El joven Mario Vargas Llosa quería escribir historias, pero muy pronto descubrió que eso no es nada fácil: “Al volverse palabras, los proyectos se marchitaban en el papel y las ideas e imágenes desfallecían”.
Por fortuna – continúa Vargas Llosa en uno de los pasajes iniciales de su hermoso y memorable discurso de aceptación del premio Nobel- “allí estaban los maestros para aprender de ellos y seguir su ejemplo. Flaubert me enseñó que el talento es una disciplina tenaz y una larga paciencia” y sigue enumerando lo esencial que aprendió de la lectura atenta y esmerada de varios de sus maestros en el arte de narrar: Faulkner, Martorell, Cervantes, Dickens, Balzac, Tolstoi, Conrad, Thomas Mann, Sartre, Camus, Orwell, Malraux…
Pero quedémonos con esta primera lección, la de Flaubert. Es una lección crucial no sólo para jóvenes narradores o para mentes inquietas que desean ser creadoras en cualquiera de las bellas artes. Es una lección del tamaño de una catedral para todos los que habitamos en el continente de las promesas talentosas echadas a perder, ese submundo de los sueños frustrados y de las ilusiones traicionadas que llamamos compasivamente “en vías de desarrollo”.
Y la lección es esta: El talento no es lo que parece. Tal vez el primer verso genial, visto en un relámpago de intuición inmerecida, te lo regalaron los dioses, pero los versos que sigan serán basura si no nacen de una combinación que solemos detestar en estos lares: “disciplina tenaz y larga paciencia”.
Este subcontinente habitado por quienes fueron “jóvenes promesas” y hoy deambulan como viejos marchitos y amargos, prestos a culpar a los demás, a la suerte, al destino, a tal o cual gobierno, a los padres, a los maestros, a los jefes, ¡al sistema!, de su llorado fracaso.
Detestamos que nos prediquen cosas tales como la “tenaz disciplina” o la “larga paciencia”. No queremos la lección de Flaubert que tan puntualmente siguió Vargas Llosa. Reclamamos todos los dones, como hijos del Olimpo, por el solo hecho de nacer. Más tarde, cuando ello no suceda, voltearemos airados buscando quién nos la pague.
Perpetuos devotos de San Judas Tadeo, el de las causas imposibles y desesperadas, cientos de mexicanos cada día 28 de cada mes de cada año peregrinan con la esperanza inútil de que el santo logre contradecir el curso natural y lógico de las cosas. Hay quien desea escribir como Flaubert sin haber abierto un libro, quien desea revolucionar aún más la física moderna sin saber descifrar una ecuación, quien pretende prodigar el humor triste y sublime de Charles Chaplin en un escenario, ahorrándose las fatigas de horas y más horas de aprendizaje y de áridos ensayos. No se diga la legión de quienes sueñan que por los atajos de la política, de la lotería o del compadrazgo afortunado, se podrán incorporar a las filas de los millonarios de postín (por supuesto, hay ejemplos perniciosos de carne y hueso que parecerían avalar la pertinencia de tales estrategias).
Llega Vargas Llosa y destroza sin piedad, con sólo diez palabras, tantas ilusiones: “el talento es una disciplina tenaz y una larga paciencia”. Si Vargas Llosa hubiese dicho, en cambio, que el talento es un regalo que recibiremos cada cual al nacer porque su obligatoriedad se ha plasmado en la Constitución…tal vez no lo hubiese derrotado Alberto Fujimori en 1990.
Por supuesto, tampoco sería en tal caso el gran escritor que llegó a ser.
gracias por el texto. es aire fresco en este ambiente decembrino lleno de flojera.
ResponderEliminarno sé si ya conozcas a este tipo. leí este pequeño ensayo y creo que compartes mucho con él:
http://www.paulgraham.com/gap.html