"Si desafías a los mercados, perderás".
En estos días hemos leído o escuchado esa sentencia, formulada de distintas formas, más o menos educadas, más o menos silvestres, con mejor o peor sintaxis. La sentencia es la misma: "No hay forma de ganar si le haces la guerra a los mercados".
Fascinante, porque hemos tenido oportunidad de "ver" actuando a la mano "invisible". Ojo: no he dicho que hayamos visto la mano invisible del mercado, hemos visto, y padecido en muchos casos, su tremenda bofetada, una bofetada en defensa propia -dicho sea de paso- porque la mano invisible no empezó esta guerra absurda.
La mayoría de las personas que suelen referirse a la metáfora de los mercados como una mano invisible que acuñara Adam Smith, ya sea para mofarse de la analogía, para condenarla o para reverenciarla, no conocen la referencia directa, y el contexto, en el cual Adam Smith, el filósofo y economista escocés, recurrió a esta genial metáfora.
Sólo una vez en su más célebre tratado de economía, Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, publicado en Londres en dos volúmenes, en 1776, Smith recurre a la metáfora, es exactamente en el noveno párrafo del segundo capítulo del libro cuarto del tratado. Para el caso de la edición en español del Fondo de Cultura Económica de 1958, que es traducción de la edición de Edwin Cannan con una introducción de Max Lerner, la referencia a la mano invisible está en la página 402 y puede leerse ampliando la foto de abajo.
Vale la pena citar el párrafo de marras (sigo la edición del FCE) para entender, de veras, el extraordinario valor explicativo de esta metáfora:
"Ninguno se propone, por lo general, promover el interés público, ni sabe hasta qué punto lo promueve. Cuando prefiere la actividad de su país a la extranjera, únicamente considera su seguridad, y cuando dirige la primera de tal forma que su producto represente el mayor valor posible, sólo piensa en su ganancia propia; pero en éste como otros muchos casos, es conducido por una mano invisible a promover un fin que no entraba en sus intenciones. Mas no implica mal alguno para la sociedad que tal fin no entre a formar parte de sus propósitos, pues al perseguir su propio interés, promueve el de la sociedad de una manera más efectiva que si esto entrara en sus designios. No son muchas las cosas buenas que vemos ejecutadas por aquellos que presumen de servir sólo el interés público".
Y ya lo vimos en México desde la noche del domingo, y el lunes, y el martes y hoy, miércoles. Lo que escribió Adam Smith es puntualmente cierto. Sería fascinante, desde un punto de vista académico, si esta victoria de los mercados no significase millones de tragedias, pequeñas, grandes, medianas, para personas de carne y hueso que, paradójicamente, formamos una minúscula parte de esa entidad que llamamos "el mercado" o "los mercados" y que termina siendo invisible e inasible.
No se trata de si "el poder político" puede o no puede más que "el poder económico". No, el asunto es diferente: Se trata de que no hay manera de vencer en una guerra contra un enemigo invisible e inasible, multiforme, cambiante, que adopta decenas de miles, millones, de rostros y condiciones.
En un momento, parece ser el estereotipo del adinerado magnate que dibujan algunos caricaturistas, pero de inmediato muta y se te aparece con el rostro de un anciano jubilado que recibe su pensión mensual y reniega porque esta vez no le alcanzará para comprar todas las medicinas que necesita, segundos después es el rostro de un joven que discute acalorado con su jefe porque considera que no se le han dado oportunidades de crecimiento en la empresa en la cual aún trabaja, mientras no encuentre otra opción mejor para sus intereses...
El mercado, en fin, es un "nosotros" en el que unos pueden menos y otros más, pero en el que todos buscan su interés: ganar o, en el peor de los casos, no salir perdiendo o perder lo menos posible. Lo cual en sí mismo, desde luego, es absolutamente legítimo. Es moralmente irreprochable.
El mercado es la resultante de una suma de intereses diversos, a veces contrapuestos, a veces parecidos. Los mercados a veces adoptan la forma de un regateo entre unos que quieren subir una colina y otros que quieren bajarla, y a veces, como ahora, parece una estampida que arrolla todo lo que se atraviese en su carrera.
¿Hay manera eficaz y eficiente de "cubrir" semejante frente cuando alguien desde el poder político le quiere hacer la guerra? No la hay. Quien desafíe al mercado, perderá.
Por eso, no se puede culpar a quien - sea grande, mediano o pequeño, sea socialmente irrelevante o poderoso y célebre, sea joven o viejo-, no quiera poner en riesgo lo poco o mucho que tenga o aspire a tener y se ponga, en esta guerra absurda, del lado que obviamente ganará, del lado del mercado.
Eso es todo.
Nota no tan casual: No sólo el presidente electo tiene libros que presumir.