martes, 3 de julio de 2018

Elogio de la normalidad

Tengo para mí que el momento más importante del proceso electoral que acabamos de vivir en México fue la emotiva aceptación que José Antonio Meade hizo de su derrota en las urnas.

Fue un discurso generoso, pleno de respeto y aprecio a las instituciones democráticas de las que disfrutamos en México, sincero y más que oportuno.

Fue uno de las más hermosas muestras públicas de la grandeza de lo ordinario y de la epopeya de lo cotidiano que recuerdo en más de 60 años de vida.

Fue, también, el mejor recordatorio de que nunca somos más grandes que cuando damos las gracias a quienes día con día nos aman y nos hacen mejores de los que podíamos haber imaginado.

Con ese acto magnánimo al alcance de cualquier entendimiento, gesto disponible para todo aquel que sepa tender la mano a su prójimo y extenderle sus brazos, volvimos a la grandeza de lo ordinario, de lo normal, en contraste con la estridencia y extravagancia de lo que se presume extraordinario, "histórico", inaudito, excepcional. 

El abrazo que Pepe Meade, con un nudo en la garganta, dio a su esposa - refugio y fortaleza de todos los días- contrastó brutalmente con los puños cerrados y en alto, con las consignas a voz en grito, con la diatriba y la grandilocuencia que abundaron en otros escenarios durante el proceso electoral.

No cabe duda: la normalidad es un tesoro. Temamos a las grandes palabras y a las exaltaciones. No busquemos el éxtasis ("estar fuera de sí, devorados por una pasión"), sino el pan cotidiano del amor en la salud y en la enfermedad, en la derrota y en la victoria, en lo pequeñito y en lo que nos parece grandioso, en el vaso de agua para el sediento y en la sonrisa de cómplice entendimiento con quien nos acompaña.

Recuperemos lo normal, la vida diaria, los tesoros cotidianos: los dientes que empiezan a brotar en un bebé, el pan recién hecho, el abrazo callado y apretado al anciano...

¿Tenemos que "estar a la altura de nuestra responsabilidad histórica"? No lo creo, esa es mera grandilocuencia vacía para consumo del espectáculo. 

A menos que comprendamos que nuestra responsabilidad histórica en cada momento, y para cada uno de nosotros, es preservar el tesoro de lo normal, del día a día, con sus fatigas y sus gozos; sus sonrisas sin doblez,  sus lágrimas sinceras, sus logros y sus tropiezos.

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