“Hay tres clases de mentiras – escribió Mark Twain -, las mentiras, las malditas mentiras y las estadísticas”.
La frase de Twain (cuyo nombre original era Samuel Langhorne Clemens y que amén de ser un gran escritor fue un brillante periodista) se suele citar para prevenir a los incautos respecto del uso amañado de algunas estadísticas y acerca de la desorbitada manía de algunos reclamos publicitarios o ideológicos, consistente en convertir una colección de anécdotas en supuestas demostraciones científicas.
Tributarios de esa manía son lo mismo ciertos horóscopos a los que se adorna con numeritos que algunas extrapolaciones apresuradas, que la presunción incréible de que es posible tener un registro puntual del porcentaje de personas que tienen preferencias sexuales distintas de las que públicamente manifiestan y reconocen (algo tan descabellado como pretender saber el número exacto de adúlteros en una ciudad).
Si bien parece claro que a ese género de estadísticas se refería Twain, debo confesar que siempre me había intrigado saber cuáles eran las mentiras del segundo tipo (“malditas mentiras”; damned lies) a las que se refería el genial humorista y escritor.
Hoy, viernes 29 de octubre, finalmente identifiqué un ejemplo de ellas que se antoja perfecto y que cito enseguida.
El señor Miguel Ángel Granados Chapa publicó ayer que Guillermo Ortiz Martínez “como secretario de Hacienda de Ernesto Zedillo, organizó el rescate bancario en vez de emprender el rescate de los ahorradores e inversionistas quebrados por los errores de Carlos Salinas”. Esta afirmación no es una inexactitud, es una mentira monda y lironda. ¡Eureka!
Una “maldita mentira” es justamente eso: un engaño deliberado, una falsificación de los hechos históricos realizada con la brocha más gorda del chapucero pintor, quien embadurna escenografías de cartón-piedra con la mano izquierda y con la misma displicencia y descuido se atraganta la torta de “queso de puerco” (lo que quiera que sea ese presunto alimento) que sostiene con la mano derecha.
El “autor en comento” – para usar su mismo lenguaje de notario parroquial- jamás podrá citar caso alguno de un ahorrador o inversionista en instrumentos de depósito o inversión en los bancos mexicanos que haya perdido sus ahorros durante ese aciago periodo. No lo hay. Más aún, el rescate que con tanta vehemencia condena fue el de los recursos que ahorradores e inversionistas habían confiado a los bancos mexicanos. En cambio, la inmensa mayoría de los accionistas de los bancos existentes en ese momento hubieron de perder su capital y, por ende, sus bancos.
La enormidad de esta mentira semeja las pretensiones estalinistas de reescribir la historia, borrando de los murales las imágenes de los jerarcas del Partido Comunista de la Unión Soviética que cayeron en desgracia al perder el afecto del dictador.
Habrá desde luego quien acepte dócilmente tales mentiras malditas, alimentadas por el resentimiento y el medro político-ideológico, como hay decenas que se aferran, como a un clavo ardiendo, a los reclamos propagandísticos de zapatones cuyo uso bastaría para embellecernos y adelgazarnos o de píldoras mágicas (“la fuente de la eterna juventud”) que curan lo mismo la hipertensión que la diabetes y el cáncer.
Aunque dudo mucho que esa fuese la intención del inflado columnista debo agradecerle la revelación. Ya sé cómo son esas “malditas mentiras” de las que hablaba Mark Twain.
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