Lo que se está llevando este verano es el pesimismo en tonos pastel, con ribetes de catástrofe. Y eso amerita otra ronda de tragos. Me explico.
El comandante Fidel Castro celebra su cumpleaños despachándose en dos páginas y media del periódico suyo, de él y de nadie más, llamado “Granma”, el vaticinio de una hecatombe nuclear. ¿Será que nos está advirtiendo –pregunta con sorna Yoani Sánchez, valerosa y admirable periodista cubana- que una vez que Fidel acabe de morir (lo que se antoja inminente) la vida dejará de valer la pena para los que acaso nos quedemos aquí, en esta tierra desolada, que será valle de lágrimas sin la luminosa presencia del anciano déspota?
Pero no sólo es Castro el que ve en la noche (y de trasluz como reza la canción) fantasmas atroces, también se ha puesto de moda el pesimismo entre las legiones de pronosticadores instantáneos. Un columnista de negocios mexicano titulaba sus reflexiones: “La recaída” y espigaba dos o tres datos – nada concluyentes, todo hay que decirlo- para confirmar que “los temores de los expertos respecto a una nueva debilidad de la economía norteamericana están confirmándose”. Supongo que al leer esta confirmación en la prensa mexicana dichos expertos, no identificados, habrán sentido alivio: no se equivocaron.
Anoto, sólo por llevar la contraria, que hay una diferencia nada sutil entre recuperarse de una enfermedad más lentamente de lo que se desearía y sufrir una recaída, pero el columnista citado no se pierde en lo que deben parecerle minucias lingüísticas.
El banco de la Reserva Federal en los Estados Unidos anunció el miércoles que comprará los bonos del Tesoro necesarios para que no se reduzca su balance; esto, traducido a la lengua de los mortales, significa que se mantendrá por mucho más tiempo la tónica del “dinero fácil”. Lo interesante del comunicado de la Reserva Federal es que la razón para sostener dicha estrategia de QE (por “Quantitative Easing” o relajamiento cuantitativo) es que el propio banco central detecta que la recuperación de la economía en ese país se da a un ritmo más lento del esperado y que las cifras de empleo son muy tristes. Pero aun cuando los integrantes del Comité de Mercado Abierto de la Reserva se sumaron – todos menos uno- a la moda del pesimismo en tonos pastel, los predicadores de catástrofes no quedaron satisfechos: quieren otra ronda de tragos a cargo de Ben Bernanke, presidente de la Reserva.
Esa nueva ronda de tragos habría que llamarla QE 2, esto es: desean que la banca central adquiera aún más activos financieros de dudosa reputación para que llegue el momento dichoso en que el valor de los activos se conduela con el valor monetario de las deudas.
Advierto que una nueva ronda de bebidas QE 2 no es una estratagema novedosa, se conocía antaño como recurrir a un proceso de inflación deliberada para amortizar, en forma acelerada y tramposa, las deudas. Pero ya dije que sólo hago tales advertencias por llevarle la contraria a los líderes de la moda.
Desde cierto punto de vista, el del borrachín, esta moda del pesimismo en tonos pastel con ribetes de catástrofe tiene sus ventajas inocultables: permite que la barra libre siga abierta por más horas.
La duda es: ¿quién nos va a conducir a casa cuando ya estemos todos absolutamente ebrios?, o ¿acaso llegará primero la hecatombe nuclear que anuncia el más decrépito de los hermanitos Castro?
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