La primera anotación en la agenda de este flamante 2011 es que hay que desconfiar de los pronósticos. Le ofrezco al lector dos ejemplos, entre cientos, de previsiones económicas fallidas.
Ejemplo uno. En México, al final de 2009, los expertos del sector privado que mes a mes responden la encuesta de expectativas del Banco de México esperaban un impacto inflacionario severo en 2010, a causa de los ajustes realizados en algunos impuestos federales, de las alzas graduales en el precio administrado de las gasolinas y el diesel y de los aumentos en las tarifas del transporte público en diversas ciudades, incluida la capital del país. De esta forma, su pronóstico de inflación anual para 2010 era en ese entonces (diciembre de 2009) de 5.04 por ciento. Las cosas no resultaron así: la inflación anual de 2010 sin duda será menor que dicha previsión.
Por lo que hace a las expectativas de crecimiento económico se diría que los expertos también fueron particularmente pesimistas; según este grupo de analistas el PIB de México crecería durante 2010 sólo 3.1 por ciento. Hoy, nadie duda que dicho crecimiento resultará de 5 por ciento o ligeramente mayor.
A lo largo del año los analistas mexicanos tuvieron que ir ajustando, a la baja en el caso de la inflación y a la alza en el caso de los crecimientos de la economía y del empleo, sus previsiones.
Ejemplo dos. Un caso aún más dramático. En enero de 2010 las probabilidades que los mercados de deuda otorgaban a un “default” de la deuda de Irlanda – de acuerdo con los precios de los CDS, “Credit Default Swaps”, de la deuda gubernamental de ese país- eran de sólo 1.6 por ciento. Once meses después, en diciembre de 2010, tales probabilidades, medidas por el mismo indicador indirecto, se han elevado a 6 por ciento. Un brutal incremento de las percepciones de riesgo en ese caso concreto.
En otros frentes las percepciones se mudaron hacia un ánimo que parece optimista.
En días recientes ha vuelto a circular en los medios de comunicación el pronóstico más o menos generalizado de que los precios del petróleo en cualquier momento rebasarán la línea mágica de los $100 dólares el barril. Puede ser, desde luego. Sólo habrá que recordar, para el anecdotario, que similares previsiones de un alza imparable en los precios del petróleo se hicieron justo los días previos a que los precios iniciarán una caída libre en el verano de 2008. Y habrá que anotar, para atemperar a los profetas, que los dólares de enero de 2011 valen significativamente menos que los dólares de julio de 2008.
Otra previsión que debe tomarse con mayor cautela es la que nos asegura que China está en un camino inexorable para ser la primera potencia económica mundial. Augurio que revela una excesiva ligereza de juicio, ya que hay indicios inocultables de que el modelo de crecimiento chino está cerca de su límite: o se hacen reformas a fondo dentro de China (incluidas en primer lugar reformas políticas) o el modelo puede reventar o cuando menos atascarse.
Y aunque pocos incurramos en el atrevimiento de mencionar esa posibilidad, no habría que descartar el escenario de que en 2011, pese a todo, la recuperación económica en los Estados Unidos sea más vigorosa de lo esperado. Contradiciendo, de nueva cuenta, la “sabiduría” convencional o “políticamente correcta”.
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