“Por favor, dibújame una institución”.
Ante esa súplica ¿qué dibujaríamos?, ¿la fachada de un majestuoso edificio neoclásico, con robustas columnas, resguardado por amplias puertas?
No. Después de meditarlo, yo dibujaría un semáforo con sus tres luces: rojo, amarillo, verde. O, tal vez, algún otro de esos signos universales que cualquiera entiende y obedece por su propio bien: una flecha que nos indica el sentido en el que debemos circular – de norte a sur, de oeste a este-, que nos salvan de ser arrollados y nos permiten llegar a nuestro destino.
Cualquier despreocupado ciclista sabatino, a poco que lo piense, sabe que esas instituciones, esos acuerdos, son una de las cosas más útiles para poner remedio a la incertidumbre: para saber que no moriremos aplastados, con todo y bicicleta, bajo las ruedas de un camión conducido por un “analfabeto institucional”.
Dice Douglass C. North, premio Nobel de Economía en 1993, que las instituciones “proveen la estructura que los hombres imponen sobre la interacción humana para reducir la incertidumbre”.
North, quien a su avanzada edad – nació en 1920 – sigue siendo profesor en la Washington University de Saint Louis Missouri (WUSTL), es uno de los padres fundadores de la economía de las instituciones o neo-institucionalismo.
Tomemos el caso de los bancos centrales modernos y de su autonomía. ¿Quién les garantizó la autonomía a bancos centrales como el de México, el de Chile o el de Nueva Zelanda? No fue ningún déspota benévolo y sabio. La autonomía se las dan a cada uno de esos tres bancos centrales, como a la inmensa mayoría, sus respectivas leyes y la Constitución de sus países.
¿Qué significa la autonomía de un banco central?
Por lo que uno lee y escucha en estos días en México parecería que la autonomía es algo así como que los funcionarios del banco central marchen a su aire, como les de la gana y de preferencia contrariando al gobierno. Digamos que para algunos comentaristas instantáneos – como el café en polvo soluble en agua – un banco central es autónomo cuando quien lo preside es un partidario manifiesto de las minifaldas y quien gobierna al país respectivo, por el contrario, detesta esas prendas. Pamplinas y disparates.
La autonomía no es para promover la diferencia de pareceres, es la regla que impide, a despecho de los pareceres de cada cual, que el banco central ceda ante eventuales solicitudes del gobierno que son indeseables.
Los bancos centrales modernos, como el Banco de México, son autónomos para evitar que el gobierno se financie con la emisión de moneda. Y la autonomía depende de mecanismos bien diseñados en la Constitución (ver párrafo séptimo del artículo 28) y en la Ley orgánica del propio banco (ver en especial las prohibiciones plasmadas en los artículos 9, 10 y 11, entre otros).
Tales mecanismos, por ejemplo, son el gobierno colegiado; los periodos escalonados de duración en el cargo de los miembros de la junta de gobierno (que no coinciden con los periodos del gobierno federal); contar con un patrimonio propio para no depender de los presupuestos gubernamentales y, por supuesto, la prohibición expresa a financiar al gobierno que es la principal razón de ser de la autonomía.
Habrá que ser benévolos con los expertos instantáneos y sus disparates: en la mañana pontifican sobre narcotráfico y en la tarde analizan la inconveniencia del aceite para motores en los tratamientos estéticos. ¿A qué horas se van a documentar para opinar?
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