Estamos en vísperas de presenciar una insólita operación de política monetaria para la cual los estrategas del sistema de Bancos de la Reserva Federal de los Estados Unidos (FED), encabezados por Ben Bernanke, ya se han empezado a disfrazar de ingenieros hidráulicos.
Se trata de inundar de liquidez, ¡más aún!, a la economía de ese país y del mundo, y de cruzar los dedos para que esta apertura deliberada de las compuertas obtenga los resultados anhelados: reanimar el ánimo de los consumidores por gastar, imbuir confianza (¿o temeridad?) en el talante de familias y empresas todavía endeudadas y hoy reticentes a gastar o a invertir en emprendimientos productivos, generar en los espíritus una emoción que semeja la prosperidad y que llaman “efecto riqueza”. Como resultado de todo ello se desea abatir significativamente la tasa de desempleo en Estados Unidos y en otras economías desarrolladas y que la actividad económica mundial recobre tasas de crecimiento menos desabridas que las de hoy.
Todo esto recibe el nombre clave de QE2, que quiere decir “quantitative easing two” o segunda ronda de estímulos monetarios, vía compras multibillonarias de bonos del Tesoro de Estados Unidos para engrosar, ¡más aún!, el balance del FED y, con ello, hacer descender las tasas de los bonos a largo plazo (digamos entre 0.13 y 0.20 puntos porcentuales respecto del actual rendimiento de los bonos del Tesoro a diez años, que es hoy de alrededor de 2.42%), despertar el apetito de los inversionistas por activos financieros más arriesgados pero más prometedores (por ejemplo: acciones, productos derivados, bonos perpetuos, entre muchos otros), entusiasmar a los capitalistas que suelen asociarse con los creativos inventores en la explotación de nuevos negocios a partir de hallazgos y saltos tecnológicos para que lo hagan de nuevo, generar una oleada de “efecto riqueza” (no hay nada como sentir la cartera llenita en un inmenso centro comercial) y salir, por fin, de la afición depresiva que aún agobia a tantos…
¡Caray! Preguntan los escépticos: ¿No le están pidiendo demasiados beneficios a una inundación y desdeñando sus riesgos y sus daños?, ¿no estarán jugando al aprendiz de brujo?
Nadie lo sabe a ciencia cierta. Mientras tanto, el solo anuncio de que el FED está preparado para proveer los estímulos que se requieran con tal de levantar los espíritus caídos, anuncio que se dio el 21 de septiembre, ya ha generado entusiasmos entre algunos, a la vez que está inundando de recursos inesperados (que en muchas ocasiones no encuentran “fácil acomodo”) a varias economías emergentes.
Otro efecto aún menos buscado – como los malestares que son secundarios a varios medicamentos- ha sido la revaluación no siempre bienvenida de varias divisas frente al dólar o - aún peor - tensiones y amagos de batallas entre divisas que podrían conducir a nefastas guerritas comerciales; ya se sabe: el yuan chino por estar “subvaluado” es el chivo expiatorio, divisa que tantos disgustos les causa a los vociferantes legisladores estadounidenses; aun cuando la baratura de las mercancías chinas la agradezcan muchos consumidores, también de Estados Unidos.
Provocar inundaciones es un negocio de alto riesgo, pero a Bernanke y a la mayoría de los miembros del Comité de Mercado Abierto del FED les asustan aún más los espectros del estancamiento, del desempleo elevado y hasta, ¡Lord Keynes nos libre!, de la deflación. ¿Funcionará?
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