viernes, 14 de septiembre de 2018

El día que conocí a Mario Delgado en San Lázaro...

Hace once años, el 14 de septiembre de 2007, la Cámara de Diputados aprobó una reforma fiscal que, entre otras cosas, incluyó un nuevo impuesto sobre el consumo de gasolinas y diesel de 5.5% que se aplicaría gradualmente. La recaudación de dicho impuesto se destinaría en su totalidad a las entidades federativas para financiar proyectos de infraestructura.

Ese día, en la sede la Cámara de Diputados en San Lázaro, conocí a Mario Delgado Carrillo, entonces Secretario de Finanzas del Gobierno del Distrito Federal. A la sazón yo trabajaba en tareas de comunicación social en la Secretaría de Hacienda y se me había encomendado estar en el recinto legislativo desde primera hora, para apoyar a los asesores del Secretario de Hacienda (Agustín Carstens) encabezados por José Antonio Meade, en la redacción, corrección de estilo y revisión de textos que pudiesen necesitarse de último momento, como suele suceder en tales eventualidades, para propiciar la aprobación de la reforma.

Durante esa larga jornada en varias ocasiones tuve oportunidad de ver y escuchar a Delgado Carrillo y me causó una profunda impresión que, hasta la fecha, pervive. Impresión perturbadora y profundamente negativa, he de decirlo de una vez.

Me explico: Delgado oficialmente, como miembro destacado de un gobierno emanado del PRD, se oponía de manera frontal a la reforma fiscal propuesta por el gobierno del Presidente Felipe Calderón y específicamente - al igual que la bancada de ese partido político- rechazaba enérgicamente, y con una retórica cargada de adjetivos de reprobación y repudio, el citado impuesto a las gasolinas y al diesel. Pero también, en corto, como suele decirse, Delgado, como Secretario de Finanzas del Gobierno del Distrito Federal (encabezado por Marcelo Ebrard) veía no sólo con simpatía, sino con inocultable avidez, los ingresos que dicho impuesto llevaría a las arcas de la Tesorería de la capital del país. 

No me lo contaron. Lo escuché y lo vi a lo largo de esa jornada. Casualmente, al momento de la votación particular de ese impuesto, Delgado estaba sentado junto a mí en las galerías de la Cámara y, una vez que se aprobó en lo particular tal gravamen, se volvió hacia mí para preguntarme si, en efecto, ya estaba aprobado el impuesto de marras (la duda era justificada porque las referencias en la tribuna, como suele suceder, no eran explícitas sino preñadas de todo ese bagaje jurídico y leguleyo que acompaña a las decisiones legislativas: "se procede a la votación de la propuesta de modificación de la fracción tal del artículo cual de la ley...por la afirmativa: tantos votos: por la negativa, tantos y tantas abstenciones..." y demás), cuando le confirmé que sí, que en efecto, ya era un hecho el impuesto a los combustibles, que constituía un generoso regalo a las tesorerías de las entidades federativas, en especial a la que más recursos recibiría que era la del Distrito Federal, Delgado marcó de inmediato en su teléfono móvil para comunicarle la buena nueva su jefe. Habrá dicho algo así como: "¡Albricias, jefe!, ¡perdimos!, ¡qué maravilla!".

De veras, no me consideraba entonces, mucho menos ahora, una persona candorosa o ingenua, pero jamás imaginé tal doblez, tal magnitud de hipocresía, engaño, doble juego, en la vida real. Creía que esos extremos de mentira estaban confinados al mundo de las novelas. Educado por mis padres, con el ejemplo y con la palabra, en el respeto y amor a la verdad, me quedé estupefacto.

Ese día conocí una profundidad inaudita en el abismo del engaño. Ah, y también ese día conocí a Mario Delgado, quien hoy es el coordinador de Morena en la Cámara de Diputados. Sí, el mismo que ha dicho que "no quedará ni una coma" de la reforma educativa aún vigente.  

1 comentario: