Tratándose
de las políticas públicas que pondrá en marcha el futuro gobierno, la
comunicación de Andrés Manuel López Obrador y de sus colaboradores ha sido muy
consistente: profusa, confusa y
difusa.
Es
probable que se trate de una genuina estrategia de comunicación. Es decir, de
un intento deliberado - y hasta ahora exitoso, hay que decirlo- de transmitir
mensajes ambiguos, sujetos a diversas interpretaciones (incluso,
contradictorias interpretaciones). Mensajes susceptibles de cambiar de sentido
y de significado en cualquier momento.
Tal vez
por eso lo mismo podemos espigar, aquí o allá, un mensaje que
"tranquiliza" a los mercados junto con otro que los
"inquieta" y alguno más que los "asusta". Así, mientras los
receptores de los mensajes permanecemos confundidos, o inciertos, el emisor
(AMLO y su conjunto nebuloso de "colaboradores" o "gente
cercana") conserva un amplísimo margen de maniobra para modificar su
parecer o sus prioridades reales o los mecanismos específicos con que, a la
postre, se instrumentarán o no, a su tiempo, las propuestas anunciadas.
A su vez, los mensajes son profusos: lo mismo pueden ser anodinos que de suma
importancia. Lo mismo son acerca de impuestos, que ya no se llamarán
así sino contribuciones, que de foros para platicar sobre la paz; de la siembra de arbolitos o de la elaboración de un
inopinado catecismo de "buenas conductas" llamado, pomposamente, "constitución moral".
Esta profusión de mensajes satura y entretiene a
los medios de comunicación, y al público, y cada cual entiende lo que
buenamente puede, adivina y trata de disipar la ambigüedad poniendo buena o
mala voluntad interpretativa.
Uno de los propósitos finales de esta peculiar estrategia de comunicación, deliberadamente confusa y difusa, parece ser algo semejante a "mantener viva la llama de la esperanza de cambio" o "no
dejar que decaiga el entusiasmo". Y es obvio que tal objetivo se cumple y va configurando una
suerte de culto a la personalidad que nos hace ver "normal" que cualquier
mensaje (anodino o relevante; sensato o descabellado) del líder, se eleve de inmediato a la categoría de "grandiosa novedad", "insólita
noticia", "buena nueva" o "palabra de salvación revelada". ¿Esto es, como se ha dicho, atroz para la libertad personal de creer, opinar, aceptar o rechazar, criticar o aprobar? Sí, desde luego, y hay que decirlo de forma rotunda.
Acerca de la confusión que estos difusos mensajes generan, es claro hoy que no
sabemos con razonable certidumbre si la reforma energética seguirá en los términos
actuales, conviviendo penosamente con una especie de contrarreforma o vuelta al
pasado, o si será arrojada sin más al cesto de basura; similar ambigüedad hay en torno
a lo que sucederá con la reforma educativa o respecto de cómo se concretará el
anunciado propósito de "descentralizar" el gobierno federal, enviando
a tales o cuales ciudades tales o cuales secretarías de Estado.
Tampoco sabemos
si la palabra del colaborador "X" es más creíble que la palabra del
colaborador "Y" o si los nombramientos "virtuales" que hoy hace
el ganador "virtual" serán válidos mañana y se convertirán en cargos reales y operantes en un futuro gobierno.
Le
propongo al lector un ejemplo singular de esta estrategia de comunicación. Se
trata de una entrevista en televisión a un "cercano colaborador" de
López Obrador que, podría ser o no ser (no se sabe) el vocero, o uno de los voceros, del próximo
gobierno.
La
entrevista (que puede verse completa aquí ) comienza precisamente con dicha ambigüedad: el entrevistador comenta que "se ha dicho" que el
entrevistado será vocero del futuro del gobierno de López Obrador; el
entrevistado ni lo niega, ni lo confirma, sino que censura a quienes han
difundido esa versión dándoles una lección de periodismo: "¿Cuál es la
fuente de esa información?, no hay tal". Muy bien.
Pero, entonces, ¿qué valor le podemos dar a lo que nos diga este señor acerca de cómo será la comunicación gubernamental en los "nuevos tiempos" y de cómo será la relación del futuro gobierno
con medios y periodistas? ¿A título de qué hablará del asunto ese
futuro ("puede que sí, puede que no, lo más seguro es que no se sabe") vocero del futuro gobierno?, pues a título de "colaborador de Andrés
Manuel" (así, textual).
En
realidad, el entrevistado que se llama Jesús Ramírez Cuevas, es el director del
periódico "Regeneración" del partido Morena, y trabaja, sin duda,
"en el entorno" del virtual Presidente electo en tareas de
comunicación, pero más no sabemos. No hay más información acerca de jerarquías, ¿le reporta a
quién?, ¿directamente a López Obrador o a César Yáñez o a Tatiana Clouthier o a
Yeidckol Polevnski o a Mario Delgado o a Jesús Cantú o se manda solo o colabora
buenamente y cuando se puede en lo que se ofrece? No sabemos. Y sospecho que eso es parte de la
ambigüedad deseada, promovida y alcanzada por el emisor de los mensajes.
Más
adelante, el entrevistado corrige otra "interpretación exagerada"
(errónea, pues) que a su parecer han hecho medios y periodistas: es acerca del
anuncio de que desaparecerían las oficinas de comunicación social en las
distintas dependencias del gobierno federal. No, señala con gran sentido común, eso sería imposible. Se trata tan sólo de centralizar el gasto y las
decisiones de gasto (algo que, tengo entendido, ya debería suceder en el actual
gobierno federal) en una sola oficina, y terminar con la
"discrecionalidad".
Muy bien,
pero el problema es que, como candoroso televidente, no sé si eso efectivamente sucederá o no, porque no sé si debo de creerle al señor Ramírez Cuevas o no,
porque ni siquiera sabemos si él lo sabe de buena fuente (autorizada, impecable, con poder para decidir), o si él está, a su vez,
interpretando algo que escuchó o que platicó, como especulación o sugerencia, con alguien "cercano al
virtual Presidente electo" y, sobre todo, no sabemos si el señor Ramírez
Cuevas estará siquiera en algún puesto oficial de comunicación en el futuro
gobierno. Y, por lo que se infiere de la entrevista, tampoco él lo sabe. De forma que "puede ser o puede no ser". Y el propio señor Ramírez Cuevas
entenderá, sin duda, esta perplejidad ya que sabe muy bien que en el periodismo
estás perdido si no sabes quién es la fuente de tu información.
Así pues,
este es otra característica jocosa de la gran mojiganga. La comunicación es
profusa, confusa y difusa. ¿Seguirá así cuando sean gobierno? Es probable, entre otras razones porque ha sido una estrategia muy rentable para el emisor de los mensajes, ¿para qué cambiar lo que a él le funciona?
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