El centro histórico de la ciudad de México reserva un rico inventario de emociones y riesgos. Un día el caminante se puede topar de manos a boca con una algarada de vehementes y enojados protestantes del SME, aquél negocio tan apetitoso que le quitaron al señor Martín Esparza. Si el viandante tiene la desdicha de parecer “infiltrado” en la lucha social -así se dice, porque los supervivientes del “es-me” se han bautizado a sí mismos como “luchadores sociales”- se arriesga a que le rompan la boca por ser un osado enemigo de la causa de don Martín.
Otro día, el peatón descuidado camina por alguna de las calles del México antiguo y vuela por los aires una aparatosa placa metálica por causa de una explosión de cables o de transformadores eléctricos escondidos en los umbríos subterráneos del centro de la ciudad; el peatón recibe el proyectil sobre su cabeza; es algo incómodo, según cuentan. Pero es algo que pasa “muy seguido”, como dicen los clásicos recurriendo a una estadística tan popular como subjetiva.
El jueves pasado, sin ir más lejos en el tiempo, una de esas explosiones de origen eléctrico (no de las explosiones de ira de los compañeros del “es-me” que terminan a trompadas contra los “infiltrados”) lesionó a más de media docena de personas, al parecer bomberos y electricistas que habían acudido a reparar algún desperfecto. Así que nadie reproche al centro capitalino el ser insípido en materia de emociones.
Lo que sí hay que reprochar es la frecuencia con la que se suscitan los temibles estallidos con el consecuente voladero de objetos metálicos (tapas, rejas, registros, como quiera que se llamen) cual misiles dirigidos por el impredecible capricho de algún demente. De las manifestaciones de protestantes, de la deplorable sintaxis de sus gritos, de las majaderías de los “luchadores sociales” y del cierre de calles facilitado por las autoridades, mejor es no quejarse: se trata de “causas” que despiertan la simpatía de la progresía nacional y que son bien vistas, ni duda cabe, por las muy progresistas autoridades de la ciudad.
Volvamos, entonces, a las misteriosas explosiones que acechan en cualquier esquina del centro histórico. Con justa razón, tras la conflagración del jueves, el jefe de gobierno Marcelo Ebrard mostró la magnitud de su enojo: “…el grave peligro para los transeúntes, para las instalaciones, sólo comentarle que contiguo al lugar está una de las bibliotecas más valiosas de México…ahí tienen documentos que tienen siglos.”
Y sentenció: “…estamos demandándole a la CFE, de manera respetuosa pero enérgica…que se pongan inmediatamente a trabajar en el programa que asumieron, que es su responsabilidad, si no pueden que nos lo digan, ya veremos qué hacemos, ¿verdad?”
Pues sí, licenciado, es verdad. Si no pueden, que le avisen.
Entonces, si la CFE no atiende el “respetuoso pero enérgico” llamado de don Marcelo, o lo atiende y le dice: “no podemos, mi estimado”, ¿qué pasará?, ¿veremos al jefe de gobierno de la ciudad con overol y casco sumergirse en las profundidades del centro histórico (profundidades “que tienen siglos” como diría el mismo licenciado) armado de su cajita de herramientas ‘Mi Alegría’ presto a deshacer entuertos de conexiones y a sacarle brillo a las instalaciones eléctricas en el subsuelo?
Expedito el licenciado. ¿Será tan bueno para las reparaciones eléctricas como lo es para los desplantes fanfarrones?
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