jueves, 20 de septiembre de 2018

La maldición del escaparate

Ver y ser vistos. Exhibirnos. 

"¿Ya subiste tus fotos a tu muro de Facebook?". "¿Viste el 'meme' de Putin cazando mariposas?, ¡es genial!". "Mira lo que me mandaron por WhatsApp". "Aspiro a pasar a la historia de mi país como un gran transformador". "Como te ven, te tratan, no lo olvides". "Pondré esta ocurrencia en Twitter, todo mundo le dará RT". "El sábado es la boda de la Chiquis Garmendia, estará todo mundo, tengo que broncearme". "Lo importante es que estemos presentes en las redes todo el tiempo, todos los días, ser trending topic". "Siempre lo he dicho, el secreto de una buena estrategia es lograr la máxima intensidad en medios con la mayor frecuencia"...

Es la cultura del escaparate. La vida del escaparate. La vida como escaparate. En eso estamos. En eso gastamos, invertimos, desperdiciamos, aprovechamos el tiempo: en el escaparate.



Una "genialidad" de nuestros tiempos ha sido cuantificar en dinero o en poder los presuntos beneficios de la exhibición en el escaparate. La moneda de cambio en el mundo de la internet se llama "tráfico", exposición, ser visto.

Nota curiosa: escaparate es una palabra que tiene su origen en el neerlandés o flamenco, es schaprade y significa "armario". En español tiene hasta seis acepciones reconocidas, a cual más interesantes y significativas, desde "espacio exterior de las tiendas, cerrado con cristales, donde se exponen las mercancías" hasta "apariencia ostentosa de alguien o algo", pasando por el particular significado que se reporta en Cuba para escaparate como "persona muy alta y robusta". 

En el escaparate no interesa la verdad. Es totalmente irrelevante. Lo que cuenta es el impacto. 

Y quien dice escaparate dice ruido, estruendo, tumulto.

Los enemigos del escaparate son el silencio y la soledad. También la contemplación está desterrada de los escaparates, porque los escaparates no se contemplan, se comentan, se proclaman, se gritan, se multiplican digitalmente, se desplazan. No hay sosiego posible en el mundo de los escaparates.

El sufrimiento y el gozo también se desvanecen en el mundo de los escaparates, sólo hay una feroz competencia de pulsiones primarias: placer, miedo, asco...Cada vez se necesitan más pixeles, más estruendo, más colores, más atrocidades para destacar en la despiadada lucha.

Y sin embargo, cuánta verdad en estas palabras de Georges Bernanos en su Diario de un cura rural:

«El silencio interior –el que Dios bendice– no me ha aislado jamás de los otros seres. Al contrario: me parece que penetran en mi interior y les recibo como en el umbral de mi casa (…). Por desgracia, no me es posible ofrecer más que un precario refugio, pero imagino el silencio de ciertas almas como inmensos lugares de asilo. Los pobres pecadores, cansados y sin fuerzas, entran a tientas, se duermen y vuelven a marcharse, consolados, sin conservar recuerdo alguno del gran templo invisible donde han descargado un instante su lastre».






sábado, 15 de septiembre de 2018

"Caballeros, aquí no hay más recurso que ir a coger gachupines"

Así exclamó el cura Miguel Hidalgo la madrugada del 16 de septiembre ante sus amigos Ignacio Allende y Juan Aldama, según declaración de este último en la causa que se le siguió a Hidalgo.

Lo cuenta don Niceto de Zamacois, historiador español, en su "Historia de Méjico, desde sus tiempos remotos hasta nuestros días", publicada en 1878 ( la declaración se consigna en la página 219 del tomo VI de los 20 que componen la obra de Zamacois).


Añade Zamacois:
"Sorprendido Aldama con aquella determinación del resuelto párroco, en cuya fisonomía brillaba el fuego del más vivo entusiasmo, le dijo: Señor, ¿qué va usted a hacer? Por amor de Dios, vea usted lo que hace. Palabras que le repitió por dos veces. Pero Hidalgo había tomado ya su determinación irrevocable; y estando Allende de acuerdo con sus ideas, se trató en seguida de dar inmediatamente el grito de independencia".

Se los cuento así como lo acabo de leer, no crean que es chisme.

viernes, 14 de septiembre de 2018

El día que conocí a Mario Delgado en San Lázaro...

Hace once años, el 14 de septiembre de 2007, la Cámara de Diputados aprobó una reforma fiscal que, entre otras cosas, incluyó un nuevo impuesto sobre el consumo de gasolinas y diesel de 5.5% que se aplicaría gradualmente. La recaudación de dicho impuesto se destinaría en su totalidad a las entidades federativas para financiar proyectos de infraestructura.

Ese día, en la sede la Cámara de Diputados en San Lázaro, conocí a Mario Delgado Carrillo, entonces Secretario de Finanzas del Gobierno del Distrito Federal. A la sazón yo trabajaba en tareas de comunicación social en la Secretaría de Hacienda y se me había encomendado estar en el recinto legislativo desde primera hora, para apoyar a los asesores del Secretario de Hacienda (Agustín Carstens) encabezados por José Antonio Meade, en la redacción, corrección de estilo y revisión de textos que pudiesen necesitarse de último momento, como suele suceder en tales eventualidades, para propiciar la aprobación de la reforma.

Durante esa larga jornada en varias ocasiones tuve oportunidad de ver y escuchar a Delgado Carrillo y me causó una profunda impresión que, hasta la fecha, pervive. Impresión perturbadora y profundamente negativa, he de decirlo de una vez.

Me explico: Delgado oficialmente, como miembro destacado de un gobierno emanado del PRD, se oponía de manera frontal a la reforma fiscal propuesta por el gobierno del Presidente Felipe Calderón y específicamente - al igual que la bancada de ese partido político- rechazaba enérgicamente, y con una retórica cargada de adjetivos de reprobación y repudio, el citado impuesto a las gasolinas y al diesel. Pero también, en corto, como suele decirse, Delgado, como Secretario de Finanzas del Gobierno del Distrito Federal (encabezado por Marcelo Ebrard) veía no sólo con simpatía, sino con inocultable avidez, los ingresos que dicho impuesto llevaría a las arcas de la Tesorería de la capital del país. 

No me lo contaron. Lo escuché y lo vi a lo largo de esa jornada. Casualmente, al momento de la votación particular de ese impuesto, Delgado estaba sentado junto a mí en las galerías de la Cámara y, una vez que se aprobó en lo particular tal gravamen, se volvió hacia mí para preguntarme si, en efecto, ya estaba aprobado el impuesto de marras (la duda era justificada porque las referencias en la tribuna, como suele suceder, no eran explícitas sino preñadas de todo ese bagaje jurídico y leguleyo que acompaña a las decisiones legislativas: "se procede a la votación de la propuesta de modificación de la fracción tal del artículo cual de la ley...por la afirmativa: tantos votos: por la negativa, tantos y tantas abstenciones..." y demás), cuando le confirmé que sí, que en efecto, ya era un hecho el impuesto a los combustibles, que constituía un generoso regalo a las tesorerías de las entidades federativas, en especial a la que más recursos recibiría que era la del Distrito Federal, Delgado marcó de inmediato en su teléfono móvil para comunicarle la buena nueva su jefe. Habrá dicho algo así como: "¡Albricias, jefe!, ¡perdimos!, ¡qué maravilla!".

De veras, no me consideraba entonces, mucho menos ahora, una persona candorosa o ingenua, pero jamás imaginé tal doblez, tal magnitud de hipocresía, engaño, doble juego, en la vida real. Creía que esos extremos de mentira estaban confinados al mundo de las novelas. Educado por mis padres, con el ejemplo y con la palabra, en el respeto y amor a la verdad, me quedé estupefacto.

Ese día conocí una profundidad inaudita en el abismo del engaño. Ah, y también ese día conocí a Mario Delgado, quien hoy es el coordinador de Morena en la Cámara de Diputados. Sí, el mismo que ha dicho que "no quedará ni una coma" de la reforma educativa aún vigente.