viernes, 30 de noviembre de 2018

Elogio de la tecnocracia

Tenemos dos grandes tareas en esta vida: descifrar y cifrar. En ese orden: entender y, después, darnos a entender.

La cultura del espectáculo, a la que me he referido como "la maldición del escaparate" , nos lleva con frecuencia a invertir ese orden con consecuencias desastrosas. La prisa por "decir algo" o por encerrar en una fórmula, en una frase o en una simple etiqueta, (eso es "cifrar") la complejidad de lo real, conduce con abrumadora frecuencia a la proliferación de interpretaciones simplistas, que si bien calman de momento nuestro prurito por explicarnos el mundo son, a la postre, disparates. 

La red que arrojamos al mar está tan mal tejida que a lo sumo pescamos dos o tres desechos, restos salitrosos o vestigios de limo de algún alga podrida. ¡Y a eso le llamamos "hallazgo" y nos regodeamos exhibiéndolo como el "no va más" de la sabiduría!

Hoy, 30 de noviembre, en la víspera de que en México se inicie un nuevo periodo presidencial, algunos propagandistas nos ofrecen algunas "fritangas de bajo costo para consumo de intelectos escuálidos", etiquetas, pues, que pretenden cifrar en unas palabras carentes de sentido todo la complejidad y riqueza de lo real. Nos dan "antojitos" para engañar el hambre de saber. Tal es el caso de un par de fórmulas simplonas y tontas que hallé en las "redes sociales", esas redes mal tejidas y peor usadas que bendicen los bisoños pescadores.

Primera fritanga de bajo costo: "Termina la era de 30 años de tecnocracia y empieza la cuarta transformación".

Segunda fritanga, misma basura intelectual y bajo costo, diferente presentación: "Finaliza la larga noche del neoliberalismo".

Patrañas que no merecen atención y dicen más sobre la precariedad intelectual y analítica de sus autores, que sobre los hechos actuales y por venir. Sin embargo, me llamó en particular la atención esa fantasía infantil de que de un día para otro se esfumará eso que llaman "tecnocracia".

En sentido estricto, la tecnocracia sería el predominio de la técnica, que es la forma correcta de hacer las cosas para lograr algo, sobre los meros deseos voluntariosos o fantásticos. 

No es que a quien se atiene a la técnica, para hacer algo, le falte la buena voluntad que parece sobrarle al soñador, se trata simplemente de que quien se ajusta a la técnica (o a la ciencia, de la cual se deriva la técnica) sabe lo que el soñador ignora, ya sea porque nadie ha tenido la bondad de enseñarle al soñador, o porque el soñador se empeña en no saber, será que teme enfrentarse con los límites de la realidad o porque le fatiga la tarea laboriosa e interminable de descifrar y prefiere imaginar, fantasear. Cifrar patrañas sin descifrar realidades...

Lo siento, pero dos más dos seguirán sumando cuatro. Y para tomarnos un buen café seguiremos necesitando, además de buenos granos de café, ajustarnos a la técnica correcta para elaborarlo (hacer un buen café "con amor" es algo maravilloso, pero sin buenos granos de café y sin técnica no tendremos buen café, aunque derrochemos amor o buenos deseos). 

Para levantar un edificio seguirá siendo necesario empezar por unos buenos cimientos...

 y para cuadrar las cuentas fiscales seguirá siendo necesario ir en orden: primero, saber lo que tenemos; después, calcular correctamente lo que debemos; tercero, hacer la resta para saber lo que nos falta (déficit fiscal) y, al final, buscar una forma viable, factible, de allegarnos los recursos que nos faltan para cuadrar lo que tenemos con lo que nos proponemos gastar.  O gastar menos, eliminando, con buena técnica (no con deseos o revanchas dictadas por la pasión o el resentimiento), lo menos indispensable.

¿Tecnocracia? Sí. Y no porque la técnica mande, sino porque la realidad no tiene puerta de escape. Y la realidad, ella sí, manda y sin "realidades alternativas", queramos o no.






sábado, 17 de noviembre de 2018

Lecciones sencillas de Hacienda Pública en el siglo XVI... o en el XXI

Era tan poderoso el imperio de Felipe II, presumía él mismo, que en sus tierras "jamás se ponía el sol", pero era un imperio en quiebra.


En enero de 1574 el propio Felipe II (un rey lleno de tremendos contrastes: piadoso y cruel; meticuloso y desordenado; detallista y tosco; cortés y odioso) tuvo que admitir que o se ponía orden en la Hacienda Pública o su imperio se derrumbaría en breve. 

Entre otras cosas, mantenerse en constante estado de guerra en lugares tan distantes como lo pueden estar los Países Bajos de la Florida o de Túnez costaba una fortuna, por no hablar del sostenimiento de una burocracia pesada, obsesiva con el papeleo (a imagen y semejanza del soberano) y la proliferación de reglas y disposiciones (frecuentemente contradictorias entre sí, también a imagen y semejanza del soberano aficionado como el que más al "disimulo" y a ocultar sus intenciones genuinas) así como de una corte pletórica de ambiciosos y taimados.

Fue así como, después de largas cavilaciones y no sin temor (porque Felipe II rehuía firmemente el otorgar poderes amplios a ningún funcionario), decidió nombrar a Juan de Ovando, hasta entonces presidente de Indias, también como presidente de un flamante Consejo de Hacienda con amplísimos poderes y con la misión imperiosa de supervisar "todas las actividades fiscales de la Corona y él solo (Ovando) se encargaría de informar directamente al rey, dinamizando de este modo tanto la elaboración como la puesta en práctica de las medidas a adoptar" (ver: Felipe II, la biografía definitiva, de Geoffrey Parker actualizada en septiembre de 2009, Grupo Planeta 5a. edición, Cito la edición de Kindle, posición 11183-11186).

Ovando envió un documento al rey en el que "se centraba en los problemas fiscales concretos a los que se enfrentaba la Corona, procurando hacerlo de forma que pudieran ser comprendidos incluso por el rey. Lo escribió todo con una caligrafía inusualmente grande y utilizando sólo términos sencillos, como si se dirigiera a un niño pequeño, bajo el encabezamiento «Para nos entender y podernos valer de la Hazienda Real, es menester, tomándolo de raíz, considerar quatro cossas»..."

Vale la pena citar textual, y en su forma original, "las cuatro cosas" que expone Ovando a Felipe II porque son toda una lección de política fiscal. Aquí van:


«1. Que es lo que tenemos». Ovando calculaba los ingresos anuales de la Corona de Castilla «sobre que se puede hazer y está hecha situación [de juros], según lo que valió el año de 1573»: el total ascendía a poco más de 5,6 millones de ducados. «2. Que es lo que devemos». Aquí Ovando detallaba esta «situación», el valor actual neto de los juros reembolsables a partir de los ingresos anteriormente citados, algunos asignados ya con seis años de antelación, junto con la cantidad debida en los asientos a corto plazo. El total alcanzaba más de 73 millones de ducados, más de trece veces los ingresos anuales de Castilla. «3. Qué nos resta, falta y hemos menester». Ovando apenas necesitaba afirmar lo obvio, pero, para educar a su rey, lo hizo: «Resta qué nos devemos mucho más que tenemos de renta, y que nos falta todo lo qué es menester.» Entre los pagamentos imprescindibles destacó: casi 100.000 ducados al mes para la casa real y la defensa local. 250.000 más cada mes para el interés en juros. un millón de ducados al mes para los «exércitos de mar y tierra que basten para refrenar y sujetar los enemigos turcos y hereges». Ovando calculaba el total de los compromisos de la Hacienda en casi 50 millones de ducados, mientras que sus activos, según le recordaba a su señor, no superaban los 5 millones. «4. De donde y como lo proveeremos». Sorprendentemente, Ovando no sugería una reducción del gasto destinado «para refrenar y sujetar los enemigos turcos y hereges, porque es cierto que sino los sujetamos que nos han de sujetar». En cambio, proponía dos formas de encontrar los fondos para las dos guerras: aumentar los ingresos y reducir los pagos a los asentistas. Para lo primero, se mostraba partidario de más incrementos y ampliaciones en el encabezamiento de las alcabalas (algunos de los nuevos impuestos se utilizarían para amortizar la deuda pública: el desempeño), así como de incautar todo el oro y la plata que llegara en las próximas flotas procedentes de América, tanto si iba destinado a particulares o a pagar a los acreedores de la Corona. Para reducir el pago de la deuda, recomendaba no sólo bajar unilateralmente el tipo de interés sobre los juros existentes, sino también emitir un decreto de suspensión de pagos que confiscaría tanto el capital como los intereses acumulados en todos los asientos firmados con banqueros desde 1560, obligando a los asentistas a aceptar nuevos juros como amortización. Ovando insistía en que estas tres medidas debían entrar en vigor simultáneamente: las Cortes incrementarían el encabezamiento en el mismo momento en que el rey emitiera el decreto y sus funcionarios en Sevilla confiscaran el tesoro."

Hasta aquí la larga cita de la muy pedagógica exposición de Ovando. A mi juicio, es magistral la sencillez con la que resume los cuatro pilares de una política hacendaria o fiscal y el orden en que deben analizarse: 1. Lo que tenemos, 2. Lo que debemos, 3. Lo que necesitamos, esto es: el déficit fiscal y 4. Cómo financiaremos el déficit fiscal.

¿Qué pasó?
Que a Felipe II, quien sin duda era un hombre sagaz y muy inteligente, pero también imbuido de una inamovible convicción mesiánica (nunca dudó de que él estaba destinado por Dios a defender la fe católica, en un mundo lleno de acechanzas de herejes e infieles), le pareció el plan fiscal de Ovando demasiado ambicioso y optó, fiel a su acendrado "mesianismo", por dejar las cosas en manos de la providencia divina. Por supuesto, la mayor parte de sus ministros y consejeros apoyaron ese peligroso abandono "providencialista". 

Parker lo expresa así:

A Felipe le parecía un plan demasiado ambicioso, y lo rechazó en favor de una ofensiva que le ayudase a lograr la intercesión divina. En marzo de 1574, cuando llegaron noticias tanto de la invasión de Luis de Nassau en los Países Bajos como de la venida de una enorme flota turca para vengar la pérdida de Túnez y Bizerta, Felipe instó a los clérigos de Castilla a rezar por un milagro, pues resultaba «tan necesario, como tenéis entendido. Y con esto espero en su [divina] misericordia que la tendrá de nosotros, pues es suya la causa, y serlo, y lo que se pierde de su servicio y religión, es lo que más pena me da en estos negocios y cuydado».

¿Confió Felipe II en demasía en la intervención divina? No lo creo, más bien pareciera que la invocación a Dios y a su providencia (como si Dios desease las guerras de religión y, a la postre estuviese al servicio de Felipe II, en lugar de que éste fuese el humilde siervo de Dios que pretendía ser) era una forma disimulada (ah, el sempiterno disimulo de Felipe II) de alimentar su gran narcisismo y eludir, al fin y al cabo, la responsabilidad que conlleva la libertad.

Que cada cual entienda, aquí y ahora, en México y en vísperas de que conozcamos el primer plan fiscal de un nuevo gobierno, lo que haya menester. 






miércoles, 31 de octubre de 2018

La bofetada de la "mano invisible"

"Si desafías a los mercados, perderás". 

En estos días hemos leído o escuchado esa sentencia, formulada de distintas formas, más o menos educadas, más o menos silvestres, con mejor o peor sintaxis. La sentencia es la misma: "No hay forma de ganar si le haces la guerra a los mercados".

Fascinante, porque hemos tenido oportunidad de "ver" actuando a la mano "invisible". Ojo: no he dicho que hayamos visto la mano invisible del mercado, hemos visto, y padecido en muchos casos, su tremenda bofetada, una bofetada en defensa propia -dicho sea de paso- porque la mano invisible no empezó esta guerra absurda.



La mayoría de las personas que suelen referirse a la metáfora de los mercados como una mano invisible que acuñara Adam Smith, ya sea para mofarse de la analogía, para condenarla o para reverenciarla, no conocen la referencia directa, y el contexto, en el cual Adam Smith, el filósofo y economista escocés, recurrió a esta genial metáfora.


Sólo una vez en su más célebre tratado de economía, Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, publicado en Londres en dos volúmenes, en 1776, Smith recurre a la metáfora, es exactamente en el noveno párrafo del segundo capítulo del libro cuarto del tratado. Para el caso de la edición en español del Fondo de Cultura Económica de 1958, que es traducción de la edición de Edwin Cannan con una introducción de Max Lerner, la referencia a la mano invisible está en la página 402 y puede leerse ampliando la foto de abajo. 



Vale la pena citar el párrafo de marras (sigo la edición del FCE) para entender, de veras, el extraordinario valor explicativo de esta metáfora:

"Ninguno se propone, por lo general, promover el interés público, ni sabe hasta qué punto lo promueve. Cuando prefiere la actividad de su país a la extranjera, únicamente considera su seguridad, y cuando dirige la primera de tal forma que su producto represente el mayor valor posible, sólo piensa en su ganancia propia; pero en éste como otros muchos casos, es conducido por una mano invisible a promover un fin que no entraba en sus intenciones. Mas no implica mal alguno para la sociedad que tal fin no entre a formar parte de sus propósitos, pues al perseguir su propio interés, promueve el de la sociedad de una manera más efectiva que si esto entrara en sus designios. No son muchas las cosas buenas que vemos ejecutadas por aquellos que presumen de servir sólo el interés público".


Y ya lo vimos en México desde la noche del domingo, y el lunes, y el martes y hoy, miércoles. Lo que escribió Adam Smith es puntualmente cierto. Sería fascinante, desde un punto de vista académico, si esta victoria de los mercados no significase millones de tragedias, pequeñas, grandes, medianas, para personas de carne y hueso que, paradójicamente, formamos una minúscula parte de esa entidad que llamamos "el mercado" o "los mercados" y que termina siendo invisible e inasible.

No se trata de si "el poder político" puede o no puede más que "el poder económico". No, el asunto es diferente: Se trata de que no hay manera de vencer en una guerra contra un enemigo invisible e inasible, multiforme, cambiante, que adopta decenas de miles, millones, de rostros y condiciones. 

En un momento, parece ser el estereotipo del adinerado magnate que dibujan algunos caricaturistas, pero de inmediato muta y se te aparece con el rostro de un anciano jubilado que recibe su pensión mensual y reniega porque esta vez no le alcanzará para comprar todas las medicinas que necesita, segundos después es el rostro de un joven que discute acalorado con su jefe porque considera que no se le han dado oportunidades de crecimiento en la empresa en la cual aún trabaja, mientras no encuentre otra opción mejor para sus intereses...

El mercado, en fin, es un "nosotros" en el que unos pueden menos y otros más, pero en el que todos buscan su interés: ganar o, en el peor de los casos, no salir perdiendo o perder lo menos posible. Lo cual en sí mismo, desde luego, es absolutamente legítimo. Es moralmente irreprochable.

El mercado es la resultante de una suma de intereses diversos, a veces contrapuestos, a veces parecidos. Los mercados a veces adoptan la forma de un regateo entre unos que quieren subir una colina y otros que quieren bajarla, y a veces, como ahora, parece una estampida que arrolla todo lo que se atraviese en su carrera.

¿Hay manera eficaz y eficiente de "cubrir" semejante frente cuando  alguien desde el poder político le quiere hacer la guerra? No la hay. Quien desafíe al mercado, perderá.

Por eso, no se puede culpar a quien - sea grande, mediano o pequeño, sea socialmente irrelevante o poderoso y célebre, sea joven o viejo-, no quiera poner en riesgo lo poco o mucho que tenga o aspire a tener y se ponga, en esta guerra absurda, del lado que obviamente ganará, del lado del mercado.

Eso es todo. 

Nota no tan casual: No sólo el presidente electo tiene libros que presumir.




martes, 30 de octubre de 2018

Lo que nos enseñan las malas noticias

Lección uno: "El peor escenario también debe considerarse factible",

Unas horas antes de que se confirmara la nefasta decisión de cancelar la obra en curso del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México en Texcoco, escuché una fascinante e inteligente previsión (hipótesis) acerca de lo que sucedería. En breve, el alegato fue: "Esto de la consulta popular será sólo una forma del futuro nuevo gobierno para justificar la decisión racional y conveniente, que es continuar con la construcción en Texcoco, sin pagar un alto costo en términos de popularidad ante su base de apoyo más radical".

La previsión me sonó razonable y hasta racional; solemos creer que los seres humanos, siempre que tenemos oportunidad de hacerlo, tomamos decisiones racionales. De ahí que digamos "no hay locos que coman lumbre", "Fulano no es suicida y sabe que hacer eso no le conviene, por lo tanto: no lo hará". En la vida real no siempre funciona esa premisa de la conducta racional. 

Si siempre todos los seres humanos tomásemos nuestras decisiones "racionalmente", y viendo por nuestro propio bien, no habría suicidios, no habría adicciones terriblemente dañinas para los propios adictos, no habría matrimonios fallidos, no habría crímenes pasionales, no habría personas que destrozan su patrimonio, su familia y a sus seres queridos aparentemente sin querer hacerlo...Y todo eso, desde luego, existe.

Así pues, comprobación ex post facto, "a toro pasado": es un error presuponer que las decisiones ajenas siempre serán racionales o incluso razonables. 

Lo posible es posible, aunque nos parezca poco probable.

Lección dos: "Una persona patológicamente narcisista seleccionará como sus más confiables consejeros a quienes le complazcan, nunca a quien sea sea capaz de contradecirle". 

Lo escribió y describió con gran acierto Jesús Silva Herzog Márquez en la frase final del artículo publicado ayer, lunes 29 de octubre, en el diario "Reforma": "Un fanático de sí mismo prefiere ser engañado a ser contrariado".



Por eso, suponer que un líder aquejado de narcisismo patológico escuchará opiniones, advertencias o análisis que pongan en duda sus prejuicios, contradigan sus deseos, o confronten sus aversiones y resentimientos es una mera ilusión. 

De hecho, desde la conformación del círculo de colaboradores más cercanos del líder narcisista se pone en marcha una suerte de "filtro natural" que excluye del grupo a aquellos que muestren un pensamiento independiente, capacidad de observar y deducir por su cuenta y, obviamente, de expresar sin temor y sin ambages lo que consideran correcto y verdadero, aun cuando ello contradiga los deseos, los estereotipos o los prejuicios del líder. 

Por el contrario, en la tarea de formar parte del círculo de colaboradores "confiables" para el líder destacarán aquellas personas de menor integridad moral y de inexistente o endeble honestidad intelectual, proclives a prodigar adulaciones al jefe, hábiles para ajustar su retórica a los lineamientos de quien preside, incluso dispuestos a torcer y retorcer sus conocimientos técnicos (si los tuviesen) y a pervertir su saber para convertirlo en sofismas que satisfagan al líder adicto a sí mismo.

Este es el caso ante el que estamos y ayer, lunes 29 de octubre, quedó de manifiesto para quienes aún nos empeñábamos en ofrecer "el beneficio de la duda" (una frase tan usada y abusada en estos tiempos en México) a quien durante años y en repetidas ocasiones se mostró como lo que es: una persona aquejada de una profunda dolencia moral y emocional (narcisismo) que le lleva a poner su adicción a sí mismo por encima de todo, de absolutamente todo.

De forma rápida los pocos colaboradores y consejeros capaces y, sobre todo, honestos intelectualmente, serán desplazados o ellos mismos se alejarán porque les repugna la mentira y tienen, aún, una autoestima moral que preservar. Al respecto, es muy aleccionador el capítulo X de "Camino de servidumbre" de Friederich A. Hayek que, significativamente, se titula: "Por qué los peores se colocan a la cabeza".

La última y tercera lección es: "Deja de usar el espejo retrovisor para prever lo que hay adelante". 

Una vez que has aprendido con quién tratas y lo que es capaz e incapaz de hacer, dirige la mirada hacia el futuro y aplica ese aprendizaje de inmediato. No caigas en la ilusión de que el adicto mágicamente dejará de serlo o de que, ante la presencia de la droga, actuará racionalmente. 

Tampoco vale la pena perder tiempo, que podrías usar en prevenir futuros riesgos y peligros, en lamentarse o en curarse las heridas pasadas; esas ya cicatrizarán.

Eso es todo, por hoy.

martes, 16 de octubre de 2018

El día que el peluquero interrumpió su relato...

Hace un par de años, en otro sitio, rescaté esta historia magistralmente relatada por Manuel Rivas en "Las voces bajas". Hoy, en tiempos de enconos alentados desde el poder inminente, en días de confusión e incertidumbre, vale la pena volver a rescatarla.
Va:

Un peluquero gallego. Francisco Barrós, tío del escritor Manuel Rivas, combinaba el arte de cortar el cabello con el de la narrativa. Punteaba sus relatos con un abrir y cerrar de las tijeras en el aire, como puntos y aparte - imagino- o como inicio de un nuevo capítulo si la narración era extensa.
Manuel Rivas en "Las voces bajas" cuenta de la única vez que su tío, el peluquero contador de historias, dejo un relato inconcluso. Vean:
"Sólo una vez Francisco Barrós cerró la boca en medio de una historia y no pudo continuarla. En el relato aparecía un momento de terror, cuando unos falangistas irrumpieron de noche en la casa para llevarse al padre, nuestro abuelo de Corpo Santo, con la intención de matarlo. Y entonces el viejo, un desconocido, al que estaba afeitando, soltó:

-- Tal vez yo era uno de ellos...
Añadió con aire fardón, mirando de reojo: <>.

"Y él, Francisco, mantuvo el pulso. Asentó la navaja en el cuero. Recorrió aquel rostro con el filo hasta ultimar la espuma. Le dio dos palmadas de loción, del derecho y del revés. ¡Plis plas!

-- No vuelva por aquí.
-- ¿Cuánto debo?-- dijo el otro sorprendido.
-- Déjelo para las misas de difunto. Falta le hará para salvar el alma."
Uf.

jueves, 20 de septiembre de 2018

La maldición del escaparate

Ver y ser vistos. Exhibirnos. 

"¿Ya subiste tus fotos a tu muro de Facebook?". "¿Viste el 'meme' de Putin cazando mariposas?, ¡es genial!". "Mira lo que me mandaron por WhatsApp". "Aspiro a pasar a la historia de mi país como un gran transformador". "Como te ven, te tratan, no lo olvides". "Pondré esta ocurrencia en Twitter, todo mundo le dará RT". "El sábado es la boda de la Chiquis Garmendia, estará todo mundo, tengo que broncearme". "Lo importante es que estemos presentes en las redes todo el tiempo, todos los días, ser trending topic". "Siempre lo he dicho, el secreto de una buena estrategia es lograr la máxima intensidad en medios con la mayor frecuencia"...

Es la cultura del escaparate. La vida del escaparate. La vida como escaparate. En eso estamos. En eso gastamos, invertimos, desperdiciamos, aprovechamos el tiempo: en el escaparate.



Una "genialidad" de nuestros tiempos ha sido cuantificar en dinero o en poder los presuntos beneficios de la exhibición en el escaparate. La moneda de cambio en el mundo de la internet se llama "tráfico", exposición, ser visto.

Nota curiosa: escaparate es una palabra que tiene su origen en el neerlandés o flamenco, es schaprade y significa "armario". En español tiene hasta seis acepciones reconocidas, a cual más interesantes y significativas, desde "espacio exterior de las tiendas, cerrado con cristales, donde se exponen las mercancías" hasta "apariencia ostentosa de alguien o algo", pasando por el particular significado que se reporta en Cuba para escaparate como "persona muy alta y robusta". 

En el escaparate no interesa la verdad. Es totalmente irrelevante. Lo que cuenta es el impacto. 

Y quien dice escaparate dice ruido, estruendo, tumulto.

Los enemigos del escaparate son el silencio y la soledad. También la contemplación está desterrada de los escaparates, porque los escaparates no se contemplan, se comentan, se proclaman, se gritan, se multiplican digitalmente, se desplazan. No hay sosiego posible en el mundo de los escaparates.

El sufrimiento y el gozo también se desvanecen en el mundo de los escaparates, sólo hay una feroz competencia de pulsiones primarias: placer, miedo, asco...Cada vez se necesitan más pixeles, más estruendo, más colores, más atrocidades para destacar en la despiadada lucha.

Y sin embargo, cuánta verdad en estas palabras de Georges Bernanos en su Diario de un cura rural:

«El silencio interior –el que Dios bendice– no me ha aislado jamás de los otros seres. Al contrario: me parece que penetran en mi interior y les recibo como en el umbral de mi casa (…). Por desgracia, no me es posible ofrecer más que un precario refugio, pero imagino el silencio de ciertas almas como inmensos lugares de asilo. Los pobres pecadores, cansados y sin fuerzas, entran a tientas, se duermen y vuelven a marcharse, consolados, sin conservar recuerdo alguno del gran templo invisible donde han descargado un instante su lastre».






sábado, 15 de septiembre de 2018

"Caballeros, aquí no hay más recurso que ir a coger gachupines"

Así exclamó el cura Miguel Hidalgo la madrugada del 16 de septiembre ante sus amigos Ignacio Allende y Juan Aldama, según declaración de este último en la causa que se le siguió a Hidalgo.

Lo cuenta don Niceto de Zamacois, historiador español, en su "Historia de Méjico, desde sus tiempos remotos hasta nuestros días", publicada en 1878 ( la declaración se consigna en la página 219 del tomo VI de los 20 que componen la obra de Zamacois).


Añade Zamacois:
"Sorprendido Aldama con aquella determinación del resuelto párroco, en cuya fisonomía brillaba el fuego del más vivo entusiasmo, le dijo: Señor, ¿qué va usted a hacer? Por amor de Dios, vea usted lo que hace. Palabras que le repitió por dos veces. Pero Hidalgo había tomado ya su determinación irrevocable; y estando Allende de acuerdo con sus ideas, se trató en seguida de dar inmediatamente el grito de independencia".

Se los cuento así como lo acabo de leer, no crean que es chisme.

viernes, 14 de septiembre de 2018

El día que conocí a Mario Delgado en San Lázaro...

Hace once años, el 14 de septiembre de 2007, la Cámara de Diputados aprobó una reforma fiscal que, entre otras cosas, incluyó un nuevo impuesto sobre el consumo de gasolinas y diesel de 5.5% que se aplicaría gradualmente. La recaudación de dicho impuesto se destinaría en su totalidad a las entidades federativas para financiar proyectos de infraestructura.

Ese día, en la sede la Cámara de Diputados en San Lázaro, conocí a Mario Delgado Carrillo, entonces Secretario de Finanzas del Gobierno del Distrito Federal. A la sazón yo trabajaba en tareas de comunicación social en la Secretaría de Hacienda y se me había encomendado estar en el recinto legislativo desde primera hora, para apoyar a los asesores del Secretario de Hacienda (Agustín Carstens) encabezados por José Antonio Meade, en la redacción, corrección de estilo y revisión de textos que pudiesen necesitarse de último momento, como suele suceder en tales eventualidades, para propiciar la aprobación de la reforma.

Durante esa larga jornada en varias ocasiones tuve oportunidad de ver y escuchar a Delgado Carrillo y me causó una profunda impresión que, hasta la fecha, pervive. Impresión perturbadora y profundamente negativa, he de decirlo de una vez.

Me explico: Delgado oficialmente, como miembro destacado de un gobierno emanado del PRD, se oponía de manera frontal a la reforma fiscal propuesta por el gobierno del Presidente Felipe Calderón y específicamente - al igual que la bancada de ese partido político- rechazaba enérgicamente, y con una retórica cargada de adjetivos de reprobación y repudio, el citado impuesto a las gasolinas y al diesel. Pero también, en corto, como suele decirse, Delgado, como Secretario de Finanzas del Gobierno del Distrito Federal (encabezado por Marcelo Ebrard) veía no sólo con simpatía, sino con inocultable avidez, los ingresos que dicho impuesto llevaría a las arcas de la Tesorería de la capital del país. 

No me lo contaron. Lo escuché y lo vi a lo largo de esa jornada. Casualmente, al momento de la votación particular de ese impuesto, Delgado estaba sentado junto a mí en las galerías de la Cámara y, una vez que se aprobó en lo particular tal gravamen, se volvió hacia mí para preguntarme si, en efecto, ya estaba aprobado el impuesto de marras (la duda era justificada porque las referencias en la tribuna, como suele suceder, no eran explícitas sino preñadas de todo ese bagaje jurídico y leguleyo que acompaña a las decisiones legislativas: "se procede a la votación de la propuesta de modificación de la fracción tal del artículo cual de la ley...por la afirmativa: tantos votos: por la negativa, tantos y tantas abstenciones..." y demás), cuando le confirmé que sí, que en efecto, ya era un hecho el impuesto a los combustibles, que constituía un generoso regalo a las tesorerías de las entidades federativas, en especial a la que más recursos recibiría que era la del Distrito Federal, Delgado marcó de inmediato en su teléfono móvil para comunicarle la buena nueva su jefe. Habrá dicho algo así como: "¡Albricias, jefe!, ¡perdimos!, ¡qué maravilla!".

De veras, no me consideraba entonces, mucho menos ahora, una persona candorosa o ingenua, pero jamás imaginé tal doblez, tal magnitud de hipocresía, engaño, doble juego, en la vida real. Creía que esos extremos de mentira estaban confinados al mundo de las novelas. Educado por mis padres, con el ejemplo y con la palabra, en el respeto y amor a la verdad, me quedé estupefacto.

Ese día conocí una profundidad inaudita en el abismo del engaño. Ah, y también ese día conocí a Mario Delgado, quien hoy es el coordinador de Morena en la Cámara de Diputados. Sí, el mismo que ha dicho que "no quedará ni una coma" de la reforma educativa aún vigente.  

viernes, 31 de agosto de 2018

Halcones, palomas y otras etiquetas engañosas

Los bancos centrales no son un aviario. Es decir, nadie debiera verlos como "una colección de aves distintas, vivas o disecadas, ordenada para su exhibición o estudio".

Sin embargo, sucede. Al menos, numerosos analistas y, de su mano, periodistas y comentadores de noticias, suelen recurrir a los símiles del halcón y la paloma para etiquetar con facilidad esquemática las decisiones de política monetaria de tal o cual banquero central. De forma simplista puede decirse que un banquero central (o miembro de la junta de gobierno de un banco central) es halcón porque sus decisiones tienden a ser restrictivas (verbigracia: elevar la tasa de interés de referencia o propiciar por medios directos o indirectos una menor liquidez en la economía), en tanto que otro merece el calificativo de paloma porque sus decisiones suelen ir en sentido contrario y favorecer una mayor expansión del circulante o de lo que, otrora, se llamaba "dinero de alto poder" (vieja metáfora que parecía asociar al dinero con la dinamita, supongo).

La metáfora de los halcones y las palomas es importada, como se sabe. Surgió en la lengua inglesa y, originalmente, no se refería a los banqueros centrales o a la política monetaria, sino a las preferencias de los gobiernos a tomar cursos de acción más o menos agresivos, más o menos conciliadores, ante determinados conflictos con otras naciones; de forma simplista, e irreal porque las cosas no suelen ser tan simples, el halcón (hawk) tenderá a comportarse como un agresivo guerrero en tanto que la paloma (dove) será un estratega que privilegiará los métodos pacíficos de la diplomacia y la negociación no violenta. 

En un interesante artículo publicado en 2013 en The New Republic Alice Robb rastrea los orígenes en la lengua inglesa de esta metáfora perezosa (como le llama acertadamente) y encuentra que el "halcón" aparece por primera vez, con ese significado guerrero, en una carta de Thomas Jefferson a James Madison en 1798 para describir a los federalistas deseosos de ir a la guerra contra Francia. El término "paloma" asociado a la paz es de origen aún más remoto, siempre según Robb, y puede rastrearse en el Antiguo Testamento y en la épica de Gilgamesh : Tanto Noé como Gilgamesh envían una paloma para buscar tierra seca después de una inundación.

La metáfora se trasladó al terreno de la política monetaria, supongo, cuando en los años inmediatos posteriores a la Segunda Guerra Mundial se estableció lo que se ha llamado un "mandato dual" para el banco central estadounidense (Reserva Federal) que, desde entonces, debe velar tanto por el crecimiento de la economía (que debe acercarse a ese arquetipo keynesiano llamado "pleno empleo") como por la estabilidad de precios. 

A partir de ahí la metáfora ha tomado vuelo, lo que no podría ser de otra manera tratándose de aves voladoras. 

Un mandato dual, tan inopinado como el que comento, parece inevitable que tenga dos consecuencias: que los pobres banqueros centrales corran el riesgo de volverse bizcos por la necesidad de "tener un ojo al gato y otro al garabato" y, segundo, que el análisis de sus aciones se vuelva artificialmente dual y maniqueo. "O ves para acá y entonces eres halcón o ves para allá y entonces eres paloma...o ves para ambos lados a la vez y entonces serás un pájaro bizco camino de quedarse ciego".

Y la metáfora no sólo tomó vuelo en cuanto a la frecuencia de uso, sino que emigró - como algunos patos y algunas variedades de mariposas- hacia el sur, a tierras más cálidas, como México, donde es usada por analistas y demás con singular desparpajo, a despecho de que el Banco de México tiene un mandato único (estabilidad de precios o combate a la inflación) y un diseño institucional mucho más semejante al de los bancos centrales de Europa, digamos al Bundesbank alemán, o al Banco de Inglaterra. Siendo así las cosas en el caso de la inmensa mayoría de los bancos centrales del mundo, que tienen "mandatos únicos", la metáfora parece que falla estrepitosamente, porque los banqueros centrales (incluyo en la denominación, desde luego, a todos los miembros de la junta de gobierno, no sólo al gobernador del banco) debieran comportarse siempre como halcones, no por temperamento o afinidad electiva, sino por mandato de la ley. Y ello aun siendo, como suelen serlo, personas pacíficas, amables, sonrientes, conciliadoras y adversas a resolver eventuales conflictos mediante recursos de fuerza. Debieran ser "halcones" porque para eso los nombraron y porque esa - apurando el uso habitual que se le da a la metáfora en periódicos y otros medios de comunicación- es la descripción de su puesto.

También en 2013 Neil Irwin en The Washington Post  citó las duras críticas que el economista en jefe de Standar & Poors , Paul Sheard, hizo a  la dichosa metáfora de los halcones y las palomas aplicada a los banqueros centrales. El punto central del desagrado de Shear con la perezosa y simplista metáfora puede resumirse así: 

“The traditional labels could even be pernicious in the way they frame things, such that those who want to tighten policy are the Tough People Who Do What Needs to Be Done, and those who want to ease policy are hippie-dippies…. maybe instead of classifying central bankers by the variety of bird they most resemble, we should instead judge them on their ability to adapt their thinking to circumstance.”  

En otras palabras: Si somos serios, un banquero central "paloma" sería un banquero central que está haciendo mal su trabajo. Y viceversa: un "halcón" en un banco central es alguien que está haciendo lo que se debe hacer. 

Salta a la vista que lo que falla es la simpleza y hasta tontería de la metáfora de los halcones y las palomas. Mejor, esforcémonos por hacer análisis menos esquemáticos y simplistas (la política monetaria no es una regla de tres) y usemos con propiedad el lenguaje. Las analogías son necesarias con frecuencia, pero deben emplearse con cuidado y mesura.

Hace algunos meses, el actual Gobernador del Banco de México, Alejandro Díaz de León, dijo en una entrevista que, si se empeñaban en encontrarle semejanzas con un ave, él preferiría ser caracterizado como un búho, tradicionalmente asociado a la sabiduría y, añado yo, de quien observa, no se duerme, pero no se precipita.

Y hace años, Agustín Carstens, anterior Gobernador del Banco, cuando le preguntaron si él era "halcón o paloma" se limitó a responder que no podía decirlo porque la zoología nunca fue su especialidad.

(Nota aclaratoria: fui Director de Comunicación del Banco de México de octubre de 2011 a abril de 2018; desde esa última fecha no tengo relación laboral alguna con esa respetada institución autónoma del Estado mexicano y estas desparpajadas opiniones son de mi exclusiva responsabilidad).


martes, 28 de agosto de 2018

Constitución moral: otro caso de deshonestidad intelectual

En diferentes tonos, y desde diversos ángulos, se ha dicho que la sola idea de elaborar una "constitución moral" es un despropósito. El promotor de la ocurrencia, el presidente electo Andrés Manuel López Obrador, hasta ahora ha sido refractario a esas críticas y sigue adelante con su propósito. Así es él.

La tarde del viernes 24 de agosto López Obrador comunicó, a través de su cuenta en la red social Twitter, que comió en sus oficinas con quienes le ayudarán a recoger "ideas, opiniones y sentimientos" con el fin de elaborar la "Constitución Moral y fortalecer valores". El lenguaje con el que fue redactado tal anuncio contribuyó a irritarnos aún más a quienes vemos con alarma dicho propósito: se habló de "compartir los sagrados alimentos", lo que suena no sólo anacrónico sino afectadamente pío y, como ya resulta habitual desde hace meses, el firmante recurrió al plural mayestático para referirse a sí mismo: "...quienes nos ayudan a coordinar el trabajo". Por si eso no bastase, los nombres de los cuatro colaboradores mencionados distan de suscitar alivio, entre los muchos que sostenemos la necesidad de mantener y fortalecer el carácter laico del Estado, el respeto irrestricto a las libertades, empezando por la libertad de conciencia, y la separación entre el Estado y las iglesias o confesiones religiosas.


A pesar del formidable aparato de propaganda que apoya, con buenas y malas artes, las propuestas y declaraciones del presidente electo, las voces opuestas a este proyecto se han dejado escuchar tanto en medios de comunicación como en redes sociales y otras espacios de opinión. La idea misma de promulgar una "constitución moral" trasunta moralismo a ultranza e intromisión a todas luces indebida del futuro gobierno en el ámbito libérrimo de las conciencias y de las costumbres.

Ante ello, los defensores de la llevada y traída "constitución moral" han desestimado estas críticas aludiendo, entre otras cosas, a la "Cartilla moral" que escribió Alfonso Reyes en 1944, como si el nombre del ilustre escritor y su innegable calidad intelectual fuesen un aval automático e indiscutible para la ocurrencia de López Obrador. 



Incluso, hay entre esos promotores quien ha querido apaciguar temores justificados diciendo que lo que se busca hacer es "un tratado filosófico" más que un código, lo cual - dicho por quien lo dice, es decir por quien carece incluso de la formación filosófica necesaria para redactar un simple manual de lógica que sea presentable en una escuela secundaria-, es tan pretencioso que provoca carcajadas.

En todo caso, la sola invocación de esa obra de ocasión de Reyes, para defender el dislate que hoy se propone, constituye una flagrante muestra de deshonestidad intelectual que merece denunciarse.

Ese es el propósito de este artículo.

Alfonso Reyes jamás buscó redactar un código o conjunto de normas morales al escribir esa pequeña obra didáctica por encargo del entonces secretario de Educación Pública, Jaime Torres Bodet.

Más aún, no se trata de una obra que pretenda proponer una cosmovisión específica o algún hallazgo filosófico, ya sea ético o estético. 

La Cartilla moral de Reyes sería la continuación lógica y deseable de la primera etapa de una magna campaña de alfabetización de adultos, cuyo principal instrumento fue una Cartilla Nacional de Alfabetización, y queda claro para cualquiera que la haya leído con atención que Reyes la escribió buscando (y logrando) un valioso y difícil equilibrio entre la necesidad de guiar a instructores mayoritariamente no avezados en la enseñanza de doctrinas filosóficas y los requisitos de apego a la verdad y rigor en el uso del lenguaje.

También queda claro que "no pudieron aprovecharse entonces". Cito las primeras palabras del opúsculo de Reyes: 

Estas lecciones fueron preparadas al iniciarse la “campaña alfabética” y no pudieron aprovecharse entonces. Están destinadas al educando adulto, pero también son accesibles al niño. En uno y otro caso suponen la colaboración del preceptor, sobre todo para la multiplicación de ejemplos que las hubieran alargado inútilmente. Dentro del cuadro de la moral, abarcan nociones de sociología, antropología, política o educación cívica, higiene y urbanidad.


Citar, como antecedente de la disparatada y potencialmente peligrosa "constitución moral" que pretende López Obrador, la Cartilla moral de Reyes es tan absurdo como decir que el libro de la SEP para el docente de segundo grado de primaria para la enseñanza del Español como lengua materna es el antecedente lógico que valida la Nueva Gramática de la Lengua Española de la Real Academia de la Lengua.

La Cartilla moral de Reyes es, como su nombre lo indica, una simple "cartilla" o guía para quienes, siendo maestros o voluntarios sin mayor preparación pedagógica o intelectual, se uniesen al llamado del gobierno del general Manuel Ávila Camacho para alfabetizar y dar rudimentos de cultura "moderna" a millones de adultos mexicanos que, en aquellos días, permanecían en el analfabetismo; todo esto de acuerdo con la denominada "Ley de emergencia" promulgada en agosto de 1944. 

Según el censo de 1940 el 48% de la población total de México era analfabeta. De ahí el carácter de "emergencia nacional" que se dio a la campaña de alfabetización diseñada y encabezada por Torres Bodet y que debía atender a más de 9 millones 400 mil mexicanos analfabetos de entre 6 y 40 años de edad (cifras del censo). En una primera etapa, para atender esa necesidad, se imprimieron 10 millones de ejemplares de la Cartilla Nacional de Alfabetización 1944-1946, que fue el principal instrumento pedagógico de la Campaña Nacional contra el Analfabetismo.


El artículo 13 de la Ley de Emergencia señalaba que las cartillas de alfabetización deberían contener "las instrucciones sencillas y claras para quien enseñe y el material y los ejercicios necesarios para quien aprenda".  No fue fácil encontrar a los autores idóneos para elaborar tal material pedagógico dadas las complicadas circunstancias en que debía desarrollarse esa ingente labor educativa: la magnitud de la población objetivo, su dispersión en el territorio nacional, la carencia de maestros plenamente capacitados y con aptitudes pedagógicas óptimas, la heterogeneidad de lenguas maternas diversas del español que hablaban buena parte de los millones de analfabetos, entre muchos elementos de dificultad. Como lo señaló el propio Torres Bodet:

"...por la calidad de la empresa, y por la impreparación general de los instructores, métodos (de la enseñanza del alfabeto) tan modernos (...) infundirán desconciertos en los voluntarios de la campaña. Urgía una cartilla de tipo ecléctico, que sirviese tanto a los profesores recién salidos de una escuela normal cuanto a los espontáneos de la enseñanza, inhábiles y bisoños, pero deseosos de cumplir el deber que la ley de emergencia les prescribía. Por otra parte, convenía que algunas lecciones de la cartilla - las que figurasen en los últimos pliegos- iniciaran un diálogo cívico: el que estimábamos necesario para robustecer la unión de los mexicanos"



El subrayado de la cita (mío) es con el fin de enfatizar que ahí, precisamente, bosqueja Torres Bodet el propósito que habría de cumplir la "cartilla moral" encomendada a Reyes. Al final, como ya se dijo y como señaló Reyes en la introducción de la misma, la Cartilla moral no se incluyó en la campaña, sea por falta de tiempo o sea porque se haya considerado que representaba más riesgos de desorientación que ventajas educativas. No lo sé de cierto porque Reyes no lo señala y porque no he encontrado, en las fuentes documentales consultadas, la explicación definitiva.

Tampoco es ocioso destacar que el propósito de la Cartilla moral que describe someramente Torres Bodet ("robustecer la unión de los mexicanos") obedece fielmente a una consigna del gobierno de Ávila Camacho en un contexto histórico signado, por una parte, por la Segunda Guerra Mundial y, por otra, por la crispación social provocada por el gobierno del general Lázaro Cárdenas y por la inclusión en el artículo tercero de la Constitución, durante el gobierno de éste, del mandato de que la educación "será socialista". Cabe recordar que Ávila Camacho, quien se proclamó "creyente", modificó nuevamente en 1946 el mismo artículo tercero suprimiendo lo de la "educación socialista" y encomendó a Torres Bodet una nueva redacción en la que se habló de "educación nacionalista y democrática".

Es más que obvio que el México de 2018 es sustancialmente diferente del de la década de los años 40: ni hay una emergencia nacional por el analfabetismo de los adultos, ni hay una crispación social fomentada por un gobierno de retórica socialista, ni estamos en una guerra mundial, ni se trata de un país mayoritariamente rural y agrícola, ni es deseable (o necesario, por una guerra u otras causas) promover la "unidad nacional".  

Eso significa que, incluso en el extremo de que el futuro gobierno de López Obrador, quisiese (con el nombre equivocado de "constitución") difundir una suerte de "cartilla moral" semejante a la que escribió Reyes, se trataría de un proyecto injustificado e importuno. Además de que debiera encomendarlo, en tal caso, a su futuro secretario de Educación, no a un par de periodistas, a un abogado que es su viejo amigo y a una retirada presentadora de televisión quien es socia, con su marido, de una casa productora de telenovelas y series de televisión que relatan, con benevolencia rayana en la apología, vida y crímenes de narcotraficantes y otros delincuentes.


 


domingo, 19 de agosto de 2018

No es lo mismo tal que cual...

No es lo mismo chícharos que aguacate...
Evan, mi nieto, de ocho meses de edad, sabe perfectamente que no le gusta comer chícharos y que, en cambio, el aguacate es delicioso. Y actúa en consecuencia.

También sabe que ambos - chícharos y aguacates- son alimentos y son de color y textura semejante, pero no son lo mismo. Evan, a su corta edad, no confundiría una pequeña pelota de plástico verde brillante con su comida, pero, además de la vista y el tacto, utiliza el sentido del gusto para conocer la colorida pelota y se la lleva a la boca, no para comérsela porque su sabor no es agradable, sino para "probarla" y conocer más y mejor ese pequeño objeto. Los juguetes, él lo sabe, no son lo mismo que la comida. Evan, sin que aún pueda formularlo verbalmente, sabe que "probar" algo, experimentarlo con alguno o varios de sus sentidos (vista, olfato, gusto, tacto, oído), es la forma de conocer "algo más" de ese "algo" específico. Es adquirir, intelectualmente, algo nuevo a partir de lo conocido anteriormente, captar semejanzas y diferencias. 

Y Evan también sabe que todos esos "algo" (entes) tienen en común el hecho de ser, pero que no son lo mismo. Sabe, pues, que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Evan hace cada día, casi a cada momento, nuevos descubrimientos fascinantes, basado en esos primeros principios abstractos que obtuvo, no obstante ser principios abstractos, a partir de la experiencia sensorial. Evan goza, ya desde su corta edad, la fascinante aventura de descifrar. Más tarde, para manejar el caudal de conocimientos que ha obtenido a partir de la experiencia y de la facultad de abstracción (es decir: la facultad de despojar cada "algo" de sus características materiales accidentales para captar su esencia, lo que le hace "ser lo que es", ser ese "algo" y no "otro algo") Evan aprenderá otro arte, secundario al de descifrar, que es el arte de cifrar. Nombrará las cosas, para distinguirlas entre sí, pero también para poder unirlas, de manera abstracta, y poder expresar que el aguacate que le dieron de comer ayer es de la misma clase que el aguacate que disfruta hoy, pero a la vez son distintos. Podrá llegar a expresar claramente a sus papás: "No quiero chícharos, prefiero comer aguacate". 

Descifrar y cifrar. En ese orden. Tal vez, ¡ay!, dentro de algunos años Evan podría cometer, sin darse cuenta, el grave error de querer alterar ese orden y pretender cifrar sin antes haber descifrado (entonces por ejemplo, Dios no lo quiera, Evan se apresurará a poner en su muro de Facebook textos o imágenes que en realidad no entiende, pero que le harán aparecer ante los otros como alguien que expresa sus opiniones y creencias de forma rotunda, sugestiva, taxativa), pero esa es otra historia que aún no sucede, porque hoy día, por fortuna, Evan aún no ha sido contaminado por la perversa consigna de cierta modernidad hegeliana, que muy claramente cifró Marx al formular su IX tesis sobre Feuerbach: "Los filósofos han contemplado demasiado tiempo el mundo; ahora es preciso transformarlo". Consigna atroz, si las hay, que nos tiene cada vez más confundidos, ocupados en hacer cosas que servirán para no sabemos qué, apresurados por llegar a no sabemos dónde y agobiados por no sabemos qué pesares. Pero esa es otra historia y dejémoslo ahí, para volver al conocimiento recto y aún no contaminado de Evan a los ocho meses de edad. Al conocimiento del que obtuvo Evan, como alguna vez cada uno de nosotros, ese principio fundamental para descifrar el mundo, para entenderlo, para contemplarlo (a despecho de lo que la contemplación del mundo parecía fastidiar a Marx, je, je, je): "Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa...", no es lo mismo tal que cual.

Porque, ¡ay!, con gran frecuencia dejamos en el desván de las cosas inútiles o prescindibles esa verdad grandiosa y fundamental. De otra manera, no se entiende que haya tanta gente adulta que confunda una cosa (digamos, el proceso de votar para elegir un presidente tachando un nombre o un emblema en una papeleta) con otra cosa (decidir dónde es más conveniente construir un aeropuerto seguro, útil, viable, digamos) o que confunda a un presidente electo con un profeta iluminado por alguna sabiduría infusa y omnisciente. Una cosa por otra. 

Primero descifremos paso a paso, o acudamos a quienes saben del asunto porque se han dedicado, con método, con orden, con honestidad intelectual, a estudiarlo, a descifrarlo y sólo después hablemos, prediquemos, hagamos o dejemos de hacer. 

¿Sabios?, sabios los niños de meses de edad, que nunca pondrían la carreta delante del caballo. 






miércoles, 8 de agosto de 2018

Banxico y los por qué de una lectura errónea

El jueves 2 de agosto la junta de gobierno del Banco de México difundió su más reciente anuncio de política monetaria. Como se sabe, la Junta decidió mantener en 7.75% la tasa de interés interbancaria a un día (TII) que es la tasa que expresa su posición de política monetaria.

El comunicado puede leerse aquí.

Varios analistas interpretaron que la Junta de Gobierno había dado, en sus consideraciones, un mayor peso a los indicios de debilidad en la actividad económica que a los riesgos concernientes a la inflación. De forma esquemática - y errónea, como intentaré demostrar en este artículo-, dedujeron que el Banco Central manifestaba de esta forma un cierto cambio en sus prioridades y, a diferencia del pasado, enviaba la señal de que además del combate a la inflación se ocuparía, de ahora en adelante, de propiciar o impulsar el crecimiento de la economía. 

Nada más erróneo. Por ello, en la primera oportunidad el gobernador del Banco de México, Alejandro Díaz de León, salió al paso de esas interpretaciones y explicó claramente que las consideraciones que hace el Banco Central acerca de la actividad económica y el posible crecimiento del producto (PIB) en el futuro las hace en función de lo que significan en términos de riesgo para la inflación futura, y no como si el Banco fuese otro agente activo ocupado en promover el crecimiento de la economía. 

Cito textual sus palabras en una entrevista con Víctor Piz de El Financiero: "Hay muchos elementos que se toman en consideración para la decisión de política monetaria (...) en la medida en que la actividad económica se desacelera, es más probable que la evolución de los precios continúe su tendencia a la baja".  Y abundó: "Es muy claro que nuestro mandato es mantener la inflación baja y estable...pero el entorno económico es muy importante, porque da el contexto bajo el cual el proceso, en este caso de desinflación, se lleva a cabo". 

Me parece que estas claras declaraciones desmienten las interpretaciones apresuradas y erróneas; en especial, aquellas que, de forma un tanto sibilina, trataron otra vez de poner sobre la mesa la propuesta de un "mandato dual" para el Banco de México, producto de una imitación extra-lógica de la forma en que está expresado en los Estados Unidos el mandato de la Reserva Federal. Se trata de una propuesta ampliamente superada en el terreno conceptual pero que cíclica y artificialmente trata de reanimarse con claro sesgo ideológico y político.

No es nuevo que los anuncios de política monetaria del Banco Central susciten algunas lecturas sesgadas dada la diversidad de intereses, prejuicios y marcos conceptuales de quienes los reciben. Habrá quienes busquen en dichos anuncios la confirmación de sus particulares estrategias de inversión en una coyuntura específica; habrá quienes lean los anuncios armados con sus propios anteojos ideológicos y habrá quienes, en momentos de euforia o de ánimo decaído, traten de encontrar en los mensajes de política monetaria del Banco de México elementos que refuercen o confirmen su particular estado de ánimo. 

Ello es inevitable en cualquier comunicación. Estamos inmersos en un intenso, extenso y constante juego de "cifrar y descifrar" y es frecuente que los receptores de la comunicación descifremos los mensajes del emisor con mayor subjetividad de la que juzgamos tener; incluso determinadas palabras y formas sintácticas nos resultan más afines que otras. Aun haciendo a un lado los casos de mala interpretación deliberada - que puede haberlos, pero deben ser los menos-, cada cual de nosotros "lee" distinto un mismo texto.

En el caso específico de los anuncios de política monetaria suelen seguir un esquema preestablecido lo que disminuye el riesgo de lecturas sesgadas. También, el hecho de que se emitan en fechas preestablecidas y conocidas, incluso en un horario específico, mitiga las interpretaciones erróneas. 

Al igual que los anuncios de política monetaria de otros bancos centrales los del Banco de México hacen lo que denominan sendos "balances de riesgos", uno referente al crecimiento económico y otro referente a la inflación. Pero, atención, nuestra tendencia a pensar en categorías simétricas no debiera llevarnos a pensar que, para el Banco Central, ambos balances tienen el mismo peso al momento de tomar la decisión de política monetaria. 

De hecho, el balance de riesgos para el crecimiento tiene, a mi juicio, un carácter claramente instrumental: es un medio entre otros, muy importante desde luego pero medio al fin, para detectar la ausencia o presencia de posible presiones inflacionarias por el lado de la demanda, concretamente: si existen o no condiciones de holgura en la economía. Si hay condiciones de holgura (desempleo, indicadores débiles de consumo, de producción y de inversión destinada a futura producción) el Banco Central puede mantener o incluso relajar su postura monetaria sin riesgo de despertar a los demonios de la inflación (al menos, desde el punto de vista de la demanda agregada); si por el contrario, las condiciones de holgura se están estrechando o han desaparecido (verbigracia: una tasa de desempleo cercana a lo que se conoce como "pleno empleo", altas tasas de crecimiento de la producción industrial, altas tasas de crecimiento en consumo e inversión) es una señal clara para los banqueros centrales de que conviene apretar la postura monetaria (subir la tasa de referencia). 

En cambio, el balance de riesgos para la inflación es el balance final y decisivo para la postura de política monetaria. En cierta forma, resume y concreta todos los elementos previos de análisis (incluido, desde luego, el balance de riesgos para el crecimiento, pero no solamente dicho balance) que han tomado en cuenta los miembros de ese cuerpo colegiado (la junta de gobierno) para llegar a una decisión de política monetaria.

Como ya se indicó, nuestra tendencia a categorizar mentalmente de forma simétrica (blanco-negro, arriba-abajo, izquierda-derecha, "por un lado-por otro lado", "halcones-palomas", y demás) explica, parcialmente, la tendencia de algunos receptores de los anuncios de política monetaria, a descifrar el mensaje también en términos simétricos, lo que conduce con frecuencia al error de interpretación que comentamos. A esto se añade la imitación extra-lógica de las categorías de análisis que se aplican en la política monetaria de los Estados Unidos, donde, ahí sí, la simetría obedece a un presunto "mandato dual" en el que, al menos en la letra, el crecimiento económico y el control de la inflación debieran tener el mismo interés y peso para la Reserva Federal (nótese, de paso, cómo basta intentar formular ese mandato dual en términos operativos para detectar su imposibilidad; eso, porque se trata más de una solución de compromiso político que de un mandato viable para una institución que sólo cuenta con instrumentos monetarios).

Ahora bien, un principio práctico y universal de toda estrategia exitosa de comunicación es que la responsabilidad de que el mensaje sea cabalmente comprendido recae siempre en el emisor del mensaje, no en los receptores del mismo. Traducido este principio práctico al tema que nos ocupa significa que el Banco de México tiene una ventana de oportunidad importante para mejorar aún más la comprensión que los mercados, los analistas y el público tengan de sus anuncios de política monetaria, en breve: para comunicar mejor.

Así, la Junta de Gobierno del Banco Central podría explorar la posibilidad de incluir explícitamente en sus anuncios de política monetaria la advertencia de que el balance de riesgos decisivo y final que toma en cuenta para sus decisiones (valga la redundancia) es el balance de riesgos de la inflación y/o la advertencia de que todos los elementos del análisis previo a la decisión (que son numerosos y de naturaleza muy diversa) que toma en consideración la Junta de Gobierno se abordan en cuanto son relevantes para el balance de riesgos para la inflación, que es el decisivo.  
 

 

viernes, 3 de agosto de 2018

Profusa, confusa y difusa

Tratándose de las políticas públicas que pondrá en marcha el futuro gobierno, la comunicación de Andrés Manuel López Obrador y de sus colaboradores ha sido muy consistente: profusa, confusa y difusa. 

Es probable que se trate de una genuina estrategia de comunicación. Es decir, de un intento deliberado - y hasta ahora exitoso, hay que decirlo- de transmitir mensajes ambiguos, sujetos a diversas interpretaciones (incluso, contradictorias interpretaciones). Mensajes susceptibles de cambiar de sentido y de significado en cualquier momento. 



Tal vez por eso lo mismo podemos espigar, aquí o allá, un mensaje que "tranquiliza" a los mercados junto con otro que los "inquieta" y alguno más que los "asusta". Así, mientras los receptores de los mensajes permanecemos confundidos, o inciertos, el emisor (AMLO y su conjunto nebuloso de "colaboradores" o "gente cercana") conserva un amplísimo margen de maniobra para modificar su parecer o sus prioridades reales o los mecanismos específicos con que, a la postre, se instrumentarán o no, a su tiempo, las propuestas anunciadas.

A su vez, los mensajes son profusos: lo mismo pueden ser anodinos que de suma importancia. Lo mismo son acerca de impuestos, que ya no se llamarán así sino contribuciones, que de foros para platicar sobre la paz; de la siembra de arbolitos o de la elaboración de un inopinado catecismo de "buenas conductas" llamado, pomposamente, "constitución moral". 

Esta profusión de mensajes satura y entretiene a los medios de comunicación, y al público, y cada cual entiende lo que buenamente puede, adivina y trata de disipar la ambigüedad poniendo buena o mala voluntad interpretativa. 

Uno de los propósitos finales de esta peculiar estrategia de comunicación, deliberadamente confusa y difusa, parece ser algo semejante a "mantener viva la llama de la esperanza de cambio" o "no dejar que decaiga el entusiasmo". Y es obvio que tal objetivo se cumple y va configurando una suerte de culto a la personalidad que nos hace ver "normal" que cualquier mensaje (anodino o relevante; sensato o descabellado) del líder, se eleve de inmediato a la categoría de "grandiosa novedad", "insólita noticia", "buena nueva" o "palabra de salvación revelada". ¿Esto es, como se ha dicho, atroz para la libertad personal de creer, opinar, aceptar o rechazar, criticar o aprobar? Sí, desde luego, y hay que decirlo de forma rotunda.

Acerca de la confusión que estos difusos mensajes generan, es claro hoy que no sabemos con razonable certidumbre si la reforma energética seguirá en los términos actuales, conviviendo penosamente con una especie de contrarreforma o vuelta al pasado, o si será arrojada sin más al cesto de basura; similar ambigüedad hay en torno a lo que sucederá con la reforma educativa o respecto de cómo se concretará el anunciado propósito de "descentralizar" el gobierno federal, enviando a tales o cuales ciudades tales o cuales secretarías de Estado. 

Tampoco sabemos si la palabra del colaborador "X" es más creíble que la palabra del colaborador "Y" o si los nombramientos "virtuales" que hoy hace el ganador "virtual" serán válidos mañana y se convertirán en cargos reales y operantes en un futuro gobierno. 

Le propongo al lector un ejemplo singular de esta estrategia de comunicación. Se trata de una entrevista en televisión a un "cercano colaborador" de López Obrador que, podría ser o no ser (no se sabe) el vocero, o uno de los voceros, del próximo gobierno. 

La entrevista (que puede verse completa aquí ) comienza precisamente con dicha ambigüedad: el entrevistador comenta que "se ha dicho" que el entrevistado será vocero del futuro del gobierno de López Obrador; el entrevistado ni lo niega, ni lo confirma, sino que censura a quienes han difundido esa versión dándoles una lección de periodismo: "¿Cuál es la fuente de esa información?, no hay tal". Muy bien. 

Pero, entonces, ¿qué valor le podemos dar a lo que nos diga este señor acerca de cómo será la comunicación gubernamental en los "nuevos tiempos" y de cómo será la relación del futuro gobierno con medios y periodistas? ¿A título de qué hablará del asunto ese futuro ("puede que sí, puede que no, lo más seguro es que no se sabe") vocero del futuro gobierno?, pues a título de "colaborador de Andrés Manuel" (así, textual). 

En realidad, el entrevistado que se llama Jesús Ramírez Cuevas, es el director del periódico "Regeneración" del partido Morena, y trabaja, sin duda, "en el entorno" del virtual Presidente electo en tareas de comunicación, pero más no sabemos. No hay más información acerca de jerarquías, ¿le reporta a quién?, ¿directamente a López Obrador o a César Yáñez o a Tatiana Clouthier o a Yeidckol Polevnski o a Mario Delgado o a Jesús Cantú o se manda solo o colabora buenamente y cuando se puede en lo que se ofrece? No sabemos. Y sospecho que eso es parte de la ambigüedad deseada, promovida y alcanzada por el emisor de los mensajes. 

Más adelante, el entrevistado corrige otra "interpretación exagerada" (errónea, pues) que a su parecer han hecho medios y periodistas: es acerca del anuncio de que desaparecerían las oficinas de comunicación social en las distintas dependencias del gobierno federal. No, señala con gran sentido común, eso sería imposible.  Se trata tan sólo de centralizar el gasto y las decisiones de gasto (algo que, tengo entendido, ya debería suceder en el actual gobierno federal) en una sola oficina, y terminar con la "discrecionalidad".  

Muy bien, pero el problema es que, como candoroso televidente, no sé si eso efectivamente sucederá o no, porque no sé si debo de creerle al señor Ramírez Cuevas o no, porque ni siquiera sabemos si él lo sabe de buena fuente (autorizada, impecable, con poder para decidir), o si él está, a su vez, interpretando algo que escuchó o que platicó, como especulación o sugerencia, con alguien "cercano al virtual Presidente electo" y, sobre todo, no sabemos si el señor Ramírez Cuevas estará siquiera en algún puesto oficial de comunicación en el futuro gobierno. Y, por lo que se infiere de la entrevista, tampoco él lo sabe. De forma que "puede ser o puede no ser". Y el propio señor Ramírez Cuevas entenderá, sin duda, esta perplejidad ya que sabe muy bien que en el periodismo estás perdido si no sabes quién es la fuente de tu información.

Así pues, este es otra característica jocosa de la gran mojiganga. La comunicación es profusa, confusa y difusa. ¿Seguirá así cuando sean gobierno? Es probable, entre otras razones porque ha sido una estrategia muy rentable para el emisor de los mensajes, ¿para qué cambiar lo que a él le funciona?