sábado, 26 de diciembre de 2009

“Tus amiguitos están equivocados”

El editorial de un periódico más reproducido en la historia se refiere a la existencia de Santa Claus (San Nicolás, Papa Noel). Fue escrito en septiembre de 1897 por el periodista Francis Parcellus Church en respuesta a la incisiva pregunta de una niña de ocho años, Virginia O’Hanlon (1889-1971), y se publicó, sin firma como se publican las posiciones editoriales de los periódicos que se respetan, en The New York Sun; un diario que presumía: “Si lo leíste en The Sun, así es” (“if you see in The Sun, it’s so”).

La frase más conocida y repetida de dicho editorial es: “Sí, Virginia, sí existe Santa Claus”, pero yo prefiero la primera frase del editorial: “Virginia, tus amiguitos están equivocados”. ¿Por qué? Porque a veces, aun animados de la mayor buena fe, nuestros amigos emiten opiniones equivocadas, e infundadas, ya sea sobre el cambio climático, la existencia de Santa Claus o acerca de la posibilidad de que naciones que parecen ancladas en el perpetuo subdesarrollo den un gran salto hacia la prosperidad.

El famoso editorial (ojo: es género masculino, el editorial, no “la editorial” como dicen algunos despistados que no caen en la cuenta de que estamos hablando de “un” artículo periodístico y no de “una” empresa que edita libros), es un alegato no contra el escepticismo, sino contra el dogmatismo desencantado, aquel que manifiestan quienes convierten en doctrina su ignorancia y en axiomas sus resentimientos. No, no son escépticos; sus entendimientos son tan pequeños que jamás les cabe la menor duda.

Es bueno ser escéptico. Duda del que nunca dude. Un sano escepticismo, como el de Virginia, nos lleva a preguntar para saber.

Yo tengo amiguitos que han hecho de la negación suspicaz todo un estilo de vida. Dicen que “están de vuelta de todo” porque recelan de todo lo que supere el alcance de su pequeño cerebro. Un día dicen que los índices de precios, que miden la inflación promedio de miles de productos y servicios, son mentirosos porque no concuerdan con la ridícula experiencia de sus mezquinas compras de bagatelas; otro día aseguran que las cifras de exportaciones las inventa un grupo de perversos en alguna oficina del gobierno; mañana dirán que los judíos o los homosexuales conspiran contra el mundo. Es que están desencantados. Como no han visto a Santa Claus descendiendo por una chimenea, le niegan cualquier probabilidad de existencia. Como no han leído una sola línea sobre la estética repiten que “sobre gustos no hay nada escrito”.

Prefieren, eso sí, depositar su fe en cualquier teoría de la conspiración en la que aparezca un grupito de villanos irredentos (“los altos funcionarios”, “los neoliberales”, “los ricachones de Wall Street”), que fabrican, sin descanso, conjuras para oprimir al resto del mundo.

Estas legiones de desencantados dogmáticos acaban como carne de cañón para el uso de políticos astutos.

El desencanto ignorante – que suele hacer un punto de honor el negar todo lo que no entiende- alimenta las convulsiones de este mundo. Sucedió en la República de Weimar, durante el periodo entre guerras, cuando el nacionalsocialismo, aderezado con todos los demonios y prejuicios acumulados por un mediocre histrión austriaco, conquistó las atribuladas mentes de millones de alemanes abismalmente desencantados de los políticos convencionales. Ahí se incubó el huevo de la serpiente que terminaría en los horrores que todos conocemos…y que algunos desencantados aún niegan.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Un juego hermoso y arriesgado

Eso es la vida.

No lo digo yo, lo dejó escrito, y dicho, Jorge Luis Borges. Tenía razón: Gran parte de la hermosura de la vida radica en la dosis de riesgo que conlleva vivirla de a de veras. Quien no esté dispuesto a tomar su porción de incertidumbre se negará muchos de los verdaderos goces de la vida.

Borges escribió el soneto “Remordimiento”, que vale la pena citar en extenso no sólo porque es bueno leer buena poesía en sábado, sino porque me parece que contiene valiosas enseñanzas para quienes, en los mercados financieros, tanto hablan en estas épocas de crisis de que se ha incrementado “la aversión al riesgo”.

Veamos y leamos:

“He cometido el peor de los pecados
Que un hombre pueda cometer. No he sido
Feliz. Que los glaciares del olvido
Me arrastren y me pierdan, despiadados.
Mis padres me engendraron para el juego
Hermoso y arriesgado de la vida,
Para la tierra, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida
No fue su joven voluntad. Mi mente
Se aplicó a las simétricas porfías
Del arte que entreteje naderías.
Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado.
La sombra de haber sido un desdichado.”


Hasta ahí Borges. Volvamos ahora a la noción de “aversión al riesgo” y a las opiniones, un tanto ligeras, de que los inversionistas y emprendedores se han vuelto en medio de la crisis más cautelosos, más desconfiados, temerosos, pues. ¿Será que aumentó la aversión al riesgo o que ahora vemos con mayor claridad riesgos que antes, en la euforia, nos habían pasado desapercibidos? Nótese que son cosas distintas. No es que antes fuésemos más desaprensivos y quisiésemos arriesgar nuestro dinero sin el menor cuidado, sino que antes veíamos como seguras inversiones que, ¡ay, sorpresas te da la vida!, resultaron menos seguras de lo que nos dijeron (ahí les hablan a las calificadoras con sus arrepentimientos tardíos) o de lo que creíamos. Dicho en breve: No somos más miedosos hoy, estamos un poco mejor informados de los riesgos de los que lo estábamos antes.

Lo malo es cuando, en el afán de evitar pánicos y corridas de inversionistas y ahorradores, los gobiernos emprenden medidas de rescate que aumentan lo que los entendidos llaman “moral hazard” o riesgo moral, es decir: incrementan la pedagogía de la irresponsabilidad. Tal ha sucedido ahora con el rescate que los Emiratos Árabes Unidos, a través del poderoso emirato de Abu Dabi, han hecho de inversiones estrictamente privadas en Dubai. Mala cosa. Dejen que aprendamos de los errores, dejen que quiebre quien haya de quebrar. No nos escatimen el “juego hermoso y arriesgado de la vida”.

Otro tanto podría pasar con Grecia y sus finanzas públicas en rojo (alrededor de un 12 por ciento de déficit fiscal). Si la Unión Europea “salva” a Grecia, pretextando que de no hacerlo se desencadenarán reacciones de pánico en cadena, entre otras cosas porque Grecia es sólo un caso notorio de desaguisado fiscal, pero hay varios más en la región, empezando nada menos que con el Reino Unido, España y otros, sólo hará una fuga hacia delante, pospondrá la hora de la verdad…, y la hará más dolorosa.

No se ha inventado la forma en este vida de eludir los costos; se pueden posponer o trasladar tramposamente a otros que ni los deben ni los temen (los contribuyentes del futuro) pero no se pueden dejar de pagar.

A la larga, sospecho, estos rescates nos harán no sólo un poco más irresponsables, sino un poco más desdichados. ¿Usted qué opina?

domingo, 13 de diciembre de 2009

Murió Paul Samuelson

Más información en mi bitácora IDEAS AL VUELO.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Remedios contra la incertidumbre

“Por favor, dibújame una institución”.

Ante esa súplica ¿qué dibujaríamos?, ¿la fachada de un majestuoso edificio neoclásico, con robustas columnas, resguardado por amplias puertas?

No. Después de meditarlo, yo dibujaría un semáforo con sus tres luces: rojo, amarillo, verde. O, tal vez, algún otro de esos signos universales que cualquiera entiende y obedece por su propio bien: una flecha que nos indica el sentido en el que debemos circular – de norte a sur, de oeste a este-, que nos salvan de ser arrollados y nos permiten llegar a nuestro destino.

Cualquier despreocupado ciclista sabatino, a poco que lo piense, sabe que esas instituciones, esos acuerdos, son una de las cosas más útiles para poner remedio a la incertidumbre: para saber que no moriremos aplastados, con todo y bicicleta, bajo las ruedas de un camión conducido por un “analfabeto institucional”.

Dice Douglass C. North, premio Nobel de Economía en 1993, que las instituciones “proveen la estructura que los hombres imponen sobre la interacción humana para reducir la incertidumbre”.

North, quien a su avanzada edad – nació en 1920 – sigue siendo profesor en la Washington University de Saint Louis Missouri (WUSTL), es uno de los padres fundadores de la economía de las instituciones o neo-institucionalismo.

Tomemos el caso de los bancos centrales modernos y de su autonomía. ¿Quién les garantizó la autonomía a bancos centrales como el de México, el de Chile o el de Nueva Zelanda? No fue ningún déspota benévolo y sabio. La autonomía se las dan a cada uno de esos tres bancos centrales, como a la inmensa mayoría, sus respectivas leyes y la Constitución de sus países.

¿Qué significa la autonomía de un banco central?

Por lo que uno lee y escucha en estos días en México parecería que la autonomía es algo así como que los funcionarios del banco central marchen a su aire, como les de la gana y de preferencia contrariando al gobierno. Digamos que para algunos comentaristas instantáneos – como el café en polvo soluble en agua – un banco central es autónomo cuando quien lo preside es un partidario manifiesto de las minifaldas y quien gobierna al país respectivo, por el contrario, detesta esas prendas. Pamplinas y disparates.

La autonomía no es para promover la diferencia de pareceres, es la regla que impide, a despecho de los pareceres de cada cual, que el banco central ceda ante eventuales solicitudes del gobierno que son indeseables.

Los bancos centrales modernos, como el Banco de México, son autónomos para evitar que el gobierno se financie con la emisión de moneda. Y la autonomía depende de mecanismos bien diseñados en la Constitución (ver párrafo séptimo del artículo 28) y en la Ley orgánica del propio banco (ver en especial las prohibiciones plasmadas en los artículos 9, 10 y 11, entre otros).

Tales mecanismos, por ejemplo, son el gobierno colegiado; los periodos escalonados de duración en el cargo de los miembros de la junta de gobierno (que no coinciden con los periodos del gobierno federal); contar con un patrimonio propio para no depender de los presupuestos gubernamentales y, por supuesto, la prohibición expresa a financiar al gobierno que es la principal razón de ser de la autonomía.

Habrá que ser benévolos con los expertos instantáneos y sus disparates: en la mañana pontifican sobre narcotráfico y en la tarde analizan la inconveniencia del aceite para motores en los tratamientos estéticos. ¿A qué horas se van a documentar para opinar?

sábado, 5 de diciembre de 2009

El espasmo que viene

Lucrar en sábado debe ser abominable. Todos en el fondo queremos obtener beneficios – ni pobres ni ricos estamos peleados con nuestros haberes- pero lucrar está mal visto. Y si lo hacemos en sábado, peor. Los fariseos reprochaban a Jesús que curase enfermos en sábado, cuánto más no habrán de reprocharnos que nos ocupemos de cosas prosaicas – dinero, empleo, crisis, recesión, impuestos, deudas, gastos y demás- en pleno sábado. El día final de la semana es intocable; es el día que hasta el mismo Dios descansó (muy merecido, desde luego, porque hacer el universo en seis días es productividad y no un cuento chino). Escribir de economía en sábado parece de mal gusto, es casi como maltratar a los animalitos o como no rendir veneración ciega a los premios Nóbel de economía que hicieron el favor, previo pago desde luego, de venir a decirnos lo mal que hacemos la tarea. ¿La harían ellos mejor?
Pero no hay que tomarse las cosas a la tremenda. La economía también pudiese ser desenfadada, despojarse de saco y corbata, treparse a la bicicleta y dar un paseo sabatino. Diversión posible, desde el siglo pasado, gracias a la semana inglesa. Un paseo ciclista para mirar esas cosas de la economía con curiosidad desinteresada, entre ociosa y científica, divertida. Que así sea pretende esta recién nacida columna en “Excélsior”.
Digamos, por lo pronto, que esta crisis nos ha resultado más larga que la Cuaresma y más insidiosa que infección resistente a los remedios al uso. Además revela, como sus predecesoras, conexiones insospechadas y molestas. En 2007 estalló en Estados Unidos la pompa de jabón de las hipotecas “chafas”, como “chafas” son las mercaderías adquiridas en la banqueta, de origen desconocido y probablemente criminal. De a poquitos, de espasmo en espasmo, de estallido de burbuja en estallido de burbuja, la crisis se fue instalando en todas las habitaciones de la casa, pese a los optimismos de los mismos premios Nóbel, como Paul Krugman, que otrora alentaban sin pena la inflación de burbujas. A un señor en Oporto, Portugal, le dijeron que sus inversiones se volvieron polvo porque otro tipo dejó de pagar las mensualidades del condominio allá en América, en Miami. ¿Y yo por qué?, inquirió el portugués. Pues, por la espantosa modernidad del dinero (según frase de Alfredo Bryce Echenique).
Crisis punteada por espasmos y breves alivios que los gobiernos aprovechan para proclamar: “¡Recuperación a la vista!”; hasta la siguiente e inesperada contracción. Un hipo que no cede ni ante los remedios más aconsejados, como ese de tomarse un vaso de agua al revés. Una crisis que no se arregla con carretadas de dinero público, ni con tasas de interés cercanas al cero.
Esto sólo se arreglará con muchas y dolorosas contracciones sucesivas, hasta que las aguas recobren su nivel. Esto se arregla haciendo más con menos, con productividad.
¿Por dónde llegará el próximo espasmo?, ¿vendrá de los fastuosos desarrollos inmobiliarios del emirato árabe de Dubai, donde el pago de miles de millones de dólares a los inversionistas ya se ha postergado generando enojos y sobresaltos?, ¿llegará de Grecia, pariente pobre de la Unión Europea, cuyo gobierno se rehúsa a corregir, mediante alzas de impuestos y recortes al gasto, el espantoso déficit fiscal de cerca de 12 por ciento del PIB?
Por hoy, despreocupémonos, que para eso, supongo, se inventó la semana inglesa.