viernes, 20 de julio de 2018

De ambiciones vulgares y de las otras...

Cuando yo era niño, una de las ambiciones -anhelos, sueños- de la mayoría de los niños mexicanos era ser Presidentes de su país. Sí, eso fue hace bastantes años (imaginen, soy casi tan mayor como el virtual ganador de las más recientes elecciones presidenciales), pero era una ambición legítima de millones de niños mexicanos, lo que se dice: una ambición vulgar, pero buena y bien vista, tanto que incluso algunos maestros y padres la propiciaban.

Confieso que eso de las ambiciones a mí no se me da muy bien. Supongo que hay una mezcla de pereza, timidez y afición a la soledad (o tal vez orgullo disfrazado de humildad, que es lo peor) que termina moderando mis ambiciones. Pero nunca he tenido problemas con las ambiciones vulgares (como era, en aquellos tiempos, la de tantos niños que querían llegar a ser Presidentes) y ni siquiera con los vulgares ambiciosos. Vamos, estamos en un país libre ¿no? 

También confieso que a los siete u ocho años de edad sucumbí a la tentación de ambicionar algo con muchas ganas, con ahínco, con denuedo. Algo muy raro en mí, pero fue una ambición que muy pronto fracasó. Deseaba ser como Pelé, un astro del futbol y ganar montones de dinero sin hacer otra cosa que jugar futbol divinamente, pero terminé siendo un efímero y minúsculo "media cuchara" en una construcción (remedio aleccionador que ideó mi papá para atemperar esa insana y loca ambición) hasta que los airados reclamos de mi mamá dieron fin al experimento pedagógico y retorné - tan confuso como vagamente aleccionado- a la rutina escolar del segundo grado de primaria. Pero esa es otra historia que aquí no viene al caso.

Desde la primera vez que escuché a Andrés Manuel López Obrador decir que él de ninguna manera es un vulgar ambicioso, la declaración me intrigó y estimuló en mí extrañas divagaciones que, de manera benévola, podríamos calificar como "sesudas reflexiones".  Aquí van:

Primera reflexión: No cabe duda que durante muchos años el señor López Obrador ha ambicionado ser Presidente de México. Una ambición que enunciada así me parece totalmente legítima, aunque vulgar para alguien que fue niño, en México, en los años 50 y 60 del siglo pasado. Sin embargo...

Segunda reflexión : En el caso de la específica ambición de López Obrador él no ambiciona, vulgarmente, ser un Presidente más, sino uno de los mejores, un Presidente que haga historia, más aún: un Presidente que encabece, conduzca, propicie, una gran transformación del país (la cuarta, ha dicho, mencionando que las tres previas han sido la Independencia, la Reforma y la Revolución - así, con mayúsculas de esas que se ponen para quitar el aliento y como aviso a los distraídos de que están ante algo monumental y grandioso) y eso ya no tiene nada de vulgar. Luego entonces, tiene toda la razón del mundo en decir de sí mismo que no es un vulgar ambicioso o un ambicioso vulgar. Empero...

Tercera reflexión : Si pensamos en una transformación de gran magnitud experimentada por este país hay que advertir - aun a riesgo de ser calificado de aguafiestas- que eso puede, en ocasiones, ser algo muy poco deseable. Me explico: ¿Qué mayor transformación, cambio o mudanza, consigna la historia patria que aquella pérdida terrible de millones de kilómetros cuadrados de su territorio en el siglo XIX, atribuida a la traición y artimañas de uno de los grandes villanos que nos mostraban en la escuela nuestros maestros, con tristeza y hasta con franco enojo: Antonio López de Santa Anna? Sí, un gran transformador de la historia patria (y sobre todo de la geografía, dirán los graciosos de siempre que sólo ven las apariencias), pero para nuestra desdicha, para nutrir resentimientos - velados o abiertos- ante el avasallamiento del gigante del norte y demás. Por eso...

Cuarta reflexión : Me atrevo a recomendar al virtual ganador de las elecciones presidenciales que ahora que ha cristalizado, casi, la primera parte de su poderosa ambición (ser Presidente de México) cuide muy bien de recordarnos a los ciudadanos (¿por qué seguimos siéndolo, ciudadanos, verdad?, a despecho de que hoy parezca obligatorio no ensombrecer los entusiasmos multitudinarios con un poco de espíritu crítico) que no ha culminado su ambición ahí, sino que ahora falta lo más importante: garantizar que no ha sido ni será una vulgar ambición sino una ambición noble, grandiosa (más o menos como la de Arturo, el bohemio "que sólo ambicionaba robarle inspiración a la tristeza", habría dicho Guillermo Aguirre y Fierro en el célebre "Brindis del bohemio", favor de consultar, quien la tenga aún, su edición de "El declamador sin maestro")...Ambición, pues, de transformar al país, para bien, sí, para bien. 

Menuda ambición, diría yo, pero no me hagan mucho caso. 

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