El pensamiento dominante en los Estados Unidos – tanto entre los demócratas como entre los republicanos- se ha vuelto indiferente ante la peor amenaza que se cierne sobre esa economía y también sobre la economía mundial: el creciente déficit fiscal.
En un memorable artículo, publicado en su blog del Financial Times esta semana, Martin Wolf muestra que en Estados Unidos tanto para los políticos “conservadores” como para los “progresistas” (las comillas son indispensables tratándose de caracterizaciones ideológicas) carece de utilidad actuar eficazmente para corregir el desastroso balance público.
El pensamiento republicano dominante recurre a esa gran genialidad política del gobierno de Ronald Reagan que fue la “economía de la oferta” o supply side economics, como conjuro mágico que haría desaparecer el déficit. Dicho esquemáticamente este milagro consiste en que si se disminuyen sustancialmente los impuestos, los ingresos públicos crecen debido al gran estímulo que, entonces, recibirán las empresas y los emprendedores quienes – tal es la conjetura- se volcarán a producir, liberados por fin de las asfixiantes ataduras de las cargas fiscales.
Se trata de una versión vulgarizada de la famosa curva de Arthur Laffer. Es totalmente cierto que hay un punto, imposible de determinar a priori, en el que un aumento en las tasas de los impuestos disminuye la recaudación en lugar de incrementarla y viceversa. Pero también es cierto que una tasa cero de impuestos recauda exactamente cero dólares.
El truco de la economía de la oferta es simplista y no se sostiene desde el punto de vista de un riguroso análisis económico, pero funciona de maravilla en el terreno de la política y permite que los políticos prometan bajar impuestos aquí y allá sin hacer ningún esfuerzo serio para recortar el gasto público. ¿Resultado?, el déficit fiscal sigue creciendo.
Por su parte, los demócratas en el poder tampoco tienen gran interés en emprender una cruzada contra el déficit fiscal. Ni su keynesianismo redivivo ni la práctica política se los recomiendan. Por el contrario: simpatizan con la idea de que a menos que se mantengan por mucho más tiempo los estímulos del gasto público, ¡y se incrementen más!, la economía no tendrá una recuperación sostenida ni generará empleos. Ironía: parece que al gobierno de Obama le conviene ser pesimista. Y pragmáticamente recuerdan que la relativa frugalidad del gobierno del demócrata Bill Clinton, que cerró su segundo mandato dejando un superávit, sólo sirvió para que el republicano George W. Bush lo derrochase apresuradamente en un par de años, ayudado por los demócratas en el Congreso.
¿Arreglar las finanzas públicas, apelando al sacrificio tanto de burócratas como de contribuyentes?, ¿para qué?, ¿para que regrese un republicano a la Casa Blanca y disfrute de lo ahorrado? ¡Ni locos!
El colmo es que algunos “conservadores” radicales conjeturan, a su vez, que para su causa sería beneficiosa una mayor catástrofe fiscal porque arrojaría de la Casa Blanca a los demócratas por muchos años. Cinismo escalofriante de los políticos que bien conocemos en México.
Así las cosas, atender la peor amenaza que se cierne sobre el futuro de la economía estadounidense (¡y de la economía del mundo!), que es ese pantagruélico déficit fiscal, no es materia de interés genuino para los políticos que dominan la escena. Hay motivos, entonces, para perder el sueño.
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