viernes, 14 de mayo de 2010

Intolerancia a la deuda

La crisis en la Unión Europea, como la crisis global de 2008-2009, no es insólita. Al igual que decenas de crisis financieras en la historia se trata de una tremenda expansión del crédito que, de pronto, ante signos de insolvencia de los deudores, los acreedores la perciben como destinada a la catástrofe. Algo que antes no vieron, cuando prestaron sin reparos.

Ante dicha percepción se desata la estampida.

La singularidad de la crisis europea es que es la primera gran prueba de supervivencia para el concepto de Unión Europea y, específicamente, para la unión monetaria. También se singulariza porque “entrar en el euro” fue para varios países como recibir de regalo una tarjeta casi sin límite de crédito. ¿Se la merecían?

El 10 de mayo el diario alemán Bild – aldeano y populista – publicó un titular, ingenioso y grotesco, que refleja el sentimiento primario de muchos alemanes ante el paquete gigantesco acordado para respaldar al euro y rescatar a Grecia: Wir sind wieder mal Europas Deppen!, lo cual en un español muy pudibundo quiere decir: “!Otra vez somos los pelmazos de Europa!”.

Lo que no dice el Bild es que, más que rescatar a Grecia, la Unión Europea (y Alemania a la cabeza) está rescatándose a sí misma.

A toro pasado es fácil decir que Alemania jamás debió haber aceptado, como socios monetarios, a esos “desobligados improductivos”. Pero la película no se puede echar para atrás y hoy en la crisis del euro todos vamos en el mismo barco. Incluso los países ajenos a Europa, como ya vimos el jueves 6 de mayo: una corrida financiera contra el euro basta para poner a temblar al mundo.

No había, pues, alternativa.

Grecia y otros países de la unión monetaria en problemas, que son como “los parientes pobres”, se ajustan perfectamente a la descripción de países “intolerantes a la deuda” porque tienen graves debilidades institucionales, que les impiden aumentar su productividad.

Lo que para un país desarrollado sería un nivel aceptable de relación entre deuda y Producto Interno Bruto (PIB), digamos 60 por ciento, para un país con intolerancia a la deuda es veneno. Es como quien es más intolerante al colesterol que el promedio, porque tiende a desarrollar fácilmente depósitos de lipoproteínas de baja y muy baja densidad. La denominación “intolerancia a la deuda” la pusieron en circulación Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff en su magnífico libro: “This time is different” en 2009.

México también es un país intolerante a la deuda. Por fortuna desde la crisis de 1994-1995 lo supimos y por eso hoy tenemos una relación de deuda contra PIB que, si la tuviese una economía avanzada, sería “una chulada” como para presumir de espartanos pero que, tratándose de nosotros, es apenas la que dicta la prudencia.

¿Por qué somos intolerantes a la deuda?

Dos ejemplos: 1. Basta con que tres buenos economistas – que fueron Secretarios de Hacienda- recomienden que PEMEX se abra a la asociación con inversionistas privados y salta un flamante “consejero profesional” de ese monopolio, un tal Flavio Ruiz, y los crucifica, llamándolos “cínicos” y otras lindezas (nótese que como no pueden “matar” intelectualmente el mensaje, tratan de “matar” a los mensajeros a periodicazos), 2. Nuestros egregios legisladores no son capaces de aprobar hoy una reformita laboral y se opusieron hace poco a la desaparición de tres secretarías de Estado que son a todas luces inútiles.

¿Está claro por qué somos intolerantes a la deuda?

sábado, 8 de mayo de 2010

Chamanes, charlatanes y mercados

“Puede que sea el fin del euro” dijo Joseph Stigliz el martes pasado. Stiglitz para todo fin práctico se ha convertido en un chamán mediático, después de haber sido en 2001 – merecidamente y junto con George A. Akerlof y A. Michael Spence – premio Nobel de economía por sus análisis de los mercados con información asimétrica.

En el barrullo de los medios de comunicación la frase de Stiglitz se transformó en: “Predice Stiglitz el fin del euro” – hay redactores que “cabecean” así, con gran desparpajo- y, dado que para algunos de los charlatanes de los medios el profesor Stiglitz es un chamán (“hechicero al que se supone dotado de poderes sobrenaturales para sanar a los enfermos, adivinar e invocar a los espíritus”), el presunto pronóstico se volvió mandato: El euro tiene que estallar.

En realidad Stiglitz comentó, en una entrevista con BBC radio 4, que el programa de ajuste que tendrá que sufrir Grecia le parece demasiado duro. De ahí, el chamán saltó espectacularmente – al diablo la lógica - a que el ajuste será contraproducente y de ahí, otra acrobacia, a que los problemas de Grecia (pariente pobre y chiquito de la Unión Europea) se propagarán por toda Europa. Stiglitz también dijo, para abundar en su eterno enojo hacia el Fondo Monetario Internacional, que el ajuste en lugar de sosegar a los especuladores los irritaría más.

Dicho todo esto sus entrevistadores llevaron al chamán hacia las tablas para rematar la faena: ¿Será el fin del euro?, le preguntaron. Y Stiglitz fue, como noble bestia, tras el engaño: “Sí, podría ser el fin del euro”. Buena tarde; orejas y rabo para las declaraciones.

En el mundo racional, no en el de los chamanes ni en el de los charlatanes, las personas atienden a los datos y a los hechos. Datos y hechos que son, en el caso de Grecia: 1. El ajuste es indispensablemente duro, porque se trata de alinear una economía tremendamente improductiva (Grecia) con un estándar de productividad aceptable, como el de Alemania. 2. El programa de ajuste – aprobado ya tanto por el parlamento griego como por el parlamento de Alemania, cuyos contribuyentes tendrán que poner buena parte de los recursos para el rescate-, es necesario si Grecia quiere seguir en el club del euro. 3. Los griegos, que podrán ser tildados de perezosos pero no de estúpidos, quieren permanecer dentro del club y no volverse unos parias de la economía mundial, y 4. Que se cumpla el programa de ajuste es lo más conveniente para que subsistan el euro y la Unión Europea, y eso es lo más conveniente para el mundo.

Ahora bien, que la salud del euro sea buena para Europa, y para el mundo, no quiere decir que sea buena para quienes podrían obtener cuantiosas ganancias apostando en contra del euro. Por ejemplo, George Soros obtuvo cuantiosos ingresos apostando hace años contra la libra esterlina, podría obtenerlos ahora –él o algunos otros grandes especuladores- si logran matar al euro.

A mí no me escandaliza que haya personajes que lucren apostando en contra de la estabilidad. Así funcionan los mercados. Más aún, si tuviese los recursos – que no los tengo- para entrar en ese juego estaría en estos momentos apostando a favor del euro, porque la experiencia me ha mostrado que la racionalidad paga y paga bien; aunque se tarde, a veces. Y porque detesto a quienes pudiendo ser doctos economistas se vuelven chamanes mediáticos; así como a los charlatanes que, vociferando sandeces, los apoyan.

sábado, 1 de mayo de 2010

¿Instituciones o tugurios?

Un tugurio es un “establecimiento pequeño y mezquino”. Un antro es, a su vez, un “establecimiento de mal aspecto o reputación”. ¿Cuál es la diferencia?

Si, como aseguran hoy los pontífices de la comunicación, nuestros ínclitos legisladores en la capital del país discuten en estos días una “ley de los antros”, ¿por qué no habrían de crear también una “ley de los tugurios”?

Alguien dirá que esto de llamarle “antros” a los bares, discotecas, y demás establecimientos de alboroto nocturno, sólo refleja la espiral descendente o el proceso de degradación al que hemos sometido al lenguaje. Lo mismo que sucede cuando algún afamado periódico, de aires tan aldeanos como arrogantes, ha decidido adoptar la jerga de los delincuentes e informa que “tres personas fueron levantadas ayer en la calzada de los Remedios y se teme por su vida”.

Pero se trata de un fenómeno más amplio y demoledor. Asistimos despreocupados y hasta entusiastas a un vertiginoso descenso de la calidad humana; un desgaste adicional de neuronas y nos “comunicaremos” mediante gemidos espasmódicos y zarandeos músculo-esqueléticos. Aullidos de animalitos vagando en las lindes de la selva a la búsqueda de un mendrugo.

Obedecemos, sin percatarnos, a una implícita pero rigurosa ley de los tugurios, que consiste en degradar la inteligencia para mejor asemejarnos a bestias más o menos repulsivas. El proceso de descenso en espiral vertiginosa arroja, por sorprendente que parezca, algunas ganancias particulares. Alguien, en medio de la progresiva caída, obtiene beneficios. Por lo pronto, ganan los incompetentes que ven avanzar su imperio y encuentran, en el mundo de los tugurios, que la chapuza y la simulación ya no sólo son toleradas, sino premiadas con palmaditas de “reconocimiento social”.

No es extraño, en este medio degradado, que confundamos instituciones con tugurios, establecimientos mezquinos, de mal aspecto. Dicho en lenguaje de tugurio, “le echamos más agua a los frijoles y aumentamos el número de invitados a la fiesta”. Dicho en buen español: “cualquier componenda de tugurio puede festinarse como arreglo institucional; pactemos, pues”.

En Grecia se resisten a comportarse como “prusianos del mediterráneo”. Conjeturan que podrán librar el trance “echándole más agua a los frijoles”. Procedimiento similar, en esencia, al de añadirle otro carril imaginario a la avenida – “pinta una raya más”- para incrementar la capacidad de la vereda de asfalto.

Hasta donde me quedé, el primer día de mayo, que es hoy, es el día del trabajo. Lo que, en lenguaje de tugurio, significa que hay que luchar, frenéticos si es preciso, por “el puente” correspondiente. Demandar, aullar, por nuestra holganza revolucionariamente conquistada. Que quede claro: no aceptaremos reformas laborales ominosas y neoliberales con sus improntas de productividad, valor agregado e inteligencia. Queremos holganza, no reformas.

Oí decir a un legislador que ellos trabajan con frenesí en estos días. Pero mientras el esforzado hablaba en la tribuna, apareció al fondo del salón un personaje reputado como indiscutible líder parlamentario, partía plaza regalando, con aire de perdonar vidas, desdeñosos saludos. La ley de los tugurios: “Ya llegó por quien lloraban”. La aduana por donde todos tienen que pasar y a quien todos tienen que suplicar. Eso sí: ¡qué fatigoso debe ser echarle más agua a los frijoles!