Hay tragedias griegas que, sin ser clásicas, pueden ser muy didácticas. En el sentido coloquial que le damos al término, lo que hoy sucede con la economía griega y con el euro es una tragedia.
Para muchos economistas brillantes, Grecia – y en cierta medida España, Portugal, Irlanda y tal vez Italia- comprueban diez años después que ellos, economistas brillantes, estaban profundamente equivocados. En lugar de celebrar, como lo hicieron hace diez años, la conformación de la primera gran “zona monetaria óptima” (la denominación es del economista Robert Mundell, premio Nobel de Economía de 1999) con la adopción del euro como moneda común de (casi) toda la Unión Europea, debieron lamentarlo.
En lugar de criticar entonces a “la pérfida Albión” (ése es el apodo clásico para la Gran Bretaña) por rehusase unirse al euro y a sus festejos, debieron entender la proverbial prudencia de los políticos británicos, bien aconsejados por cierto por el Banco de Inglaterra.
Algo así nos dicen ahora.
Tomemos el caso de Samuel Brittan quien escribió ayer viernes en The Financial Times (periódico que ha recogido por más de 30 años sus brillantes colaboraciones) algo que suena mucho a un arrepentimiento. La “debilidad-falsedad” de una economía no puede esconderse por siempre; lo acabamos de ver con toda claridad en Grecia y, en gran medida, también en España; por más que los gobiernos de algunos países parezcan embrujar a todos con su labia políticamente correcta, su encanto y sus calculadas dosis de populismo. Tras constatar esto, Brittan llega al meollo del error: Por décadas los economistas han hablado de “zonas monetarias óptimas” y usan con frecuencia, al hablar de ello, la palabra mágica: “convergencia”. Pero advierte: “la convergencia que cuenta es la de los costos internos del país”, esto es: la productividad total de sus factores de producción (añadido mío). Y concluye: “El error que cometí fue suponer que una unión monetaria por sí misma puede influir lo suficiente para lograr esa convergencia”. La convergencia que de veras importa: la de la productividad.
Tiene absoluta razón Brittan. Por duro que resulte admitirlo, los trucos monetarios no funcionan. Los trucos monetarios no hacen la tarea de las reformas estructurales. Dura, trágicamente, parecía haberlo aprendido Argentina cuando se derrumbó la famosa convertibilidad (una caja de conversión automática uno a uno entre peso argentino y dólar estadounidense) que se había inventado, como un gran mago hay que reconocerlo, Domingo Cavallo convencido de que ello obligaría a los políticos a ser responsables, a tener a raya las cuentas fiscales y a emprender las reformas necesarias para volverse de veras un país más productivo; empezando por la reforma laboral. Pamplinas. Lo dramático en Argentina es que los políticos siguen sin aprender (pero ésa, la enfermedad peronista, es otra historia).
La única “zona monetaria óptima” que funciona bien se llama Estados Unidos de Norteamérica. Pero pretender que los políticos griegos se resignen ahora a tener el mismo control macroeconómico sobre “su país” que el control que tiene el estado de Ohio sobre la macroeconomía de Estados Unidos resulta imposible.
Esa es la nueva tragedia griega: La Unión Europea se podrá poner muy dura con Grecia, pero al final sospecho que los políticos locales – amantes de los trucos, como suelen ser los políticos en todas partes- se saldrán con la suya.
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