Se diría que México hace frontera, al norte, no con un país sino con una inmensa, irritante y temible colección de prejuicios.
Prejuicios nuestros, vale aclarar, acerca de un personaje mítico, fantasma surgido de una estadística chapucera: el estadounidense medio, el “gringo típico”.
Cada cual viste al espectro con los colores que mejor sirven a sus prejuicios, a sus miedos inconfesables, a sus antipatías o a su ideología que es el peor de los casos. Para unos, el fantasma es irremediablemente tonto, aldeano, ignorante y presuntuoso. Para otros ha sido la encarnación del villano que avala nuestra vocación de sufridas víctimas perpetuas. Unos más, ponen al día el mito del “gringo típico” imaginándolo no sólo ignorante sino narcisista: un cretino que sólo se escucha a sí mismo y que ha caído en las garras de un primitivismo mental atroz, aupado en los avances tecnológicos.
Por ejemplo, el pasado 25 de octubre Jesús Silva Herzog Márquez, quien suele ser un observador objetivo y agudo, publicó unos juicios sumarios que son para dejar pasmado a cualquiera. Cito:
“Piénsese que la mayor parte de los republicanos cree que Barack Obama simpatiza con el fundamentalismo islámico y estaría de acuerdo con que impusieran su ley en todo el mundo. No es que piensen que es débil ante los terroristas, indeciso o incompetente sino que creen que es un aliado de los terroristas”.
¿De veras?
Si algún despistado lector de dicho artículo de Silva Herzog dio por bueno tal juicio producto de una estadística chapucera o fantástica (¿cómo supo que se trata de “la mayor parte de los republicanos”?) debe estar en estos momentos aterrorizado: esos fanáticos irracionales, dispuestos a creer la conseja más descabellada, serán ahora mayoría en la Cámara de Representantes. Ésa sería la conclusión inevitable si hemos “comprado” la versión de Silva Herzog. Pero en realidad más que alarmarnos respecto de tal extremo (por demás equivocado) debiéramos estar hondamente preocupados ante la facilidad con la que uno de los más serios comentaristas mexicanos descalifica de un plumazo la inteligencia de millones de votantes estadounidenses.
En este caso Silva Herzog Márquez parece haber sucumbido sin espíritu crítico ante una gigantesca mentira. El partido republicano y la mayoría de quienes en esta ocasión han votado por dicho partido no son lo mismo que algún provocador y deschavetado comentarista de noticias de la cadena Fox, ni tal irresponsable con micrófono les representa con mediana fidelidad.
Entre los candidatos republicanos victoriosos el martes pasado, y entre sus electores, hay literalmente de todo: populistas lamentables y de dar miedo, pero también valientes defensores – contra viento y marea- de la responsabilidad fiscal; politiquillos mercantilistas más o menos palurdos y personas con el suficiente herramental analítico para promover la auténtica libertad comercial en el planeta y aborrecer las prácticas proteccionistas.
Cuidado con los análisis instantáneos basados en los atajos chapuceros del estereotipo y de la generalización gratuita. Los electores y los políticos estadounidenses, en ambos partidos, no se reducen a una legión de analfabetos.
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