Twitter es una de las nuevas modalidades de comunicación humana que nos ha regalado Internet. Se trata de enviar mensajes más o menos relevantes y pertinentes, escritos en 140 caracteres o menos, y recibir mensajes del mismo estilo, de aquellos a quienes hemos decido seguir. Traducido con liberalidad del inglés al español Twitter significaría gorjear como pajarito o hablar en tono desenfadado.
Al hacerlo, uno puede responder al otro y conversar más o menos, lo que a cada cual le plazca, o relanzar el mensaje recibido a los demás porque lo hemos considerado interesante o simplemente leer los mensajes y dejarlos pasar. Como quien durante una reunión social más o menos numerosa escucha fragmentos de conversaciones, frases sueltas a veces, y decide unirse a la plática, o quedarse callado escuchando o retirarse en busca de gorjeos más armoniosos o menos estúpidos.
Porque esa es la otra ventaja de esta modalidad, uno entra y sale cuando quiere. Nadie está obligado a seguir una conversación que no le interesa y se supone que cada cual tiene muchas otras cosas que hacer en la vida además de andar gorjeando mensajitos. Después de todo, aunque ése sea el símbolo de Twitter, un pajarito, los participantes en el asunto no somos tales, sino seres humanos jugando, por un rato, a ser emisores de gorjeos.
Toda esta larga introducción es para ubicar a ciertos políticos que se han tratado de unir desparpajadamente al juego de gorjear no más de 140 caracteres por la red y que muy rápidamente han mostrado ser tan sólo unos “pájaros de cuenta”; dícese que un pájaro de cuenta es una persona a la que por sus consuetudinarias intenciones torcidas hay que tratar con cautela. Aclaro, desde luego, que no me refiero a todos los políticos que recurren a esa útil herramienta de comunicación – el gorjeo digital, llamémosle-, porque algunos han atinado a gorjear con decoro y hasta con visos de sinceridad, tal vez auxiliados por buenos asesores en una materia nada sencilla que es la de comunicar bien. La primera regla de la comunicación: “jamás quieras tomarle el pelo a tus oyentes, porque lo pagarás caro y perderás toda credibilidad”.
Me refiero, específicamente, a las aves de rapiña del Twitter que reclutan cientos o miles de presuntos y nominales seguidores con quién sabe qué malas artes (¿cuál será el equivalente, en Twitter, a dar tortas y refrescos a los acarreados?, debe haberlo) y después hacen alegremente lo que siempre han hecho: mentir, simular, hacer falsas promesas, generar ilusorias expectativas…
El otro día, por ejemplo, un legislador gorjeo algo así a sus seguidores: “Mis compañeros diputados del partido y yo, estamos considerando reducir tal impuesto, ¿ustedes qué opinan?”. Sé de muchos ingenuos, me incluyo, que ofrecimos nuestra opinión de buena fe, mediante otros tantos breves gorjeos. Varios, numerosos gorjeadores, advertimos que hacer eso sería irresponsable y demagógico y ofrecimos, en gorjeos sucesivos, nuestras razones.
Pues bien, el político de la anécdota resultó un pájaro de cuenta. En realidad no le interesaban en absoluto los gorjeos ciudadanos, quería una coartada pajarera para una decisión que ya habían tomado él y sus compinches. Por supuesto, tenían planeado publicitar su fallida consulta popular con bombo y platillo. Pero no fue gorjeo, sino graznido burlón. Basura, otra vez.
Y es que no pueden aprender después de tantos años. Los buitres jamás cantarán como canarios.
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