Ahora la versión oficial de las autoridades es que Zapata era un delincuente común, poco menos que basura.
No, no estoy hablando, estimado lector, de Emiliano Zapata, el mexicano, sino de Orlando Zapata, un albañil cubano cuya muerte ha dejado en situación más que incómoda a quienes siguen fingiendo que en Cuba hay un gobierno democrático, libertades irrestrictas, respeto de los derechos humanos y alguna traza de bienestar para la mayoría de la población.
Orlando Zapata murió tras una huelga de hambre demandando mejor trato y libertad para los presos políticos en Cuba – conjunto numeroso del que Orlando Zapata formaba parte. Esos maestros del fingimiento, políticos y negociantes que en Hispanoamérica son legión, le negaron incluso la limosna de una tibia protesta ante la dictadura cubana.
Ahora los hermanos Fidel y Raúl Castro motejan a Orlando Zapata de delincuente común y propalan la patraña de que fue apapachado, tratado con afecto y humanitarismo, en las “impecables” cárceles cubanas. Es una versión nauseabunda como suelen ser las versiones fabricadas por las tiranías. Pero es una versión muy conveniente. La que conviene a muchos gobiernos hispanoamericanos que le hacen la corte a los ancianos hermanos Castro, la que conviene a los “empresarios” que hacen jugosos negocios en la isla y con el gobierno de los Castro, la que conviene a los jacarandosos turistas que por unos cuantos dólares o pesos hacen el viaje a la Habana para pasársela “bomba”…
Calificar sin más de delincuente común a Zapata es conveniente para muchos. Por eso, también, este Zapata, de oficio albañil y preso por sus ideas y por demandar tan sólo respeto a sus libertades, no ha generado en México una oleada de “zapatistas” vehementes que protesten y que ganen grandes espacios en los medios de comunicación. Este Zapata es innombrable. Incomodísimo.
Sin embargo, ni siquiera la dictadura de los Castro será eterna. Llegará el día en que para hacer negocios en Cuba y con Cuba ya no tenga uno que fingir que Fidel y Raúl Castro fueron unos líderes democráticos y visionarios, llegará el día en que viajar a Cuba no signifique hacer como que se ignora que la mayor parte de nuestros dólares y de nuestros pesos gastados en las vacaciones sirvieron para alimentar las fauces de la dictadura, llegará el día en que condenar la opresión comunista de los Castro en Cuba no será mal visto, sino obligado. Llegará el día en que a los cobardes gobernantes de varios países de América ya no les dará pavor tener contacto con un disidente cubano, como hoy les pasa, porque eso puede provocar la ira y la venganza legendarias del anciano Fidel Castro. ¡Qué miedo!
Llegará ese día y sabremos, porque “hasta por los cierres más pétreos se acaba filtrando el agua inquieta de las noticias” (Carlos Herrera), todas las iniquidades y cobardías de quienes, por acción o por omisión, apuntalaron la maquinaria de terror y envilecimiento montada por Fidel Castro y sus paniaguados desde hace unos 50 años. Se recordarán con asco ese día los nombres de quienes callaron, por conveniencia política, por interés de negocios inconfesables, o porque simplemente son unos tipitos pusilánimes, los crímenes que conocieron y que tenían la obligación moral (como líderes políticos, como gobernantes electos democráticamente, como negociantes que presumen tener algún resto de ética, ¡como seres humanos!) de denunciar y de condenar.
La historia no perdona.
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