“Cuando era niño, por ahí andaban corriendo dos hombres raros, a quienes llamaban optimista y pesimista”.
Así empieza el capítulo V de “Ortodoxia” de G. K. Chesterton. El genial escritor inglés no toma partido ni por uno, el pesimista, ni por otro, el optimista. Prefiere revelarnos un rosario de paradojas respecto de esos dos singulares personajes de los cuales con gran frecuencia nos formamos una impresión grotesca. Como si el pesimista fuese aquél que cree que todo en el cosmos está mal, excepto él mismo, y el optimista fuese un palurdo que cree que todo está absolutamente bien, lo cual es tan ridículo como creer que todas las cosas del mundo están siempre del lado derecho.
El punto al que quiere llegar Chesterton convocando a esos dos “hombres raros” es que tan insano e insensato es llevar el pesimismo hasta la desesperación: “no hay nada que hacer, esto no tiene remedio”; como lo es llevar el optimismo hasta el más estúpido conformismo: “no hay nada que hacer porque todo es maravilloso”.
Hice cierta mofa aquí de la moda del pesimismo en tonos pastel que pareció invadir, de súbito, a muchos escrutadores del panorama económico mundial y local. La crítica a esa moda no fue por ser una moda pesimista, sino por ser simplemente una moda, una frivolidad más, y no un análisis objetivo. Sobrio.
No es lo mismo atisbar y anunciar un nuevo desplome de la economía mundial con un par de datos aislados, que dejar constancia de que hay claros y oscuros en la recuperación de la economía. La economía se recupera, en Estados Unidos específicamente, a un ritmo mucho menor del que desearíamos y de una forma muy distinta – con mucha menor generación de empleos- de aquella que los profetas de los estímulos keynesianos nos prometieron. Los empleos que en los últimos tres meses se han perdido en ese país han sido en el sector público y se habían creado, temporal y artificiosamente, justo amparados en el gasto gubernamental deficitario.
Critico tal moda del pesimismo en tonos pastel porque se ha vuelto pretexto para recetar más de lo mismo que, ya lo vimos, no sirvió: “estímulos” keynesianos de carácter fiscal o monetario. En realidad necesitamos más Schumpeter y menos Keynes. Más destrucción creativa (incluida la destrucción de empleos ruinosos que consumen más de lo que producen) y menos empujones artificiosos a la demanda.
El jueves pasado la Oficina del Congreso de Estados Unidos encargada de vigilar el Presupuesto (CBO, Congressional Budget Office) hizo una advertencia más en ese sentido: el principal obstáculo para la recuperación sostenible de la economía es el descomunal déficit de las finanzas públicas. No se trata, por tanto, de renovar los recortes de impuestos recetados por George W. Bush en su momento, al “ahí se va” y como mala copia de los recortes de impuestos que instrumentó Ronald Reagan. No se trata, tampoco, de inflar aún más el gasto gubernamental con la falaz esperanza de que la abundancia de dinero devaluado entusiasmará tanto a los consumidores que estos gastarán lo que no tienen o que convencerá a los endeudados de que hay que seguirle dando vuelo a la hilacha, “comamos y bebamos, que mañana moriremos”.
Critico, en fin, esa moda pesimista – “fresa”, por eso lo de los tonos pastel- que insiste: “Las cosas están tan mal, que mejor nos seguimos embriagando, ¡venga la siguiente ronda!”.
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