El arsenal de soluciones “progresistas” frente a los problemas de la economía mundial empieza a dar claras señales de agotamiento.
Tomemos el caso de la Unión Europea. Nos guste o no, quien está ofreciendo respuesta a los problemas de viabilidad fiscal, y a la postre de crecimiento económico, es Alemania, a través del gobierno de Ángela Merkel. Y la respuesta no es “progresista” sino ortodoxa: saneamiento fiscal y productividad.
Además es una respuesta respaldada en los hechos: la economía más boyante en la Unión Europea es la alemana. Un dato para reflexionar: en diciembre pasado las exportaciones alemanas a China, que crecen a una tasa anual superior al 6.5 por ciento, sobrepasaron por primera vez a las exportaciones alemanas a Estados Unidos, que también crecen a buen ritmo. Detrás hay una causa: productividad.
Esto explica que gobiernos presuntamente “progresistas” como el de José Luis Rodríguez Zapatero en España realicen hilarantes acrobacias: por un lado promete a Merkel que pondrá la casa en orden y hará las reformas indispensables para levantar la famélica productividad de la economía, pero por otro tiene que calmar con mera retórica a sus clientelas partidarias: los líderes sindicales y esa progresía, ayer vociferante, incrustada en el PSOE.
Sin respuestas efectivas, sin reformas para la productividad, los mercados dictarán su veredicto final y arrojarán a la economía española al mismo cesto en el que pusieron hace meses a Grecia. Zapatero no tiene opciones. Es eso, poner la casa en orden, o la catástrofe.
Otro caso perturbador para la progresía ha sido Wisconsin. El flamante gobernador republicano, apoyado por el Congreso local, logró revertir el arreglo político que obligaba a la negociación salarial colectiva, esto es: con las dirigencias sindicales, en el caso de maestros y empleados del gobierno estatal. Es un golpe frontal a una de las “conquistas” más publicitadas durante décadas por el “pensamiento progresista”, pero fue una derrota inevitable ya que, simplemente, la reforma obedecía a un mandato indubitable de los electores.
Tan fuerte ha sido el golpe de Wisconsin, para el “progresismo” mundial, que la agencia propagandística cubana Prensa Latina está llamando a sus menguados seguidores a extender las protestas por todo el mundo. El llamado cae en el vacío porque la dura realidad indica que la decisión del gobierno de Wisconsin va en el camino correcto.
Scott Walker, el gobernador, lo definió así el pasado 23 de febrero: “el futuro de los niños en todo el estado no debe ser ensombrecido por la carga, de la deuda excesiva y del gasto público fuera de control, que la generación pasada heredó a la generación actual”.
Parece que la pólvora se le ha mojado al pensamiento progresista en el terreno que más le importa a la gente común: el de los resultados tangibles en términos de la economía cotidiana.
En la arena política es una batalla que enfrenta a las utopías desgastadas con los compromisos tangibles que se contabilizan sin adjetivos y con poder adquisitivo en los bolsillos.
En el mercado de las ofertas políticas parecen ir a la baja – en el ánimo de los electores – las promesas encendidas de que en un futuro indefinido habrá “comidas gratis”.
Gana terreno, en cambio, la convicción de que cada cual puede y debe tener en sus propias manos, no en las del líder político o sindical, la construcción de su futuro.
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