Dieciséis meses después de muerto, Fidel Castro sigue oprimiendo a Cuba, a millones de cubanos.
Eso concluyo al terminar la lectura del estremecedor relato, recuento, reseña de Julio Patán "Cuba sin Fidel" publicado hace unos días por Editorial Planeta.
El mal trasciende la vida terrenal de los malvados. Para superar las consecuencias del mal no basta con que sus agentes, en este caso Fidel Castro, "el Caballo", hayan desaparecido del horizonte. No basta "darle vuelta a la página". Hay que reparar el daño que el mal ha causado, así parezca inmenso ese daño, y para ello es preciso reconocerlo, no disfrazarlo con una falsa benevolencia.
En buena medida ese reconocimiento es lo que hace Patán en este relato, en dos tiempos: el actual, de quien visita, como él, la isla pocas semanas después de la muerte oficial de Fidel y el pretérito, donde se enumeran al vuelo buena parte de las atrocidades de ayer, que perviven y explican los horrores de hoy.
Para ello Patán se sirve de la abundante literatura que, a lo largo de más de 50 años, testimonió la génesis y el encumbramiento de la dictadura "machista-leninista", sus entretelas, sus pretendidas motivaciones, su modo de operar y subsistir, sus manías, el descarnado ego de Fidel que comprueba, dolorosamente, cuánta razón tuvo Blas Pascal al aborrecer al odioso "yo" desenfrenado, que devora todo lo que encuentra a su paso.
A lo largo de la lectura del libro de Patán detecté, con una mezcla de asombro y simpatía, que hemos compartido casi las mismas lecturas testimoniales que no dejan duda alguna acerca de las aberraciones económicas y sociales y, algo aún peor: de la degradación moral que Fidel Castro heredó a Cuba. Un claro ejemplo de esto último es la pretendida "picardía habanera" , mezcla de astucia, teatro y cinismo, a la que se han acostumbrado no pocos cubanos para sobrevivir y medrar en medio de la miseria y explotando la miseria.
Esa perversa pedagogía castrista tuvo éxito: la que instruye en el engaño y la simulación, en la exhibición de llagas reales o simuladas para obtener de ellas ventaja y provecho; la que educa en la enrevesada atribución de culpas, tan vagas como universales, a los demás (el "imperialismo", los "gusanos", la "burguesía") para apartar el juicio propio y ajeno acerca de las responsabilidades propias.
Ese atroz "logro pedagógico" contribuye hoy, en buena medida, a la persistencia del mal. Tanto o más que la supervivencia de Raúl Castro o de la pléyade oscura de herederos, genuinos o imitadores, del dictador original.
Sembrado de amargas ironías acerca de la "revolución" cubana fabricada por Castro, el libro de Patán se lee con facilidad, pero sospecho que sería un error limitarse a una primera y rápida lectura. Es material para atreverse, después, a una reflexión valiente acerca de con cuánta facilidad hemos aprendido a crear infiernos en la tierra, a partir de la grandilocuencia con la que los políticos iluminados nos venden, una y otra vez, falsos paraísos terrenales.
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