viernes, 24 de septiembre de 2010

Basura y buenos deseos

El señor Marcelo Ebrard, jefe de gobierno de la ciudad de México, ha propuesto una suerte de decálogo para que quienes pululamos por la capital seamos mejores ciudadanos. Estos diez mandamientos vienen precedidos por un argumento tan obvio que provoca más bostezos que entusiasmo y que puede resumirse así: lo más eficaz para crear una cultura de legalidad no es tener más policías, sino mejores ciudadanos. Gran silogismo: si todos fuésemos ciudadanos ejemplares, no habría delincuentes; si no hubiese delincuentes, no habría delitos. Brillante.

La propuesta de Ebrard, además, recurre a la probada sabiduría de las cosas pequeñas presente en sinnúmero de proverbios, desde el que dice que el diablo está en los detalles hasta la sentencia evangélica de que quien es fiel en lo poco también lo será en lo mucho. Aplicación práctica de esta prédica: las personas que no tiran basura en la calle, que recogen las caquitas que sus perritos dejan en la vía pública, que no pegan chicles masticados y ensalivados debajo de sillas y mesas, lo más probable es que tampoco cometan delitos abominables. Suena razonable.

Eso sí: resulta por demás curioso que a través de este catálogo de urbanidad el señor Ebrard nos indique que no es responsabilidad suya, ni de su gobierno, que con frecuencia la ciudad nos parezca hostil, fea, desordenada, llena de acechanzas, disfuncional. Es culpa nuestra: somos inciviles, maleducados, hostiles, feos, descorteses, sucios, egoístas, sin valores cívicos. “Usted, sí usted, que se anda quejando de las calles inundadas cada vez que llueve, ¿no se ha dado cuenta de que eso sucede porque el otro día tiró al suelo la bolsa en la que venían envueltas sus obleas de papa, repletas de sal y de chilito piquín?”. Dicho esto, parece aconsejable que los ciudadanos no sólo empecemos a educarnos unos a otros y unas a otras (o al revés: unas con unos y otras con otros) sino que hagamos pública confesión de nuestros pecados de incivilidad. A vestirse todos de penitentes y a bañarnos en ceniza…

La cosa no para ahí. El señor Ebrard, que es muy moderno, se ha conseguido un asesor muy prestigiado para encaminar esta cruzada, es el señor Antanas Mockus (de veras, así se llama) quien a través de su firma consultora (Corpovisionarios por Colombia) le ha propuesto algunas genialidades a Ebrard. Por ejemplo, para que empecemos a tirar la basura donde debemos tirarla el señor Mockus tuvo esta ocurrencia de comprobada eficacia: empecemos a llamarle a los botes de basura en la vía pública “pozos de los deseos” y difundamos la conseja de que cada vez que uno tira un desecho en el bote de basura está obteniendo un anhelo; “pongo el envase plástico del refresco de cola en el bote de basura y seguro mañana conseguiré que Cutberto me proponga matrimonio”; “permuto tres colillas de Faros por un pase automático a la UNAM”. Negociazo. Estos asesores son geniales, de verdad.

¿Qué desearía yo a cambio de tirar la basura en el bote? Pues muy sencillo, que el gobierno de la ciudad pusiese botes de basura en otras calles y avenidas que no fuesen las del centro de la ciudad (sólo ahí los he visto). ¿O también eso, poner los botes, corre por nuestra cuenta?

Ah, por cierto, el señor Mockus fue candidato a la Presidencia de su país (Colombia) y fue derrotado abrumadoramente en las urnas por su adversario Juan Manuel Santos Calderón. Ahora Mockus asesora a Ebrard. Proverbio para cerrar: Dios los hace y ellos se juntan.

jueves, 16 de septiembre de 2010

La verdad sobre México, hoy

Los predicadores de catástrofes se ven demasiado en el espejo.

¿Sabe usted cuánto creció el ingreso por persona en México de 2000 a 2009? Cerca de 43 por ciento en dólares. No es un dato para ponerse “locos de contento”, pero está muy lejos – a años luz- de las versiones apocalípticas que nos regalan algunos académicos (que chapalean gustosos en los medios como si estuviesen en el lodo) muchos políticos (que cargan las tintas buscando llevar agua a sus respectivos molinos) y numerosos comentaristas de la “realidad nacional”, que huyen como de la peste de las buenas noticias.

Por cierto, la cifra de 43 por ciento de crecimiento del ingreso real por persona ($5,962 dólares corrientes al año en 2000 contra $8,135 dólares en 2009) está severamente castigada, para México, por la elección de los años inicial y final de la comparación. En 2000 México tuvo un crecimiento anual del PIB excepcionalmente elevado, producto en gran medida del efecto rezagado que, sobre la economía mexicana, tuvo el “boom” de la economía de Estados Unidos de 1998-1999; en tanto que en 2009, ya lo sabemos, se registró una de las más graves caídas del PIB anual, dado que México resultó particularmente afectado por la profunda recesión en Estados Unidos y por las consecuencias derivadas de la epidemia de influenza; a ello hay que agregar la depreciación del tipo de cambio peso-dólar. Así, no es aventurado pronosticar que el crecimiento del ingreso por persona para el periodo 2001-2010, en dólares corrientes, será superior a 46 por ciento para México.

Aun así, desde luego, es un crecimiento muy por debajo del potencial del país. Insatisfactorio a todas luces, sobre todo si se compara con crecimientos del ingreso por persona en dólares corrientes de más de 144 por ciento en 2000-2009 para Brasil, de más de 123 por ciento para Perú o de más de 100 por ciento para Chile.

Casi todo mundo sabe – salvo algunos políticos estridentes, varios falsos académicos que no han hecho la tarea y la legión de comentaristas catastróficos en los medios, que tampoco suelen hacer bien sus labores- qué es lo que le hace falta a México para crecer a tasas cercanas a su potencial: reformas a fondo, laboral, energética, en telecomunicaciones, educativa y fiscal.
Con eso basta.

Nuestro problema es de productividad, sin darle más vueltas al asunto. Y a ese problema se suma el de la sobre-diagnosis acompañada de una parálisis desesperante de la clase política, empezando por el PRI que parece estar más preocupado de regresar a la Presidencia de la República (para lo cual adopta como estrategia la del quejumbroso consuetudinario) y se muestra totalmente ayuno de proyectos inteligentes y provechosos para México. Y siguiendo por los demás partidos que tampoco están para presumirse en sociedad.

He tomado un dato aislado, que dista de ser el más favorable para el argumento, que con todo sirve para mostrar que México está muy lejos de ser el desastre que algunos se han empeñado en propagar. Podríamos también destrozar, con datos objetivos, esa visión de que más de cien millones de mexicanos vivimos aterrorizados por los delincuentes. Visión enfermiza, de intelectuales de salón de té falsamente horrorizados, que definen con voz engolada: “México vive una depresión crónica”. Sólo tienen ojos para el espejo que les regresa la imagen de unos tipos que han envejecido, aburridos, en su zona de confort inmerecido.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Me lo dijo un pájaro… de cuenta

Twitter es una de las nuevas modalidades de comunicación humana que nos ha regalado Internet. Se trata de enviar mensajes más o menos relevantes y pertinentes, escritos en 140 caracteres o menos, y recibir mensajes del mismo estilo, de aquellos a quienes hemos decido seguir. Traducido con liberalidad del inglés al español Twitter significaría gorjear como pajarito o hablar en tono desenfadado.

Al hacerlo, uno puede responder al otro y conversar más o menos, lo que a cada cual le plazca, o relanzar el mensaje recibido a los demás porque lo hemos considerado interesante o simplemente leer los mensajes y dejarlos pasar. Como quien durante una reunión social más o menos numerosa escucha fragmentos de conversaciones, frases sueltas a veces, y decide unirse a la plática, o quedarse callado escuchando o retirarse en busca de gorjeos más armoniosos o menos estúpidos.

Porque esa es la otra ventaja de esta modalidad, uno entra y sale cuando quiere. Nadie está obligado a seguir una conversación que no le interesa y se supone que cada cual tiene muchas otras cosas que hacer en la vida además de andar gorjeando mensajitos. Después de todo, aunque ése sea el símbolo de Twitter, un pajarito, los participantes en el asunto no somos tales, sino seres humanos jugando, por un rato, a ser emisores de gorjeos.

Toda esta larga introducción es para ubicar a ciertos políticos que se han tratado de unir desparpajadamente al juego de gorjear no más de 140 caracteres por la red y que muy rápidamente han mostrado ser tan sólo unos “pájaros de cuenta”; dícese que un pájaro de cuenta es una persona a la que por sus consuetudinarias intenciones torcidas hay que tratar con cautela. Aclaro, desde luego, que no me refiero a todos los políticos que recurren a esa útil herramienta de comunicación – el gorjeo digital, llamémosle-, porque algunos han atinado a gorjear con decoro y hasta con visos de sinceridad, tal vez auxiliados por buenos asesores en una materia nada sencilla que es la de comunicar bien. La primera regla de la comunicación: “jamás quieras tomarle el pelo a tus oyentes, porque lo pagarás caro y perderás toda credibilidad”.

Me refiero, específicamente, a las aves de rapiña del Twitter que reclutan cientos o miles de presuntos y nominales seguidores con quién sabe qué malas artes (¿cuál será el equivalente, en Twitter, a dar tortas y refrescos a los acarreados?, debe haberlo) y después hacen alegremente lo que siempre han hecho: mentir, simular, hacer falsas promesas, generar ilusorias expectativas…

El otro día, por ejemplo, un legislador gorjeo algo así a sus seguidores: “Mis compañeros diputados del partido y yo, estamos considerando reducir tal impuesto, ¿ustedes qué opinan?”. Sé de muchos ingenuos, me incluyo, que ofrecimos nuestra opinión de buena fe, mediante otros tantos breves gorjeos. Varios, numerosos gorjeadores, advertimos que hacer eso sería irresponsable y demagógico y ofrecimos, en gorjeos sucesivos, nuestras razones.

Pues bien, el político de la anécdota resultó un pájaro de cuenta. En realidad no le interesaban en absoluto los gorjeos ciudadanos, quería una coartada pajarera para una decisión que ya habían tomado él y sus compinches. Por supuesto, tenían planeado publicitar su fallida consulta popular con bombo y platillo. Pero no fue gorjeo, sino graznido burlón. Basura, otra vez.

Y es que no pueden aprender después de tantos años. Los buitres jamás cantarán como canarios.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Más ingenieros, menos palabreros

Prometí a un amigo, en un arrebato impensado, que escribiría un par de artículos acerca de un documentillo que anda circulando bajo el ampuloso título de: “México frente a la crisis. Hacia un nuevo curso de desarrollo. Memorándum de política económica y presupuestal hacia 2011” (¡uf!). Ya leí las 19 cuartillas del asunto. ¿Dije un par de artículos? No perdamos el tiempo, la propuesta se puede despachar en dos palabras: “No sirve”.

Diré más, sólo en abono de mi irresponsable promesa: Es pura palabrería nostálgica proponiendo políticas económicas que en el pasado condujeron a México a tremendas crisis empobrecedoras. No en vano entre sus autores se cuentan un par de viejos secretarios de Hacienda (David Ibarra Muñoz y Jesús Silva Herzog Flores) que mejor harían en ofrecer cuentas de su desastroso desempeño o, en todo caso, de las razones (si las hay) para la pasmosa docilidad con la que aplicaron, en detrimento de millones de mexicanos, las ocurrencias disparatadas de su jefe, el entonces Presidente José López Portillo.

Repito: no perdamos el tiempo.

El abogado López Portillo fue un Presidente palabrero. Excepcionalmente palabrero. Y sus economistas de cabecera, los ya citados más otros de infausta memoria, también fueron palabreros. Curiosamente, cuando economistas menos palabreros con mejor preparación técnica, formados en sólidas escuelas de economía del extranjero, se hicieron cargo de las finanzas públicas las cosas empezaron a corregirse.
Curiosamente también, uno de los mejores secretarios de Hacienda de México en el siglo XX fue ingeniero: Alberto J. Pani.

Todo esto me lleva a lo que sí interesa y a lo que es realmente productivo (aún en sábado la productividad no es pecado) y que es la escasez de ingenieros no sólo en México, sino en Estados Unidos.

Hace un par de días, el Financial Times daba cuenta del problema citando las declaraciones de Francisco D’ Souza, presidente de “Cognizant Technology Solutions”, una empresa de origen indio dedicada precisamente a identificar talento ingenieril en Estados Unidos. El equipo de reclutamiento de la Cognizant – 57 personas dedicadas de tiempo completo a buscar ingenieros talentosos en Estados Unidos- cada vez más tiene que recurrir al complicado trámite de importar dichos profesionales de la India misma o de otros países. El 70 por ciento de quienes hoy día cursan doctorados en ingeniería en prestigiosas universidades de Estados Unidos no son estadounidenses.

Y el colmo: la torpe xenofobia que se ha impuesto en las políticas migratorias de ese país hace cada día más difícil que esos doctores en ingeniería o en ciencias, que no nacieron en Estados Unidos pero que ahí estudiaron, puedan trabajar en empresas estadounidenses. Las pocas visas especiales disponibles para reclutar a esos especialistas las acaparan algunas corporaciones de Silicon Valley o grandes entidades gubernamentales como la NASA.

Dato adicional que aporta D’ Souza: “A pesar de que el alto desempleo caracteriza hoy a la economía de Estados Unidos, el desempleo en IT – Tecnologías de la Información- es muy bajo”.

La clave del desarrollo no está en la palabrería (verbigracia: “estímulos” fiscales y monetarios o reedición de retóricas nostálgicas), sino en la productividad. Todo esto, con tintes aún más dramáticos, es aplicable a México. Por eso, y dicho con todo respeto para esos ilustres palabreros: No perdamos el tiempo. Ya no hay.