martes, 28 de agosto de 2018

Constitución moral: otro caso de deshonestidad intelectual

En diferentes tonos, y desde diversos ángulos, se ha dicho que la sola idea de elaborar una "constitución moral" es un despropósito. El promotor de la ocurrencia, el presidente electo Andrés Manuel López Obrador, hasta ahora ha sido refractario a esas críticas y sigue adelante con su propósito. Así es él.

La tarde del viernes 24 de agosto López Obrador comunicó, a través de su cuenta en la red social Twitter, que comió en sus oficinas con quienes le ayudarán a recoger "ideas, opiniones y sentimientos" con el fin de elaborar la "Constitución Moral y fortalecer valores". El lenguaje con el que fue redactado tal anuncio contribuyó a irritarnos aún más a quienes vemos con alarma dicho propósito: se habló de "compartir los sagrados alimentos", lo que suena no sólo anacrónico sino afectadamente pío y, como ya resulta habitual desde hace meses, el firmante recurrió al plural mayestático para referirse a sí mismo: "...quienes nos ayudan a coordinar el trabajo". Por si eso no bastase, los nombres de los cuatro colaboradores mencionados distan de suscitar alivio, entre los muchos que sostenemos la necesidad de mantener y fortalecer el carácter laico del Estado, el respeto irrestricto a las libertades, empezando por la libertad de conciencia, y la separación entre el Estado y las iglesias o confesiones religiosas.


A pesar del formidable aparato de propaganda que apoya, con buenas y malas artes, las propuestas y declaraciones del presidente electo, las voces opuestas a este proyecto se han dejado escuchar tanto en medios de comunicación como en redes sociales y otras espacios de opinión. La idea misma de promulgar una "constitución moral" trasunta moralismo a ultranza e intromisión a todas luces indebida del futuro gobierno en el ámbito libérrimo de las conciencias y de las costumbres.

Ante ello, los defensores de la llevada y traída "constitución moral" han desestimado estas críticas aludiendo, entre otras cosas, a la "Cartilla moral" que escribió Alfonso Reyes en 1944, como si el nombre del ilustre escritor y su innegable calidad intelectual fuesen un aval automático e indiscutible para la ocurrencia de López Obrador. 



Incluso, hay entre esos promotores quien ha querido apaciguar temores justificados diciendo que lo que se busca hacer es "un tratado filosófico" más que un código, lo cual - dicho por quien lo dice, es decir por quien carece incluso de la formación filosófica necesaria para redactar un simple manual de lógica que sea presentable en una escuela secundaria-, es tan pretencioso que provoca carcajadas.

En todo caso, la sola invocación de esa obra de ocasión de Reyes, para defender el dislate que hoy se propone, constituye una flagrante muestra de deshonestidad intelectual que merece denunciarse.

Ese es el propósito de este artículo.

Alfonso Reyes jamás buscó redactar un código o conjunto de normas morales al escribir esa pequeña obra didáctica por encargo del entonces secretario de Educación Pública, Jaime Torres Bodet.

Más aún, no se trata de una obra que pretenda proponer una cosmovisión específica o algún hallazgo filosófico, ya sea ético o estético. 

La Cartilla moral de Reyes sería la continuación lógica y deseable de la primera etapa de una magna campaña de alfabetización de adultos, cuyo principal instrumento fue una Cartilla Nacional de Alfabetización, y queda claro para cualquiera que la haya leído con atención que Reyes la escribió buscando (y logrando) un valioso y difícil equilibrio entre la necesidad de guiar a instructores mayoritariamente no avezados en la enseñanza de doctrinas filosóficas y los requisitos de apego a la verdad y rigor en el uso del lenguaje.

También queda claro que "no pudieron aprovecharse entonces". Cito las primeras palabras del opúsculo de Reyes: 

Estas lecciones fueron preparadas al iniciarse la “campaña alfabética” y no pudieron aprovecharse entonces. Están destinadas al educando adulto, pero también son accesibles al niño. En uno y otro caso suponen la colaboración del preceptor, sobre todo para la multiplicación de ejemplos que las hubieran alargado inútilmente. Dentro del cuadro de la moral, abarcan nociones de sociología, antropología, política o educación cívica, higiene y urbanidad.


Citar, como antecedente de la disparatada y potencialmente peligrosa "constitución moral" que pretende López Obrador, la Cartilla moral de Reyes es tan absurdo como decir que el libro de la SEP para el docente de segundo grado de primaria para la enseñanza del Español como lengua materna es el antecedente lógico que valida la Nueva Gramática de la Lengua Española de la Real Academia de la Lengua.

La Cartilla moral de Reyes es, como su nombre lo indica, una simple "cartilla" o guía para quienes, siendo maestros o voluntarios sin mayor preparación pedagógica o intelectual, se uniesen al llamado del gobierno del general Manuel Ávila Camacho para alfabetizar y dar rudimentos de cultura "moderna" a millones de adultos mexicanos que, en aquellos días, permanecían en el analfabetismo; todo esto de acuerdo con la denominada "Ley de emergencia" promulgada en agosto de 1944. 

Según el censo de 1940 el 48% de la población total de México era analfabeta. De ahí el carácter de "emergencia nacional" que se dio a la campaña de alfabetización diseñada y encabezada por Torres Bodet y que debía atender a más de 9 millones 400 mil mexicanos analfabetos de entre 6 y 40 años de edad (cifras del censo). En una primera etapa, para atender esa necesidad, se imprimieron 10 millones de ejemplares de la Cartilla Nacional de Alfabetización 1944-1946, que fue el principal instrumento pedagógico de la Campaña Nacional contra el Analfabetismo.


El artículo 13 de la Ley de Emergencia señalaba que las cartillas de alfabetización deberían contener "las instrucciones sencillas y claras para quien enseñe y el material y los ejercicios necesarios para quien aprenda".  No fue fácil encontrar a los autores idóneos para elaborar tal material pedagógico dadas las complicadas circunstancias en que debía desarrollarse esa ingente labor educativa: la magnitud de la población objetivo, su dispersión en el territorio nacional, la carencia de maestros plenamente capacitados y con aptitudes pedagógicas óptimas, la heterogeneidad de lenguas maternas diversas del español que hablaban buena parte de los millones de analfabetos, entre muchos elementos de dificultad. Como lo señaló el propio Torres Bodet:

"...por la calidad de la empresa, y por la impreparación general de los instructores, métodos (de la enseñanza del alfabeto) tan modernos (...) infundirán desconciertos en los voluntarios de la campaña. Urgía una cartilla de tipo ecléctico, que sirviese tanto a los profesores recién salidos de una escuela normal cuanto a los espontáneos de la enseñanza, inhábiles y bisoños, pero deseosos de cumplir el deber que la ley de emergencia les prescribía. Por otra parte, convenía que algunas lecciones de la cartilla - las que figurasen en los últimos pliegos- iniciaran un diálogo cívico: el que estimábamos necesario para robustecer la unión de los mexicanos"



El subrayado de la cita (mío) es con el fin de enfatizar que ahí, precisamente, bosqueja Torres Bodet el propósito que habría de cumplir la "cartilla moral" encomendada a Reyes. Al final, como ya se dijo y como señaló Reyes en la introducción de la misma, la Cartilla moral no se incluyó en la campaña, sea por falta de tiempo o sea porque se haya considerado que representaba más riesgos de desorientación que ventajas educativas. No lo sé de cierto porque Reyes no lo señala y porque no he encontrado, en las fuentes documentales consultadas, la explicación definitiva.

Tampoco es ocioso destacar que el propósito de la Cartilla moral que describe someramente Torres Bodet ("robustecer la unión de los mexicanos") obedece fielmente a una consigna del gobierno de Ávila Camacho en un contexto histórico signado, por una parte, por la Segunda Guerra Mundial y, por otra, por la crispación social provocada por el gobierno del general Lázaro Cárdenas y por la inclusión en el artículo tercero de la Constitución, durante el gobierno de éste, del mandato de que la educación "será socialista". Cabe recordar que Ávila Camacho, quien se proclamó "creyente", modificó nuevamente en 1946 el mismo artículo tercero suprimiendo lo de la "educación socialista" y encomendó a Torres Bodet una nueva redacción en la que se habló de "educación nacionalista y democrática".

Es más que obvio que el México de 2018 es sustancialmente diferente del de la década de los años 40: ni hay una emergencia nacional por el analfabetismo de los adultos, ni hay una crispación social fomentada por un gobierno de retórica socialista, ni estamos en una guerra mundial, ni se trata de un país mayoritariamente rural y agrícola, ni es deseable (o necesario, por una guerra u otras causas) promover la "unidad nacional".  

Eso significa que, incluso en el extremo de que el futuro gobierno de López Obrador, quisiese (con el nombre equivocado de "constitución") difundir una suerte de "cartilla moral" semejante a la que escribió Reyes, se trataría de un proyecto injustificado e importuno. Además de que debiera encomendarlo, en tal caso, a su futuro secretario de Educación, no a un par de periodistas, a un abogado que es su viejo amigo y a una retirada presentadora de televisión quien es socia, con su marido, de una casa productora de telenovelas y series de televisión que relatan, con benevolencia rayana en la apología, vida y crímenes de narcotraficantes y otros delincuentes.


 


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