El señor Marcelo Ebrard, jefe de gobierno de la ciudad de México, ha propuesto una suerte de decálogo para que quienes pululamos por la capital seamos mejores ciudadanos. Estos diez mandamientos vienen precedidos por un argumento tan obvio que provoca más bostezos que entusiasmo y que puede resumirse así: lo más eficaz para crear una cultura de legalidad no es tener más policías, sino mejores ciudadanos. Gran silogismo: si todos fuésemos ciudadanos ejemplares, no habría delincuentes; si no hubiese delincuentes, no habría delitos. Brillante.
La propuesta de Ebrard, además, recurre a la probada sabiduría de las cosas pequeñas presente en sinnúmero de proverbios, desde el que dice que el diablo está en los detalles hasta la sentencia evangélica de que quien es fiel en lo poco también lo será en lo mucho. Aplicación práctica de esta prédica: las personas que no tiran basura en la calle, que recogen las caquitas que sus perritos dejan en la vía pública, que no pegan chicles masticados y ensalivados debajo de sillas y mesas, lo más probable es que tampoco cometan delitos abominables. Suena razonable.
Eso sí: resulta por demás curioso que a través de este catálogo de urbanidad el señor Ebrard nos indique que no es responsabilidad suya, ni de su gobierno, que con frecuencia la ciudad nos parezca hostil, fea, desordenada, llena de acechanzas, disfuncional. Es culpa nuestra: somos inciviles, maleducados, hostiles, feos, descorteses, sucios, egoístas, sin valores cívicos. “Usted, sí usted, que se anda quejando de las calles inundadas cada vez que llueve, ¿no se ha dado cuenta de que eso sucede porque el otro día tiró al suelo la bolsa en la que venían envueltas sus obleas de papa, repletas de sal y de chilito piquín?”. Dicho esto, parece aconsejable que los ciudadanos no sólo empecemos a educarnos unos a otros y unas a otras (o al revés: unas con unos y otras con otros) sino que hagamos pública confesión de nuestros pecados de incivilidad. A vestirse todos de penitentes y a bañarnos en ceniza…
La cosa no para ahí. El señor Ebrard, que es muy moderno, se ha conseguido un asesor muy prestigiado para encaminar esta cruzada, es el señor Antanas Mockus (de veras, así se llama) quien a través de su firma consultora (Corpovisionarios por Colombia) le ha propuesto algunas genialidades a Ebrard. Por ejemplo, para que empecemos a tirar la basura donde debemos tirarla el señor Mockus tuvo esta ocurrencia de comprobada eficacia: empecemos a llamarle a los botes de basura en la vía pública “pozos de los deseos” y difundamos la conseja de que cada vez que uno tira un desecho en el bote de basura está obteniendo un anhelo; “pongo el envase plástico del refresco de cola en el bote de basura y seguro mañana conseguiré que Cutberto me proponga matrimonio”; “permuto tres colillas de Faros por un pase automático a la UNAM”. Negociazo. Estos asesores son geniales, de verdad.
¿Qué desearía yo a cambio de tirar la basura en el bote? Pues muy sencillo, que el gobierno de la ciudad pusiese botes de basura en otras calles y avenidas que no fuesen las del centro de la ciudad (sólo ahí los he visto). ¿O también eso, poner los botes, corre por nuestra cuenta?
Ah, por cierto, el señor Mockus fue candidato a la Presidencia de su país (Colombia) y fue derrotado abrumadoramente en las urnas por su adversario Juan Manuel Santos Calderón. Ahora Mockus asesora a Ebrard. Proverbio para cerrar: Dios los hace y ellos se juntan.
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