sábado, 29 de enero de 2011

Atrapados en el dólar

Hace unos días Martin Wolf hacía esta sugerente pregunta en las páginas de Financial Times: ¿Por qué China detesta tener que amar al dólar?

De forma ilustrativa, pero no concluyente, podría responderse: China detesta amar al dólar por las mismas razones por las que sólo había algo que Charles de Gaulle odiaba más que la supremacía del dólar estadounidense como moneda de reserva mundial y eso era tener que resignarse a que así fuesen las cosas.

También hace poco salió a la luz un interesante libro del historiador Barry Eichengreen que desmenuza la historia de cómo llegó el dólar estadounidense a ser la moneda hegemónica. El largo título del libro de Eichengreen describe algo del asunto: “Exorbitante privilegio: El auge y la caída del dólar y el futuro del sistema monetario internacional”.

“Exorbitante privilegio”, como recuerda el mismo historiador, fueron las palabras con las que Valery Giscard D’Estaign, ministro de finanzas de De Gaulle en los años 60, expresaba su profundo disgusto ante dicha situación de dominio del dólar. Es una situación que le otorga a Estados Unidos un cúmulo de ventajas económicas (y también políticas) que, obviamente, irritaban y siguen irritando a muchos, no sólo al soberbio general De Gaulle.
Ante la airada queja, el secretario del Tesoro de Richard Nixon, John Connaly, respondía a los franceses: “Sí, es nuestra moneda; pero es vuestro problema”.

El gobierno chino, directamente o a través de sus emisarios disfrazados de académicos o de estudiosos del sistema financiero, lamenta con frecuencia tener invertida la mayor parte de sus cuantiosas reservas de divisas en valores denominados en dólares que hoy día, amén de producirle sólo una irrisoria y ruinosa tasa de interés, sirven para financiar los déficit gemelos de Estados Unidos: su estratosférico déficit fiscal y su abultado déficit en cuenta corriente. Esto significa, en breve, que millones de chinos trabajan muy arduamente por salarios muy bajos – y sin ninguna seguridad de permanencia laboral como la que estamos acostumbrados a tener en las “odiosas” economías libres- para que millones de consumidores estadounidenses tengan abundantes productos baratos fabricados en China y además tengan, “cortesía” principalmente de China vía sus reservas de divisas, el financiamiento barato para seguir comprando tales productos y poder “vivir por encima de sus medios”.

Lo lamentan de veras los chinos, pero no pueden hacer mucho para cambiar tal estado de cosas. Al menos, no pueden hacerlo en el corto plazo. No es tan sencillo salirse del dólar. Las alternativas para invertir sus reservas (si acaso pueden llamarse, en sentido estricto, alternativas) son peores: ¿yenes?, ¿euros?, ¿derechos especiales de giro?

Tampoco es tan sencillo que alguien – ni siquiera la Unión Europea a través del euro- entre al relevo del dólar estadounidense, como éste, el dólar, relevó a la libra esterlina en las primeras décadas del siglo XX. Europa primero tendría que poner en orden su casa, ardua y larga tarea que sólo Alemania, entre los socios grandes de la UE, parecería estar haciendo.

Moraleja: detrás de la paradoja de que el dólar siga siendo la moneda mundial de reserva y refugio, a pesar del terrorífico endeudamiento del gobierno y de los ciudadanos de Estados Unidos, está la gran fortaleza y flexibilidad que un sistema de libertades auténticas le ha dado a la economía de Estados Unidos a lo largo de su historia.

viernes, 21 de enero de 2011

La inflación y los presagios errados

¿Qué tan buena memoria tiene usted? A ver, hagamos una prueba: ¿Se acuerda cuál fue la inflación en México en el mes de enero del año pasado?
Lo más probable es que la inmensa mayoría de los mexicanos hayamos olvidado el dato, si es que alguna vez lo conocimos y le prestamos atención.

Sin embargo es un dato muy interesante cuando se contempla a un año de distancia. Terminemos con la incógnita: en el mes de enero de 2010 México tuvo una inflación muy elevada, el Índice Nacional de Precios al Consumidor creció en ese mes 1.09 por ciento. Mucho, de veras mucho.

¿Quiere usted hacer hoy el 22 de enero de 2011 una apuesta segura? Apueste que la inflación de este mes será notablemente menor a la que tuvimos hace un año. No tiene riesgo: ganará la apuesta.

No está por demás recordar muchos de los comentarios de alarma y de los pronósticos de sombrío pesimismo que el crecimiento de los precios suscitó por aquellos días entre no pocos políticos y periodistas.

¿Después de conocer el dato de la inflación mensual de enero de 2010, cuántos habrían apostado que la inflación anual en ese año terminaría siendo sólo de 4.4 por ciento? Casi nadie.

Por el contrario, sin rubor alguno sesudos analistas y políticos de voz estentórea y dedo flamígero (nota: el dedo flamígero es hermano gemelo del “dedo-en-la-llaga”), desdeñaron lo que entonces advirtió la Junta de Gobierno del Banco de México en su anuncio de política monetaria del 15 de enero de 2010: “Si bien para 2010 se espera un incremento de la inflación como consecuencia del cambio en las tasas impositivas y en precios y tarifas del sector público, las condiciones de holgura de la economía contribuirán a atenuar el traslado de dichos cambios a los precios al consumidor…Como los impactos directos sobre la inflación de modificaciones tributarias así como de correcciones a los precios y tarifas públicos son típicamente transitorios, los bancos centrales usualmente no los contrarrestan.” Y, en efecto, el Banco de México no pretendió contrarrestar, con decisiones de política monetaria, tales alzas. Y el tiempo le dio sobradamente la razón.

Hoy, en 2011, sorprendentemente algunos analistas (no muchos, por cierto, lo que indica que la mayoría de ellos sí tiene buena memoria), y muchos más políticos (un poquitín más desmemoriados o menos escrupulosos al momento de formular vaticinios), vuelven a levantar el dedo flamígero anticipando, con aire doctoral, que “la realidad (en materia de precios) que se perfila para 2011 es dolorosa para las familias mexicanas, especialmente las de menores ingresos”. Bien, habrá que guardar en el archivo estas tristes admoniciones y desempolvarlas en enero de 2012 para comprobar si se cumplieron tan sombríos presagios. Ya veremos.

Otra vez, echemos para atrás la película hasta enero de 2010 y recordemos que ese mes la tarifa del Metro de la ciudad de México subió 50% de golpe y porrazo y que la tasa del IVA, aplicable a miles de bienes y servicios, subió un punto porcentual. También subieron las tarifas de transporte público en varias ciudades, subieron los impuestos especiales a la cerveza y a ciertos servicios de telecomunicaciones. Fueron “golpes” fuertes, pero de una sola vez como lo advertía desde entonces el Banco Central.

En 2011, les recuerdo a los estimados amigos del dedo flamígero y el presagio sombrío, no hay ni habrá tales ajustes de impuestos y de tarifas. Obtengan sus conclusiones.

sábado, 15 de enero de 2011

Tres espectros que no cuajaron

En las primeras dos semanas de este año flamante detecto que algunos medios en México siguen buscando un asunto que nos conmueva hasta los huesos o que, al menos, nos produzca un escalofrío de horror que recorra nuestra espalda desde la médula espinal hasta la base del cráneo. Intento repetidamente fallido.

El problema para los encargados de conmover al mundo cada 24 horas o antes (eso, conmover al mundo, era lo que yo les pedía a los reporteros del periódico que dirigí en el agitado segundo semestre de 2008), es que no encuentran todavía el espectro capaz de sobrevivir a la intemperie de la opinión popular más de un día. La fabricación de fantasmas en este 2011 no será sencilla o tal vez los colegas periodistas llegaron con el instinto escandalizador un poco entumecido tras las efusiones del fin de año.

Menciono al vuelo, sin importar el orden cronológico, tres espectros que no han cuajado a pesar de los voluntariosos esfuerzos de sus creadores. Primero, se deseó desatar una epidemia de “hemofobia”, terror a la sangre derramada, con el estribillo de “no más sangre”. La consigna buscaba, saltó a la vista, convertir al gobierno federal y específicamente al Presidente en una especie de causa final de los cientos de muertes violentas acaecidas durante el 2010 en el país; pero no ha cuajado. Decir que en México estamos peor, en materia de hechos violentos, que en Afganistán es ya una temeridad improbable, pero es aún más increíble hacer responsable de todas y cada una de dichas tragedias al Presidente, cual si fuese un diosecillo cruel e insensible capaz de tripular a distancia millones de conciencias y de voluntades. Así, la epidemia de “hemofobia” no cuajó.

Después algún periódico capitalino probó suerte con el fantasma de la inflación recurriendo a una grosera falacia de composición: si suben algunos precios de alimentos el azote inflacionario está a la vuelta de la esquina. La estratagema fue desecha en cuestión de horas. Mi amigo el profesor Arturo Damm publicó un didáctico artículo que muestra con claridad que el alza en los precios de ciertos bienes y servicios – por entrañables que algunos de esos bienes parezcan, digamos: la tortilla-, no configura por sí misma la inflación; ello, porque la inflación es un fenómeno monetario. Otro amigo, Joel Martínez, les recordó a los aprendices de espantadores que la apreciación del peso más que neutraliza los efectos que dichas alzas aisladas pudiesen tener sobre la inflación. Y por si fuese poco Rodolfo Campuzano de plano desmintió el alarmista titular de primera plana en sus mismos términos: “La inflación no es una amenaza”, y explicó: la debilidad de la demanda interna impide que los aumentos de precios en los mercados internacionales se trasladen automáticamente a los precios locales. Estas explicaciones sí se conduelen con lo que dicen los números.

Un tercer fantasma diseñado para causar conmoción fue el tratamiento, carente no sólo de ética sino de un elemental decoro, que algún locutorcillo de la televisión le dio, en execrable entrevista, al tristísimo asunto de un cantante acusado de abusar sexualmente de una menor. Esta inmersión a fondo en el fango moral – que parece el medio de vida soñado por algunos – tampoco prosperó.

Será por eso que George Bernard Shaw decía: “Por lo visto, los periódicos no saben distinguir un accidente de bicicleta del hundimiento de la civilización”.

sábado, 8 de enero de 2011

Propuesta disparatada: “usar” las reservas

Con cierta regularidad aparecen en los medios de comunicación declaraciones de algunos políticos proponiendo “usar” parte (o la totalidad, incluso) de las reservas de divisas para fines tan encomiables como construir escuelas, hospitales e infraestructura de transporte o tan demagógicos como subsidiar (aún más) el precio de las gasolinas o la producción de películas mexicanas no comerciales (es decir: tremendamente aburridas). Estas propuestas revelan mucho acerca de la ignorancia, en materia económica, contable y financiera, de quienes las emiten.

Hay, entre otros, dos errores básicos en estas propuestas. El primer error es creer que las reservas de divisas son una especie de “guardadito” que tiene la Nación – esto es: todos los mexicanos – para enfrentar necesidades apremiantes o satisfacer demandas emergentes. No es así. Las reservas de divisas pertenecen al Banco Central, no al gobierno, ni siquiera a la Nación. El Banco Central, de hecho, se endeuda para adquirir las reservas. Las reservas no son un excedente que haya logrado el Banco Central, mucho menos el país, son la contrapartida de la moneda nacional en circulación o depositada por otros en el Banco Central. Lo cual nos lleva al segundo error, que proviene del desconocimiento de un principio contable básico aplicable también a los bancos emisores de moneda.

El principio básico de contabilidad al que me refiero se puede expresar de manera simple así: el activo (aquello que tengo o que me deben) es siempre equivalente a la suma de los pasivos (aquello que debo) más el capital contable.

Para un banco emisor de moneda – que eso es un Banco Central- sus pasivos son los billetes y monedas que emitió más los depósitos que otros agentes económicos, el gobierno y/o intermediarios financieros, le han confiado; en tanto que la mayor parte de su activo son precisamente las reservas de divisas (es decir, valores nominados en monedas distintas a la que emite el propio Banco). Tomemos, como ejemplo, los datos del estado de cuenta del Banco de México al 31 de diciembre de 2010: Su activo fue de 1 millón 518, 485 millones de pesos (esto es: más de un millón de millones de pesos) que es exactamente lo mismo que el valor de sus pasivos más su capital contable. El 92.3 por ciento del activo fue, en dicha fecha, la reserva internacional o las reservas de divisas (1 millón 402, 872 millones de pesos) equivalentes a 113,597 millones de dólares.

Para que ese activo disminuya (a eso equivale “usar” las reservas al tenor de las propuestas de algunos políticos) tendría que disminuir exactamente en la misma cantidad el pasivo (pesos en circulación o depósitos del gobierno federal o de otros agentes económicos en el Banco Central) y/o el capital contable del propio Banco de México. Alguien tendría que pagar en pesos al Banco Central las divisas que se deseen usar y esos pesos sólo podrían salir o del dinero circulante (que obviamente tiene dueños que no son el Banco Central) o del dinero depositado por otros agentes en el Banco Central.

El gobierno federal podría usar sus depósitos en el Banco Central para adquirir divisas de las reservas, volverlas a cambiar a pesos y gastar ese dinero; pero ésa sería una operación absurda por innecesaria: ese dinero, en pesos, ya lo tiene el gobierno.

Así, quien propone “usar” las reservas de divisas para un propósito de gasto público sólo está proponiendo un disparate mayúsculo.