La crisis en la Unión Europea, como la crisis global de 2008-2009, no es insólita. Al igual que decenas de crisis financieras en la historia se trata de una tremenda expansión del crédito que, de pronto, ante signos de insolvencia de los deudores, los acreedores la perciben como destinada a la catástrofe. Algo que antes no vieron, cuando prestaron sin reparos.
Ante dicha percepción se desata la estampida.
La singularidad de la crisis europea es que es la primera gran prueba de supervivencia para el concepto de Unión Europea y, específicamente, para la unión monetaria. También se singulariza porque “entrar en el euro” fue para varios países como recibir de regalo una tarjeta casi sin límite de crédito. ¿Se la merecían?
El 10 de mayo el diario alemán Bild – aldeano y populista – publicó un titular, ingenioso y grotesco, que refleja el sentimiento primario de muchos alemanes ante el paquete gigantesco acordado para respaldar al euro y rescatar a Grecia: Wir sind wieder mal Europas Deppen!, lo cual en un español muy pudibundo quiere decir: “!Otra vez somos los pelmazos de Europa!”.
Lo que no dice el Bild es que, más que rescatar a Grecia, la Unión Europea (y Alemania a la cabeza) está rescatándose a sí misma.
A toro pasado es fácil decir que Alemania jamás debió haber aceptado, como socios monetarios, a esos “desobligados improductivos”. Pero la película no se puede echar para atrás y hoy en la crisis del euro todos vamos en el mismo barco. Incluso los países ajenos a Europa, como ya vimos el jueves 6 de mayo: una corrida financiera contra el euro basta para poner a temblar al mundo.
No había, pues, alternativa.
Grecia y otros países de la unión monetaria en problemas, que son como “los parientes pobres”, se ajustan perfectamente a la descripción de países “intolerantes a la deuda” porque tienen graves debilidades institucionales, que les impiden aumentar su productividad.
Lo que para un país desarrollado sería un nivel aceptable de relación entre deuda y Producto Interno Bruto (PIB), digamos 60 por ciento, para un país con intolerancia a la deuda es veneno. Es como quien es más intolerante al colesterol que el promedio, porque tiende a desarrollar fácilmente depósitos de lipoproteínas de baja y muy baja densidad. La denominación “intolerancia a la deuda” la pusieron en circulación Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff en su magnífico libro: “This time is different” en 2009.
México también es un país intolerante a la deuda. Por fortuna desde la crisis de 1994-1995 lo supimos y por eso hoy tenemos una relación de deuda contra PIB que, si la tuviese una economía avanzada, sería “una chulada” como para presumir de espartanos pero que, tratándose de nosotros, es apenas la que dicta la prudencia.
¿Por qué somos intolerantes a la deuda?
Dos ejemplos: 1. Basta con que tres buenos economistas – que fueron Secretarios de Hacienda- recomienden que PEMEX se abra a la asociación con inversionistas privados y salta un flamante “consejero profesional” de ese monopolio, un tal Flavio Ruiz, y los crucifica, llamándolos “cínicos” y otras lindezas (nótese que como no pueden “matar” intelectualmente el mensaje, tratan de “matar” a los mensajeros a periodicazos), 2. Nuestros egregios legisladores no son capaces de aprobar hoy una reformita laboral y se opusieron hace poco a la desaparición de tres secretarías de Estado que son a todas luces inútiles.
¿Está claro por qué somos intolerantes a la deuda?
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