado a la paz es de origen aún más remoto, siempre según Robb, y puede rastrearse en el Antiguo Testamento y en la épica de Gilgamesh : Tanto Noé como Gilgamesh envían una paloma para buscar tierra seca después de una inundación.

La metáfora se trasladó al terreno de la política monetaria, supongo, cuando en los años inmediatos posteriores a la Segunda Guerra Mundial se estableció lo que se ha llamado un "mandato dual" para el banco central estadounidense (Reserva Federal) que, desde entonces, debe velar tanto por el crecimiento de la economía (que debe acercarse a ese arquetipo keynesiano llamado "pleno empleo") como por la estabilidad de precios. 

A partir de ahí la metáfora ha tomado vuelo, lo que no podría ser de otra manera tratándose de aves voladoras. 

Un mandato dual, tan inopinado como el que comento, parece inevitable que tenga dos consecuencias: que los pobres banqueros centrales corran el riesgo de volverse bizcos por la necesidad de "tener un ojo al gato y otro al garabato" y, segundo, que el análisis de sus aciones se vuelva artificialmente dual y maniqueo. "O ves para acá y entonces eres halcón o ves para allá y entonces eres paloma...o ves para ambos lados a la vez y entonces serás un pájaro bizco camino de quedarse ciego".

Y la metáfora no sólo tomó vuelo en cuanto a la frecuencia de uso, sino que emigró - como algunos patos y algunas variedades de mariposas- hacia el sur, a tierras más cálidas, como México, donde es usada por analistas y demás con singular desparpajo, a despecho de que el Banco de México tiene un mandato único (estabilidad de precios o combate a la inflación) y un diseño institucional mucho más semejante al de los bancos centrales de Europa, digamos al Bundesbank alemán, o al Banco de Inglaterra. Siendo así las cosas en el caso de la inmensa mayoría de los bancos centrales del mundo, que tienen "mandatos únicos", la metáfora parece que falla estrepitosamente, porque los banqueros centrales (incluyo en la denominación, desde luego, a todos los miembros de la junta de gobierno, no sólo al gobernador del banco) debieran comportarse siempre como halcones, no por temperamento o afinidad electiva, sino por mandato de la ley. Y ello aun siendo, como suelen serlo, personas pacíficas, amables, sonrientes, conciliadoras y adversas a resolver eventuales conflictos mediante recursos de fuerza. Debieran ser "halcones" porque para eso los nombraron y porque esa - apurando el uso habitual que se le da a la metáfora en periódicos y otros medios de comunicación- es la descripción de su puesto.

También en 2013 Neil Irwin en The Washington Post  citó las duras críticas que el economista en jefe de Standar & Poors , Paul Sheard, hizo a  la dichosa metáfora de los halcones y las palomas aplicada a los banqueros centrales. El punto central del desagrado de Shear con la perezosa y simplista metáfora puede resumirse así: 

“The traditional labels could even be pernicious in the way they frame things, such that those who want to tighten policy are the Tough People Who Do What Needs to Be Done, and those who want to ease policy are hippie-dippies…. maybe instead of classifying central bankers by the variety of bird they most resemble, we should instead judge them on their ability to adapt their thinking to circumstance.”  

En otras palabras: Si somos serios, un banquero central "paloma" sería un banquero central que está haciendo mal su trabajo. Y viceversa: un "halcón" en un banco central es alguien que está haciendo lo que se debe hacer. 

Salta a la vista que lo que falla es la simpleza y hasta tontería de la metáfora de los halcones y las palomas. Mejor, esforcémonos por hacer análisis menos esquemáticos y simplistas (la política monetaria no es una regla de tres) y usemos con propiedad el lenguaje. Las analogías son necesarias con frecuencia, pero deben emplearse con cuidado y mesura.

Hace algunos meses, el actual Gobernador del Banco de México, Alejandro Díaz de León, dijo en una entrevista que, si se empeñaban en encontrarle semejanzas con un ave, él preferiría ser caracterizado como un búho, tradicionalmente asociado a la sabiduría y, añado yo, de quien observa, no se duerme, pero no se precipita.

Y hace años, Agustín Carstens, anterior Gobernador del Banco, cuando le preguntaron si él era "halcón o paloma" se limitó a responder que no podía decirlo porque la zoología nunca fue su especialidad.

(Nota aclaratoria: fui Director de Comunicación del Banco de México de octubre de 2011 a abril de 2018; desde esa última fecha no tengo relación laboral alguna con esa respetada institución autónoma del Estado mexicano y estas desparpajadas opiniones son de mi exclusiva responsabilidad).


martes, 28 de agosto de 2018

Constitución moral: otro caso de deshonestidad intelectual

En diferentes tonos, y desde diversos ángulos, se ha dicho que la sola idea de elaborar una "constitución moral" es un despropósito. El promotor de la ocurrencia, el presidente electo Andrés Manuel López Obrador, hasta ahora ha sido refractario a esas críticas y sigue adelante con su propósito. Así es él.

La tarde del viernes 24 de agosto López Obrador comunicó, a través de su cuenta en la red social Twitter, que comió en sus oficinas con quienes le ayudarán a recoger "ideas, opiniones y sentimientos" con el fin de elaborar la "Constitución Moral y fortalecer valores". El lenguaje con el que fue redactado tal anuncio contribuyó a irritarnos aún más a quienes vemos con alarma dicho propósito: se habló de "compartir los sagrados alimentos", lo que suena no sólo anacrónico sino afectadamente pío y, como ya resulta habitual desde hace meses, el firmante recurrió al plural mayestático para referirse a sí mismo: "...quienes nos ayudan a coordinar el trabajo". Por si eso no bastase, los nombres de los cuatro colaboradores mencionados distan de suscitar alivio, entre los muchos que sostenemos la necesidad de mantener y fortalecer el carácter laico del Estado, el respeto irrestricto a las libertades, empezando por la libertad de conciencia, y la separación entre el Estado y las iglesias o confesiones religiosas.


A pesar del formidable aparato de propaganda que apoya, con buenas y malas artes, las propuestas y declaraciones del presidente electo, las voces opuestas a este proyecto se han dejado escuchar tanto en medios de comunicación como en redes sociales y otras espacios de opinión. La idea misma de promulgar una "constitución moral" trasunta moralismo a ultranza e intromisión a todas luces indebida del futuro gobierno en el ámbito libérrimo de las conciencias y de las costumbres.

Ante ello, los defensores de la llevada y traída "constitución moral" han desestimado estas críticas aludiendo, entre otras cosas, a la "Cartilla moral" que escribió Alfonso Reyes en 1944, como si el nombre del ilustre escritor y su innegable calidad intelectual fuesen un aval automático e indiscutible para la ocurrencia de López Obrador. 



Incluso, hay entre esos promotores quien ha querido apaciguar temores justificados diciendo que lo que se busca hacer es "un tratado filosófico" más que un código, lo cual - dicho por quien lo dice, es decir por quien carece incluso de la formación filosófica necesaria para redactar un simple manual de lógica que sea presentable en una escuela secundaria-, es tan pretencioso que provoca carcajadas.

En todo caso, la sola invocación de esa obra de ocasión de Reyes, para defender el dislate que hoy se propone, constituye una flagrante muestra de deshonestidad intelectual que merece denunciarse.

Ese es el propósito de este artículo.

Alfonso Reyes jamás buscó redactar un código o conjunto de normas morales al escribir esa pequeña obra didáctica por encargo del entonces secretario de Educación Pública, Jaime Torres Bodet.

Más aún, no se trata de una obra que pretenda proponer una cosmovisión específica o algún hallazgo filosófico, ya sea ético o estético. 

La Cartilla moral de Reyes sería la continuación lógica y deseable de la primera etapa de una magna campaña de alfabetización de adultos, cuyo principal instrumento fue una Cartilla Nacional de Alfabetización, y queda claro para cualquiera que la haya leído con atención que Reyes la escribió buscando (y logrando) un valioso y difícil equilibrio entre la necesidad de guiar a instructores mayoritariamente no avezados en la enseñanza de doctrinas filosóficas y los requisitos de apego a la verdad y rigor en el uso del lenguaje.

También queda claro que "no pudieron aprovecharse entonces". Cito las primeras palabras del opúsculo de Reyes: 

Estas lecciones fueron preparadas al iniciarse la “campaña alfabética” y no pudieron aprovecharse entonces. Están destinadas al educando adulto, pero también son accesibles al niño. En uno y otro caso suponen la colaboración del preceptor, sobre todo para la multiplicación de ejemplos que las hubieran alargado inútilmente. Dentro del cuadro de la moral, abarcan nociones de sociología, antropología, política o educación cívica, higiene y urbanidad.


Citar, como antecedente de la disparatada y potencialmente peligrosa "constitución moral" que pretende López Obrador, la Cartilla moral de Reyes es tan absurdo como decir que el libro de la SEP para el docente de segundo grado de primaria para la enseñanza del Español como lengua materna es el antecedente lógico que valida la Nueva Gramática de la Lengua Española de la Real Academia de la Lengua.

La Cartilla moral de Reyes es, como su nombre lo indica, una simple "cartilla" o guía para quienes, siendo maestros o voluntarios sin mayor preparación pedagógica o intelectual, se uniesen al llamado del gobierno del general Manuel Ávila Camacho para alfabetizar y dar rudimentos de cultura "moderna" a millones de adultos mexicanos que, en aquellos días, permanecían en el analfabetismo; todo esto de acuerdo con la denominada "Ley de emergencia" promulgada en agosto de 1944. 

Según el censo de 1940 el 48% de la población total de México era analfabeta. De ahí el carácter de "emergencia nacional" que se dio a la campaña de alfabetización diseñada y encabezada por Torres Bodet y que debía atender a más de 9 millones 400 mil mexicanos analfabetos de entre 6 y 40 años de edad (cifras del censo). En una primera etapa, para atender esa necesidad, se imprimieron 10 millones de ejemplares de la Cartilla Nacional de Alfabetización 1944-1946, que fue el principal instrumento pedagógico de la Campaña Nacional contra el Analfabetismo.


El artículo 13 de la Ley de Emergencia señalaba que las cartillas de alfabetización deberían contener "las instrucciones sencillas y claras para quien enseñe y el material y los ejercicios necesarios para quien aprenda".  No fue fácil encontrar a los autores idóneos para elaborar tal material pedagógico dadas las complicadas circunstancias en que debía desarrollarse esa ingente labor educativa: la magnitud de la población objetivo, su dispersión en el territorio nacional, la carencia de maestros plenamente capacitados y con aptitudes pedagógicas óptimas, la heterogeneidad de lenguas maternas diversas del español que hablaban buena parte de los millones de analfabetos, entre muchos elementos de dificultad. Como lo señaló el propio Torres Bodet:

"...por la calidad de la empresa, y por la impreparación general de los instructores, métodos (de la enseñanza del alfabeto) tan modernos (...) infundirán desconciertos en los voluntarios de la campaña. Urgía una cartilla de tipo ecléctico, que sirviese tanto a los profesores recién salidos de una escuela normal cuanto a los espontáneos de la enseñanza, inhábiles y bisoños, pero deseosos de cumplir el deber que la ley de emergencia les prescribía. Por otra parte, convenía que algunas lecciones de la cartilla - las que figurasen en los últimos pliegos- iniciaran un diálogo cívico: el que estimábamos necesario para robustecer la unión de los mexicanos"



El subrayado de la cita (mío) es con el fin de enfatizar que ahí, precisamente, bosqueja Torres Bodet el propósito que habría de cumplir la "cartilla moral" encomendada a Reyes. Al final, como ya se dijo y como señaló Reyes en la introducción de la misma, la Cartilla moral no se incluyó en la campaña, sea por falta de tiempo o sea porque se haya considerado que representaba más riesgos de desorientación que ventajas educativas. No lo sé de cierto porque Reyes no lo señala y porque no he encontrado, en las fuentes documentales consultadas, la explicación definitiva.

Tampoco es ocioso destacar que el propósito de la Cartilla moral que describe someramente Torres Bodet ("robustecer la unión de los mexicanos") obedece fielmente a una consigna del gobierno de Ávila Camacho en un contexto histórico signado, por una parte, por la Segunda Guerra Mundial y, por otra, por la crispación social provocada por el gobierno del general Lázaro Cárdenas y por la inclusión en el artículo tercero de la Constitución, durante el gobierno de éste, del mandato de que la educación "será socialista". Cabe recordar que Ávila Camacho, quien se proclamó "creyente", modificó nuevamente en 1946 el mismo artículo tercero suprimiendo lo de la "educación socialista" y encomendó a Torres Bodet una nueva redacción en la que se habló de "educación nacionalista y democrática".

Es más que obvio que el México de 2018 es sustancialmente diferente del de la década de los años 40: ni hay una emergencia nacional por el analfabetismo de los adultos, ni hay una crispación social fomentada por un gobierno de retórica socialista, ni estamos en una guerra mundial, ni se trata de un país mayoritariamente rural y agrícola, ni es deseable (o necesario, por una guerra u otras causas) promover la "unidad nacional".  

Eso significa que, incluso en el extremo de que el futuro gobierno de López Obrador, quisiese (con el nombre equivocado de "constitución") difundir una suerte de "cartilla moral" semejante a la que escribió Reyes, se trataría de un proyecto injustificado e importuno. Además de que debiera encomendarlo, en tal caso, a su futuro secretario de Educación, no a un par de periodistas, a un abogado que es su viejo amigo y a una retirada presentadora de televisión quien es socia, con su marido, de una casa productora de telenovelas y series de televisión que relatan, con benevolencia rayana en la apología, vida y crímenes de narcotraficantes y otros delincuentes.


 


domingo, 19 de agosto de 2018

No es lo mismo tal que cual...

No es lo mismo chícharos que aguacate...
Evan, mi nieto, de ocho meses de edad, sabe perfectamente que no le gusta comer chícharos y que, en cambio, el aguacate es delicioso. Y actúa en consecuencia.

También sabe que ambos - chícharos y aguacates- son alimentos y son de color y textura semejante, pero no son lo mismo. Evan, a su corta edad, no confundiría una pequeña pelota de plástico verde brillante con su comida, pero, además de la vista y el tacto, utiliza el sentido del gusto para conocer la colorida pelota y se la lleva a la boca, no para comérsela porque su sabor no es agradable, sino para "probarla" y conocer más y mejor ese pequeño objeto. Los juguetes, él lo sabe, no son lo mismo que la comida. Evan, sin que aún pueda formularlo verbalmente, sabe que "probar" algo, experimentarlo con alguno o varios de sus sentidos (vista, olfato, gusto, tacto, oído), es la forma de conocer "algo más" de ese "algo" específico. Es adquirir, intelectualmente, algo nuevo a partir de lo conocido anteriormente, captar semejanzas y diferencias. 

Y Evan también sabe que todos esos "algo" (entes) tienen en común el hecho de ser, pero que no son lo mismo. Sabe, pues, que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Evan hace cada día, casi a cada momento, nuevos descubrimientos fascinantes, basado en esos primeros principios abstractos que obtuvo, no obstante ser principios abstractos, a partir de la experiencia sensorial. Evan goza, ya desde su corta edad, la fascinante aventura de descifrar. Más tarde, para manejar el caudal de conocimientos que ha obtenido a partir de la experiencia y de la facultad de abstracción (es decir: la facultad de despojar cada "algo" de sus características materiales accidentales para captar su esencia, lo que le hace "ser lo que es", ser ese "algo" y no "otro algo") Evan aprenderá otro arte, secundario al de descifrar, que es el arte de cifrar. Nombrará las cosas, para distinguirlas entre sí, pero también para poder unirlas, de manera abstracta, y poder expresar que el aguacate que le dieron de comer ayer es de la misma clase que el aguacate que disfruta hoy, pero a la vez son distintos. Podrá llegar a expresar claramente a sus papás: "No quiero chícharos, prefiero comer aguacate". 

Descifrar y cifrar. En ese orden. Tal vez, ¡ay!, dentro de algunos años Evan podría cometer, sin darse cuenta, el grave error de querer alterar ese orden y pretender cifrar sin antes haber descifrado (entonces por ejemplo, Dios no lo quiera, Evan se apresurará a poner en su muro de Facebook textos o imágenes que en realidad no entiende, pero que le harán aparecer ante los otros como alguien que expresa sus opiniones y creencias de forma rotunda, sugestiva, taxativa), pero esa es otra historia que aún no sucede, porque hoy día, por fortuna, Evan aún no ha sido contaminado por la perversa consigna de cierta modernidad hegeliana, que muy claramente cifró Marx al formular su IX tesis sobre Feuerbach: "Los filósofos han contemplado demasiado tiempo el mundo; ahora es preciso transformarlo". Consigna atroz, si las hay, que nos tiene cada vez más confundidos, ocupados en hacer cosas que servirán para no sabemos qué, apresurados por llegar a no sabemos dónde y agobiados por no sabemos qué pesares. Pero esa es otra historia y dejémoslo ahí, para volver al conocimiento recto y aún no contaminado de Evan a los ocho meses de edad. Al conocimiento del que obtuvo Evan, como alguna vez cada uno de nosotros, ese principio fundamental para descifrar el mundo, para entenderlo, para contemplarlo (a despecho de lo que la contemplación del mundo parecía fastidiar a Marx, je, je, je): "Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa...", no es lo mismo tal que cual.

Porque, ¡ay!, con gran frecuencia dejamos en el desván de las cosas inútiles o prescindibles esa verdad grandiosa y fundamental. De otra manera, no se entiende que haya tanta gente adulta que confunda una cosa (digamos, el proceso de votar para elegir un presidente tachando un nombre o un emblema en una papeleta) con otra cosa (decidir dónde es más conveniente construir un aeropuerto seguro, útil, viable, digamos) o que confunda a un presidente electo con un profeta iluminado por alguna sabiduría infusa y omnisciente. Una cosa por otra. 

Primero descifremos paso a paso, o acudamos a quienes saben del asunto porque se han dedicado, con método, con orden, con honestidad intelectual, a estudiarlo, a descifrarlo y sólo después hablemos, prediquemos, hagamos o dejemos de hacer. 

¿Sabios?, sabios los niños de meses de edad, que nunca pondrían la carreta delante del caballo. 






miércoles, 8 de agosto de 2018

Banxico y los por qué de una lectura errónea

El jueves 2 de agosto la junta de gobierno del Banco de México difundió su más reciente anuncio de política monetaria. Como se sabe, la Junta decidió mantener en 7.75% la tasa de interés interbancaria a un día (TII) que es la tasa que expresa su posición de política monetaria.

El comunicado puede leerse aquí.

Varios analistas interpretaron que la Junta de Gobierno había dado, en sus consideraciones, un mayor peso a los indicios de debilidad en la actividad económica que a los riesgos concernientes a la inflación. De forma esquemática - y errónea, como intentaré demostrar en este artículo-, dedujeron que el Banco Central manifestaba de esta forma un cierto cambio en sus prioridades y, a diferencia del pasado, enviaba la señal de que además del combate a la inflación se ocuparía, de ahora en adelante, de propiciar o impulsar el crecimiento de la economía. 

Nada más erróneo. Por ello, en la primera oportunidad el gobernador del Banco de México, Alejandro Díaz de León, salió al paso de esas interpretaciones y explicó claramente que las consideraciones que hace el Banco Central acerca de la actividad económica y el posible crecimiento del producto (PIB) en el futuro las hace en función de lo que significan en términos de riesgo para la inflación futura, y no como si el Banco fuese otro agente activo ocupado en promover el crecimiento de la economía. 

Cito textual sus palabras en una entrevista con Víctor Piz de El Financiero: "Hay muchos elementos que se toman en consideración para la decisión de política monetaria (...) en la medida en que la actividad económica se desacelera, es más probable que la evolución de los precios continúe su tendencia a la baja".  Y abundó: "Es muy claro que nuestro mandato es mantener la inflación baja y estable...pero el entorno económico es muy importante, porque da el contexto bajo el cual el proceso, en este caso de desinflación, se lleva a cabo". 

Me parece que estas claras declaraciones desmienten las interpretaciones apresuradas y erróneas; en especial, aquellas que, de forma un tanto sibilina, trataron otra vez de poner sobre la mesa la propuesta de un "mandato dual" para el Banco de México, producto de una imitación extra-lógica de la forma en que está expresado en los Estados Unidos el mandato de la Reserva Federal. Se trata de una propuesta ampliamente superada en el terreno conceptual pero que cíclica y artificialmente trata de reanimarse con claro sesgo ideológico y político.

No es nuevo que los anuncios de política monetaria del Banco Central susciten algunas lecturas sesgadas dada la diversidad de intereses, prejuicios y marcos conceptuales de quienes los reciben. Habrá quienes busquen en dichos anuncios la confirmación de sus particulares estrategias de inversión en una coyuntura específica; habrá quienes lean los anuncios armados con sus propios anteojos ideológicos y habrá quienes, en momentos de euforia o de ánimo decaído, traten de encontrar en los mensajes de política monetaria del Banco de México elementos que refuercen o confirmen su particular estado de ánimo. 

Ello es inevitable en cualquier comunicación. Estamos inmersos en un intenso, extenso y constante juego de "cifrar y descifrar" y es frecuente que los receptores de la comunicación descifremos los mensajes del emisor con mayor subjetividad de la que juzgamos tener; incluso determinadas palabras y formas sintácticas nos resultan más afines que otras. Aun haciendo a un lado los casos de mala interpretación deliberada - que puede haberlos, pero deben ser los menos-, cada cual de nosotros "lee" distinto un mismo texto.

En el caso específico de los anuncios de política monetaria suelen seguir un esquema preestablecido lo que disminuye el riesgo de lecturas sesgadas. También, el hecho de que se emitan en fechas preestablecidas y conocidas, incluso en un horario específico, mitiga las interpretaciones erróneas. 

Al igual que los anuncios de política monetaria de otros bancos centrales los del Banco de México hacen lo que denominan sendos "balances de riesgos", uno referente al crecimiento económico y otro referente a la inflación. Pero, atención, nuestra tendencia a pensar en categorías simétricas no debiera llevarnos a pensar que, para el Banco Central, ambos balances tienen el mismo peso al momento de tomar la decisión de política monetaria. 

De hecho, el balance de riesgos para el crecimiento tiene, a mi juicio, un carácter claramente instrumental: es un medio entre otros, muy importante desde luego pero medio al fin, para detectar la ausencia o presencia de posible presiones inflacionarias por el lado de la demanda, concretamente: si existen o no condiciones de holgura en la economía. Si hay condiciones de holgura (desempleo, indicadores débiles de consumo, de producción y de inversión destinada a futura producción) el Banco Central puede mantener o incluso relajar su postura monetaria sin riesgo de despertar a los demonios de la inflación (al menos, desde el punto de vista de la demanda agregada); si por el contrario, las condiciones de holgura se están estrechando o han desaparecido (verbigracia: una tasa de desempleo cercana a lo que se conoce como "pleno empleo", altas tasas de crecimiento de la producción industrial, altas tasas de crecimiento en consumo e inversión) es una señal clara para los banqueros centrales de que conviene apretar la postura monetaria (subir la tasa de referencia). 

En cambio, el balance de riesgos para la inflación es el balance final y decisivo para la postura de política monetaria. En cierta forma, resume y concreta todos los elementos previos de análisis (incluido, desde luego, el balance de riesgos para el crecimiento, pero no solamente dicho balance) que han tomado en cuenta los miembros de ese cuerpo colegiado (la junta de gobierno) para llegar a una decisión de política monetaria.

Como ya se indicó, nuestra tendencia a categorizar mentalmente de forma simétrica (blanco-negro, arriba-abajo, izquierda-derecha, "por un lado-por otro lado", "halcones-palomas", y demás) explica, parcialmente, la tendencia de algunos receptores de los anuncios de política monetaria, a descifrar el mensaje también en términos simétricos, lo que conduce con frecuencia al error de interpretación que comentamos. A esto se añade la imitación extra-lógica de las categorías de análisis que se aplican en la política monetaria de los Estados Unidos, donde, ahí sí, la simetría obedece a un presunto "mandato dual" en el que, al menos en la letra, el crecimiento económico y el control de la inflación debieran tener el mismo interés y peso para la Reserva Federal (nótese, de paso, cómo basta intentar formular ese mandato dual en términos operativos para detectar su imposibilidad; eso, porque se trata más de una solución de compromiso político que de un mandato viable para una institución que sólo cuenta con instrumentos monetarios).

Ahora bien, un principio práctico y universal de toda estrategia exitosa de comunicación es que la responsabilidad de que el mensaje sea cabalmente comprendido recae siempre en el emisor del mensaje, no en los receptores del mismo. Traducido este principio práctico al tema que nos ocupa significa que el Banco de México tiene una ventana de oportunidad importante para mejorar aún más la comprensión que los mercados, los analistas y el público tengan de sus anuncios de política monetaria, en breve: para comunicar mejor.

Así, la Junta de Gobierno del Banco Central podría explorar la posibilidad de incluir explícitamente en sus anuncios de política monetaria la advertencia de que el balance de riesgos decisivo y final que toma en cuenta para sus decisiones (valga la redundancia) es el balance de riesgos de la inflación y/o la advertencia de que todos los elementos del análisis previo a la decisión (que son numerosos y de naturaleza muy diversa) que toma en consideración la Junta de Gobierno se abordan en cuanto son relevantes para el balance de riesgos para la inflación, que es el decisivo.  
 

 

viernes, 3 de agosto de 2018

Profusa, confusa y difusa

Tratándose de las políticas públicas que pondrá en marcha el futuro gobierno, la comunicación de Andrés Manuel López Obrador y de sus colaboradores ha sido muy consistente: profusa, confusa y difusa. 

Es probable que se trate de una genuina estrategia de comunicación. Es decir, de un intento deliberado - y hasta ahora exitoso, hay que decirlo- de transmitir mensajes ambiguos, sujetos a diversas interpretaciones (incluso, contradictorias interpretaciones). Mensajes susceptibles de cambiar de sentido y de significado en cualquier momento. 



Tal vez por eso lo mismo podemos espigar, aquí o allá, un mensaje que "tranquiliza" a los mercados junto con otro que los "inquieta" y alguno más que los "asusta". Así, mientras los receptores de los mensajes permanecemos confundidos, o inciertos, el emisor (AMLO y su conjunto nebuloso de "colaboradores" o "gente cercana") conserva un amplísimo margen de maniobra para modificar su parecer o sus prioridades reales o los mecanismos específicos con que, a la postre, se instrumentarán o no, a su tiempo, las propuestas anunciadas.

A su vez, los mensajes son profusos: lo mismo pueden ser anodinos que de suma importancia. Lo mismo son acerca de impuestos, que ya no se llamarán así sino contribuciones, que de foros para platicar sobre la paz; de la siembra de arbolitos o de la elaboración de un inopinado catecismo de "buenas conductas" llamado, pomposamente, "constitución moral". 

Esta profusión de mensajes satura y entretiene a los medios de comunicación, y al público, y cada cual entiende lo que buenamente puede, adivina y trata de disipar la ambigüedad poniendo buena o mala voluntad interpretativa. 

Uno de los propósitos finales de esta peculiar estrategia de comunicación, deliberadamente confusa y difusa, parece ser algo semejante a "mantener viva la llama de la esperanza de cambio" o "no dejar que decaiga el entusiasmo". Y es obvio que tal objetivo se cumple y va configurando una suerte de culto a la personalidad que nos hace ver "normal" que cualquier mensaje (anodino o relevante; sensato o descabellado) del líder, se eleve de inmediato a la categoría de "grandiosa novedad", "insólita noticia", "buena nueva" o "palabra de salvación revelada". ¿Esto es, como se ha dicho, atroz para la libertad personal de creer, opinar, aceptar o rechazar, criticar o aprobar? Sí, desde luego, y hay que decirlo de forma rotunda.

Acerca de la confusión que estos difusos mensajes generan, es claro hoy que no sabemos con razonable certidumbre si la reforma energética seguirá en los términos actuales, conviviendo penosamente con una especie de contrarreforma o vuelta al pasado, o si será arrojada sin más al cesto de basura; similar ambigüedad hay en torno a lo que sucederá con la reforma educativa o respecto de cómo se concretará el anunciado propósito de "descentralizar" el gobierno federal, enviando a tales o cuales ciudades tales o cuales secretarías de Estado. 

Tampoco sabemos si la palabra del colaborador "X" es más creíble que la palabra del colaborador "Y" o si los nombramientos "virtuales" que hoy hace el ganador "virtual" serán válidos mañana y se convertirán en cargos reales y operantes en un futuro gobierno. 

Le propongo al lector un ejemplo singular de esta estrategia de comunicación. Se trata de una entrevista en televisión a un "cercano colaborador" de López Obrador que, podría ser o no ser (no se sabe) el vocero, o uno de los voceros, del próximo gobierno. 

La entrevista (que puede verse completa aquí ) comienza precisamente con dicha ambigüedad: el entrevistador comenta que "se ha dicho" que el entrevistado será vocero del futuro del gobierno de López Obrador; el entrevistado ni lo niega, ni lo confirma, sino que censura a quienes han difundido esa versión dándoles una lección de periodismo: "¿Cuál es la fuente de esa información?, no hay tal". Muy bien. 

Pero, entonces, ¿qué valor le podemos dar a lo que nos diga este señor acerca de cómo será la comunicación gubernamental en los "nuevos tiempos" y de cómo será la relación del futuro gobierno con medios y periodistas? ¿A título de qué hablará del asunto ese futuro ("puede que sí, puede que no, lo más seguro es que no se sabe") vocero del futuro gobierno?, pues a título de "colaborador de Andrés Manuel" (así, textual). 

En realidad, el entrevistado que se llama Jesús Ramírez Cuevas, es el director del periódico "Regeneración" del partido Morena, y trabaja, sin duda, "en el entorno" del virtual Presidente electo en tareas de comunicación, pero más no sabemos. No hay más información acerca de jerarquías, ¿le reporta a quién?, ¿directamente a López Obrador o a César Yáñez o a Tatiana Clouthier o a Yeidckol Polevnski o a Mario Delgado o a Jesús Cantú o se manda solo o colabora buenamente y cuando se puede en lo que se ofrece? No sabemos. Y sospecho que eso es parte de la ambigüedad deseada, promovida y alcanzada por el emisor de los mensajes. 

Más adelante, el entrevistado corrige otra "interpretación exagerada" (errónea, pues) que a su parecer han hecho medios y periodistas: es acerca del anuncio de que desaparecerían las oficinas de comunicación social en las distintas dependencias del gobierno federal. No, señala con gran sentido común, eso sería imposible.  Se trata tan sólo de centralizar el gasto y las decisiones de gasto (algo que, tengo entendido, ya debería suceder en el actual gobierno federal) en una sola oficina, y terminar con la "discrecionalidad".  

Muy bien, pero el problema es que, como candoroso televidente, no sé si eso efectivamente sucederá o no, porque no sé si debo de creerle al señor Ramírez Cuevas o no, porque ni siquiera sabemos si él lo sabe de buena fuente (autorizada, impecable, con poder para decidir), o si él está, a su vez, interpretando algo que escuchó o que platicó, como especulación o sugerencia, con alguien "cercano al virtual Presidente electo" y, sobre todo, no sabemos si el señor Ramírez Cuevas estará siquiera en algún puesto oficial de comunicación en el futuro gobierno. Y, por lo que se infiere de la entrevista, tampoco él lo sabe. De forma que "puede ser o puede no ser". Y el propio señor Ramírez Cuevas entenderá, sin duda, esta perplejidad ya que sabe muy bien que en el periodismo estás perdido si no sabes quién es la fuente de tu información.

Así pues, este es otra característica jocosa de la gran mojiganga. La comunicación es profusa, confusa y difusa. ¿Seguirá así cuando sean gobierno? Es probable, entre otras razones porque ha sido una estrategia muy rentable para el emisor de los mensajes, ¿para qué cambiar lo que a él le funciona? 


miércoles, 1 de agosto de 2018

Sencillo y crucial: respeto a los contratos

La vida diaria, en este mundo, funciona cuando se respeta lo pactado. 

No son necesarios ni los milagros, ni la magia, ni el heroísmo excepcional, ni los motines o las algaradas. 

Basta con que el sujeto A cumpla lo que acordó con el sujeto B, digamos: pagar el día 15 de cada mes X cantidad por el alquiler de una vivienda específica. A le paga a B y B le otorga a A el uso de un departamento ubicado en tal domicilio, con tales y cuales características. No se requiere que A o que B sean seres excepcionalmente bondadosos, altruistas o desinteresados. Basta con que cada cual cumpla lo acordado libremente y cada cual recibe lo que espera: el arrendatario el uso de una vivienda y el arrendador el dinero esperado en la fecha pactada.

Por el contrario, la vida diaria se convierte en un infierno cuando no se respeta lo pactado, ni se honra lo prometido en un contrato. 

Es por ello que me parece verdaderamente atroz que el ganador de la contienda presidencial del pasado primer día de julio, el señor Andrés Manuel López Obrador, anuncie que se condonarán los adeudos  -- que suman más de 40 mil millones de pesos- que determinados usuarios de energía eléctrica tienen con la Comisión Federal Electricidad (CFE), ya que esos morosos consuetudinarios habrían dejado de pagar como un acto (omisión, más bien) de "resistencia civil" al considerar "injustos" (por elevados) los cobros que esa empresa productiva del Estado les ha reclamado por años.

Esos deudores contumaces establecieron, en algún momento, un contrato con la CFE mediante el cual se comprometieron a cubrir, en determinadas fechas, los pagos por los servicios de energía eléctrica que habrían de recibir, y recibieron, en sus hogares o incluso en sus comercios; a cambio, la empresa, CFE, se comprometió a brindarles el servicio. En el contrato se prevén diversas contingencias de incumplimiento por cualquiera de las dos partes y la ley prevé también diversos mecanismos jurídicos para resolver controversias entre las partes. Se podrá discutir, desde luego, si tales mecanismos son idóneos o no, expeditos o no, justos o no, pero se suponen conocidos y aceptados por ambas partes previa a la firma del contrato. El compromiso de las partes fue libre y es, a todas luces, exigible. Incluso, el pacto prevé que alguna de las partes quiera cancelar el contrato o impugnarlo en los tribunales. Se vale. Lo que no se vale es que una autoridad (por encumbrada que sea o que se sienta) presente o futura, decrete inexistente el compromiso. 

Eso, simplemente, derrumba la confianza básica en la que se funda la convivencia civilizada. 

Nótese, por cierto, que el señor López Obrador espera en estos momentos, ¡con toda la razón del mundo!, que la autoridad electoral constituida le otorgue el formal reconocimiento de su triunfo, asimismo espera, ¡con toda la razón del mundo!, que como consecuencia inexorable de ese reconocimiento formal el Estado mexicano le otorgue todo lo necesario, y previsto en la ley, para cumplir el mandato inequívoco que le dieron alrededor de 30 millones de electores como Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos a partir de la primera hora del primer día de diciembre de este año 2018. Si alguna autoridad cualesquiera dijese, o insinuase siquiera, que se le debe regatear o negar ese reconocimiento, y todo lo que conlleva jurídicamente, al señor López Obrador él tendría toda la razón de rebelarse enérgicamente y con él millones de mexicanos también lo haríamos (incluso quienes no votamos por él y quienes consideramos, por las razones que sean, que su abrumador triunfo es también un apabullante error que, como sociedad, hemos cometido) porque se estaría violando lo acordado, libre y públicamente. 

Los contratos, lo acordado en términos legales, sea un simple contrato de prestación del servicio de energía eléctrica o sea lo acordado para elegir, con el voto mayoritario, el gobierno que deseamos, deben cumplirse o se rompe todo el orden jurídico. 

Es gravísimo proclamar el incumplimiento o la invalidez de lo acordado simplemente por el deseo - generoso o mezquino, desinteresado o calculador- de una autoridad, sea esa autoridad lo encumbrada que sea o que se sienta. 

Respetar los contratos o "cierra y vámonos". Usted, señor López Obrador, tiene la palabra. ¿Qué dice?