sábado, 10 de julio de 2010

Chesterton y el oráculo del pulpo

Uno de los mejores relatos del género policial es “El oráculo del perro” de G. K. Chesterton dentro del volumen “La incredulidad del Padre Brown” (1926). La historia es más o menos la siguiente: un joven amigo del Padre Brown le relata el caso del asesinato de un hombre, causado por algo que debió ser un estilete clavado muy cerca de su corazón, cuando este hombre estaba completamente solo en una florida glorieta de su casa de campo. Nadie, le dice su amigo al Padre Brown, sabe cómo pudo cometerse el asesinato ni ha atinado a desenmascarar al asesino. Nadie, advierte, salvo el perro de la víctima, un hermoso perro negro y grande llamado “Nox”.

La trama de “El oráculo del perro” es una variante paródica del “enigma del cuarto cerrado” que es un prototipo del género policial, iniciado, al decir de Jorge Luis Borges, por Edgar Allan Poe. Vale la pena citar algo que escribió Borges al respecto:

“Un examen de la literatura policial basado en los problemas que la componen sería, creo, más encantador que este epítome. Por ejemplo: consideremos el durable problema de la pieza cerrada. La solución de Poe (The murders in the Rue Morgue) requiere un pararrayos, una ventana y un mono antropomorfo, la de Eden Phillpotts (Jig-Saw), un puñal disparado desde un fusil, la de Chesterton (The oracle of the dog), una espada y las hendijas de una glorieta; la de Carter Dickson (The Plague Court murders), unas transitorias balas de hielo; la del ornitológico Ellery Queen (The door between), un pájaro que se lleva en el pico el arma de un suicida; la de Simenon (La nuit de sept minutes), una estufa, un caño, una piedra, un revólver y una cuerda tirante. Quedan las ingeniosas para el final: la de Gastón Leroux (Le mystère de la chambre jaune), que comporta una herida anterior y una pesadilla; la de Israel Zangwill (The Big Bow mystery) resumible así: dos personas entran conjuntamente en el dormitorio del crimen; una de ellas, que es un detective, anuncia que han degollado al dueño y aprovecha el estupor de su compañero para consumar el asesinato” (revista “Sur”, reseña de Borges del libro “Murder for pleasure” de Howard Haycraft, septiembre de 1943).

El Padre Brown, desde luego, resuelve el misterio y le demuestra a su joven amigo que el buen perro sólo se portó como se comportan los perros y en modo alguno fue un emisario del más allá develando misterios ocultos a los hombres; esto es: el perro jamás fue un oráculo. Al final, el Padre Brown regala a su amigo una reflexión valiosa: las supersticiones modernas (a veces más ridículas y, si cabe, más irracionales que las antiguas) provienen de gente que irracionalmente detesta creer en Dios pero que está más que dispuesta a creer en perros que profetizan, en gatos que curan a los desahuciados…o en pulpos que pronostican con acierto los resultados del futbol.

Si mañana domingo España vence a Holanda el cautivo pulpo Paul nada tendrá que ver con ello. Lo mismo que si los futbolistas holandeses logran ser campeones del mundo; evento este último, por cierto, que no estaría exento de cierta justicia poética hacia los holandeses que hace tres siglos emigraron a lo que hoy es Sudáfrica para quedarse ahí permanentemente; hoy sus descendientes se llaman a sí mismos “afrikaners”, son tan africanos como el que más, y algunos son diestros en la producción de vinos de excelente gusto y mejor precio.

¿Pulpitos predicando en el púlpito? ¡Lo que nos faltaba!

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