domingo, 7 de febrero de 2010

Las “ideas grandotas”

El sábado es un buen día para dar a luz “ideas grandotas”. Si usted tiene la suerte de parir una “ideototota” deslumbrante, le recomiendo expresarla con “palabras grandotas”, esto es: con grandilocuencia, y buscar un cliente igualmente “grandote” que con gusto se la comprará para lucirse, dentro de un año, en la reunión de Davos, Suiza (“World Economic Forum”) que corresponderá a 2011.

Las ideas grandotas que sean también “la gran solución a los problemas de la humanidad” tienen garantizado un premio extra, una especie de bono de notoriedad instantánea que consiste en: menciones en los noticiarios de televisión, fotografías en los periódicos y decenas de sesudos comentarios editoriales.

Es fácil reconocer a las ideas grandotas: llegan de repente y desplazan a todo lo demás, son increíblemente simples – los maliciosos dirán que son simplistas-, parecen repletas de filantropía y buenos sentimientos, suscitan asombro en quienes, desprevenidos, las escuchan; explican de golpe “todo” (o algo que se parece mucho a “todo”) y suelen requerir solamente de “la buena voluntad de los líderes del mundo” para convertirse en “la respuesta a todos nuestros problemas”.

¿Ejemplos?

Uno: “Esta crisis mundial nos ha demostrado que China ha tomado el mando del planeta”. En este ejemplo, usted tiene que decidir si eso es bueno, malo o catastrófico.

Dos: “El capitalismo ha caducado, necesitamos una globalización verde con rostro humano”. Esta sentencia debe acompañarse de descripciones apocalípticas acerca de los destrozos que el afán de ganancias y la innovación tecnológica causarán en el planeta y concluir con una encendida invocación para que surja una nueva generación de líderes “comprometidos” (de preferencia no dar detalles de cuál es la causa con la que estarán “comprometidos”).

Tres: “Nos toca hacernos cargo del barco porque el capitán Ahab cayó en un delirium tremens”. Para facilitar la comprensión de esta idea-metáfora grandota hay que regalarle al auditorio una versión condensada de Moby Dick, de preferencia ilustrada con dibujitos.

Cuatro: “Hay que hacer algo”. Esta última idea grandota es mi favorita por infalible: Siempre hay algo que hacer.

El asunto de Davos, que es una especie de certamen anual para la exhibición de “ideas grandotas”, lo entendí finalmente gracias a una divertida reflexión que publicó el jueves pasado Anne Applebaum en “The Washington Post”, relatando algunas de sus experiencias en la reciente reunión celebrada en la ya casi mítica aldea.

Applebaum, comentarista de asuntos internacionales e historiadora, habla precisamente de todas las “grandes ideas” que escuchó en Davos, expresadas en “grandes palabras” (y en una sola frase que pretende sintetizar todo), que son a la vez “grandes soluciones”. Lo mismo las dijeron los expositores invitados, que los eternos aspirantes a expositores durante cenas informales y en casuales encuentros en algún pasillo.

Applebaum es delicadamente irónica y no oculta su escepticismo frente a tanta grandeza y tanta simplicidad intelectual reunidas en tres días en ese pueblito montañés.

Entiendo a quienes critican la ritual reunión de Davos; lejos de mí decir que sus críticas obedecen a la envidia, porque ellos no pertenecen al selecto club de los habituales del lugar, pero tales críticos no deberían calificar de inútil ese foro.

Hay un gran servicio que año con año presta Davos a la humanidad: Es mucho mejor que las ideas grandotas, y las soluciones únicas y simples que se les ocurren a los grandotes de este mundo, permanezcan acotadas en ese campamento de invierno. Sería terrible que tantas ideas grandotas, estorbosas, torpes como gigantes ciegos con dolor de muelas, anduviesen causando destrozos por doquier.